domingo, 11 de diciembre de 2011

El poste de luz se desnudó

Cualquiera diría que era imposible, pero funcionó: el conjuro para cambiar de género funcionó perfectamente. ¿Quién diría? Ella menos que nadie, te lo aseguro.

Esa mañana despertó con aquello guindándole, y el espejo le devolvió un reflejo extraño. Era ella, la Daniela de siempre, pero en versión masculina. Era posible y era real.

Tenía mini patillas de pelo, la quijada más cuadrada, sus vellos de las piernas más oscurecidos y sus manos gruesas, como sus cejas y sus nuevas batatas. No tenía senos, ni vestigios, y en cambio, tenía guindándole un miembro ajeno y bien extraño.

Por tonta, a Daniela no se le ocurrió hacer su experimento un día libre, no. De modo que, tic tac, iba ya tarde para el trabajo.

Se tomó el pelo con una cola como siempre. Pero no era entonces una chica normal con el pelo recogido, sino un chico cool con greñas largas como por estilo de vida y resolución personal.

Salió sin complejos y no encontró dedos acusadores ni ojos desorbitados. El mundo giraba igual. Era un joven, como cualquier otro. QUizás, sí, un poco afeminado gracias a la ropa de chica, que, sin opciones, debió usar.

Llegó al trabajo y la secretaria, la, ajem, lo saludó:
-¿Daniela? ¿Pero que te hiciste?
-Un conjuro, no es nada. Es solo por hoy. Ya mañana estaré normal.
-¿De veras? ¡Buena! Te ves bien.
-Gracias.
-Luego me pasas el dato de cómo lo lograste.
-Sí va.

Y subió a su ofiina, y lo mismo. Que Daniela, que cómo lo hiciste, que solo por hoy, que mañana vuelvo a ser yo, que qué fino, que gracias.

Pasó aquel día como cualquier otro, excepto por las llamadas y la extrañeza por su voz. No era fácil de entender, pero es lógico que hables raro si cambias de género, ¿cómo más va a ser?

Tras el trabajo fue a ver a su novio, y lo mismo. "¿Dani?", "La misma, pero en versión masculina, ¿te gusta?". Su cara asomó un no, pero dio lo mismo. La pasaron como siempre, aunque sin besos. "Por hoy prefiero no caerte encima, ¿no hay problema?" Por qué lo habría. "Mañana te agarro más que la mano, cuando no tengas uno como yo".

De vuelta a casa razonó que era posible que fuera un día especial para todos: los gimnasios estaban llenos de gorditos ejercitándose, los jóvenes se iban en taxi y los hombres enflusados iban tomando fotos a detalles del camino, ¡hasta a los policías les dio por descansar de sus oficios leyendo sentados en plazas!

Se acostó esa noche complacido. Lo mejor de ser Daniel fue que pasó el día relajado, sin estrés, sin complicaciones.

Despertó luego como siempre pero como nunca: Le sobraba busto, y algo más. La "a" de su nombre le quedaba floja, como guindando. Era como la paloma del poste de luz; no era más que un acesorio mitad natural mitad casual, arbitrario, sin sentido.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Eres mi vida y mi muerte

“Perdón por creer en historias de amor” Así comenzaba la carta que él tenía en sus manos, una carta escrita en papel reciclado, de esos con olor a canela.

“No debía de quererte y sin embargo, te quiero” Continuó leyendo.

Estaba en el sitio del acto donde horas antes habían sacado el cuerpo ya sin vida de una mujer que escribió con su propia sangre en la pared “Eres mi vida y mi muerte”.


Todavía no había identificado el cadáver, él todavía no creía que esas canciones, esas palabras habían sido tomadas tan en serio.

Ese papel con olor a ella lo apuñaló en el estomago. Tal vez sí lo hizo, pensó él.
“Te quiero más que a mis ojos, te quiero más que a mi vida. Más que al aire que respiro y más que a la madre mía.”

“Te amo, pero tú que me has enseñado sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado, bien sabes lo que digo” Él en este punto comenzó a llorar. ¿En qué momento perdí el control? Seguía preguntándose.

“A veces, amarte no es suficiente. Sólo desearía renacer en el cuerpo de la puta que te acompañará esta noche”


"Eres mi tesoro, eres mi vida y muerte, te lo juré compañero.”


Si conocen a Sabina y este tema en específico entenderán mejor la historia :) Frases de la canción fueron utilizadas.
http://www.youtube.com/watch?v=SEbJGbx0wg4&NR=1

martes, 27 de septiembre de 2011

Somos Uno



Somos  Uno
Jessica Márquez Gaspar

Tanatos. Hoy es lo que soy. Hoy quiero desaparecer. Quiero evaporarme. Quiero perderme en el cielo que comienza justo cuando alzo la mirada. Quisiera simplemente levantar mis brazos hacia arriba y volar, y dejarme llevar hacia un lugar distinto. Es el instinto de muerte, que hoy viene a buscarme, sale de las sombras como todos los monstruos, y me encuentra con las defensas bajas.

A veces me pregunto, ¿Qué hace falta? ¿Cuánto tiempo más tendré que aguantar? ¿Cuándo tengo derecho a rendirme? ¿Cuándo a renunciar? Pero el día es demasiado hermoso, y la noche demasiado oscura. La brisa me acaricia el rostro y pienso en el olor de tu piel. En el momento perfecto en que supe que me había perdido en ti y no podría regresar jamás. Te miré a los ojos en aquel instante eterno y simplemente supe que tendría que vivir en tus pupilas. Y en el fondo de esa mirada que he aprendido a conocer bien, te encuentro, nos encuentro. Y con nosotros la fuerza, el impulso.

Pero a veces, bajo este farol, única luz: negro, tiendo a soñar que no soy yo. Que he vivido una vida distinta. Que habito otro cuerpo. Que creo en otro Dios, que amo a otra persona, que he sido quién debía ser y no quién soy. A veces quiero creer que estas manos que te tocan no son mías. Que estos labios que te besan no me pertenecen. Que, incluso en aquellos ayeres que son hoy y mañana también, no soy quién se entrega a ti en las mañanas largas y en las tardes dulces. No soy quién supo, a pesar del miedo, que no podría perderte, porque significaría perderme.

La próxima vez que me encuentres ausente, recuerda que soy tuya. Mírate en el espejo, al final de tu mirada, está la mía. Somos uno. 

Despierto

Por Gabriela Camacho

Despierto de un largo y profundo sueño, uno que no puedo recordar. Cuando abro los ojos noto una luz extraña, mortecina, desconocida. Estoy en otro lugar.

Recorro la habitación con una mirada frenética, porque lo desconocido siempre inquieta. Paneles de madera cubren las paredes y un suelo de mármol, blanco como la espuma del mar, se extiende a todo espacio que puedo ver. La cama que acabo de dejar tiene sábanas tan blancas como el suelo, pero su estructura tiene un color oscuro y sólido.

Me gustaría saber qué hago aquí, pero la vista me impide razonar por mucho tiempo. Mi nueva habitación se encuentra en el medio de la nada, entre montañas de picos nevados y niebla. Si alguien me hubiese preguntado alguna vez acerca de mi lugar soñado, habría descrito este. Un sueño. Un delirio. Un cuento de hadas para ancianas que alguna vez fueron niñas.

Sigo mirando, maravillada.

Me encanta todo lo que veo, aunque el miedo toma el control por momentos. De nuevo comienzan las preguntas, una tras otra, hasta que descubro un espejo en una esquina del amplio salón. La curiosidad es demasiada y me acerco a él con pasos lentos, consciente de cada uno, hasta que lo tengo frente a mí.

En parte, quien se refleja soy yo. Lo extraño es el tono de mi piel, la suspicacia de unos ojos que ahora ven a kilómetros, un cabello que cae en suave cascada y una sonrisa enigmática. No es la ropa que suelo usar la que tengo ahora, pero me agrada. Siento pánico de cerrar los ojos, de que lo que observo desaparezca. ¿Cambié? ¿Crecí? Hablo conmigo misma porque quiero escuchar mi nueva voz. No me sorprende que tampoco sea la que recuerdo y con la que aún pienso, es mucho más melodiosa.

Y aún no entiendo nada.

La última pregunta llegó como una ráfaga de viento helado: ¿Cómo puede un humano cambiar tan de prisa? Lo pienso muchas veces, tantas que no puedo contarlas, y llego a una conclusión: la verdad es que no puede.

viernes, 23 de septiembre de 2011

¿De bici o de bus?

Por Gabriela, la ex desaparecida

Lo malo de ser asiento de autobús es que tienes que cargar a alguien. Es cierto. Pero la contraparte es enorme: Durante el instante previo a la sentada, ¡BENG! les mordisqueamos las nalgas a la gente.

Le digo esto a mis amigos y dicen que no, que en tal caso mejor ser asiento de bicicleta. Cuando llegamos a este punto respondo que no pasamos tanto calor como ellos, pero secretamente reconozco que es verdad, preferiría ser de bici, ¿quién no?

Pero luego, sí señor, recuerdo que no hay que cuestionarse tanto, que hay que agradecer. Dios sabe por qué cada cual ocupa su lugar. A todas estas, pobres ruedas que nos mueven y pobre conductor que nos pasea, ¡qué va, yo de asiento me quedo!

jueves, 22 de septiembre de 2011

2:37 a.m.





—Aló.


—Mal parío.

—¿Aló?

—Deja de hacerte el pendejo.


Álvaro separó el auricular de su oído. Suspiró.


—Iván. Es tarde, pana. Tenemos una nena pequeña durmiendo aquí, sé considerado.

—Devuélveme mi vida, coño e’ tu madre.


—¿Qué puedo hacer para que entiendas?


—Hoy me levanté y no sabía si era yo mismo o si me había convertido en ti. ¿Burde’ raro, verdad?


—Deja de llamar.

—Cuando tocas a Gabriela, ¿la tocas como lo hacía yo? ¿No te dice nada?


—Estás intenso de pana ya.

—Quiero que me devuelvas todo lo que me quitaste. Creí que eras mi amigo, maldito traidor. Dame a mi esposa.

—Iván…



Una pausa, en la que Álvaro se acomodó, inclinándose en su lado de la cama, lo más alejado posible de los oídos de la mujer.


—…¿No hablamos de esto ya? De pana que lamento el accidente, tú sabes que es así. Lamento lo que le pasó al pequeño y eso lo digo de corazón. Pero así, como están las cosas ahora, es como culminó la historia; nadie conspiró para joderte, nadie estaba haciendo planes a tus espaldas. ¿Puedes conseguir dentro de tu cabeza la cordura para entenderlo?

—…

—Aló.

—…

—Aló.

—Yo confiaba en ti.

—Verga, qué ladilla. Necesitas años de terapia, broder. Muchos, muchos años de terapia.

—Ya lo hicieron, ¿verdad? Ya te la cogiste, ¿verdad?

—Tenemos una hija, ¿tú qué crees, que la trajo la cigüeña?

—Así te quería escuchar, español coño e’ tu madre.

—¿Español? Chamo, yo soy de el tigre. ¿Estás rascao’?

—Búrlate, maldito.

—Te burlas de ti mismo.

—Dime quién soy. Dímelo. ¿Soy Iván o soy Álvaro? ¿Quién me toca ser hoy?

—Un poco dramático, ¿no?

—Pero contesta.

—Eres Gregorio Samsa, Iván. Te levantaste como una plaga hoy.

—¿Qué?

—Olvídalo. Déjanos en paz a Gabriela y a mí. No quiero tener que…

—La amo.

—Repetírtelo. Lo sé. Yo la amo también. Y no tiene nada que ver contigo; cuando ustedes estaban juntos, no la toqué ni con el pensamiento, ¿no te dice nada eso? ¿Crees que puedes extender el mismo respeto hacia mi vida?

—Hacíamos muy buena pareja.

—La trataste medio mal, a decir verdad.

—No te permito que digas eso.

—Entonces no me saques conversación al respecto. Acuérdate de que llamaste a insultar, no te desconcentres.

—El comediante. La estrellita, ay, qué gracioso es Álvaro, vale, un show.


Otro suspiro.


—¿Qué estás esperando de mí?

—Dame a mi mujer y dame a mi trabajo.

—Yo no te quité el trabajo. No te serruché la silla.

—Me quitaste todo. Y te lo digo así, bueno y sano. Te estoy hablando sin haber tomado una gota de alcohol.

—Espero que eso no sea verdad.

—Arruinaste todo lo que yo podía lograr en…

—¿Quieres que te diga quién está arruinando qué? ¿Cómo coño tú crees que se siente Gabriela cada vez que la llamas, ah? ¿Tú crees que a ella le parece muy depinga saber que estás como estás? Yo mismo odio verte así, pero para ella es otra vaina. Y sin embargo tienes que venir, en tu esfuerzo más inútil por ensombrecer las cosas. Tienes una guerra contigo mismo, no nos arrastres a ella.

—Vamos a darnos unos coñazos, pues.

—Por el amor de dios.

—Vente, ¿te da miedo?

—No sé si te habrás dado cuenta, pero tengo un solo brazo. ¿Te haría sentir mejor pelear con un manco? Dime cómo podemos pelear en circunstancias justas.

—Me amarro una mano a la espalda. Qué marica eres, pidiendo trato especial, el trato que nunca me diste.

—¿Trato especial? No escondo el brazo, maldito pajúo, literalmente me falta, es una vaina médica.

—No tienes moral para quejarte.

—Hazme un dibujo de cómo podemos pelear, maldito anormal. El arquitecto, haz un plano de cómo nos damos unos coñazos. ¿Y qué importa quién le rompa la cara a quién? ¿Tú crees que eso va a cambiar algo?

—Tu papá te cogía de chiquito.

—Eso lo dijiste anoche.

—¿Qué? Aló. ¡Aló!

—Estúpido, eso lo dijiste anoche.

—¿Cuándo te la llevaste de viaje, ya ibas con la mente de coronar, verdad, perro?

—No.

—Ibas con la mente de “ahora le clavo toda la noche en el hotel…”

—Iba con la mente de consolar a mi amiga por la muerte de su hijo y su terrible divorcio con un hombre de trece años mentales.

—Pero eras mi amigo, ¿qué dice eso de ti?

—Que soy un carajo burda de paciente.

—Eres una basura. Eso es lo que eres.

—No te guardé nunca sino respeto. Si tienes un momento de lucidez al día, invócalo ahorita: ¿por qué estás haciendo esto?


Una pausa.


—No sé. Porque estoy solo.

—¿Crees que estas llamadas lo remedian?

—No.

—Sabes que yo he pensado burda en ti. Más de lo que creerías. Y te tengo lástima. No lo digo con ánimos de ofender; de verdad que las cosas salieron espectacularmente mal. Lo lamento mucho.

—No necesito tu lástima.

—Quizá “lástima” no es la palabra. Me siento mal por ti. Porque sé que dentro de todo eso, se esconde un buen tipo.

—Eres triste, pana. Eres un ser humano triste. Dame a mi esposa. Dile que yo le compro lo que sea.

—Wow, eso va a funcionar.

—Tú no entiendes.

—De verdad que no.

—Eres, Álvaro, y sin que me quede nada por dentro, eres y siempre has sido un inválido emocional.

—Lo que tú digas, chamo. No llames más. Entiende lo que te estoy diciendo, usa la cabeza.

—Dime quién soy hoy.

—Estás despertando a Gaby. Adiós.

—¡Dímelo!




lunes, 19 de septiembre de 2011

Improvisaciones Por el Medio de la Calle




Ayer Letras a Litros tuvo la oportunidad de ser parte de Por el Medio de la Calle. En el punto 7 del circuito, estuvo casi una hora en tarima llevando a cabo el Jam Literario o de Escritura: Cualquier tema que nos sugieran es un posible cuento. Cualquier frase servirá de inspiración a un grupo de escritores que, en cinco minutos, crearán un relato. Todo es posible mientras el DJ Elektroboy marca el ritmo. ¿Qué surgirá de la próxima improvisación?. 

En un trabajo en equipo que rindió frutos, José Leonardo Riera, Guillermo Geraldo, Noelia Depaoli y Jessica Márquez estuvieron improvisando textos, mientras Moisés Lárez animaba al público y se burlaba de todo y de todos. Andrea Gómez, Samar Hokche y Gabriela Camacho fueron el equipo tras bambalinas. Paola Palacios, fotógrafa profesional, se encargó de registrar el evento. El diseñador James Weinreb, que hiciera el rediseño de nuestro luego y el arte que ilustra esta nota, también estuvo presente para ver su arte en movimiento. Desde Chile, Gabriela Valdivieso estuvo siempre con nosotros.  

Pero nada de esto hubiera sido posible sin ustedes, nuestros lectores y, ahora, nuestro público, que asistió y nos regaló temas para generar textos breves. A ustedes, mil gracias. 

Ahora, el resultado de esta aventura. 


Primera Improvisación. Tema: Terror en el Metro. 

José Leonardo Riera

Terror en el metro hoy por hoy ya no resulta tan terrorífico. A final de cuentas, estás siempre allí, junto a mi sobaco. Entonces qué podría ser más terrorífico que todo el aroma que emanamos en las noches y que aún estando en el metro recordamos y sentimos. Pero sucede que están también otros sobacos. Otros olores. Otras distancias. Allí, amor, cuando no sea tu nalga la que este en mis piernas, cuando sea otra chica la que lo arrecueste, te aseguraré, me cueste lo que cueste, que no pensaré más en infidelidades, me arrimaré hacia un lado. Huiré de otro bulto. Y allí entonces, juntos haremos una transferencia al mismo olor, a las mismas noches, las que nos definen. Las que nos expresan. Que con sobacos, bultos, olores y esas cosas, el único terror que tengo es el no tenerte junto a mí en el metro. 


Segunda Improvisación. Tema: Cachos en la luna de miel


Por Jessica Márquez Gaspar (Jessisrules)

Se supone que la luna de miel sea romántica. Se supone que uno se sube en un avión y se lanza a un destino desconocido a descubrir nuevamente por qué te casaste con esa persona. Así había empezado todo. Tres días en Margarita (porque no había dinero para más nada) y las cosas iban de maravilla. Muchos daiquiris y mucha playa, mar azul, horizonte hermoso. Disfrutábamos sin celulares, sin internet. Queríamos  aprovechar antes de las responsabilidades –estar casado no es fácil-. Todo comenzó un terrible día en que decidí acercarme al centro de deportes acuáticos. Pensé en que podíamos hacer kayak juntos, pero la verdad es que él está como muy flaco para estar remando. Así que elegí el buceo. Tomamos clases. Las primeras, magníficas. El arrecife de peces nos invitaba a no salir más nunca a la superficie. Pero al cuarto día mi esposo empezó a desaparecer. De pronto, decía que iba a recorrer la playa y regresaba horas más tarde. Finalmente, me harté. En una de esas escapadas, fui a buscarlo. Lo encontré entre remos y chalecos salvavidas haciendo el amor con la instructora. #EpicFail. #SeacabóLaLunadeMiel. #DivorcioYA.

Tercera improvisación. Tema: Parrila, sushi, dentista

Guillermo Geraldo 

Existe un pánico cotidiano en cada paciente que acude al dentista. Ese sonido maquiavélico que deriva del taladro de esos asesinos llamados odontólogos. Existe un sitio que da origen a esos miedos, que explica el porque de ellos. Los taladros maquiavélicos son utilizados realmente para aniquilar gente, caninos, gatos. En una fábrica de chinos en Charallave. Tienen procesadoras de pescao. Y meten el paro que son japoneses pa´ mezclarlos con arroz. En fin, tú diferencias un chino de un japonés. ¡No me jodas! Pues, esos mismos taladros son las cuchillas que eliminan las caries de tus dientes. Cuídate de que estén limpios, no vayas a catar un fuerte sabor a hierro generada de los restos de sangre aún presentes.  


Cuarta Improvisación. Tema: Hip Hop bajo la lluvia

Noelia Depaoli

¡Cójeme! -Me dice.

Y sé que la penetraré como si matara a mis ancestros.

La conocí anoche, en un toque de McKlopedia. Sabia que seria mia en el momento en que me dijo… 
Me gusta besarla mientras el agua cae bajo su cabello, pesado y turbio como un océanoKanye West suena en mi PC como un virus.
¡Cójeme!
En todo caso, no pude negarme.
Poco me importo que fuera zorra, sucia y con herpes.
Lo mio era deseo del puro y duro.
Me masturbo y la lluvia le limpia el rostro.
-en la cara no!!
-en la cara, si!
Me gusta verle estremecer., como una estrella corrompida.-
Es ella y soy yo..
McKlopedia mas atrás y me cago de risa-
Poco me importa si es zorra, si es sucia. Si es hombre.
Me gusta ver la lluvia como cae sobre su cabello negro.
Eminen viene a mi rescate.
Dejo de lado a Kanye
Yo me cojo a mi hombre-.




lunes, 12 de septiembre de 2011

IMPROVISACIÓN: Por el Medio de la Calle.

Estamos ensayando para nuestro Jamming Literario en el Festival "Por el Medio de la Calle": Cualquier tema que nos sugieran es un posible cuento. Cualquier frase servirá de inspiración a un grupo de escritores que, en cinco minutos, crearán un relato. Todo es posible mientras un Dj marca el ritmo. ¿Qué surgirá de la próxima improvisación?
Por Jessica Márquez Gaspar

Tal vez fue mi culpa por estar caminando por el medio de la calle. Tal vez fue la de aquel auto que iba a 100 km/h en una zona residencial. Tal vez no debí haberme enamorado perdidamente. Tal vez no debí haber pasado todas aquellas horas en el concierto, haber tomado y fumado marihuana. Tal vez no debí haber estado despechada. Tal vez no debí haber bajado la vista hacia mi celular. Tal vez no debiste haberme dejado. Tal vez no era buena idea estar sola en ese estado. Tal vez no debí haberte besado aquella vez.
Tal vez no debí haber empezado a vagar por las calles fuera de la casa de Guillermo. Tal vez debí haber reaccionado. Tal vez debí haberte dejado hace dos meses, cuando quise hacerlo. Tal vez debí haber escuchado el reggaeton a todo volumen que salía de aquel carro. Tal vez no debía haber esperado que me llamaras y, por ello, estar revisando si tenía llamadas perdidas cada quince minutos. Tal vez, sólo tal vez, si las cosas hubieran sido distintas, no nos habríamos besado, no hubiéramos salido, no me hubiera enamorado de ti, no nos hubiésemos perdido en el camino, no me hubieses dejado por ella, no habría estado buscando respuestas en el alcohol y las drogas, no habría terminado andando sola y aquel carro no me hubiera encontrado caminando por el medio de la calle.

IMPROVISACIÓN: Psiquiatra Inglés

Estamos ensayando para nuestro Jamming Literario en el Festival "Por el Medio de la Calle": Cualquier tema que nos sugieran es un posible cuento. Cualquier frase servirá de inspiración a un grupo de escritores que, en cinco minutos, crearán un relato. Todo es posible mientras un Dj marca el ritmo. ¿Qué surgirá de la próxima improvisación?
Por Guillermo Geraldo

Aquel que se inserta en mis neuronas. Analizas mis pensamientos, mi conducta. Logra un cambio, no sé si es destino o brujería. Más allá de conciliar un lazo entre sus estudios y la práctica de estos, maneja mi mente como si fuera un títere, pero pareciera algo espontáneo, sin muchos protocolos. Verdaderamente me lleva a mi subconsciente, me lleva a hacer lo que en él verdaderamente quiero, a perder la consciencia. Psiquiatra Inglés, es el viejo que sirve los tragos en el bar al que acudo. Whiskey, tras whiskey controla mi conducta, me aleja del mundo.

IMPROVISACIÓN: Noche Rosada

Estamos ensayando para nuestro Jamming Literario en el Festival "Por el Medio de la Calle": Cualquier tema que nos sugieran es un posible cuento. Cualquier frase servirá de inspiración a un grupo de escritores que, en cinco minutos, crearán un relato. Todo es posible mientras un Dj marca el ritmo. ¿Qué surgirá de la próxima improvisación?

Por Andrea Gómez

Me levanté ese día sabiendo que no iba a ser un día común, ¿sabes? Todo era diferente.
Un sabor a ron blanco en mi boca me producía nauseas y no sabía muy bien en dónde me había despertado.
Tengo pocos recuerdos, no debí haberme comido esos hongos con esos brownies.


Entré en un hueco, todo era rosado. Las personas rosadas me miraban mientras bailaban salsa, me juzgaban por no actuar normal. Pero ¡ja! bajo esos efectos nadie podría. Todo la puta fiesta era rosada.

Salí corriendo hacia la calle y me di cuenta que era una noche hermosa, sin nubes y luna llena.

Fue una hermosa noche rosada, noche rosada, rosada.

sábado, 10 de septiembre de 2011

IMPROVISACIÓN: Stand Up Comedy

Estamos ensayando para nuestro Jamming Literario en el Festival "Por el Medio de la Calle": Cualquier tema que nos sugieran es un posible cuento. Cualquier frase servirá de inspiración a un grupo de escritores que, en cinco minutos, crearán un relato. Todo es posible mientras un Dj marca el ritmo. ¿Qué surgirá de la próxima improvisación?

Por José Leonardo Riera

Él estaba allí sobre el escenario. Lo último de la noche. Esa era buena señal. Ya el alcohol nos hacía reír más de sus chistes, o estaba más animado por lo cómico que podíamos parecerle. Tiempo sin verle, sin duda. Seguía siendo el mismo payaso riendo de todo. Burlándose de todo. Maldito.


¿Creyó que jugaría conmigo?

¿Es un chiste?

Se equivocó. Las cervezas azules contrastaban con el destino que le esperaba a ese humorista de pacotilla.

Algún día se iba a bajar. Agarrarlo así, como estuvo antes de subir por primera vez. Pero no. No sucedería de nuevo. No volvería a huir.

La botella azul, al final de la noche, hizo al molino más rojo que de costumbre. Así, frente a mí, salió de su cabeza su mejor stand up comedy. Risas y aplausos.

IMPROVISACIÓN: Abuelos de Cera Vascos.

Estamos ensayando para nuestro Jamming Literario en el Festival "Por el Medio de la Calle": Cualquier tema que nos sugieran es un posible cuento. Cualquier frase servirá de inspiración a un grupo de escritores que, en cinco minutos, crearán un relato. Todo es posible mientras un Dj marca el ritmo. ¿Qué surgirá de la próxima improvisación?

Por Jessica Márquez Gaspar

Aún recuerdo cuando fallecieron mis abuelos. Eran vascos. Tenía cinco años y pasé poco tiempo con ellos. Por suerte (creo), ellos coleccionaban muñecos de cera. Cientos y cientos de ellos. Animales, personas en distintas profesiones e incluso árboles.

Desde entonces empecé a pensar en ellos cuando jugaba con las figuras. Pronto elegí a dos y los nombré como ellos. El juego siguió hasta que empecé a saludarlos en las mañanas y a pedirles la bendición y cuando mi maestra, asustada, llamó a mi mamá para decirle que en clase me habían preguntado por mi abuelita y mi abuelito y yo les respondí que ellos vivían en la sala de mi casa y eran de cera.

martes, 23 de agosto de 2011

Desapego

Por José Leonardo Riera

José, estás trabajando –como siempre– en alguna de esas empresas que se aseguran de mantener estable la tranquilidad de todas aquellas personas que nos han robado, de alguna manera u otra, lo que nos pertenece. Ellos tienen millones. Tú sólo tienes sueño. Mucho sueño. Anoche, tal vez, amamos más de lo que el tiempo nos lo permite.


Piensas en mí, aún cuando el sistema sólo pretende que pienses en los números de la pantalla del computador y en los espacios rellenos que contienen los deprimidos formularios de tu escritorio. Ellos te lloran diciendo que huyas. Tú sólo piensas en mí.

Tu mirada no es la misma desde hace un tiempo. Tu actitud es violentamente más pasiva. No. Ya no insultas en el metro. No inventas la hora a quien te la pregunta. Le haces el desayuno a tu hermana. Le hablas a tu mamá. Lo haces; y sin decirle mentiras. Las mismas canciones que sonaban en tu oficina con la intención de apaciguarte, y que antaño lo lograban, ahora te hacen vivir futuros, te hacen pensar vivencias, vivir sueños. Tienes sueño. Piensas en mí. Ellos lo saben.


Te amo por todo eso. Por muchas más razones. Pero tienes tres años trabajando y no lo sabes. Fue el nuevo sistema. Te absorbió. Te llevó a otra época, a otra esclavitud, a otra explotación. Te extraditó de esta revolución. No te preocupes, José, yo nunca he creído que esos sistemas sean perfectos. Te rescataré.


Suspiro ante todas las ventanas de aquella aseguradora. El sistema me hace pensar que no tengo la valentía de mirarlas a todas, pero sé que simplemente dejo de hacerlo porque resulta innecesario. Es bueno saber que no me tocó un rascacielos. No. Este país aún no está preparado.

Tuve que elegir –Falaz estrategia del sistema para atemorizarnos–. ¿El ascensor de la izquierda o de la derecha? ¿El del número par o impar? Soy bachiller en humanidades. No tuve temor. Pensé en ti. Tomé las escaleras ¿qué piso? Bajé al sótano. Todo un estratega. El sistema, como buena cloaca, tendrá su salida al fondo, hundida. Me hice espacio entre cadáveres de conserjes y llegué hasta una meseta frente a un castillo.


Da igual. Siempre he pensado que los villanos no tienen mayor creatividad al escribir historias. Se concentran más en sus finales gloriosos y no en cómo obtenerlos. A fin de cuentas, se percataron de que estaba descubriendo todo su plan. Me bombardearon. Por suerte, descubrí a un General Invicto y me colé en ese castillo.



Si el amor se tratase de monarquías, tú serías mi príncipe. Pero, al igual que yo, somos dos amantes luchando con eso de las máquinas del tiempo y de los muros divisorios. Como todos los castillos hoy día, éste estaba sin gente (los poderosos no tienen tiempo de estar en sitios grises).

Te vi. Y te viste. En mis ojos. Tomé tu mano, esa de las caricias y los rasguños. ¿Caminaremos al fin de los tiempos? –preguntaste.

No, Jose –respondí–. Vamos a donde el sol ilumine tu mirada.


Me quité la capa y la puse en el suelo, campo de batalla de ladrillos gigantes contra monte verde. Nos sentamos sobre ella. Juntos. Saqué el helado de chocolate y te hice otro lunar en el rostro. Me miraste con esos ojos color de mierda que tanto amo e inmediatamente después me lanzaste todo el helado en mi cara. Mostré una expresión de enojo. Te reíste. Sonreí. Nos besamos.






Apareció el dragón. Se había tardado ¿no crees? Empezó a lanzar fuego por la boca. Nos botó de su castillo. Nos dijo: ¡Pequeños! ¡Miserables! Y otras cosas que, si eran oídas, nos causaban
risas. A final de cuentas, al ver lo poderosos que somos, prefirió destruir el castillo. Supongo que por eso de lavar y prestar la batea.









Saqué una arepa envuelta en papel de aluminio. Frita.
Rellena de atún. Y comí mientras te miraba. Sí, lo siento. Algunas veces desvié mi vista al dragón, pero sólo para protegerte. Eructé. Te dije que te amo. Sonreíste.



El dragón. Su risa. Tus ojos. El castillo arruinado.
Mi cuerpo. Mi sonrisa. Tus lágrimas. Nuestro futuro arruinado.

Así, la batalla en el suelo terminó, teñidos todos con mi sangre. Tomé tus manos. Perdóname –pedí.

Caí sobre ti. Te inundé de sangre.

Caíste sobre mí. Me inundaste de lágrimas.

Todo desaparecía. El castillo. Las planillas. El general. El sistema. El helado. El computador. El sótano. Los cadáveres. El dragón… Yo.



– Ya puedes abrir los ojos. ¿Lo imaginaste bien? –t
e pregunto al tiempo que quito mis manos de tu cabeza– ¿Pudiste vivirlo en tu mente?
– Sí –respondes con los ojos inundados– podría jurar que viví todo lo que me contaste.
– Ya ves, José. –te digo– Te construí otra realidad y terminó destruida. Perdimos todo, fatales cosas pasaron y sigo aquí. Contigo. Podemos empezar de nuevo. Siempre. Entonces ¿qué es lo peor que podría pasar?

miércoles, 17 de agosto de 2011

Besos con Sabor a Synth-Pop

A las seis de la tarde, ya estás harto, te duele la espalda, tienes demasiado calor y el aire acondicionado te enfría demasiado las manos.

Es una cuestión de debilidades adquiridas.


El trabajo es genial. La gente es agradable y la paga es buena. Aunque lidias con el público prácticamente toda la jornada, muy rara vez obtienes a alguien con actitud, con problemas de personalidad. Los histriónicos. O los que creen que al no seguir las reglas son un copito de nieve especial y diferente a todos los demás.


No obstante lo bueno, para cuando me tengo que ir, estoy preparado para colapsar sobre la cama. Lo he pensado, cómo quizá no he desarrollado la coraza protectora contra la marcha laboral —que realmente no existe, de la misma forma en que los matrimonios perfectos no existen.


Al grano: estoy cansado y me voy a mi casa y no quiero saber nada de nadie.


Entro en el ascensor, solo, pulso el botón de planta baja y recuesto la espalda en la pared de la caja. Tratar de dormir en el breve instante en el que el elevador me lleva a mi destino será un secreto entre la cámara de seguridad y yo.


La puerta no se termina de cerrar. Ella mete primero una de sus manos, blanca, frágil, de estatua, seguida por un brazo delgado. La reconozco mucho antes de que el resto de su cuerpo pase entre las puertas que se separan; algo así como cuando Moisés separó las aguas, pero electrónico y mucho más femenino.


Se ve diferente. Lleva el cabello distinto, ha abandonado sus ropas góticas, tiene un aire ya no de chama, sino de mujer. El rostro. Los ojos. Esas manos de porcelana. El orden de los factores no altera el producto.


Se detiene durante breves segundos cuando me ve y entonces entra. Como si hubiese pensado qué haría si nos volviésemos a ver por casualidad, que es exactamente lo que yo he hecho. Les da un vistazo a los botones del ascensor y pega su humanidad contra una esquina, la más alejada de mí.

La odio. Con la furia ardiente de un millón de soles.


Para que la historia tenga sentido, habría que ir al pasado y, cansado como estoy, no planeo darnos a todos un viaje por la campiña del recuerdo. Puedo darte los elementos básicos (y dime si esta historia te resulta familiar): un chamo conoce a una chama. Por esas vueltas que da la vida, terminan juntos en un breve, pero intenso episodio de como cuatro meses. Algo sucede en lo que serían las últimas semanas: empiezan a evitarse porque, parece, no pueden soportarse. Van en direcciones muy distintas. Tienen tiempo sin hablar de verdad y cuando lo hacen, la conversación es tensa. Están buscándose motivos para discutir —casi siempre los consiguen. Ella cree que él está muy distante. Él cree que ella está demasiado irritable. Tienen tiempo sin hacer el amor –si es que alguna vez lo hicieron.


El final fue explosivo. Aquella tarde, él estaba muy ocupado y ella lo llama. Al ver su nombre en la pantalla del celular, él se pasa una mano por la cara. Diez segundos después están peleando (rompiendo un récord personal), pero esta vez hay insultos nuevos. Ya no se trata de ganar la discusión, sino de lastimar. Aunque las palabras varían, lo que se están diciendo es “muérete”. El otro responde “no, muérete tú”.

Fast-forward.


Estamos en el ascensor otra vez.


Las respiraciones son pesadas, como las que tenían los vaqueros momentos antes de que terminara el duelo. El ascensor muestra los números en verde digital. Descendiendo. Un reloj en retroceso pertinente no al tiempo sino al espacio. Se supone que todo pasa por una razón y a mí sólo se me puede ocurrir que en el cielo están Jesús y San Pedro haciendo las apuestas. En esta ocasión, los gladiadores pelearán con dientes y uñas.


Es increíble. Lo único que quiero es llegar a mi casa, darme un baño y dormir, pero resulta que ahora tengo que lidiar con esto. En el libro de Cómo Joder Irremediablemente Tu Día Antes De Que Termine, este es el capítulo uno. La situación sólo podría empeorar si se va la luz y tengo que compartir quince minutos más con ella, bajo la muy apropiada luz de emergencia. Hey, esto es Caracas. Puede pasar.


El ascensor.

Baja.
Demasiado.
Lento.

Toso con discreción y en mi siguiente aliento aspiro su aroma, a durazno, a limón, a tardes de burlarnos de la cultura pop. Dicen que los sonidos y los aromas son el más fuerte gatillo de la memoria. El sonido que trae los latidos de su corazón es el de conversaciones profundas y a veces ridículas sobre el futuro. Ella me hablaría de todas las maneras en las que el problema del mundo es que está lleno de personas, yo levantaría mi cerveza y brindaría por ello. Estoy haciendo un esfuerzo consciente por detestarla, casi tengo que repetirme que la odio. Se aclara la garganta, llevándose sus deditos a ese punto sobre su tráquea, como el instante previo a cualquier comentario suyo que sería seguido por una burla mía, sentados en la acera bajo la luz edulcorada de los faros nocturnos, compartiendo una cerveza o un cigarro, como se comparte un beso que en exceso puede ser nocivo para la salud.


Acuérdate de que la odias.


Es importante eso.


Este ascensor no va a llegar nunca a planta. Pego las manos a la pared y tamborileo suavemente con los índices. No me doy cuenta de que es una canción que nos gusta a los dos hasta que ya voy por la mitad de la estrofa. Esto es ridículo. Necesito concentrarme en una forma de desquitarme de ella, alguna venganza inútil, infantil, que haga que me mire con ojos llenos de odio fingido, amenazándome con un puño pequeño de muñeca china, como siempre hacía.Sonrío, al espacio, a nada en particular, a las memorias. Levanto los ojos y ella está sonriendo también. Por un corto suspiro, el que hace el ascensor al frenar para abrir las puertas, nos cruzamos las miradas. Reímos. Las puertas se abren.

“¿Cómo estás?” digo.
“Bien. ¿Y tú?”
“Todavía malaconducta”.
“Qué bueno, no me decepciones. Sabes que… lo más raro es que me he acordado de ti burda últimamente. Vi esa película que te gusta, la del vampiro con Willem Dafoe”.
“Shadow of the Vampire”.
“Ah, ¿ves que yo me acuerdo? Y tú no te acuerdas de nada mío, you bastard”.
“Más o menos; nunca te presto atención cuando hablas, en verdad”.
“Yo sé, yo sé”. Helos ahí, el odio fingido y el puñito.

Hay gente con la que cuesta molestarse.

Es una cuestión de debilidades adquiridas.


Las puertas empiezan a cerrarse de nuevo y en una estocada le doy al botón para evitarlo.


“Señorita” le señalo la salida con una mano.

“Gracias”, dice ella y salimos juntos.

jueves, 4 de agosto de 2011

La Historia de Cómo (casi) Matamos a Conehead

Voy a hacer trampa para esta pauta.

Sé que se trata de quién eres, pero después de darle todos los enfoques que me resultaron atractivos, descubrí que no quería hablar de quién soy sino de quién fui. Sí, ya sé que eso no está muy bien, que se acuerde una pauta y uno salga después con otra cosa. Pero los voy a recompensar con una historia que nunca le he contado a nadie. Y es de mi infancia. ¿Ya tengo tu atención? Sí va.


Estaba creo que en quinto grado. Para hacerle contexto a lo que viene, tienes que comprender que yo siempre, de toda la vida, he sido amante de las películas de terror y ciencia ficción y tal. Si tiene monstruos, robots, tiros o sangre, ahí estaba yo pegado a la pantalla. Si te sientes moralista, puedes decir que es lo que pasa en una cultura donde la violencia es habitual, porque mi mejor amigo del colegio era parecido. El juego por elección era Doom, el primero que implantó efectivamente ese género en el que ves tu arma saliendo de un borde de la pantalla y le disparas a los enemigos que van saliendo (entre los entendidos, se llama “shooter de primera persona”). Si lo juegas ahorita te va a parecer una ridiculez, con los píxels y las voces electrónicas, pero en aquel momento era la gloria. Podías pasar horas matando muñequitos, tripeándote las gráficas muertes (si le disparabas a los soldados con un lanzacohetes, los despedazabas).

Aparte de Doom, Mortal Kombat II. La mejor parte era al final, los famosos fatalities. Tu enemigo ya no tiene energía y cuentas con pocos segundos para meter un código secreto. Si lo hacías bien, tu personaje le agarraba los brazos al otro y se los arrancaba de un tirón. Chorros de sangre salían, acompañados con los gritos del desafortunado. Excelente.

Separados de los videojuegos, todavía teníamos la imaginación. Nuestro juego favorito de los recreos era anónimo, pero aquí vamos a llamarlo “La Matancita” (porque así era que uno de los maricas con los que jugábamos lo describía, “estoy cansado de jugar a La Matancita”. Pajúo). Era simple: mi mejor amigo y yo éramos asesinos. Todos los demás eran víctimas. Al principio del juego, elegimos armas (las guadañas, navajas de barbero, martillos y motosierras eran burda de populares). Ya, eso es todo: corran. Ganamos nosotros si los matamos a todos, ganan ustedes si se salvan.


Puede sonar preocupante, pero era bien inocente. A veces uno de los demás jugadores pasaba a asesino (que yo recuerde, ni mi mejor amigo ni yo fuimos víctimas, nunca) y nos reíamos burda. Esta era la época en las que los demás niños creían que eran adolescentes y nos tildaban de “gallos” porque todavía jugábamos y leíamos cómics. Nadie jamás se tomó algo del juego a ofensa y mi mejor amigo y yo dejábamos las acciones macabras al campo de lo imaginario.

Excepto aquella vez.


Uno de los chamos que andaba con nosotros, vamos a llamarlo “Conehead”, era la ladilla personificada. Vulgar, mentiroso, metido, de esos carajitos que creen que las estupideces que hacen son gracias y hay que aplaudirlas. Nadie se calaba a Conehead, así que gravitó hacia nosotros, que descubrimos en poco tiempo que tampoco teníamos paciencia. Lo intentamos todo, desde no hablarle (“Qué ladilla, ahí viene Conehead” me decía mi amigo. “Ignóralo, así se va rápido”) hasta amenazarlo con golpes. Era inútil. El maldito siempre se sentaba con nosotros, todas las putas mañanas, a hablar de cual de las niñas ya se estaba desarrollando, o cómo ver porno en la tele.


Sólo quedaba una solución. Había que matarlo. O sea, ¿qué más quieres? Pensamos en todo.

Fue en educación física que tramamos el plan. Todavía me acuerdo, sentados en las gradas, como siempre lo hacíamos mientras todo el mundo jugaba fútbol. No teníamos pistolas y no queríamos llevar cuchillos al colegio –si alguien nos descubría, habría sido difícil de explicar. No, la solución era tóxica. En mi casa había unas pastillas desinfectantes que, si las dejabas en las esquinas, mataban insectos y demás pestes. Cuando elegí ese método, no lo hice por la simbología (Conehead era una maldita plaga), sino porque darle un nestea envenenado era sencillo. Él siempre se compraba el vasito plástico; si uno lo aislaba y distraía mientras el otro metía la pastilla –que habría sido machacada en polvo–, el estúpido se la iba a tomar. No sabíamos cuánto veneno usar, así que acordamos dos pastillas. En retrospectiva, dos no contenían la toxicidad suficiente para matar a una persona, el plan estaba destinado a fracasar, pero nosotros no lo sabíamos. Éramos unos niños planeando un puto homicidio.

El impacto de esa idea no nos llegó sino mucho después, cuando ya teníamos los ingredientes a la mano y había que esperar al receso. A las ocho y media, salíamos y esperábamos a que el mariquito se compre su desayuno. Uno se acerca a hablarle de Mortal Kombat y a mostrarle una revista con todos los fatalities. Cuando Conehead volviera a su desayuno, nosotros miraríamos. De ahí pa’ adelante, el plan perdía detalle.

Bueno, uno de nosotros dijo “¿No has pensado en lo fácil que es esto?”

“Sí”.
“¿Qué va a pasar después? Podemos hacérselo a todo el que nos moleste”.
“No había pensado en eso”.

Era una conversación en la que no nos veíamos a la cara. Recuerdo estar concentrado en mi mono deportivo.


“No quiero que matar a una persona se haga más fácil. Y si matamos a Conehead, eso es lo que va a pasar”.


En nuestras mentes pre-púberes, el plan era a prueba de fallas. Pero estábamos conscientes de que cada crimen que repites aumenta las probabilidades de que te agarren. No lo sabíamos, pero estábamos experimentando una respuesta habitual entre los delincuentes: toda consecuencia es preferible a ir a prisión. No estábamos pensando en nuestros padres (el shock y el dolor que sentirían), ni en los padres de Conehead (eh, no nos importaba nada de él), ni en volvernos el tema de un capítulo mal actuado de Archivo Criminal. Nos importaba no ir a prisión, unos niños que ignoran que pararían en una cárcel de menores que no se parece en nada a las que salen en la tele.

“Chamo… qué ladilla” dijimos y botamos el veneno.


Así de simple, pasamos de potenciales nuevos homicidas a asesinos de píxeles habituales.


Lo siento, ojalá esta historia tuviera un clímax más dramático.


Ese año, la profesora, que también odiaba a Conehead, decidió hacerlo repetir de grado, nosotros pasamos y él se quedó. Otros los heredaron y fuimos felices hasta unos dos años después, que empezó la pubertad, y volví a odiarlos a todos y unos años más tarde Eric Harris y Dylan Klebold tomaron las armas a su escuela y yo pensé “Hey, esa idea no está tan mal”.


Pero no, ese cuento es para otro día.