viernes, 24 de diciembre de 2010

Pauta 44: ¿Sabías que...?

Se calcula que en Nochebuena, Santa Claus debe visitar unas 2,5 billones de casas antes de la mañana de Navidad. Hecha la estimación, el cálculo resultante arroja que el hombre de rojo debe viajar a una velocidad de 5.800 kilómetros por segundo con paradas de 34 microsegundos en cada hogar.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Carta de abandono

Andrea Gómez
Quinto match de contraletras
Andrea vs Samar vs Victor: Lo innecesario
"Querido Antonio:

Lo innecesario es casi imperceptible. Es algo que está ahí pero la verdad cuesta notar su falta de necesidad. Es algo o alguien que se convirtió en rutina.
Es alguien que amas pero no necesitas. Es una camisa que no utilizas, unos zapatos viejos que por costumbre, están en la misma esquina de tu armario.
Cuando son objetos, lo innecesario es tan innecesario que no es necesario deshacerse de ellos.
Cuando son personas, lo innecesario es tan rutinario que es casi imperceptible su necesidad.
Las personas, a diferencia de los objetos, pueden hacer cambiar tu estado de ánimo, pueden revolverte el estomago o hasta crearte un vacio en el pecho, éstas son personas necesarias, las que te hacen sentir algún tipo de emoción cuando estás con ellas.
Hace tiempo noté que ya no movías ni un nervio de mi cuerpo. Ya no me emocionaba al recibir una llamada, ya no se paralizaba el mundo cuando me besabas.
Lo siento, me duele saber que esto es cierto pero ya no te necesito. Te convertiste en una persona más en el mundo, una de esas que me podría pasar por al lado en la calle y no voltearía a ver porque simplemente no me importan.
Sé que esto es crudo, sé que esto duele pero es necesario hacerlo. Hace tiempo que me sentía así y ahora solo espero que lo entiendas. En algún momento te ame con locura, en algún momento verte me creaba una sonrisa y en algún momento solo quería arrancarte los labios.
Ahora, querido, solo eres una persona innecesaria.
PD: Espero que comprendas mi partida. Recuérdate alimentar bien al perro. "

Lucia R.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Dos obstáculos

Samar Hokche
Quinto match de contraletras
Sammy vs Andrea vs Victor: Lo innecesario

Él tomo entre sus manos su frágil rostro y ella sonrió con sus ojos cerrados. Él le susurró “Todo saldrá bien”, y ella se limitó a decir “Lo sé”.

Se miraron como nunca antes lo habían hecho, eran esclavos del deseo, amantes del sueño. Ambos sabían lo querían, y ambos darían todo por cumplirlo. Había llegado el tan esperado momento.

Actuaban indiferentes a su mundo exterior y a las mil oportunidades que la juventud les ofrecía, tan solo es sus mentes permanecía una idea tan tentadora, que llamaba y se incrustaba en sus blandos, pero apasionados corazones, y la posibilidad de alcanzarla les resultaba tan cerca, tan seductora como para ser rechazada. Anhelaban ser algo mas, convertirse en uno solo. Dejar atrás lo que habían adquirido por derecho, y que muchos temían perderla, no les inspiraba ninguna duda. Eran firmes con su decisión.

El silencio se apoderó de sus palabras. Embriagados por el misterio y seguidores de lo desconocido, emprendieron su destino. Tomaron sus manos y gritaron sus nombres. Sin vacilar ni dudar, se despidieron, de su único obstáculo, de sus innecesarios cuerpos. Cerraron sus ojos por última vez. Para emprender aquel viaje especial, donde según ellos recorrerían un universo sin límites ni ataduras, irían más allá de los pensamientos, más allá de las estrellas, más allá donde no se ha tocado la última nota, donde no se ha escrito el último verso.

Invictus

Victor C. Drax
Quinto match de contraletras
Victor vs Sammy vs Andrea: Lo Innecesario
Para Kenny, Kevin y L. J. Perroni

(El escenario es un bar, a la antigua, como del lejano oeste. Un salón. El hombre tras la barra tiene alas saliéndole de la espalda. Son blancas y le llegan hasta los tobillos –aunque detrás de la barra, no podemos ver el detalle. El resto del salón está abandonado, salvo por una mesa en el medio, redonda. DIOS, JESÚS, EL ANTICRISTO y SATÁN están jugando póquer, y por la pinta que cargan, parece que han estado en esto un buen rato. Junto a DIOS, una ÁNGEL está de pie, acicalándolo, acariciándole los hombros, susurrándole cosas en un oído. Es guapa, cabello negro y largo, ojos azules; cuando la vemos, nos enamoramos a primera vista. La música de fondo es cumbia, la cosa está animada).




(DIOS mira sus cartas y las riega frente a sí, como un abanico).



DIOS: Muy bien, señoritas. Full house.



JESÚS: (estrella a sus cartas contra la mesa) No sea marico.



EL ANTICRISTO: ¿Pero qué es esto? ¿Cuántas manos lleva, catorce?



JESÚS: Ni siquiera es estadísticamente posible.



EL ANTICRISTO: No es estadísticamente posible.



DIOS: (se inclina al frente y, con un abrazo, recoge las fichas de colores que representan su ganancia) No, pero lloren un ratico. Eso es lo que pasa cuando juegan contra El Creador, pinche bitches. Yo inventé este juego.



(se pone de pie)



DIOS: Bueno, damiselas en desgracia, ha sido un placer para ustedes perder contra mí. Será que nos vemos otra vez en la próxima sesión anual…



(la ÁNGEL lo abraza y le susurra algo tapándose con una mano la boca)



DIOS: (la mira) No, vale, no te preocupes, ellos son burde’ malos. Les decía, jóvenes, que es estupendo ser el rey. Ya saben, pórtense bien, échenle mucha vaina a Alá y díganle que yo los mandé a ladillarlo.



(JESÚS levanta una mano. Todos guardan silencio y miran a SATÁN, que sigue sentado, cubriéndose parte del rostro con sus cartas).




EL ANTICRISTO: ¿Y bien?



DIOS: Deja el misterio, ¿ganaste o no?



(SATÁN los ve… y echa sus cartas con disgusto).



SATÁN: Este carajo tiene que estar haciendo trampa, marico, no es posible que en catorce manos no me salga nada bueno.



DIOS: (se ríe) Llama a la policía, beibe. (A los otros) Bueno, estamos hablando entonc…



SATÁN: (echa la silla atrás y se levanta) Ok, otra mano, reto otra mano. Y te apuesto…



EL ANTICRISTO: (cubriéndose la cara con las manos) Qué ladilla otra vez…



SATÁN: El alma de… Mao Tse Tung. ¿Va o te da miedo?



(DIOS y la ÁNGEL se ríen; parecen ser los únicos que le ven gracia a la cuestión. EL ANTICRISTO y JESÚS no ven la hora de terminar el suplicio).



DIOS: (al barman) ¡Tráeme otra polarcita ahí, filarmónico! (a SATÁN) Oye, vale, tú eres arrecho. ¿Tú nunca vas a aceptar una derrota?



JESÚS: (se levanta mirándose el reloj) Ok, yo no me puedo quedar otra mano. María Magdalena está intensa…



EL ANTICRISTO: (señala a SATÁN con el pulgar) Su madre, güevón, hace esta vaina siempre, cada vez que jugamos en el Infierno hay que seguir hasta que el niño gana por lo menos una.



JESÚS: …y me van a botar pal’ coño, yo no puedo seguir tentando a mi suerte.



SATÁN: Sólo dime si vas pendiente o no.



DIOS: ¿Pero me vas a ofrecer el alma de Mao? Si quieres quédate esa mielda.



SATÁN: Ya va, el tipo fue importante, ¿ok?



DIOS: ¡Porque mató a un poco e’ gente! Quédatelo, de pana. Yo no necesito a ese sapo.



SATÁN: En el Día del Juicio te va a venir útil.



DIOS: Entonces ¿por qué me lo ofreces?



EL ANTICRISTO: ¡Porque es un pajúo y quiere que sigas jugando! Mira, yo lo conozco…



SATÁN: Ok, ok. ¿Qué tal, entonces, el alma de Mao y… el alma de Bush hijo y este reloj?



EL ANTICRISTO: …como si lo hubiera parid--- hey, no. Ese reloj es mío.



JESÚS: (revisa su blackberry con desinterés) Bush hijo ni siquiera está muerto. Este carajo si es diablo de verdad.



SATÁN: No, pero créeme que ese va pa’ mi lado. O sea, no lo pelo. (a DIOS) ¿Entonces? ¿Vas pegao’?



EL ANTICRISTO: Eeeeh… no con mi reloj.



DIOS: (lo piensa) ¿Sabes qué, chico? ¡Vamos a callarte la boca! (se sienta otra vez)



EL ANTICRISTO: ¡No apuesten con mi reloj, mierda, me lo regaló Lillith!



SATÁN: Ok (se sienta y organiza las fichas). Entonces es el alma de Mao…



DIOS: Que si quieres te la ahorras.


SATÁN: Que si quiero me la ahorro, el alma de Bush y el reloj del marico este.



EL ANTICRISTO: ¿Por qué tienes la necesidad de apostar con mis vainas?



DIOS: (barajea) Sí va. (reparte)



EL ANTICRISTO: Marico, qué ladilla.



SATÁN: Deja la lloradera, pareces una carajita.



(DIOS reparte sólo entre él y SATÁN. La ÁNGEL se permanece de pie detrás de DIOS y, al verle las cartas, sonríe con confianza. Frente a ellos, SATÁN está sudando. Se mira las cartas, la ronda procede y el river se descubre. Es el momento de DIOS para revelar su mano. Las descubre y tiene color).



DIOS: Báilame ese trompo en la uña (a la ÁNGEL). Mi amor, ¿será que necesitamos a otro cocinero en la casa?



ÁNGELA: (negando con la cabeza) No que yo sepa, bebé.



SATÁN: (se para de golpe y estrella las cartas contra la mesa) ¡No joda, marico, full house! ¡Gané esa mierda! ¡Gané, gané, gané! ¡No joda, ahora me vas a dar a Miguel Ángel, a Davinci y a tu XBox, pa’ que seas varón!



(JESUS y EL ANTICRISTO miran boquiabiertos. DIOS se está hundiendo poco a poco en su silla. Mira a las cartas como si fuesen heridas de bala en su cuerpo. Le brillan los ojos).



SATÁN: ¡Pero qué juego tan erótico, vale! ¡Para bailar esto es una bomba! ¡Para gozar esto es una bomba! (baila haciendo moción sexual con la pelvis) ¡Y las mujeres lo bailan así, así, así…!



JESÚS: Qué carajo más lechúo.



EL ANTICRISTO: Eso significa que me quedo con mi reloj, ¿no?



DIOS: (tiene los ojos irritados) No sé qué es… esto nunca me había pasado…



ÁNGELA: Ya, bebé, le pasa a todos, tranquilo.



DIOS: ¡No a mí! Te lo juro, yo siempre lo logro, pero esta vez… no me lo explico…



ÁNGELA: ¿No será que estás muy estresado? Podemos intentar el año que viene otra vez…



DIOS: No, no; esto no es nada… ¡No le digas a nadie!



SATÁN: ¡En-tu-cara! ¡Me voy a tatuar la fecha de hoy! ¡En una nalga, no joda! (al barman) ¡Maestrico! ¡Vaya tragos pa’ todos, que los está pagando el pajúo este!



JESÚS: (está enfocado en su blackberry) Un momento…



SATÁN: ¡Nada, nada! ¡Acepten la derrota, sean serios!



JESÚS: Angelpedia dice que esa vaina no se puede hacer.



EL ANTICRISTO: ¿O sea que nos tenemos que calar otra mano?



JESÚS: Aquí dice que las apuestas en almas tienen que ser cristianas. Mao no era cristiano.



SATÁN: Qué marica, Jesús, todo porque es tu papá.



JESÚS: Esas son las reglas, ni siquiera las impuse yo.



DIOS: ¿No perdí?



ÁNGELA: No, mi príncipe.



SATÁN: ¡Claro que perdiste! ¡Tú dijiste que no necesitabas el alma de Mao, que si quería me la quedara! ¡Bueno, me quedo con esa mierda!



JESÚS: No, no, usté apostó el alma de Mao también…



SATÁN: Pero si es innecesaria, marico, esas fueron sus palabras textuales. “Yo no…



JESÚS: Pero usté la apostó.



SATÁN: …necesito a ese hijueputa” fue lo que dijo, por tu papá y mi madre, te lo juro.



DIOS: ¿No perdí? ¡No perdí, no joda!



(EL ANTICRISTO se reclina en su asiento y, discretamente, se quita el reloj y se lo guarda dentro de la chaqueta)



SATÁN: ¿Qué es? ¡No inventes, no inventes!



DIOS: ¡Nada, ahí tan’ las reglas! ¡Hijo: pégale el aparato ese al zángano pol’ cerebro!



SATÁN: ¡Tú dijiste que no necesitabas el alma de Mao, mardito!



DIOS: Eso no tiene nada qué ver. Tú apostaste, Lucy, y eso vuelve a la apuesta inválida.



SATÁN: No seas marico, por lo menos dame el chance de otra mano.



(EL ANTICRISTO levanta las manos al cielo)



DIOS: ¿Otra mano? ¡Ta’ bien, pues! ¡El campeón se retira invicto, caballeros!

sábado, 18 de diciembre de 2010

Tarde o temprano, alguien debe darse cuenta

Gabriela Camacho
Cuarto match de Contraletras
Gabi Jr. vs. Guillermo: Tu vida es una ilusión

Admítelo: Estás en quiebra, amigo. Tus ingresos son un insulto, comparados con tus egresos, ¿o no?. Las sucursales de tu negocio fueron un fracaso y todo el dinero que invertiste en ellas se fue más rápido de lo que llegó; quizá mala visión de tu parte, mala gestión, ¿a quién le importa? Tus empleados probablemente te odien por dejarlos en la calle y ahora tienes que hacer un esfuerzo sobrehumano para costear su liquidación.

Estás harto de consultar brujos y adivinos, gastando más dinero y tiempo del que quisieras, para que al final no te digan lo que quieres oír sino cosas como “tu pareja te engaña”. Lo malo de eso es que ni siquiera tienes una. Inmediatamente después de que piensas eso, recuerdas el porqué de no tener pareja y tu memoria se remonta a algunos meses atrás, donde ves tan claro como el agua que te dejó para irse a buscar una vida mejor, o al menos eso decía. Idiota, se lo perdió.

Piensas que sería bueno ir a buscar a tus amigos, pero tampoco tienes. Tu memoria regresa para otro flashback: hace un año, más o menos, hiciste una reunión en casa. Los invitados, no pocos por cierto, eran tus amigos; unos cuantos de la universidad y otros que habías conocido en el trabajo o en el –tortuoso- camino de la vida. Por alguna razón tú, que jamás bebías, lo hiciste con no pocas consecuencias. Gritaste a los cuatro vientos y en una forma desagradable a todo mundo, insultaste y despotricaste. Naturalmente todos se fueron y tú quedaste sólo en medio del salón, con una peluca en la mano (porque de paso, habías perdido el cabello de tanto stress) y una botella de un pésimo whisky en la otra. Menudo espectáculo.

Volviendo al presente, te das cuenta de que eso no es nada bueno. No tienes trabajo ni dinero, no tienes amigos ni compañía. Aún podrías comprar un perro, o un gato, pero tus tarjetas de crédito están al tope de su capacidad y en ningún banco querrían darte otra.

Te queda pensar que aún conservas a tu familia, pero no es así. Ellos están en algún otro país del globo y difícilmente se acuerdan de que existes, porque en principio fuiste tú quien se olvidó de ellos. Querías una carrera, una vida mejor y dinero. Lo lamentable es que ahora no tienes sino la primera cosa, a medias, porque lo mediocre no tardó en llegar a ti.

Actualmente, como estás, ¿qué crees que tienes? Si no tienes dinero, familia o amigos. Si estás en la ruina. Si lo poco que conseguiste, a costa de pérdidas, también ha desaparecido.

Qué mundo vacío es ahora el tuyo, sí, ese que tanto intentaste proteger…

Y todavía le rezas

Guillermo Geraldo
Cuarto contraletras del primer match.
Guillermo vs. Gabi Jr.: Tu vida es una ilusión

Alguien a quien no conoces aún. Aquel que adoptó seudónimos de Universo, Dios, Poder Supremo o Espíritu Santo; seudónimos, como una parte más de su macabro y tétrico juego de confundirte, enredarte y sumergir tu mente en el delirio que dejan los segundos previos a una muerte en el Sahara, donde no distingues la realidad del teatro ilusionista que implica agonizar.

Aquel Dios, diseño para ti un parapeto de lucha, de una atmósfera de esperanza. Insertó su arma más letal: La fé, sin olvidar obsequiarte una pintura en tu alma titulada fracaso y firmada por el destino.

Te escribo como un subordinado de Alá. Conozco tu final, no existe. Aquel quien blasfema amarte, también lo sabe, sólo es un amante del sadismo y un cómplice más.

Buscas salvarte de tu destino en tu propia destrucción. La fé; y justo antes de morir te despides de este mundo anhelando el paraíso; un paraíso donde seres alejados de ser hombres o mujeres, con verrugas en sus caras que apenas permiten abrir uno de sus ojos, malolientes, de jorobas, se arrastran vomitando hacia ti. Te abrazan, lamiendo tu cuerpo, mordiendo tus labios, haciéndolos sangrar para mezclarlos con la bilis desprendida por su sed a sexo. Te violarán y lo harán hasta arrebatar tu alma y convertirte en uno de ellos por siempre.

Se escucha el eco proveniente de esa fatiga similar a la que surge después de un orgasmo. Se agudiza, cada vez más intensa. Le hacen compañía el salpicar del agua y el choque de las suelas en el piso con cada pasa apurado. Las medias dejan atrás lo cálido y seco, se empapan y se hacen súbditas del frío macabro, de aquel que deja la sombra infinita donde la luz ha sido extrañada. Sigues corriendo en un laberinto, un túnel un camino de rosca imposible de ajustar, siempre en círculos infinitos. Senderos diseñados por un adicto al sadismo, despreocupado por el esfuerzo que hagas en llegar al fin deseado, al fin feliz, al fin perfecto, éste no existe.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Galletas a Saturno

Gabriela Valdivieso
Tercer contraletras del primer match. Gabriela V. vs. Paula:
Un viaje en autobús: amor, delirio y emociones

Sus dientes rasgaban sin pausa mientras esperaba en el paradero. Con la aparición de cada micro sufrían más sus labios.

Como siempre que podía, esa tarde se dirigía hacia el poniente para después regresar en metro rumbo a casa.

Pasaron varios buses blancos y verdes. Incluso varias micros 406. Fue durante la séptima canción que llegó su 406. Allí él y sus manos. Allí la voz que la recibió; "Buenas tardes".

Por suerte libre, se sentó en su asiento favorito. A tres cabezas detrás de la suya, donde podía mirar sus ojos concentrados.

Los vio fijamente en cada viaje. Los deseaba cuando esquivó el perro. Cuando ayudó a la anciana a subir. Cuando dio paso a la ambulancia. Cuando en cada recorrido, con responsabilidad y presteza, dejó a cada pasajero en su paradero.

Memorizó las personas a las que él ayudó con una moneda. El payaso, la universitaria y el imitador de Michael Jackson. Disfrutaba su humor. Paralizaba la música para escuchar su risa y respirar su voz: "Sí, pasamos por Manquehue, adelante".

Durante aquellos trayectos encontró siempre entre ella y aquella adorada nuca el torturador mensaje: "Prohibido hablar con el conductor". Siempre frenada, elaboró día a día sus estrategias.

Dejó de contar la cantidad de veces que subió a la micro tarareando canciones que inconscientemente él evocó y pronunció en los caminos. Se cansó de motivar su repique en el celular para que volteara a verla. Se lastimó la rodilla la undécima vez que subía tropezándose, con el fin de lograr la exposición de su sonrisa.

Como todo aquello funcionó más para sus ensoñaciones que para sus proyectos, tras una clase de astronomía, se armó de valor y escribió en un Post It rosado: "Escojo esta vía porque lo escojo a usted". Tomó su ruta y cuando quedaban sólo dos pasajeros, pegó su nota en el vidrio trasero y se bajó.

Él, culminado su recorrido divisó la nota. Leída, reconoció a su autora y sonrió ampliamente. Con su contestación se esfumaron en adelante el resto de los usuarios. Las ruedas fueron entonces galletas Tritón que los aproximaban velozmente hacia los anillos de Saturno y los jardines de Alicia.

Así, ella siguió esperándolo en el paradero, pero ahora él se mordía los labios por llegar más rápido.

Mi historia y mi espera

Paula Ortiz Vidal
Tercer contraletras del primer match. Paula vs. Gabriela V.:
Un viaje en autobús: amor, delirio y emociones.

En uno de mis últimos trabajos me topé con la posibilidad de que un extraño virus se apoderara de unos cuantos y que, cuando estuviéramos en un autobús, nos atacarían por todos lados hasta deber alcanzar la cima de la montaña más alta que rodea el valle que nos hunde en la ilusa seguridad de que nada pasará. Por eso hoy, mientras voy sentada junto a estos extraños, los examino uno a uno para imaginar cuál podría ser mi salvación.

Un primera mirada me hace descartar a dos niños que no paran de gritar y a los ancianos que no pagan el pasaje, a los hombres que por pereza no le dan su puesto a estos pobres viejos y a esa señora que, con un pantalón que le corta la circulación y que me hace descubrir que mi ingenio espacial no da para entender cómo le pudo entrar, me provoca un poco de asco. El calor me da nauseas y la idea de unos anormalitos atacando me daba dolor de estómago.

Traté de olvidar el malestar y de ignorar el olor a pescado de la empanada de cazón que engullía animalmente mi vecino de asiento. Definitivamente a él tampoco me le pegaría si algo llegara a ocurrir, a menos que necesitara una superficie resbalosa o un cuerpo grasiento para protegerme de un ataque, aunque la simple idea de acercármele más me hacía querer lanzarme al más doloroso de los suicidios –quizás el ataque de los anormalitos no sería tan desagradable como el contacto con sus franela sudada y las asquerosas pústulas que se asomaban de sus mangas y en su rostro-.

Un golpe en el vidrio me hizo creer que el momento había llegado. Los freaks estaban aquí y mi corazón se aceleró cuando advirtió que aún no tenía a mi héroe escogido. Tomé de la mano al gordo grasiento y sentí como el desayuno se me devolvía por la garganta y en medio de una arcada intenté detenerlo para no vomitar sobre lo que quedaba de su empanada. Todo por gusto, un adolescente había lanzado una piedra contra el autobús y un séquito de pre-púberes lo alababan por su rebeldía.

Me paré y me cambié de asiento. Del otro lado del pasillo estaba él, mi héroe. Un moreno de facciones delicadas, nada atractivo, nada interesante, pero definitivamente mi mejor opción. ¿Habría en esta historia un romance sucio en medio de la batalla? ¿Pasaríamos días sin bañarnos y nos revolcaríamos sin importarnos en el claro de algún bosque al que llegaríamos luego de rodar por días huyendo del ataque? ¿Lo volvería a ver después de que todo pasara? ¿Pasaría algo siquiera? No sé, pero lo único que importaría es que no me besara con sabor a cazón.

Yo lo veo y el no me ve. Yo lo rozo con cada frenazo que me da la oportunidad de poner en práctica esas técnicas de seducción baratas que en el colegio aprendí cuando ensayaba besando mi mano mientras llegaba el Príncipe azul. Él me mira de reojo como si fuera yo quien chorreara aceite con cazón. Quizás el gordo grasiento me escupió cuando tosía mientras masticaba. Seguro es su culpa que me miren con desprecio ante mi insistente interés de encontrar refugio.

He pasado 40 minutos en cola. Y sigo esperando a mis anormalitos. Sigo esperando que mi héroe me mire. Dejé de esperar mi parada cuando comencé a esperar algo inesperado.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Tres minutos fuera del agua

Noelia Depaoli
Segundo contraletras del primer match.
Jessica vs. Noelia: El otro lado de un amigo
(detrás de la fotografía o de la personalidad).






TRES MINUTOS FUERA DEL AGUA




sí, es mi abuelo. dije, sosteniendo algo en la garganta que oscilaba entre la sorpresa y el asco. –¿esta completamente seguro?.
completamente ¿seguro que esto es necesario?. Pregunte, con los ojos desmesuradamente abiertos.
sí, lo es. Comprenda que no es algo que nos guste, simplemente es nuestro trabajo. Usted mantendrá el trabajo de su abuelo, yo también hago mi parte ayudando al mio.
Aunque sean enemigos. contesté.
Son deudas que les toca pagar. Dijo, poniendose los lentes y guardando la foto en un sobre amarillo, juntos con otros documentos que no me enseño, pero que seguramente formaba parte de todo las atrocidades que relataba de mi abuelo.
el fue un hombre incomodo. Le dije, sin mucha convicción. Todavia digeria la noticia de las matanzas, sobre todo cuando recordaba aquella foto donde saliamos pescando en Rio Chico. Cuando era un rio inmenso, lleno de peces y todavia volaban sobre nosotros los flamingos y uno podia sostener con las puntas de los dedos las plumas que caían del cielo. Miré al hombre de los lentes mientras me estiraba la mano para despedirse.
Sabe que el no era un asesino.
– No es algo que nos toque juzgar, señor Demjanjuk. Buenos dias.


Mi abuelo era un nazi, pero no me lo dijeron hasta el año 2001, cuando la paranoia estadounidense buscaba a los enemigos detrás de las sombras de las rocas o escuchaba las voces terroristas en los murmullos de las palmas. No me tocaba juzgar a uno de los últimos cazadores de nazis de Brasil, comprendia su labor: vengaba a su abuelo o a todos los abuelos judios y el mío tuvo un trabajo muy ingrato. Supongo que el deber era algo que había unido con la ética o con el amor a la patria, que se yo. Pensaba que era un viejo sano, un poco orate en los últimos años, pero un viejo bueno. Incluso cuando fuimos a pescar a Rio Chico, me dijo que a los peces había que sacarlos rápido del agua y luego estamparlos contra el suelo o una roca, porque así sufren menos que cuando se asfixian por estar fuera del agua.


tres minutos, tardan en morir. Me dijo, mientras los ojos de un bagre estallaban contra la arena.


Ayer vi su foto de cuando tenia 20 años, en su época de estudiante de medicina en la Universidad de Bonn, en un pueblo cerca de Frankfurt, cuando todavia la vida era buena con la gente joven del norte de Alemania y el norte de Polonia. Yo no sé en que momento perdió el rumbo, o lo encontró, si fue en el 44 cuando se unió a las juventudes Hitlerianas o cuando conoció a mi abuela, una polaca de ojos tristes.


Hoy vino a visitarme un cazador de nazis.


El anciano se contuvo. Al fondo sonaba una tetera que cantaba su canción de agua caliente, el reloj dejaba caer sus horas y en un rincón dormia el viejo Retriever de doce años que se mea encima de una colcha de lana.


No les hable de ti, pero saben que estas en Caracas. ¿ahora que vas a hacer?.

El viejo se paro del sofa y fue a apagar la cocina. Saco de un cajón el sobrecito de té y lo puso adentro de una taza de plastico, tomo la tetera por el mango, el agua caliente salpicaba la mesa y sus manos temblaban como un papel pergamino. Pronto serán las cinco de la tarde y el sol se despedirá de nosotros. Recordé aquella tarde en la playa, cuando bajo nuestros pies los peces jugaban sobre las rocas y la luz escarchada del sol brillaba sobre el cuenco de plata que eran nuestras redes desnudas bajo el agua.


Mi abuelo comenzó a llorar y le temblaban los labios, pero en mi cabeza solo tenia lugar el vuelo rosado de los flamingos y el canto sordo de las garzas. En el pecho de mi abuelo late su corazón de arena y flotan los ojos de los peces estrellados contra las rocas, contra los muros, entre los gases y los alambres de púas.


Dime que vas a hacer ahora, dime abuelo, dime que vas a hacer.

Click.Flash.Revelado

Click. Flash. Revelado

Homenaje a Las Babas del Diablo de Julio Cortazar
Jessica Márquez Gaspar
Segundo contraletras del primer match.
Jessica vs. Noelia: El otro lado de un amigo
(detrás de la fotografía o de la personalidad).

Cientos de fotos en pilas. Cientos de fotos que parecían estar a punto de desperdigarse por el piso. Cientos de fotos con bordes comidos, con manchas, con huellas dactilares incrustadas en ellas. Cientos de fotos que permanecerían siempre inconclusas, porque lo estaban. No supe explicar lo que sucedió, a fin de cuentas ni siquiera importaba. En aquel viaje que habían emprendido era muy posible que aún tomaran muchas más fotos, que capturara más instantes.

Caminamos juntos hasta una panadería. Con leche. Negro. Azúcar para los dos. Recorrimos, ya vitalizados, Sabana Grande. Desgranamos el boulevard de zapaterías que recordaba a un juego infinito de espejos, por lo exacto del contenido de sus vidrieras. Dejamos atrás grandes almacenes con aún más grandes remates. Olvidamos en los bordes mendigos, peluquerías responsables por la crisis eléctrica, restaurants de comida rápida y otros icónicos y escondidos en viejos edificios de los cincuenta y sesenta. Documentamos en película y en digital, simultáneamente, instante tras instante tras instante. Revelamos a la altura de Chacaíto. Creamos una nueva acumulación tambaleante de rectángulos, de fragmentos de realidad encerrados dentro de un marco imaginario que era exactamente del tamaño del lente de la cámara.

Repetimos la operación en la Francisco de Miranda. Hoteles, automóviles, taxis. La Bolsa de Caracas, las tiendas de españoles en las calles sinuosas de Chacao, las pequeñas plazas, las palomas, las aceras anchas, los fiscales. Los edificios sin ascensor y menos aún intercomunicador. Mercerías y quincallerías, espacios en extinción. El elevado. Las ferreterías, las piñaterías con cientos de personajes y elementos representados en papel crepé, colgado en sus puertas, grotescos y a la vez encantadores. Lo compacto. Revelamos en una tienda pequeñita escondida en una trasversal que no se sabía si subía o bajaba de tantos carros que estaban estacionados a sus lados.

Dedicamos meses a visitar la Bolívar, la Baralt, la Urdaneta, a desentrañar la Libertador, a deshilvanar la Autopista y la Cota Mil. Cientos de carros, el sonido de las cornetas, las prostitutas, los puestos de perros calientes, los buhoneros, los edificios gubernamentales, la gente, tanta gente, las colas, el verde. Caracas.

Personajes, figuras, que ahora convivían en aquella habitación.

Agotados por nuestra odisea, por nuestra búsqueda infinita del sentido de la ciudad, algo sucedió. De pronto las fotos empezaron a abandonar los edificios para centrarse en los zapatos de él. A veces ya no tomaban caras ajenas sino la de ella. Pronto empezaron a incluirse en los cuadros, empezaron a aparecer abrazando piñatas u ocupando bancos de las plazas o sonriendo a los fiscales. A ratos se mostraba su imagen recortada contra el cielo. Y poco a poco el número de elementos se fue reduciendo hasta convertirse en tan sólo dos. Ellos.

Se reunieron aquella noche en el apartamento atestado de fotos, frente a la computadora sin memoria para guardar más archivos. Acostados en el suelo con una cerveza y algo de pizza, intentaron reconstruir la historia de su aventura. Se dieron cuenta de lo que ya era evidente. Descubrieron cómo habían mutado sus fotos, pero antes de encontrar la verdad escondida detrás de los personajes inmóviles de su arte, cada uno tomó su cámara e hizo una última foto. Caracas se les hizo entonces ajena y lejana, ausente. La esencia se encontraba ahí, más allá del lente, primero lejos, luego a unos metros, más tarde al alcance de la mano, por último a tan sólo centímetros y, después, a ninguna distancia.

Más allá de las fotos, y sobre las fotos, la esencia había sido descubierta cuando el movimiento firme de la mano sobre el lente enfocó una realidad que había estado siempre frente a ellos. Más tarde Click. Flash. Revelado. Y en el centro de la habitación atestada de fotos, en el medio de la computadora colapsada, quedó flotando una única imagen: sus rostros juntos y sonrientes para siempre.

Despedida. Y nada más

José Leonardo Riera

Primer contraletras del primer match. JL Riera vs. Moisés:

La Reconstrucción de la vida de una persona

simbolizada en un viaje a través del mar.

Homenaje a Armando Reverón, pintor venezolano.




"Te vi cabizbaja,
mirando la playa
y quise saber en
lo que pensabas,
te besé en los ojos
y había lágrimas,
te quise decir que yo te adoraba,
te quise gritar que me perdonaras..."

Alí Primera



- ¿Por qué estás llorando?
- Por nada –dijo la mujer en tierra-. Me pasó la vida por el ojo.

Maldita sea, pensó Leonardo. Su familia se estaba destruyendo. La casa que tanto le costó construir se convirtió en choza. El barco que soñó, tantas veces era solo una chalana. La alegre mujer que fue su compañera ya ni podía acompañarlo, y aquel niño, su descendencia, estaba descendiendo más de lo genéticamente aceptado.

Maldita sea, susurró, mientras caminaba a la orilla. Maldijo el mar que alguna vez fue el testigo de noches en donde el amor no era una escena, era una verdad. También a las olas que en sus divagadas poesías nunca hicieron entender sus gritos de advertencia. Era tal su ímpetu que, comparado con lo que creyeron amor, Leonardo no pudo dudar su vida. Era ese mar, esas olas, las que le hicieron saber que siempre se llega con fuerza, pero se regresa, poco a poco, sin potencia.

Leo pensó en su vida. En su familia, en la choza que alguna vez lo crió, en la choza que él tuvo que criar, en sus aspiraciones de ser el hombre que, al darle una buena historia a su esposa y a su hijo, complementaría su ciclo de vida. Pero no. Vivió lo mismo que su padre; y que el padre de su padre, y que el padre de este último.

Paragüaná se volvió para Leonardo un puerto libre de sueños, de esperanzas, de ternura.

Estuvo tan libre de estos aspectos, que día a día se hizo preso.

¡Maldita sea!, gritó, mientras empujaba su chalana. Ya no bastaba para su familia su presencia, ya no bastaban sus sentimientos, ya no bastaba la comida diaria. Ya no bastaba Leonardo. Y cuando uno no basta para su familia, ya no basta para sí. Su tristeza resultó suficiente para, a orillas de la playa, montar la chalana en busca del éxito que, como ser humano, no pudo obtener.

Y así transformó carencias en búsquedas. El mar, inmenso, inexplorable, algo había de darle. Para encontrarse sólo hace falta perderse. Y, en esa pérdida, Leonardo buscaba transformar tristezas, hundiéndolas al mar.

Mar adentro, sufrió tempestades; sufrió soledades. Pero nunca dejó de pescar. El viento, la lluvia, el frío; ni el mar y su olear bravío detuvieron a Leo, quien quiso convertir su pesca en su siembra humana.

Empezó a pescar atún, que era lo que encontraba. Ni camarones ni costras, ni alegrías ni esperanzas. Y a fuerza de tanto pescar le pesó en grande la alegría, cada pesca lograda se hacía una elegía. El mar, la chalana y el hombre no son amigos de la algarabía.

Pero Leo no estaba allí para alegrarse, estaba porque no tenía otra opción que estar. Más allá de las ganas de hacerse mar. Allí se hizo un viajante, un pasajero más. La pesca tendría que transformarse en esperanza, en futuro, en amor y familia.

Cada atún era una noche en la que podía decirle a su hijo, te amo; y a su esposa, te quiero.

Pues él bien sabía que el hecho de querer es una apuesta en la que puedes obtener una desilusión; o la razón de vivir, de ser. Y Leonardo, ante todo, quería vivir. Más allá de su intento de morir ahogado, más allá del hecho de pensar la muerte, y más allá del vicio de vivir muriendo.

El “te quiero” de su esposa era la excusa perfecta para un día más de vida.

Y pescó indudablemente en busca del bienestar. Estuvo bien, sin embargo, nunca lo supo apreciar.


Pescó, día tras día. Hora con hora, además.

Era, y es, tanta la pesca, que nunca pudo ser más.

Pero cuando no te quieren siempre te buscas querer, Leonardo entonces hizo de un atún su mujer. Fue tanta la pesca permanentemente que en algún lugar se lanzó de anzuelo. No se pudo él pescar.


Pero de peces, y basura, está lleno el mar.


Se llenó la chalana de peces (sólo la mitad), y la otra parte de mierdas que siempre esconde el mar.

Así, hubo un día que no cupo más un Leonardo solo, con atún y el mar. Puedes de nada sirve la chalana, el mar y un hombre triste. Todo está de más.

Entonces Leonardo se lanzó hacia el mar. ¡Ya basta de atún, muy maldita sea! ¡Maldita seas tú, toda la marea y mi juventud ( si acaso existiera)!

Era tanto el atún, tanta basura (y la mierda) que Leonardo no cabía entre un sueño y entre la pena. No regresó del viaje, pues se puso en sacrificio. Sacrificó su esperanza, sus amores y su oficio. Su esposa vivió muriendo… maldito sea ese vicio.


Sin embargo, por su hijo, ahora me lanzo al mar. Así como muchos otros una lancha he de buscar, mas siempre consigo mierda… sólo mierda, nada más.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pensamientos de plástico

Moisés Lárez
Primer contraletras del primer match. Moisés vs. JL Riera:
La Reconstrucción de la vida de una persona
simbolizada en un viaje a través del mar.
Homenaje a Armando Reverón, pintor venezolano.

Ahí estaba: inmenso y oscuro, mientras una cantidad de pensamientos insondables, me dejaban pasmado frente a la taquilla.

Las dos estaban a mi lado. Tenían el tamaño de un oso de peluche de doscientos mil bolos. Una era rubia y la otra pelirroja. Siempre las había querido así. Una me dijo que lo hiciera y la otra no opinó nada. Se quedó callada, como siempre.

Yo había llegado de Caracas para asistir a un concierto de piano. Algo trivial, el pianista ya se había presentado en Caracas, pero la entrada del concierto era muy cara. En cambio, en Puerto La Cruz era gratis. Un viajecito hasta el Terminal de Oriente y luego un ticket de Sitssa hacía más barata la travesía.

No sabía cómo había llegado a Conferry. Quizá fue la rubia quien lo sugirió, y cuando me di cuenta, estábamos caminando hacia allá.

Sabía que no lo iba a hacer. Pero aún así me imaginaba viajar en aquel barco, asomado en la popa viendo la espuma del mar y las luces perdidas en el horizonte, mientras un olor rancio a vino barato con sal marina entraba por mis fosas nasales y se adueñaba de mi pensamiento.

Las chicas me querían en casa. Sabía que la pelirroja no quería que fuera, podía leerlo en sus gestos. La rubia, por otra parte, era aventurera y me llevaba a hacer cosas, a veces, que no quería.

Los tres íbamos solos en el barco, moviéndonos al capricho de la corriente en un viaje que parecía no tener destino. La pelirroja me había despertado mientras dormía sobre una de las mesas. Estaba lista para mi trabajo.

Desnuda, frente a la cafetería de segunda clase, posaba discreta como la marea en una noche de luna llena. Su cara imitaba la tranquilidad del mar y trasmitía una paz que enviaba a otro plano a cualquiera; un plano silencioso y tan misterioso como la profundidad del océano. Su desnudez sólo hacía más bella la obra estéticamente.

Así la pelirroja se convirtió en una sirena que veía un gran barco desde la inmensidad del mar y saludaba a un hombre solo, indigente, que la miraba.

La rubia, fogosa y predeciblemente impredecible, me despertó ese día de otra forma. Mi cuerpo postrado y somnoliento sentía cómo sus labios, vampíricos, buscaban desesperadamente alimento; de esta forma, así, entre dormido, explotaron las partes de mi cuerpo que tenían las minas plantadas por sus labios.

Mi imaginación podía seguir navegando en ese viaje, aunque el próximo ya estuviera destinado a ser por tierra: el regreso a Caracas.

En el bus, me tocó una señora gorda al lado. Pensé en pintarla, en cómo sería observarla desnuda en la segunda clase del ferry. Me imaginé una luna brillante, única iluminación del navio, a sus espaldas. En el cuadro, ella miraba por la ventana de la popa, como esperando al amor de su vida, con anhelo y esperanza.

Un ronquido suyo me sacó de ahí.

La pelirroja sentada en mis piernas me dijo que se identificaba con la señora gorda, que ella en su cuadro hubiera visto por la ventana.

“En tu cuadro eres una sirena”, le dije. “Lo sé”, me dijo, “pero prefiero ser una anhelante, espero a un hombre pobre”.

La rubia durmió todo el camino.

En Caracas, tiempo después, le pedí a Merche que posara para mí. “No hay problema”, dijo, “me gusta tu trabajo”.

Se desnudó y se puso a ver por la ventana. Y apareció el mar, la segunda clase del ferry y entonces, la rubia y la pelirroja me dijeron qué más debía aparecer en la escena.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Pauta 43: 6TA TEMPORADA: CONTRALETRAS

¡Los autores se ponen los pantalones!


Estimados, hemos preparado para ustedes una atractiva nueva temporada. Con un año y medio relleno de 42 pautas, estamos orgullosos de darles la Bienvenidos a la sexta etapa.

Esta temporada se caracterizará por los contraletras: enfrentamientos de dos o tres autores para presentar la mejor historia de ficción. Son cinco grandes bloques o match compuestos cada uno de cinco luchas internas, en la que nos distribuiremos los 11 autores.

Entre cada contraletra habrá una pauta extra para aliviar las tensiones. De más precisar que las preferencias y escogencias dependen de los comentarios del público lector.

Presentamos la agenda del primer contraletras:

1) Miércoles 15/12/10: José Leonardo vs. Moisés. Pauta: La Reconstrucción de la vida de una persona simbolizada en un viaje a través del mar. Homenaje a Armando Reverón, pintor venezolano.

2) Jueves 16/12/10: Noelia vs. Jessica. Pauta: El otro lado de un amigo (detrás de la fotografía o de la personalidad).

3) Viernes 17/12/10: Paula vs. Gabriela V. Pauta: Un viaje en autobús: amores, delirios y emociones.

4) Sábado 18/12/10: Guillermo vs. Gabriela C. Pauta: Todos saben que te diriges al fracaso. Tu vida es una ilusión.

5) Domingo 19/12/10: Víctor vs. Sammy vs. Andrea. Pauta: Lo innecesario. Lo accesorio.

Luego tendremos dos pautas regulares para su seguimiento durante las fechas decembrinas, y tornamos en enero con el segundo match literario.

Agarre consejo y ¡no se lo pierda! ¡Hasta el miércoles!

viernes, 10 de diciembre de 2010

Damas y caballeros

Estimados ojos que nos leen, junto con celebrar sus parpadeos los invitamos a seguir atentos a nuestros movimientos.

Estamos prontos a enterrar esta etapa zoombie que nos atacó. Estamos prontos, como ansiosos, de volver a llenarlos de letras y litros en una nueva sextísima temporada.

Así que, con el permiso de sus párpados, por favor, no nos desenfoquen. Prometemos a cambio más colores y cuentos. Más acción, más ficción.

Wink!

viernes, 19 de noviembre de 2010

Un letrero en mi camino


 Un letrero en mi camino


Jessica Márquez Gaspar

Cuando usas lentes la gente suele asumir que han reposado sobre tu nariz desde la infancia. Aunque a veces ese es el caso, no es el mío. Lo cierto es que aún no sumo dos años con ellos. Solía pasar los exámenes oftalmológicos con 20 puntos, hasta que un día tuve que aceptar el cambio de mi condición.

Había sido un día largo y caluroso. Recuerdo que estuve varias horas en clase y otras tantas en la universidad, haciendo cosas ucevistas: viendo libros, comprando películas piratas, almorzando en el comedor, dormitando en la grama, leyendo en la biblioteca y sacando fotocopias a precios ridículos. Terminé la jornada cuando bajaba el sol, tonos dorados se cernieron sobre los edificios de Villanueva y yo me dispuse a regresar a mi hogar. Tomé el primer autobús, hasta los pies de las torres de Parque Central. Disfruté el juego de luces en sus ventanas y el ritmo frenético de la avenida Bolívar.

Era viernes, y aquella semana había dormido, sumadas, un número de horas inferior al de días transcurridos. Cansada, me dispuse a esperar en la avenida México la llegada del segundo autobús: un viaje directo hasta la esquina de mi casa. La cola hizo de esta una larga espera. Conté innumerables autobuses con los destinos más diversos y más lejanos, imaginé las circunstancias que llevarían a aquellos parajes y a los viajeros que usarían los servicios de aquel transporte. Empezó a adormecerme la hora, la brisa fresca que amainaba el calor y la inmovilidad del tráfico, que parecía congelado en la misma posición, como una fotografía.

De pronto, reconocí a la distancia el cartel rojo de mi tan ansiado autobús. Tras algunas maromas, una pequeña carrera y un zigzag entre carros y personas, logré subirme al vehículo, que no se detuvo sino que se contentó con bajar la velocidad para que yo pudiera abordarlo. Me senté en el asiento más próximo y, en cuestión de segundos, me dormí con el ronroneo del motor, y la poca distancia que avanzábamos.

Recuerdo haber soñado. Probablemente sobre lo acontecido aquella semana, sobre proyectos, sobre submarinos amarillos y algunas otras locuras. Lo cierto es que una súbita sensación de ingravidad me despertó: habíamos caído en un hueco. Abrí los ojos a una oscuridad sólo rota por una pequeña lámpara sobre mí cabeza y, al mirar por la ventana, no pude determinar dónde estábamos. Repasé, como si de escenas de una película se tratara, las distintas fases del trayecto hacia mi casa, y aquellos edificios, aquellos locales, aquella calle, no formaban parte de mi memoria.

Pánico. Respiré profundo y me sobé los ojos. Opté entonces por preguntarle a la señora que viajaba a mi lado dónde estábamos. Su respuesta me dejó de una pieza: en Quinta Crespo mamita! Me levanté como impulsada por un resorte y me bajé a continuación, logrando quedar cerca de una estación de metro. El autobús permaneció a mi lado unos instantes y logré leer, ahora de cerca, el letrero que indicaba su recorrido: no era el mío.

Caminé al metro y, hora y veinte después, llegué a mi casa. Al día siguiente, hice una cita en el oftalmólogo. Su anuncio al final del examen no me sorprendió: tenía miopía. Fue entonces que elegí una montura negra y liviana en una óptica, y que los cristales se mandaron a hacer con una fórmula alta. Los recogí y los posé sobre mi nariz, con ternura. Pasé unas semanas acostumbrándome al peso. Ahora son un elemento más de mi rostro y, cuando alguien pregunta: ¿Pero no has tenido los lentes siempre?, cuento esta historia y consigo, al menos, unas cuantas carcajadas.

sábado, 6 de noviembre de 2010

De zapatos rotos... Y otros.

Por José Leonardo Riera



Debería sentir pena
De contar lo que pasó.
Quiero decir:
Calma, nena,
Ya lo nuestro sucedió.

Nenas, nenes, y señores,
Señoras, políticos, masones,
Todos hemos pasado sinsabores,
Que nos han hecho sentir como los peores.

Confieso que temo al agua,
Y no por ser poco aseado
Sino más bien que la lluvia
No me deja bien parado.

Yo que siempre iba corriendo
(y nunca me he detenido)
por andar, sin estar viendo,
he quedado sorprendido.

Era joven para entonces
y en eso de juventud
el hecho de ser humilde
no resulta usual virtud.


Todo el año yo reunía
(¡Pichirre hasta el descaro!):
Los zapatos que usaría
tenían que ser los más caros.

Y en eso de buscar marcas,
precios y nuevos diseños,
los zapatos eran asunto
que me quitaban el sueño.

Y tenía una dieta "light"
por culpa de mis medidas.
Pero el zapato era Nike,
o sino, quizás, Adidas.

Lo cierto fue que ese año
mis zapatos me compré.
Y me miraban extraño,
pero es envidia (lo sé).

¿Quién me manda a ser sifrino?
¿Cómo pudo haber pasado?
¡En vez de en San Bernardino
compré en el Metromercado!

¡Más vale que no! Dos meses
después de la transacción
me decían: ¡No te estreses!
¡Pues te pasa por guevón!


Así es, queridos panas,
un día de calorón,
el único en la semana,
en que cayó un chaparrón,
fue ese, precisamente,
en el que andaba en la calle,
luciendo mis dos zapatos
(Creo que estaba en El Valle)
Y sucedió de repente,
que el cielo se oscureció,
y Dios le puso dos nubes,
luego las multiplicó,
y así él se puso triste,
y llovió y lloró y llovió.

¡Más vale que no, compadre!
¡Nuestro Dios sí es chancletuo!
¡Por culpa de ese hijo e' madre
me sentí el peor tierruo!

Resulta ser que mis pisos
(como decimos aquí)
me hicieron parte de un guiso
(cual terrorismo iraquí).

Y yo, como en todo guiso,
resulté ser el guisado.
(Vale acotar, como inciso,
que eso es cosa del pasado).

Lo cierto es, mi comadre,
que un zapato tenía un hueco.
¡Ese tuky coño e' madre!
¡Vil estafador! ¡Adeco!


Y yo, que estaba aguardado
para evitarme la lluvia,
terminé más remojado
que en una sopa una alubia.

¿Qué por qué? ¡Ay, no, mi hijito!
¡El agua entró por el hueco!
¡Por culpa de ese maldito!
¡Vil estafador! Adeco!


A la final escampó
y me fui corriendo a casa.
Mi calcetín se empapó
(¡Estos adecos! ¡Se pasan!).

Pero, en fin, en toda historia,
aun en el mal pasa el tiempo,
uno pierde la memoria,
uno se pone contento...

¿Y qué es peor que un zapato roto?
¡Comadre no le dé pena!
¡Compadre, no le dé tos!
¡Pues lo peor que un zapato
roto (por fabricación),
yo les confieso, compadres,
que es tener rotos los dos!

Malhaya aquel ser humano
que con su actuar provocó
Que llorara otra vez Dios
y provocará un pantano.
Se me escapó de mis manos
esta horrible situación:
Fue tal desesperación
que no sabía qué hacer:
si enfrentar el llover
o mi interna inundación.
La lluvia como un toro
Me dio una fuerte coz:
¡No estaba medio mojado,
pues las medias eran dos!

Y perdido en el mar
Que había en mis zapatos
Pensé en toda la gente
Que no puede contar
Con zapatos de marca
(Aunque se encuentren rotos)…
No cuentan con la vida,
No cuentan con nosotros.
Y eso lo lamento,
Pues nuestra sociedad
Se basa más en marcas
Que en una identidad;
Y sin eso, mi amigo,
No se puede avanzar.

Pues mientras nosotros elegimos zapatos
Hay miles de personas que pasan malos ratos:
O viven como perros, o mueren como gatos.

Por eso ahora río
De aquella estupidez
De cuando yo era un crío
Y suave era mi tez.
Sin embargo te digo,
Te lo juro, esta vez,
Que ya no va conmigo
Ese absurdo creer
De “dime cómo viste
Y te diré quién es”.


Y así ando por la vida
Con mis dos zapatos rotos.
Pues, si a mí ya no me importa
¿Le debe importar a otros?

jueves, 4 de noviembre de 2010

Pauta 42: ¿Qué "pe" ni qué "na'h"?

Dicen que "pena" es sólo una palabra, pero, "trágame tierra" son dos.

Creo que todos hemos pronunciado estas u otras plegarias para que el universo nos ayude a desaparecer.

sábado, 30 de octubre de 2010

Desde el patio

—El imperio es una contradicción.

—No, lo problemas son tuyos.

Cuando despertó, no había dinosaurios, ni un coño. No sabía por qué había pensado mariqueras ni por qué estaba llorando.

El castillo estaba al final de una calle larga y ancha. A los lados de la calle había casas y puestos de mercado. Ahí estábamos nosotros y los demás plebeyos. Un conde anunció la muerte del rey. Y todos sus súbditos se pusieron tristes. Menos nosotros.

Parecía que el imperio era feliz y que todos los que en él vivían adoraban a su Emperador. Con la noticia de su muerte, los rostros en la calle real cambiaron y llegó una atmósfera de letargo en el ambiente. Pasaron dos días. Un hombre vagaba por la calle. Mostraba su tristeza. Una mujer pedía dinero con su hija. Un perro dormía en la esquina de una casa. El castillo en el fondo era gris. Una nube había tapado el sol a la espera del funeral.

Un hombre pensó que nadie debería estar triste, que el Rey había hecho todo lo posible para que todos fueran felices. Entonces sonrió y empezó a sonar esta canción.

Una mujer vio su sonrisa y le dio miedo. No entendía esa emoción. Tenía tiempo sin vivirla. Por su mente pasaron gratos recuerdos, de los que ya hace tiempo había olvidado. Entonces sonrió. Alguien los vio y dudó de su tristeza. También sonrió. Todos empezaron a sonreír. Se veían, se alegraban. Levantaron sus manos y dieron gracias a Dios por este día y empezaron a danzar. Bailaron la canción que sonaba alrededor de la calle y un cohete estalló. Venía del castillo. Hasta ahí había llegado la alegría que había invadido al imperio. Sonó un segundo cohete. Sonó un tercero. Stop.

Me paré de la cama. Tenía que probar los nuevos diablitos marca Fiesta que había comprado porque eran más baratos.

Play. El castillo estaba rodeado de un aura mágica e indescriptible. Todos los plebeyos se amontonaron en la calle a verlo. En las escaleras que daban a la entrada del castillo estaban las princesas, la reina y varios nobles.

—Renato era Gallarraga. Gabriela Valdivieso era Gabriela Valdivieso.

Frente a la nobleza en la entrada del castillo estaba en féretro con el Rey. La fiesta se convirtió en bullicio y empezaron a desfilar carrozas por el carnaval. Stop.

Queso amarillo, canilla, diablitos fiesta, té de durazno.

Play. Yo lloraba. Lloraba por el Rey que aunque no era su súbdito, me daba tristeza. Los demás estaban muy alegres. Menos nosotros. La primera carroza era de un hombre rojo y gigante. Simbolizaba el placer, según la gente del imperio. La segunda carroza era un hombre verde y mediano. Simbolizaba la paz. La tercera carroza era una mujer azul y enana. Simbolizaba el amor. La cuarta carroza estaba llena de hombres y mujeres que se besaban y que estaban pintados de amarillo. Simbolizaba la riqueza del imperio.

Así pasaron carrozas.

A los dos días, la fiesta estaba por terminar. La nobleza seguía viendo al rey en el féretro y sólo una princesa, la heredera, la más hermosa, la que aún era soltera y virgen, veía las carrozas. Cualquier hombre del imperio daría su vida por ella. Así que todos se esforzaban por hacer su mejor actuación.

Nosotros hicimos un show improvisado. Lo planifiqué yo, pero Valdivieso me ayudó. Ella tenía más ideas. Todos juntos nos pusimos en el medio de la calle, en frente de las escaleras. Justo al frente de la nobleza. La princesa nos veía. Los muchachos del colegio y yo comenzamos a bailar. Éramos los únicos que estábamos tristes. Gabriela estaba tan triste que parecía una flor marchita. Yo intenté animarlos, pero empezamos a bailar en círculos y a saltar. Todo el mundo estaba alegre.

Nuestra tristeza no contagió a nadie, sin embargo a todos les gustó. La princesa se alegró tanto que vino a saludarnos. Nosotros —llorosos— le tendimos la mano.

Así fue que cerró el espectáculo y enterraron al Rey. Stop.

—¿Qué es el imperio entonces?

miércoles, 13 de octubre de 2010

Al final no queda nada

 Al final no queda nada

Jessica Márquez Gaspar
La ansiedad me recorre el cuerpo como las hormigas. Sensaciones, sentimientos, un olor, una piel. Me acorralan. Me atrapan en una esquina y se hace difícil respirar. Nace entonces una pequeña semilla: la de un cuento. Siento que me desbordo. Historias pujan por salir, golpean la puerta de mi creatividad, gritan a las yemas de mis dedos que escriban, que tecleen con urgencia. Pero la vida no entiende de estas necesidades, y yo debo postergarlas hasta que baje el sol, hasta el próximo autobús o la madrugada solitaria en que me cubra el brillo del monitor.

Recuerdo aún tu cuerpo perfecto. Comienzo la historia. Era perfecto para mí, sin importar lo que dijeran. Recuerdo también tu piel, que me era ajena. Tú tal vez ni lo imaginabas. Continúo. Eras una aparición divina, me emboscabas con las defensas bajas y el corazón abierto, con la sensibilidad esperando ser acariciada. Sabías jugar bien tus cartas. O tal vez era una jota del destino que nos juntaba. Te extraño. Nunca te tuve. Como las historias que crecen justo en el límite entre el sueño y la vigilia, tu boca y tu pelo se hacían fantasía, y ya no sabía si estaba viva, si alguna vez lo estuve.

Titubeos. Palabras borradas. Reescribir. Una voz interior narra. Narra hasta el último aliento. Narra hasta dejarlo todo salir, hasta que aquel grupo descoordinado de sonidos se convierte en sinfonía. Las palabras ocupan su lugar y queda un texto. Y tú que continúas ahí, inalcanzable. Tú. Y aunque no pueda tenerte, ni tocarte, aunque seas para mí las formas divinas de lo imposible, aún así existes. Aún así mueves algo muy profundo en mí ser, aunque sea por el breve instante en que te trae la brisa. Como las mariposas, eres inatrapable. Justo cuando creo tenerte entre mis manos, mueves tus preciosas alas y te dejo ir. Cobarde.

Nuestros caminos parecen querer coincidir, pero son traspiés de la vida, y nos encontramos de pronto en la contradicción que camina entre nosotros. ¿Cuál fue la hora maldita en que empecé a necesitar tu cuerpo? Inquiero entonces al silencio que reina a mí alrededor, aunque sea tan sólo el silencio que guardan el resto de mis pensamientos. ¿En qué momento te volviste una deliciosa obsesión? Me miras como si no supieras nada. Me miras. Y yo incluso en aquella oscuridad siento como recorres mis esquinas, mis recovecos, con tus ojos negros. Y es como pedirle al mundo que se detenga, que me regale eso. Que me regale la laguna de tus profundidades, pero ni tú, ni yo, podemos. Hay juegos que no se habrán de ganar.

Aún tengo ganas de gritar. De interrumpir el recorrido de la ciudad para decir lo que siento. De caminar justo hacia el medio de la calle y decir que te quiero. Pero no puedo.  Y finjo a tu lado, y escribo lejos, muy lejos. Mis dedos buscan un consuelo que no encontrarán. Mi boca desespera, callada, silente. Es hora de que hable el que normalmente guarda silencio.

Hoy que te he encontrado nuevamente, me enfrento otra vez a la inevitable realidad. Apenas cierre los ojos te habrás ido, apenas coloque el punto y final ya no podré tenerte. Porque en las líneas vagabundas, gitanas, que tengo que escribir, nos encontramos haciendo el amor sobre la mesa. Y aunque sé desde el principio que es tan sólo un sueño, mi realidad o mi ficción, como prefieras, sé que habrá de terminar, que está prohibido, y entonces te vas, aunque no quiera. Respiro más lentamente. Y no queda nada. Nada. No quedas tú, no quedan las palabras. Es el vacío. La soledad, sólo yo y mi nada, una historia que leer y nada. Es la certeza tremenda, impresionante, de que nunca exististe, de que de ti no me queda nada.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cosas Que Pienso Redactando Una Novela

  • Fíjate en este diálogo. Léelo en voz alta. Es demasiado acartonado y ¿por qué tantas putas atribuciones de diálogo? ¿No es obvio quién dice qué? Si no lo es, hazlo obvio, todas esas atribuciones se ven asquerosísimas.
  • Este personaje es la vaina más inverosímil que he leído en mi vida. Borra sa’ mierda.
  • El ritmo. El ritmo. ¿No está pasando todo demasiado rápido? El ritmo, chamo.
  • ¿Es el protagonista lo suficientemente interesante para el lector?
  • Todo les está saliendo bien, qué ladilla, algo arrecho les tiene que pasar pa’ que sufran. Ramsey Campbell dijo una vez que cuando no sepas qué hacer con la historia, que dos tipos armados tumben la puerta.
  • Para que ese giro de trama funcione, tenemos que plantar las semillas ahorita, right now. Una norma de la escritura: si una pistola sale en el capítulo uno, en el tres se tiene que disparar.
  • ¿Soy yo o todo esto es demasiado desordenado? Dicen que la película no se hace cuando se graba, sino en la sala de edición. Espero que esa vaina sea verdad, porque esto hay que editarlo arrechamente, loco.
  • La pregunta de los mil millones: ¿Cómo construyo un romance que no sea cliché?
  • Fíjate en el verdadero quid de este trabajo: ¿Cuánto tiempo hemos pasado trabajando en esto? Por lo menos cuatro, cinco meses, mínimo. Esto es como sembrar una hectárea de… verga, de lo que tú quieras, de patilla, de piña, de lo que sea, estás sembrando tu hectárea y no tienes idea de si, cuando la saques a la venta, a alguien le provocará comprarla. Es por eso que esta plantación tiene que ser p-e-r-f-e-c-t-a.
  • El título de este capítulo. Qué vaina tan cursi y ridícula. Mejor lo dejo anónimo hasta que se me ocurra algo que no me dé ganas de vomitar.
  • El papá del protagonista murió de leucemia y yo no tengo la menor noción de cómo funciona esa enfermedad. Nota personal: cuando termine, revisar en wikipedia y corregir lo que haga falta. ¿Qué haría sin ti, wikipedia?
  • Fíjate--- no, no, no. Fíjate en el libro que escribió fulanito. Tú me vas a perdonar, pero qué cagada. ¿No podemos hacer algo mejor nosotros? Si a ese carajo le pagan por eso, nosotros tenemos, tenemos chance. A juro, broder.
  • Por el amor de dios. Este capítulo es una cagada.
  • Acabo de darme cuenta. Hay diálogos que me sé de memoria.
  • ¿Tú te acuerdas de la técnica aquella en la que empiezas un capítulo analizando los varios significados de una palabra? Eso es interesante, eso me gusta. ¿Cómo lo metemos aquí?
  • Yo tengo que corregir estos errores. Yo. No un editor. Si le llevo esto a una editorial pa’ que ellos lo corrijan, me lo van a pegar por la cara. Yo mejor corrijo mi vaina.
  • ¿Tú te imaginas una película de esta vaina? Sería arrecho, marico.
  • Esto no tiene suficiente calidad.
  • Una locura. Pasando horas hablando con gente imaginaria y escribiendo lo que dicen. Este trabajo es una locura, soy un maldito maniático.