jueves, 29 de julio de 2010

Pauta 38: Que resuene

Armamos cuentos con forma de historias, de narraciones. Cambiemos. Démosle forma de música. Escuchen su canción favorita y estúdienla: introducción, coro, desarrollo, coro, cierre, ¿coro?

Repliquen su estructura en una historia. No se trata propiamente de escribir en verso, tampoco de hacer coros, se trata de hacer de su historia una canción, aunque ciertamente podría ser de su canción una historia, escojan las maneras.

¡Que suene personal y alto!

lunes, 26 de julio de 2010

Valdezuela

Dedicado a María Naznar,
Danna Balda
y Jessica Márquez


Ya en Talca. Tras cuatro horas de viaje en bus invertidas en mi vecino de asiento, Jorge, deseaba ahora dormir. Pero para en esta escala los pasajeros cambiaban. Una chica me pidió si podía sentarse al lado. Retiré mi bolso y sonreí sin mucho esfuerzo. Quería estar sola, quería que viera los mil puestos vacíos y escogiera otro, pero.

-¿Tienes mucho rato viajando? - inició.
-Sí, desde Santiago, unas cuatro horas, estoy ya cansada.
-Yo voy a Valdivia a ver a mi familia. ¿Te gusta viajar?
-Viajar. Bueno, realmente no sé. Sí y no.
-A mí me faltan ocho horas.
-Peor que yo, pero apuesto que no tienes encima un viaje laaaaaargo de países.
-No. ¿De dónde eres?
-De Venezuela.
-¿Dónde queda?
-¿Sabes cómo es América?, como así, como una mujer.
-Sí, sí.
-Bueno, sabes que arriba es ancho, luego se va poniendo angosto por Centroamérica y luego se vuelve a abrir hasta abajo, por acá por Chile, pues Venezuela es cuando se vuelve a abrir, por acá, al norte del la parte sur.
-Um, ¿y has ido a otros países?
-Sí, a Chile, a Argentina, a Italia, ¿tú?
-No, sólo Chile.
-¿Qué país quisieras conocer?
-Um... No sé, muchos.
-¿Qué país no quisieras conocer?
-Japón.
-¿Y por qué, cómo no te llama la atención?
-Es que tiembla mucho allá.
-¿Viviste muy feo el terremoto?
-Sí, pero todos bien.

Silencio.

-¿Cuáles es tu materia favorita? - continuó
-Creo que literatura, ¿la tuya?
-Ciencias de la naturaleza.
-¿Por qué?
-Porque me gusta conocer el mundo y los animales.
-Qué bonito, ¿y no te gusta leer o escribir?
-Me gusta escribir, pero no tanto leer.
-¿Qué has leído?
-Sólo las cosas del colegio. Una amiga mía dice que me gustará leer cuando dé con un buen libro.
-Creo que tiene razón, ¿cuál es tu signo?
-Cáncer, ¿el tuyo?
-Aries, ¿cuál es tu color favorito?
-Verde, ¿el tuyo?
-También, ¿qué es lo que más te gusta de vivir?
-Um... - Se muerde la boca.
-Sí, así, entre tantas tantas cosas ¿cuál es tu favorita de la vida?
-Mi familia, tengo una buena familia.
-¿Qué más?
-No sé, es lindo vivir. - Sus ojos brillan un poquito.

Pasa el empleado del principio, piendo los tickets de los nuevos pasajeros. Me ve y me sonríe, ya conoce mi destino.
-¿Señorita? - dice hacia mi interlocutora. Ella le entrega su boleto.
-¿Nombre?
-Tal.
-¿Apellido?
-Huenchumilla
-¿Teléfono de emergencia?
-Tal.

Ido, pregunto:
-¿Huenchuqué?
-Huenchumilla.
-¿De dónde viene tu apellido?
-No sé bien, pero es indígena.
(Varios)
-¿Tienes facebook?
-Sí, ¿tienes para anotar?

Anotamos.

-Bueno, te pongo una tarea. Nos debemos agregar al facebook y mandar por mensaje, por inbox, la tarea. A ver. Tú tienes que escribir sobre el origen de tu apellido.
-¿Y tú?
-Sobre lo que tú digas.
-Bueno, um... sobre cómo te pareció Chile.
-Ay, bueno, muy bien.
-Pero y cómo escribo el mío.
-Ok intentemos, vamos a hacer uno juntas como ejemplo. A ver, a mí Huenchumilla me suena a hueco y millas. Comienza así, un indio va corriendo millas y millas cuando se distrae y blup, cae en un hueco, ¿cómo lo sacamos de ahí?
-No sé, ¿qué hay alrededor?
-Árboles, ah, ¡pero hay una vaca! ¿Cómo puede ayudar la vaca?
-Puede ir a buscar a un campesino.
-Es verdad, pero acuérdate que las vacas no hablan, ¿cómo hacemos para que la vaca comunique que hay un indio en peligro?
-Quizás si va muy impaciente y dirige...
-Bien, pero hay que darle una señal al campesino, vamos a hacer que la vaca lleve en la boca algo de un campesino.
-¿Algo de su vestuario?
-Eso es perfecto, bueno, el indio le da la, ya sé, la pluma a la vaca, ella recorre caminos y caminos con la pluma hasta dar con la casita de un campesino. El campesino está afuera y ve a la vaca impaciente con una pluma en la boca, el campesino sigue entonces a la vaca en el camino de vuelta. Llegan y ahí se encuentran el campesino y el indio. El segundo pide ayuda pero el primero no había traído nada para sacar al indio, ¿cómo puede hacer?
-No sé, ¿cómo?
-Um, se me ocurre que puede echar más tierra al hoyo. Así el indio va subiendo de nivel, ¿ves?
-Sí, sí, que lo haga.
-Um, no hay pala, pero vamos a intentarlo. Nuestro campesino cava y cava y hace un hueco grande, pero no es suficiente. La tierra que ha cavado para sacar al indio no lo eleva lo suficiente para sacarlo. Está cansado y el indio tiene ya muchas horas atrapado.

-¿Entonces qué hacemos?
-Pensemos, pensemos, ¿qué puede haber alrededor que nos puede ayudar? Ya sé, ¿viste Tarzán?
-¡Sí, es verdad, puede usar las lianas!
-Eso, perfecto, pero hay un problema. Allí, ves, hay un mono protege celosamente sus lianas.
-Démosle bananas.
-Ok, vamos entonces por las bananas. El campesino va y camina horas hasta encontrar el arbol de platanos. Coge varias y regresa.
-Y listo, lo recoge con ellas.
-No, es que no te fijaste de algo. El que nos molestó antes fue un mono, ¡pero hay decenas más! ¿Cómo le hacemos?
-Ay, ¿tenemos que buscar más?
-Yo creo, pero escucha bien, ¡tengo un plan! Vamos por más y más bananas, caminamos y caminamos y con ayuda de la vaca cargamos muchas muchas bananas.
-Sí, para que no protesten.
-Sí, pero escucha bien, los monos no son fiables, pueden venir más y demorar el rescate, o bien pedir nuevas condiciones para pedirnos las lianas.
-¿Y cómo evitamos eso?
-¡Pues ese es el plan que te decía! Escucha, volvemos entonces con las bananas y convocamos a los monos. "Vengan todos, vengan todos".
-Que vengan, que vengan.
-Y vienen, tenemos muchos muchos monos alrededor. Lo que hacemos entonces es que nuestro campesino da las bananas, pero no así, entregándolas, sino las echa al hueco que con sus manos cavó. Y allí se lanzan todos. Zum, tras, plás. Y así, mientras los monos comen, tomamos varias lianas, las amarramos y así sacamos al pobre indio, ¡vamos! Y se van los tres, el indio, el campesino y la vaca, antes de que los monos terminen de comer y salgan de su hoyo.
-Qué bueno, qué bueno, ¿entonces escribo eso como tarea?
-No, no, tienes que construir otra.
-¿Y tú?
-Bueno, yo escribo que escribo, que una niña, Valdezuela, encontró a esta otra, Huenchumilla. La una tenía veinte y tres paquetes de 365 días, mientras la otra tenía 12 paquetes. Y a pesar de los pesares de un viaje entre otro, armaron una historia que engranaba dos visiones. Escribieron con sus palabras enminutadas un espacio en el tiempo que las reunió hacia el futuro. Nunca reunidas, quizás nunca agregadas a encuentros virtuales, se encontraron siempre en sus memorias. Después de todo, no todos le preguntaban a Huenchumilla qué era lo más más favorito de vivir, y no todas las cosas le confirmaban a Valdezuela, que de verdad verdad que la realidad vale todas las penas. Que aunque sean pocos, los instantes -como las amistades- así, le dan valor a los paquetes anuales. Y así así así cierro esta historia abierta, continuante.

jueves, 15 de julio de 2010

Cartas Amarillas

                                                                                                                                             
Cartas amarillas

Por Jessica Márquez Gaspar


Dime que este es el recuerdo que hemos guardado. Abrí un libro y encontré entre sus páginas la carta. La última, la que debía quedar entre las páginas 87 y 88, en el capítulo 3 del libro, dónde tan sólo empezaba a desenvolverse la trama.

No se suponía que la encontrarás, me dijo. Sonrió cómplicemente mientras me quitaba el libro de las manos y me observaba como tantas veces. Yo que conocía entonces sus palabras mudas, supe lo que quería decirme. Eran esas pequeñas señales, esas pequeñas pistas que, según él, dejaba al “nosotros” del futuro. A aquellas personas que seríamos muchos años más tarde, cuando las páginas del libro se hubieran tornado amarillas, y la primera lectura nos resultara un recuerdo vago pero dulce, marcado por las soporíferas horas de las tardes y las vibrantes noches al ritmo de los grillos, y las madrugadas robadas al reparador y necesario sueño.

No se suponía que yo buscara aquel libro en particular. No se suponía. Pero aquella noche lo dejé solo en la cama cuando se acercaba la medianoche y caminé con decisión hasta la librería. Extraje el libro, aquel exactamente, sin vacilar, como si sintiera que había sido removido hacía poco tiempo y que emitía una energía especial. Lo abrí entonces con absoluta decisión y PAM, ahí estaba.

Era una hoja doblada en cuatro partes, llena de aquella caligrafía que recordaba a un antiguo lenguaje, por lo complicada e íntima que se había convertido: en un mundo de escritura cibernética, el escribir a mano era un acto casi privado y escaso. Mientras me miraba con ternura fui desdoblando la página. Primero se volvió media hoja, luego la hoja entera. Primero era un conjunto de líneas que se sucedían unas a otras, después era un texto, más tarde era una misiva. Empecé a leerla con premura mientras mi corazón latía, corriendo.

Fui entonces, en aquel instante, la mujer de este momento y la mujer de muchos momentos más tarde, la de años más tarde. Y leí aquella carta como si la leyera varias veces en el tiempo, como si ya la conociera. Recorrí tus verdades y tus mentiras, sentí entonces tus imágenes, recordé contigo los recuerdos nuestros, y olvidé contigo los olvidados. Te amé como me amaste en ese momento. Te odié como te odié antes. Te creí a medias y desconfié bastante. Pero entendí. Entendí lo que pretendías decirme, aunque no fuera verdad, aunque ni tú lo creyeras. Aunque yo, por mucho que quería creerlo, no pudiera.

Porque ambos sabíamos la verdad que nos ocupaba en aquel instante, y aunque aprecié lo que creías, y aunque guardé siempre en mi corazón lo que decías, supe con certeza que no era cierto. Que mentías. Entonces miré a tus ojos y sonreí, porque en aquel momento no importaba. Pero nuestra mentirosa felicidad se fue resquebrajando como las mañanas doradas que dan pasado a las lluvias, al otoño, al invierno, porque es el final del verano.

Y supe entonces, como se hoy, que todo terminaría, evidentemente. Y guardé la carta doblada en dos, luego en cuatro. Como si quisiera que permaneciera dentro del libro, como testimonio de lo que fuimos. Sí, de lo que fuimos. Nunca supe que sucedió con ella, nunca. Hasta aquel entonces en que abrí una caja guardada en una esquina del closet y hallé el libro. Me tomó unos minutos recordar por qué era importante, por qué con un título tan insulso y un autor tan poco importante, permanecía entre clásicos, de Borges y otros grandes. Y, cómo aquella vez que me levanté de la cama, lo abrí con decisión. Y encontré la carta. Con los dobleces marcados como cicatrices, con las esquinas tan amarillas que parecían doradas. Con la tinta convertida en un elemento incierto. Con los años marcados en cada palabra. Tus mentiras en aquel papel, algunas, tus pequeñas verdades. Y lo que fuimos inmortalizando en aquellas líneas, inmortalizado. Sonreí entonces mientras leía, porque supe que estaba leyéndola por primera vez. Porque la mujer que fui en aquel entonces no volvió nunca, y aquella otra, que tomó su lugar, sabía ver bien.

Esta vez no quise dejarme aquella misiva para el futuro. No hacía falta. Pasado como era se tornaría recuerdo en el continoum de mis memorias. Eso era suficiente. Tomé libro y carta, y el primero lo regalé y la segunda la boté. Aquellos clásicos ocuparon un nuevo lugar en mis estanterías, y yo regresé a la cama a estar con aquel otro, aquel que era verdad, que lo había sido durante quince años y que lo seguiría siendo.

Lo que no pude recordar entonces fue aquel día. Aquel en que tomé mis libros, en que ocuparon en perfectas pilas la caja que había tenido entre mis manos. No pude recordar el día en que tus mentiras, quebradas como las alas de una mariposa, por lo delicadas y por lo triste de su ruptura, rompieron lo que fuimos. No recordé cuando sostuve la caja bajo el mentón y sobre mis brazos y volteé a mirarte por última vez. Porque más nunca volví a verte a los ojos como solía hacerlo. Lo lamento, ese día dejé de amarte y no volví a hacerlo jamás. Más tarde, los brazos de otro llevaron la caja a aquel apartamento, y pasó a formar parte de un espacio oscuro, poco ventilado y de poco movimiento, dónde rara vez entraba la luz… y menos aún mis pensamientos. 

jueves, 8 de julio de 2010

Sólo cinco minutos


 Sólo cinco minutos

Por Jessica Márquez Gaspar


Él la miró a los ojos
Ella agachó la mirada
Él bebió un sorbo de su cerveza
Ella sonrió de medio lado
Él observó sus labios con deseo
Ella recorrió sus ojos castaños
Él rememoró viejas conversaciones
Ella sintió antiguos encuentros
Él pensó en su piel de cereza
Ella fantaseó con su cuerpo de acero
Ella lo miró a los ojos
Sus miradas se encontraron finalmente
En un instante suspiraron
Él terminó su cerveza
Tomó su chaqueta
Y se fue sin voltear
Ella miró a los ojos al otro, a aquel con el que hablaba

Sólo tomó cinco minutos para que reconocieran su error: estaban con la persona incorrecta

martes, 6 de julio de 2010

Lo que suele cambiar es el punto de referencia

Por Gabriela Camacho

Hace cierto tiempo me preguntaba cuál era la diferencia entre arriba o abajo, un lado u otro, el Norte o el Sur. Todas esas cosas pueden ser afectadas por una sola cosa, un punto de referencia, el lugar desde donde se miren.

Para algunos las cosas pueden ser malas, buenas, tristes, felices, agrias o dulces. También es posible afirmar que algo puede ser alto, bajo, frío, caliente, verde o azul. ¿Qué tienen en común? Que no importa lo que sean, siempre varían dependiendo de la perspectiva: se mueven, viven y repiran a su merced.

Podemos sacar como única conclusión que en nuestra vida nada es como decimos que es si eso está visto por otra persona. La perspectiva no es sólamente visual, olfativa, táctil, auditiva o del gusto; es, además, algo que va más allá de los sentidos. Al parecer todos podemos hacer uso de eso, sea lo que sea, y darle formas diferentes al mismo hecho.

Es como si pudiéramos por un momento ser pintores, escultores, chefs, compositores, cantantes. Creadores de belleza con muchas características que los diferencian, pero algunas pocas que los hacen tener nexos. Es aquí donde quizá notemos puntos de separación, o quizá notemos que no los hay. Absolutamente todo es esclavo de una perspectiva o muchas.

No importa al fin y al cabo lo que tengamos al frente, siempre y cuando podamos darle la forma que nos apetece que tenga. De eso está compuesto el mundo, nuestro mundo, el mundo de todos.

jueves, 1 de julio de 2010

Dos personajes… Una historia

-¿Qué recuerdo de él? Su sonrisa.
-¿Qué recuerdo de ella? Sus labios.
-No, amiga, hay días que me hace mucha falta…
-No se, tal vez, algunos días, así como lejanos, la pienso.
-Pero hace tanto tiempo ya de eso… que lo mejor sería olvidarlo.
-Han sido tantas, pero tantas las que vinieron después de ella, pero ninguna se le compara, ninguna.
-He pensado en llamarlo varias veces, ¿sabes? , preguntarle cómo le ha ido, si al final consiguió el trabajo que tanto quería, pero me da miedo llegar a escuchar que es completamente feliz sin mí. No me lo tienes que recordar, yo sé claramente, que estoy siendo egoísta.
-Le debo tantas disculpas. Ella fue la única que me dio su sincero apoyo. Cuando quise ir a trabajar en aquella empresa, ¡fue la única que me ayudó! Y ni siquiera llamé para agradecerle cuando conseguí el trabajo… ¿Puedes creerlo? Ya debe estar casada y con dos hijos, siempre quiso dos, le gustaba los números pares.
-¿Lo que más extraño de él? La forma en que me tomaba entre sus brazos y me hacía sentir segura, sus caricias y las miradas en silencio, ¡Ah! Y cómo siempre llegaba con una sonrisa a mi casa.
-Cuando la abrazaba, me miraba de tal manera, como… como si fuera su héroe o algo así, me gustaba eso. Extraño su aroma, y su café en las mañanas, y sus notas en el refrigerador. Éramos felices y no lo sabíamos.
-Me acuerdo que siempre lo ayudaba a vestirse, aunque no me lo pedía, yo sabía que necesitaba de mis consejos para la ropa. Se veía muy bien con su traje azul.
-Odiaba que escogiera mis atuendos, me sentía como una Barbie, mejor dicho como un Ken. Y como detestaba ese traje azul. Pero al final siempre la dejaba que me vistiera, eso la hacía sonreír.
-Estuvimos juntos por cuatro años y nueve meses.
-Yo nunca había pasado de los tres meses.
-Prácticamente vivía en mi casa, claro, como tenía piscina.
-Ella no salía de mi apartamento, el jacuzzi influenciaba mucho en su decisión. Todos mis vecinos la amaban.
-Las navidades las pasábamos juntos, conoció a mi familia y todo. Mi abuela lo adoraba. Él sabía dar una fiesta, siempre era diversión cuando se encontraba presente.
-En los años nuevos se venía con mi familia a la playa, eso sí era una celebración. Sus parientes aran agradables, la única que me preocupaba era su abuela, me miraba de forma muy extraña, rara la señora.
-Todavía me acuerdo de ese día, en que todo se arruinó.
-Sí, fue un siete de noviembre.
-Para ese momento lo único que me preocupaba era la salud de mi papá, había enfermado gravemente, y él no lo entendía, no quería entenderlo. Me gritó que tenía miedo, miedo de hacer algo impulsivo, algo espontáneo y quería de verdad algo para mí.
-Me había llegado una oportunidad, de esas que se ven solamente en las películas, bueno casarnos en París, amigo ¡París! Su respuesta fue total sorpresa, un rotundo ¡No! Ella me dijo que estaba loco, que era un desconsiderado, que cómo se me ocurría pedírselo en esos momentos.
-No paraba de repetir que yo no cedía nada en esta relación, que estaba botando todo a la basura con una excusa tan barata.
-Llorando me gritó que no estaba lista, que su papá la necesitaba.
-Me dijo que si tanto quería irme, que me fuera de una vez. Me acusó de no pensar en el futuro de la relación, yo le preguntaba que cuánto tiempo más tenía que esperar, le decía; ¿tienes acaso esperanzas de que llegue uno mejor? ¿Es eso?
-Me habló desesperadamente, y no la quise escuchar. Cerró la puerta mientras su boca pronunciaba que era el peor.
-Supongo que pude haberlo apreciado más, él siempre me complacía y daba todo por hacerme sentir contenta.
-Supongo que debí entenderla, escucharla, esperarla.
-Qué idiota fui, tantos recuerdos, tantos sueños y todo se esfumó.
-Tal vez si la llamo… y aclaramos las cosas, vuelva a mí.
-Tal vez si lo visito… y aclaramos las cosas, me pida que vuelva con él.