miércoles, 28 de abril de 2010

Pauta 31: Ani-verso-rio de letras vertidas

Advertencia: Todos los personajes de esta historia han sido caricaturizados. Es responsabilidad y compromiso de los protagonistas contradecir, reforzar, profundizar, etecé, los perfiles acá expuestos.

El día antes de un descubrimiento y un inicio:

Mordisqueaba la chupeta recién abierta pensando en los elefantes marinos y en la idea de quedar preseleccionada en el concurso municipal cuando fue llamada por su madre: “¡te faltaron los vegetales!”. Se dispuso entonces, tan rápida como pudo, a ingeniar su maniobra evasiva.

Ensueterada y concentrada como pocos, ella terminaba su informe. Pretendía pronto avocarse al reportaje para luego adentrar en el ensayo pendiente. Tic tac, tic tac. Luego le faltaba todavía la monografía, “¿qué pasará?”, recordó a Dari, “¿vendrá todo aquello a mi camino?”

Sonaba ahora la canción del final de la serie. "Qué pasará con Naitachi, si Okuro la descubre sin duda le contará a Leiba", meditaba mientras pensaba que debía escuchar DBSK para relajarse. "Es difícil esperar resultados de la vida, cuando hay tantas preocupaciones adicionales. Ojalá Naitachi se adelante a los acontecimientos y revele su identidad, pero la entiendo, la echarían del Matoro inmediatamente.”

"… sea tu nombre", rezaba Marta encogida sobre sí mientras sus oídos eran penetrados por aquellos pasos, por los portazos, por los papeles que desordenaba el de la sombra, ese extraño que la buscaba con desespero". 'No, la tensión debe ser más profusa.' Hizo pausa. Abrió el correo. Aún nada. Los del Rally no lanzaban todavía sus noticias. "Vamos", retomó, alentando su ingenio a cubrir a Marta de angustia por el peligro que corría su cuello.'

JL fruncía el entrecejo. Ese día debía saber de una buena vez si su destino estaba un paso más cerca. Había calculado su posible competencia de acuerdo a los lugares de exposición del poster. No era imposible, acaso difícil. Tomó un cigarrro y cerró sus ojos, tenía mucho que pensar: su carrera, ese concurso, los versos que latían dentro…

“Que si no les gusto chao, ¿entiendes?, que si creen que mi cuento no es suficientemente bueno para quedar preseleccionada ¡allá e-llos! Pero pero, si quedara, ¿tú crees que quede?, entonces son unos tipos geniales y conscientes que merecen este sorbo de vida. ¡Pásenme otra!”, brindó celebrada y acompañada en su renovada alegría. Sirena; fiera y dulce, oscilaba.

Más birras, más luces: “Checo, es que tú ¿ves, ves esos poblados por allá en los cerros?, ¿los ves, los ves? Esos mesmos merecen oportunidades, checo, merecen letras y si quedo voy con mis letras, si queda va este negro”, se ríe y cambia la voz, “este negro que tiene mucho que decir en este mundo, ojalá, oh Alá.”

Uno intermitente, más ausente que presente, veía tigres con piel de cebras y sillas con cascos de astronautas (("en televisión")), cuando entre canal y canal, vio en la imagen de su vida una expectativa: probar, surgir. ¿Crecer?

Ella se daba el segundo receso de seis minutos entre un capítulo de la tesis y otro cuando la asaltó la ansiedad de la respuesta por esperar. “El tiempo es un papel doblado, lo que estaba en el pasado se despliega en el presente, y conecta con el futuro, ¿por qué no, F, te abres un pelo y me dejas asomarme y ver qué me viene?”

La de Margara masca un chicle cuando ríe copiosamente por la gracia de su amado barbudo (no chivúo). Ríe y se despega, secretamente, de una intriga: ¿quedará? No es su pasión ni su mayor reto vital, ¿pero será será esta su oportunidad?, pensaba la comunicadora.

Más. Más. Debía extender su mano aún más, sus pies de Converse más más. Estaba cerca, sólo faltaban infinitos trechos para tocar su estrella, la Andreta Gamoza, que algún día sería conocida de esa manera. “Andreta, dame una señal, si sigues brillando, es que no quedé, si no, es que sí.” Plum, se llenó de felicidad cuando supo, de antemano, que quedó y cuando investigó el fenómeno y se dio cuenta que presenció algo de hace mil años. Se hizo una trenza en el cabello en honor a su ex amarilla amiga imaginaria y real.

Faltan 67 días para la playa y su casa. 67 días de lingüística y fo-ne-mas. Pero sólo 1 para una gran noticia. “¿Qué me espera, Manu?, ustedes las niñas son más intuitivas, ¿vendrá la luz que deseo?”, pronunció antes de echarle un mordisco a la hamburguesa de promoción y seguir jugando con el muñequito.

Todos ellos, nosotros, recibiríamos, entre conversación, trabajo, chupeta y birra:

La vida misma tiene el gusto de informarle que ha quedado seleccionado para el I Rally Metropolitano de Escritores.
La convivencia con los otros participantes arranca en la Plaza Miranda, pasa por una competición y llega a un blog de diez plumas-teclados. Partirán nerviosos y dudosos, pero crecerán en el camino.
Por favor confirme que está dispuesto a aceptar esta invitación y a encarar cada uno de sus retos.
Si tiene alguna duda, comentario o sugerencia, dude mucho en desistir por ellas u otras trampas mentales.
Felicitaciones y mucho, concretado, éxito.”


Todos, quizás al unísono
: "Confirmado".

Hoy un año después, el reto continúa. Se llama Letras a Litros y sabe a blog desdiseñado, a pautas semanales y a cuentos íntimos. Cualquier duda y comentario sobre sus miembros, escríbanla, tal es la directriz. No duden ni dejen de hacerlo. Que arranque otro reto y con él otro año.

¡Salud!

Beban cuanto deseen, que hay litros de letras.

martes, 27 de abril de 2010

Por qué

Tras el largo recorrido, cansadas las piernas, agitado el ánima, di con Sus Ojos.

Pregunté, tan serena como pude, por qué es más fácil desordenar que cuidar, dañar que arreglar, en definitiva destruir que construir.

Con un susurro envolvente: "Porque es más fácil morir que vivir."

Vuelta a casa, aún levitaba.

Sueños De Hermanas

Es impresionante lo poco trascendente que es la existencia de la humanidad en el amplio esquema del universo. Nos escondemos detrás de nuestras religiones, nuestras normas científicas, en la búsqueda de comprensión de aquello que nos rodea. Si ustedes supieran lo que yo sé, apurarían a culminar sus propias vidas, al suicidio de la especie, pues es lo único que nos salvará del sino aciago que nos espera entre los eones.

Volví a Venezuela tras la insistencia de mi madre. Gómez había muerto un año atrás y aunque el general López Contreras se le parecía, afuera del país se murmuraba sobre vientos de cambio. Yo quería que mi hijo fuese venezolano y las preocupaciones de mi madre por mi embarazo me otorgaron la excusa que necesitaba para volver a la patria. Sus molestias estaban justificadas: Justina, mi hermana, había fallecido al dar a luz y el pequeño la acompañó unas horas después, causando una herida profunda en el núcleo de una familia unida, de las que sólo se ve en el campo. Mamá me recibió en la finca con gran cariño y celebró un festín en mi nombre. Se mató a una de las mejores reses y el churrasco se acompañó con vino de hacía cuarenta años. No tocamos el tema de las tensiones políticas en Madrid, ni la muerte de Marco Antonio, mi marido. Aunque la ausencia de Justina pesaba con dureza sobre el comedor, hicimos nuestro mejor esfuerzo de mantener el tema a raya, a pesar de tenerlo bien presente en nuestros corazones; la imagen de mi hermana seguía congelada dentro de los ojos melancólicos de nuestra matrona.

Por supuesto que no noté nada anormal durante la primera semana de mi estadía y fue mientras buscaba harina en el almacén de la casona que di por accidente con el diario.

Su cubierta era de cuero y tenía una cinta roja para marcar las páginas. Me apresuré en guardármelo dentro de la blusa, pues pronto comprendí que contenía los pensamientos privados de mi fallecida hermana y mostrar semejante documento a mamá únicamente serviría para perturbarla. Era una mujer de setenta años y los esfuerzos que llevó a cabo para mantenernos educadas tras la muerte de papá cuando éramos niñas se reflejaban en sus ojos. En vez de vender nuestra finca de Carabobo, como mis tíos le aconsejaron que hiciera, ella se apropió de la empresa y ahora me comentaba que en sus planes estaba heredársela a su primer nieto varón. A mí me dolía verla hablar de este modo, porque lo hacía con el aplomo de quien espera a que se produzca algo para irse al sepulcro. Su tos me preocupaba y setenta años estaba por encima de lo que sus coetáneos habían vivido. Mostrarle las reflexiones de Justina, escritas en su puño y letra, no le habría hecho ningún bien.

Había pensado demasiado en cómo se sentiría mamá sobre el diario y no había reflexionado sobre cómo me sentía yo. Esperé hasta estar en la privacidad de mi habitación antes de dormir. Encendí la lámpara de aceite y me encontré llorando al reconocer la voz de alguien que ya no estaba ahí. Justina me contaba desde el pasado sobre Heriberto, su marido, sobre cómo había vuelto a la finca para el último trimestre de su embarazo y el tiempo que esto le había tomado, viajando desde Caracas por un camino de tierra. Su día a día me encantaba. Era mi hermanita, con la que corrí por los campos e intercambié las preocupaciones de las niñas que se vuelven mujercitas. Me fui con Marco Antonio al casarme con él, a los veinte años y apenas conocí a Heriberto quien, supe, volvió a Caracas para desaparecer del ojo público después de la partida de Justina. Y mientras yo leía y rememoraba, con la guardia baja y el corazón en un puño, apareció la referencia a un sueño como el sigiloso serpentear de una pesadilla en la oscuridad.

Iniciaba la letra de Justina advirtiendo lo vívido de su visión. Estaba en el bosque circundante a la finca y con ella estaban los empleados, Heriberto y mamá, todos desnudos y con signos pintados sobre la piel, excepto mamá, que los tenía tallados en la carne. Justina había querido salir corriendo, pero se sentía abatida, incapaz de moverse mientras el resto del grupo entonaba invocaciones y ella se sumergía en una masa amorfa, fétida y cálida, a veces líquida, a veces sólida. El claro canto de los espectadores era ¡Iä f’nguelui fhtang! ¡Shub Niggurath fhtang!

Yo había tenido el mismo sueño y, al igual que mi hermana, me enteré poco después de que estaba embarazada.

Me habría sumergido en el consuelo de la racionalización, de no ser por mi necesidad de desenterrar los detalles bajo la superficie. Fue así como, a escondidas, me escabullí dentro de la cabaña donde Justina dio a luz. Comprobé que estaba preparada con una amplia cama y compresas, todo lo que la parturienta debió usar y ahora estaba renovado para mí. La existencia de un sótano en la cabaña resultaba perturbadora, pero era un nimio detalle comparado con su morador. Mi sobrino.

No voy a decirles cómo fue. Grité desde las tinieblas del monte y regresando a la casa, divisé al grupo que se preparaba para buscarme. Las antorchas perfilaban sus facciones: Mamá, con Heriberto y Marco Antonio, vociferando, maldiciendo, insistiendo en cuánto debían de proteger al fruto de mi vientre.

Esa criatura nunca va a nacer. Escribo esto como la única explicación de mis actos. Voy a extraer a la abominación de mis entrañas con este puñal. El proceso me matará, también lo matará a él y eso estará bien, porque cualquier cosa es mejor que ser la responsable de esa informe bestia. Ningún oído será recipiente de su croar y ningún ojo tendrá que posarse sobre sus ventosas. La hora se acerca, ellos me buscan y los horrores esperan para apoderarse de mí.

Me encontrarán, pero será demasiado tarde.

domingo, 25 de abril de 2010

Mi curiosa plática con un amigo al que no conocía

La pauta de Andre me recordó una historia que escribí para el Rally, y es mi historia favorita de todas las que he escrito. Espero que les guste y me perdonen la trampa, es sólo que encaja con el momento. Disfruten :D

Por Gabriela Camacho

“Son las cuatro de la tarde”, me dije mientras caminaba sobre el pasto del Cementerio del Este, que amortiguaba mis pasos. No tenía sentido seguir, así que me senté. Una tristeza tan grande como el océano se hacía parte de mí, y se instalaba cómodamente dentro de mis pensamientos, haciéndolos suyos.

Su muerte tan repentina me había tomado por sorpresa, sin darme tiempo siquiera de asimilarlo, de entenderlo, de aceptarlo. “Simplemente se fue, dejó de existir y me trajo aquí”, pensé con ironía.

Cuando me di cuenta estaba sola, no había nadie a mi alrededor que disipara mi sensación de abandono. Miré distraídamente hacia la franja de luz que proyectaba el sol sobre una montaña y algo por fin captó mi atención: un hombre venía hacia mí, caminando pausadamente, como si no necesitara llegar con prisa a ninguna parte.

No me di cuenta de cómo, ni de cuándo, pero se sentó a mi lado. Pude ver en ese momento cómo era: su ropa estaba impecablemente limpia, vestía con un sobretodo negro que hacía juego con el pantalón, una camisa blanca, zapatos negros y brillantes y una bellísima corbata roja. En cuanto a su rostro, era el más perfecto que alguien podría ver, con facciones distinguidas y ojos de un azul oscuro. Su cabello era castaño y parecía tener unos veinte años.

Al principio no dijo nada, sólo se limitó a ver lo que yo veía. Cuando pensé en levantarme pareció leer mi mente, pues me preguntó “¿Por qué deseas irte? ¿Te molesta mi compañía?”. Yo le respondí que no y seguí mirando hacia un lugar indefinido. Quería levantarme pero al mismo tiempo deseaba quedarme allí.

Luego de un minuto volvió a hablar, y me dijo que él era lo que yo más detestaba en ese momento. Miré hacia sus ojos azules con cara de sorpresa y eso lo hizo sonreír. “Soy... La muerte” y sonrió de nuevo. Pensé en que cada día habías más locos en el mundo y decidí hacer lo que quería hace unos momentos: levantarme. Algo me lo impidió, pero no era mi compañero, sino mi cerebro; había algo mal conmigo. Fijó su vista en mí y oí su voz en mi cabeza diciendo “No te irás hasta que me escuches”. Por primera vez junto a él tuve miedo; “¡habló directamente a mis pensamientos!”.

Me dijo que no debía temer y comenzó a hablar calmadamente. Recuerdo cada una de sus palabras, no creo poder olvidarlas nunca: “¿Sabes por qué hago lo que hago? No lo creo. Yo los llevo a todos a otro lugar, al lugar que merecen. Cuando ellos cumplen su trabajo en la Tierra yo hago el mío, es simple. No me mires así, no me gusta tener que causarlo todo: accidentes, robos, enfermedades, pero eso es algo que alguien tiene que hacer. El equilibrio es lo que mantiene al mundo y las personas también deben ser niveladas.”

Me sorprendió ver que lloraba y supe que no mentía; estaba hablando con la Muerte. Se secó las lágrimas y volvió a mirarme con los ojos enrojecidos.

“Si deseas saber por qué vine aquí, deberías mirar lo que yo veo. Si, eres tú. Me estabas llamando, preguntándome qué razón tuve para hacer lo que hice, y por primera vez me sentí obligado a responder. Las personas que se han ido son privilegiadas, pues el sufrimiento terrenal ya no forma parte de sus vidas. Mi trabajo no es tan honorable al principio pero los resultados son increíbles. Nadie quiere regresar nunca, y a quienes has perdido no son la excepción. Debes simplemente dejarlos ir”

Vi que se levantaba y que el sol se ponía en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranja. Sentí la necesidad de darle las gracias y lo hice. “No debes agradecerme aún -dijo-, sino cuando volvamos a vernos. Hasta pronto”. Caminó despacio hacia el lugar de donde vino y desapareció. Yo me levante también y avancé por el camino opuesto al que él había tomado. No sabía cuándo volvería a verlo, pero sí sabía que tendría que hacerlo algún día. “¡Qué amigo tan extraño!” pensé riendo.

La muchacha

El sol desgarraba las ultimas vestiduras de la noche. Sobre el naranjo las gotas del ultimo aguacero pendian sobre las hojas como diamantes brutos que caian sobre la tierra en silencio, un perro ladraba en lo lejano, empezaban a mover las carretas y un olor a pan y fruta madura se mezclaba en el viento humedo del patio. Era Junio y todava podiamos retozar antes de ir a la escuela.
Tenia ganas de ver a Ramon y Aristides. Se habían ido para la Guaira hace una semana y estaba aburrido desde su ausencia. En el gran caserón solo tenemos patos y animales de granja que nos abominan hasta el tedio, dos perros y un solo gato que arisco se voltea panza arriba ante cualquier atisbo de humanidad. Estuve viendo la ventana como un pajaro tras los barrotes de su jaula, pero ya era junio y eso me hacia mas verde la vida. Ramon volvería con las manos llenas de conservas de coco y Aristides me contaría sobre su viaje en tren hacia Macuto "te sentirás como libre" me dirá, seguramente, para hacerme sentir envidia.

sera mi ultimo domingo solo. La tía Mildred tuvo la maldita idea de llegar para la misa de las cinco. Mama me peino lo mejor que pudo: "ese pelo de negro,no se de donde lo sacaste" y domaba mis rizos con linaza hervida y un peine grueso de carey. Me vistió con un pantalón corto y una camisa azul. Yo no quería decirles nada, la verdad, ni a Ramon o Aristides sobre la manera en que mi mama me vestía y me cosía la ropa, como su peine de carey con olor a talco francés me halaba el pelo con fuerza hasta la raíz, como si tuviera odio de mi ascendencia oscura o dudas sobre mi piel bronceada. Mi papa siempre fue alejado a esas cosas, me llamaba y repasaba las lecciones con rudeza mientras me nombraba "salto atrás" "tenté en el aire" "mojino monino" como quien nombra al perro de la casa para darle la comida. A veces tenia la sensación de que ambos ignoraban mi nombre.

Tia Mildred llego con su séquito de plañideras. vestía un largo vestido negro, llego repartiendo besos con olor a agua de rosas mustias. le seguía mi prima Antonia y mi primo Simón, ambos con su fuerte dosis de mojigateria. Blancos, redondos y tristes como cebollas. Me aterraba pensar que de su reflejo saldría mi futuro. Mi prima que apenas alzaba la voz y mi primo que a veces tenia la mirada bizca y esa blancura enfermiza que me helaba la sangre.

- montante en la carreta y se bueno. me dice mama.

Me monte con todo mi odio. lo único para que iba a la iglesia era para pedir que mis amigos llegaran mas temprano. Antonia empezó a ver por la ventana de la carreta completamente aburrida, mi primo leía un pasquin de los que reparten en la estación del tren y mi tía contaba las cuentas de su rosario desprendido. Mis pensamientos se hallaban lejos de la carreta, volaban sobre la ciudad y la montaña, con deseos de perderse en el tren que llegaba de la Guaira para quedarse dormido sobre la tibia niebla que duerme sobre el mar.

Tia Mildred mando a parar la carreta y le pidió a Antonia que buscara a la "muchacha". Mi primo soltó el libro y de un respingo se sentó derecho. Me incorpore y deje al tren de la Guaira desaparecer de mis pensamientos, como si se metiera en la boca negra de un túnel. Mi tía hizo espacio en la carreta y siguió contando su rosario incompleto. Volví a la ventana y nos hallábamos en una zona mas bien miserable, justo en la parte de atrás de la iglesia. pensé que seguramente esta seria una de esas muchachitas que van desde pequeñas a hacer de esclavas en las casas. Mama estaba totalmente en contra de esas practicas, yo no le veía nada de malo. En la casa tenemos una y se llama Rosita. Algunas noches mi papa atraviesa la casa, va y duerme con ella en su buhardilla. Supongo que esta sera la "muchacha" para Simón, por eso dio el respingo.

Llego mi prima a la carreta con la muchacha y cuando la vi supe que ella no seria para mi primo, sino para mi. tendría unos once años, mulata con los ojos verdes y el pelo maloso como el mio, las piernas largas y de la camisa salían unos pequeños pechos que tímidos se paraban ante el roze de cualquier brisa. Que hermosa era la "muchacha". Simon la miro con exactitud medica y la desaprobó. Mi tia nos dijo que le pusiéramos el nombre que quisieramos "esa es una mandiga" y se reía con la boca muy abierta.

"La Muchacha" y ya, mama. dijo mi prima y volvió a su contemplación. Pero yo nunca volví al tren de la Guaira, ahora estaba ahogado en los ojos verdes de la mulatita y ella si apenas levantaba la mirada, estaba triste, había llorado. Me daba lastima imaginarla al lado de mis tristes primos y su madre la bruja, haciéndole los mandados o lavando la ropa en el rió. Durante ese viaje nunca me miro a los ojos, nunca.

Ramon y Aristides volverían la semana entrante. Su madrina nos dio la mala nueva cuando fuimos al mercado con Rosita, parece que le agarraron unas fiebres en Macuto y se quedaron una semana mas. Maldije como nunca esa mala noticia y maldije aun mas cuando mama y papa me dijeron que bajaría la Guaira en el tren y que yo me quedaba con tia Mildred en su casa de La Candelaria. "No puedes ir porque mama teme que agarres las fiebres tambien" dijo papa . Empacaron mis cosas y con la peor de mis caras, me dejaron donde la tia Mildred.

Me recibieron lo mejor que pudieron, con la cara contenida con disimulo. escupí la entrada. Simon no estaba y Antonia esperaba con angustia la llegada de su pretendiente. Tia Mildred dormia y yo me llenaba de tedio en esa casita con techos bajos y figuras de santos. Entonces llego la mulata.

Servía la mesa con cuidado, ponia las tazas lo mejor que podia y los cubiertos con tosca urbanidad. No podia desprender mis ojos de ella, cada paso, cada trazo de su cuerpo correspondian a una armonia que desentonaba con lo monotono de su existencia. Sus ojos verdes brillaban entre los ojos muertos de los santos de yeso y su piel se perdia entre la bajaluz de las cortinas. La muchacha nunca miraba a los ojos de nadie, le habian domado el fuego de la raza que tambien era la mia. Pero ella en su actitud salvaje tenia las cicatrices de la libertad que a mi me fue negada desde el nacimiento y aplastada con el peine de carey.

me sente en la mesa y le pedi que me sirviera panelitas con cafe negro. Ella asintio sorprendida y fue corriendo a la cocina. voltee a mi alrededor pero no habia nadie, solo los santos mudos, ciegos y sordos, la segui a la cocina. ella estaba de espaldas y yo le contemplaba el cuerpo en formacion, algun dia tendria las caderas como Rosita y su espalda terminaria en un altar de deseo confeso, como Rosita. Me sente en el piso, ella volteo contenida. Estaba a punto de llorar.

Me halle sin defensas. Papa siempre me contaba como habia que tratar con madingas como esa pero nunca me halle tan cerca de criatura mas noble. Baje la mirada apenado y la deje en medio de la cocina con la taza y las panelitas en la mano.
pasaron un par de dias y el episodio de las panelitas quedo en el olvido. En vez de eso empece a entablar una relacion fraternal con la muchacha. En realidad se llamaba Dorotea. Su familia era muy pobre y tuvieron que venderla a mi tia. Nunca la habian mirado como la mire antes y por eso su desconcierto y su miedo.Yo la entendia lo mejor que podia, solo tenia dos amigos en el mundo y eran hombres, el corazon de una mujer todavia era terreno escabroso e ihnospito para mi.

Nadie parecia notarme, Ramon y Aristides estaban aun en Macuto y mis padres bien podrian haber muerto porque desde hace dos dias no sabia de ellos pero no me importaba, los ojos de Dorotea eran todas mis preguntas. No era muy culta, no sabia leer frances como mi primo ni tejia al punto como mi prima pero era muy inteligente y nada se le escapaba. Cuando todo oscurecia y Tia Mildred se guardaba en su gris aposento, salíamos al solar a jugar bajo la luna de junio. Los cucuyes palidecian ante el verdor de sus ojos salvajes, me acariciaba el pelo y en mi mano se derretia esa lava negra y espesa que era su cabello y su rostro, moreno, se perdia hermoso en la oscuridad del solar.

Nunca la bese. Nunca pude adivinar las formas de su cuerpo en la noche. Nunca pude descubrir su espalda humeda por el rocio de su cama. Ella fue el inicio de todo el enigma y el fin de mis jugarretas. La ultima noche en casa de mi tia se me hacia triste. Ella tambien sabia que me iria mañana con mis padres en la carreta de la familia y que pasarian meses antes de que volviera. "en la noche, buscame al lado de la estatua de San Miguel" me dijo al oido, cuando mi tia no nos veia. Simon me vio salir de la cocina, poso sus ojos frios y turbios dentro de los mios. Luego sonrio cinicamente y siguio en su lectura.

Me asustaba la cita. no podia esperar a que muriera la tarde, no dejaba de mirar la ventana, el solar y cuerpo de La Muchacha siempre de espaldas. Cayo la noche, finalmente. escape de mi habitacion haciendo silencio, busque la estatua de San Miguel entre el mausoleo de santos que mi tia erigio despues de la muerte de mi tio. La muchacha no estaba y me sente a esperarla.

Ella nunca llego. Miraba el cielo con sus estrellas pero ellas titilaban dentro de mi. Las manos me temblaban, y un vaho vapor salia de mi boca nerviosa y seca. Me preocupaba su tardanza y fui a por ella a su buhardilla.

-Dorotea, Dorotea. la llame en voz baja.

No escuche respuesta. La puerta de la burhadilla estaba entre abierta y adivine lo que podia estar pasando. Sude frio, mis manos se sentian heladas y empece a temblar. Cuando me asome, por el halo de luz que habia entre la puerta y la noche, estaba el blanco cuerpo de mi primo sobre el delgado y moreno cuerpo de La Muchacha. estaba intentando "puyarla" mientras esta se defendia como un animal siendo sacrificado; pero mientras mas embestía mas parecia La Muchacha cerrarse, como un pescador que intenta abrir con una piedra la delicada concha de nacar que contiene la perla. En algun momento, durante la embestida, me parecio que sus ojos verdes me buscaban, que ella podia adivinar mi presencia y mi impotencia bajo el halo blanco de su dolor

No dije nada, no hice nada. Ella era de mi primo, no mia. Me aleje mudo de la escena y me fui al solar. Recuerdo que me dormi a los pies de San Miguel.

Mis padres llegaron muy temprano, los gallos cantaban con pereza y de las panaderias salian los primeros aromas. Me montaron en la carreta y preguntaron por mi ojos vacios y languidos. No dije nada.

- ¡Que pena con ustedes!. Pero la muchacha que compre amaneció medio mala hoy. se excusó mi tia con mi papa cuando este le preguntó por el café.
-Hay que saber tratar a esas mandigas, Midred. contestó mi papa y ambos rieron con la boca muy abierta.

El viaje fue largo y silencioso. papa me mostro las conchas de caracol que me trajo y mama compro muchas conservas de coco. Yo no quise probar nada, no quise poner mis orejas sobre nada.
Cuando llegamos a la casa, dos voces me llamaban desde una esquina lejana. Al voltear descubrí que eran Ramon y Aristides. Mas bronceados que nunca, con el pelo engominado y docil, con la ropa limpia y los pantalones cortos.

Se acercaron corriendo hacia mi, mientras de pie les miraba muy triste. No sabían que entre nosotros ahora habia un abismo. Un largo oceano profundo y insondable, de esos que con solo verlos te ahogas. Como cuando mire los ojos de la muchacha, verdes y pobres por primera vez.

Ellos se acercaron y yo los abrace muy fuerte, llorando en sus hombros quedamente. Como despidiendome.

sábado, 24 de abril de 2010

Te lo pido


Te lo pido
Por Jessica Márquez

Déjame encontrarte en la oscuridad, en los rincones.
Déjame despertar mis sentidos, pero olvidar la vista.
Permíteme volverme tacto, gusto, olfato.
Dame la oportunidad de volverme aire, de perderme y componerme en un segundo.

Te pido, nada más, que me acompañes en esta locura.
Que manifestemos entonces aquello que hemos callado con soltura.
Acompáñame no más hasta otro infierno,
Que este cielo se me torna ya eterno.

Construyamos juntos el sentimiento.
Comportemos entonces el mundo entero.
Dime que no has pensado en este momento,
Porque yo sí, yo sí.
Créeme que el mundo comprenderá lo que intento decirte,
Espero lo hagas también tu.

Hazme creer que todo es nada, te lo pido.
Regálame el sueño de tu piel dorada.
Creemos del cielo.
Porque en esta oscuridad inmensa,
En este espacio en que cierro los ojos,
Quiero creer que estás conmigo,
Quiero creer, quiero creer
Y entonces encuentro tu cuerpo a mi lado,
Tu piel morena,
Tu piel
Y sé entonces que este es el mundo,
Y este el momento
Para ser y dejar de ser
Volemos entonces
Volemos

Aun queda mucho por decir
Pero se agotan las palabras como el rocío
Que quedó marcado en mi piel
Tal vez no quieras comprender
Tal vez no entiendas lo que digo
Pero esto es un favor, un favor que te pido

Déjame entonces ser lo que fui
Déjame entonces seguir aquí
Permíteme encontrarte en este mar de instantes
Déjame que empiece cuanto antes
Tal vez me pidas que me detenga
Que recuerde
Pero te diré que el pasado
Ha pasado
Porque este mundo intenso
Esta soledad que ya no tengo
Se ha quedado varada en tu boca
En tu abrazo

Es hoy donde vivo
Es hoy donde habito
Tal vez no comprendas
Qué he preguntado a Dios
Y es la respuesta eterna
A la misma pregunta
Me esperas,
Me esperas acaso en su boca?
Me esperas acaso en su cuerpo?
Me esperas acaso en aquellas horas,
Que en el mundo no entiendo
Me esperas, Tú, en el momento sublime
En la consciencia exacta
De lo que no se, y nunca supe
Hasta ahora
Has vivido siempre ahí?
Cuando me mires, estarás, Tú, Dios allí?
Estarás?

martes, 20 de abril de 2010

La pregunta del millón

Cuenta la historia que hace mucho tiempo atrás se le reveló un secreto a una pequeña niña. Ahora, está dispuesta a contarlo con una condición. Sin más preámbulos Bienvenidos a “LA PREGUNTA DEL MILLÓN”

-Yo soy Frank, su queridísimo anfitrión. En este último show haremos un recuento de las temporadas pasadas y finalmente revelaremos "La pregunta del millón".

"Antes de comenzar, quiero mandarle saludos a Andrea que se encuentra en este momento detrás del escenario, también quiero oír un fuerte aplauso para ella, la niña que alguna vez hizo la pregunta que nos ha hecho dudar por ya casi cincuenta años".

Mientras todo el público aplaude eufórico, Andrea entra al escenario y saluda. De repente un silencio de muerte entra en el lugar y la gente clava la mirada en ese personaje que todos creían conocer, en esa Andrea, la heroína, La leyenda viviente. Todos estaban sorprendidos al verla, era la típica viejita casi patética parada en el escenario. Frank sonríe y la abraza, le entrega el micrófono.

-Gracias a todos- dice y se sienta apenada en un sillón. Frank agarra el micrófono: –Vamos a comerciales, nos vemos ahora, no se vayan.

Se apagan los reflectores, Andrea se para y en ese momento se acerca Frank y un señor con apariencia importante. -Andrea, por favor- dicen los dos -Es por el bien de todos.

-Que no- dice Andrea y se va. “Recuerda que es por el bien del programa”, le grita Frank. Andrea le voltea los ojos y se vuelve a sentar justo como estaba antes.

-¡Bienvenidos otra vez! Empezaremos haciendo el recuento, como todos ya sabrán este programa comenzó gracias a Andrea, quien de pequeña tuvo la oportunidad de hablar con Dios y de hacerle una pregunta…. Pero nadie sabe cuál es. (Pausa de intriga)

"Este programa se llama “La pregunta del millón” ya que la persona que adivine ganará: UN MILLÓN DE DOLARES (grita la audiencia).

"Con hoy ya son exactamente cincuenta años desde el primer episodio.

"Les preguntamos a personas de todas las edades mediante diferentes medios: Entrevistas, encuestas, teléfono, mensajes, y claro Internet, pero aun así nadie ha podido descubrir ¡cuál fue la condenada pregunta!

"Hemos tenido desde preguntas excelentes como: “Si el oxígeno es lo que nos da vida, ¿qué respiramos cuando vamos al cielo?”, hasta otras estúpidas como: “Me gustan las donas, ¿existen por allá?” En sólo diez minutos resumiremos cincuenta años de programa. Luego, todos veremos el final de esta historia.

Hombre, 17 años, 2009: ¿En el cielo sirve el Blackberry?
Mujer, 50 años, 2010: Ay, Diosito, ¿por qué nos pones la vida tan difícil siempre?
Niña, 5 años, 2015: ¿Por qué mi mami dice que tengo un angelito que me cuida si yo nunca lo veo?
Hombre, 25 años, 2020: ¿Por qué hay tan pocas drogas?
Mujer, 20 años, 2024: ¿Podrías explicarme porque los hombres son tan diferentes a nosotras?
Niño, 3 años, 2032: ¿Por qué los pájaros tienen alas y yo no?
Mujer, 19 años, 2037: ¿Por qué?
Hombre, 95 años, 2045: ¿Tu hijo de verdad existió?
Mujer, 65 años, 2053: ¿Eres hombre o mujer?
Mujer, 15 años, 2058: ¿Alguna vez has pensado en ver hacia abajo, la gente sufre, sabes?
Hombre, 26 años, 2059: ¿Por qué no estabas ahí cuando todos te necesitábamos?

-Bueno, damas y caballeros, querido público que ha estado con nosotros todos los sábados por cincuenta años. Quiero agradecerles por todo, espero que hayan disfrutado. Ahora le toca hablar a Andrea, el momento que todos hemos esperado.

Frank le entregó el micrófono a Andrea, ella se levantó y caminó hacia el centro del escenario. Volvió a matar el silencio. Trató de hablar, pero no pudo, respiró hondo y comenzó.

-Este programa lo comencé yo hace años con la ayuda de unos amigos, nunca pensé que sería un éxito tan grande. La verdad es que cuando tuve la oportunidad de preguntarle algo a Dios no era una niña tan pequeña, tenía casi dieciocho años.
"Al tenerlo ahí presente no pude pensar en nada coherente, sólo podía pensar en que no podía arruinar la oportunidad. Algunas personas creen que arruiné el momento pero yo creo que no.
Tal vez pude haberle preguntado sobre el amor, o sobre mi futuro o el de la humanidad. Pude preguntar: “¿por qué hay hambre, dolor, alegría, guerras, MUERTE?”, Quizás cuestionar: “¿Hay otro mundo o sólo este?”, “¿Qué hay más allá del universo?”, “¿Cómo son las estrellas?”, “¿Cómo cantan las sirenas?”, ¿Por qué me elegiste a mí?”.
"He pensado bastante y la verdad es que no necesito saber nada más de lo que pregunté, tal vez me intrigan muchas cosas, pero si las supiera arruinaría el hecho de que hay misterios y ya sólo con haber hablado con Dios, para mí, se cayó el enigma más grande de la humanidad. Ahora sé que aunque supiera una gran respuesta no cambiaria el hecho de que estoy aquí y ahora. Además tal vez no aprovecharía el presente como lo he hecho siempre.
"Por último quiero decir que yo sé que muchas personas no me toman en serio, pero luego de mi encuentro con Dios yo duermo tranquila de noche sabiendo que él está ahí, cuidando.

"Yo soy Andrea Gómez y tuve a Dios enfrente. La pregunta del millón fue:

“¿Cuál es tu color favorito?”

"¿Por qué? Porque yo también estaría molesta si las personas a quienes cuido todo el tiempo me reclamaran y nunca se molestaran por saber lo que siento ni menos lo que me gusta.

"Yo creo que le hice una buena pregunta, gracias a todos por ver “La pregunta del millón” Hasta nunca.

Se apagaron las luces y Andrea se fue a su camerino sonriendo. Al llegar allí agarró una pluma y un papel, y escribió: “¿Qué hubieras hecho tú, litrómano? ¿Qué secreto te perturba? Si pudieras resolver algún enigma… ¿Cómo te afectaría a ti o a tu personaje? ¿Qué harías luego de saber algo que pudiera cambiar el curso de la humanidad? ¿Quisieras saberlo? ¿Qué le preguntarías a un Dios que está dispuesto a revelarte lo que pidas? Y si en tu historia no existe un dios, ¿quién saciaría tu sed de duda? ¿Un diablo tal vez?”.

Andrea nunca se enteró si la gente se defraudó por su pregunta. La verdad es que nunca se molestó en preguntar.

El corte perfecto

Gabriela Valdivieso
(un cuento no tan nuevo)

"El amor es eterno mientras dura" ‘Bueno, algunos no nos engañamos’, pensó Lucía mientras cerró el libro de refranes y empezó a alistarse para salir del trabajo. Tomó sus pertenencias y caminó hacia su casa.

Lucía no está enamorada. Nunca lo ha estado. Ahora sale con Alberto, a quien conoce hace pocos meses y porta la etiqueta de "novio". Tres son las semanas que Lucía pudo soportarlo. Lo quiso y lo intentó, pero no funcionó. Postergó y dudó, pero el fin de la relación, el esperado corte, se mostraba inevitable y ése era el día.

Lucía no quería terminar mal con Alberto. Él no era como tantos otros. De hecho, él era genial.

"- Quizás la vida trascurre dentro de un círculo.
- ¿Un círculo?
- Sí, ¿por qué no?
- ¿Te refieres a una visión cíclica de la vida y la historia, como creían los griegos?
- No. Digo que la humanidad ha estudiado la vida desde la vida y no desde un sistema externo. En mi carrera analizamos las interrelaciones y entendemos que nada funciona aisladamente. Un programa, una codificación o un sistema determinado pueden ayudar a comprender y abordar otro fenómeno. Quizás haya algo más comprensible que la vida que nos ayude a abordar la vida misma.
- Puede ser, ¿como qué?
- No lo sé, pero creo que es una idea con potencial.
- ¿Cómo saber...?"

Alberto no solía alcanzar conclusiones, pero si algo le había enseñado a Lucía es que hay bastantes más posibles abordajes de la verdad de las que ella había imaginado. Sin embargo, si algo despreciaba es que Alberto –con acné, sin más de dos libros leídos y aún sin licenciatura- se consideraba un filósofo. "Es un soberbio", pensó Lucía y ahuyentó los recuerdos de círculos e interrelaciones.

Era un soberbio, un terco y un ser rutinario, pero era de esas personas que Lucía quería tener cerca siempre. Sin embargo, hasta entonces sus formas de cortar relaciones no habían traído buenas consecuencias. Molestia por meses, palabras groseras y desaparición eterna, eran de las reacciones que sus intentos habían recibido.

Cruzaba la calle apresuradamente cuando lo entendió. Quizás fue la corneta del Aveo o el frenazo de la Vitara, pero algo le evidenció que esta vez no estaba desesperada por terminar. Por el contrario, tranquilidad y seguridad eran sus emociones. Esta ocasión tenía la oportunidad de hacer, como dicen los carniceros, un corte perfecto. Recordó la película "Crimen Ferpecto" y se rió. Sí sí, la convenció el azul del cielo: la vida le permitía planificar el corte más apropiado para este dulce soberbio, rutinario pasional y terco filósofo.

Apuró su paso y razonó los elementos a considerar. Ropa, palabras, lugar, hora... De pronto concibió las dimensiones de su ambicioso objetivo: Ella -simple mortal, también con acné, sin licenciatura y sin grandes certezas de nada- pretendía decirle a la vida algo como: "Querida, esta vez decido yo".

Evocó un ensayo de Poe e inició la confección de su obra vivencial a su modo y método. Acuñándose a sí misma el éxito o el fracaso de su empresa, se sintió maestra y creadora de la situación que empezó a concebir.

Como una gran artista o escritora lanzó pinceladas y letras mentales por los aires. Se imaginó frente a él con su camisa favorita y aquella falda de su hermana en un café o un restaurante, pero de inmediato descartó esos lugares. Había pocas cosas que ella odiara más que hablar algo "serio" en un contexto ruidoso, en el que conversaciones triviales pudieran invadir las palabras que debían intercambiarse.

Quiso un espacio solitario y tranquilo. ‘¿Su casa? No, no, en su terreno no. ¿Mi casa? No, podría irse molesto y no habría camino de vuelta que permitiera encauzar la situación. ¿Una plaza? Muy urbano y peligroso. ¿Un parque? Demasiado diurno y abierto, ¿Detenidos en su carro? Ni hablar.’ Entonces pensó en el mirador del restaurante del Club Táchira pues es un lugar apartado, silencioso, no tan concurrido y con buena música. Lucía dudó; un mirador podía propiciar el romanticismo. Sin embargo -dados sus planes- sería varias cosas antes que romántico.

Realizó checks mentales y asintió. Todo perfecto, sólo faltaban las palabras. Definió sus objetivos: quería una conversación pacífica, amistosa, sin culpas o acusaciones y provista de reflexiones, ideas y sentimientos. Pensó en su introducción. Descartó a priori el "tenemos que hablar" porque una vez su padre le explicó que las cosas que una buena mujer nunca debería decirle a un hombre son las terroríficas palabras anunciadas y las llorosas "¿me quieres?"

Empezó a disertar: ‘"Al, llevo semanas pensando" No no, semanas son las que llevo con él, entenderá que nunca estuve satisfecha. "He estado pensando y la verdad es que" No, ¿cuál es la verdad?, ¿acaso he estado engañándolo? "Últimamente he sentido..." Al no encontrar peros mentales, continuó: "...que no somos la persona idónea para el otro" ¡asco! "...que ya no es lo mismo" ¡Trillado! "...que no funcionamos.” Silencio. “En realidad no eres tú" ¡tacho!, sabemos qué le sigue, ¡qué va! "...Me pareces increíble y disfruto estar contigo, pero creo que como pareja no eres lo que quiero ahora y realmente creo que no soy lo que necesitas. Por eso te propongo que..." Oh sí, listo, por ahí va la cosa.’

Sonrió satisfecha. No quería herirlo, pero tampoco mentirle. Lo mejor era ser honesta y enfocar el asunto en lo macro: no está funcionando. Suspiró, se relajó e imaginó sus expresiones comprensivas, amistosas y carentes de orgullo o molestia.

"Bruta, ciega, sordomuda,
torpe, traste, testaruda,
es todo lo que..."

Extrajo de su bolso el ruidoso aparato y silenció a Shakira.

- Aló.
- Lu, ¿dónde estás? – preguntó Alberto.
- Hey, llegando a casa. De hecho a minutos, ¿por qué?
- Salí temprano, estoy cerca, ya te alcanzo.
- ¿Cómo?
- Sí sí. Dale que me quedo sin saldo. Chao.

Caos. Sólo esa palabra podía describir la sensación de Lucía. Sus pasos se hicieron zancadas. Debía llegar, hallar la falda en el cuarto de Carolina, cambiarse, maquillarse, calmarse y repasar sus líneas.

Vislumbró su casa y se acercó con rapidez. Miró su muñeca: "4:23”, acusó el reloj. Continuó su camino y, ya llegando, escuchó el conocido cornetazo. Le pidió al universo que, de algún modo, no fuera él sino cualquier otro ser montado en un vehículo con una corneta idéntica, pero se volteó y vio la WagonR frenando a su lado:

- Hey, Lu. – la saludó Alberto.
Lucía quedó inmóvil maquinando cómo hacer para materializar su obra maestra.
- ¿Te montas?
- Pero…
Se subió confundida y expectante. Alberto aceleró, rodó sólo unos trescientos metros y frenó frente a la casa.
- Qué simbólico.
- Algo.

Alberto apagó el carro, se quitó los lentes, los guardó en el estuche y los introdujo, junto con las llaves, en el koala. Abrió la puerta y se dispuso a salir. Lucía se activó:

- Espera, ¿qué hacemos? No te dije que se me ocurrió una idea, ¿por qué no vamos al Club Táchira? Verás, allí hay...
- No, Lu, realmente estoy agotado. Entremos a tu casa.
- ¿Y si descansas un poco? El lugar es espectacular.
Silencio.

Incómoda, se bajó del carro y abrió la puerta. Se dirigieron a la sala y se sentaron en el sofá.

- Eh, ¿qué tal tu día? ¿por qué tan cansado? – interrogó Lucía.
- Me quedé despierto hasta tarde.
- Ah… oye, lo digo porque como te comentaba antes se me ocurre que descanses un rato y luego vayamos al restaurante del…
- Lu, tenemos que hablar.
- Hablar, claro, pero qué tal allá, la comida es genial, la música, la vista. ¡No sabes!
- Creo que no debemos seguir.
- ¿Ah?
- He pensado y me parece que no hay sentido en continuar juntos.
- ¿Has pensado? ¿no hay sentido? Ya va, ¿me estás cortando?
Silencio.
- ¿Me estás cortando? O sea, ¿tú?, ¿a mí?
- Lu, no te sientas mal.
- ¿Así? ¿ahora? ¿aquí?
- Caray, lo siento… ¿quieres que me vaya?

Alberto se quedó unos minutos callado esperando alguna reacción, pero ella se limitaba a respirar agitadamente y mirar al frente. Alberto se incomodó, se disculpó y se fue.

Lucía permaneció inmóvil, evocando cómo su obra vivencial y su gran proyecto y ambición se derritieron con el fuego de las palabras de aquel ser inoportuno, arbitrario, grosero y abusador.

- ¡Cómo se atreve! – masculló y continuó aturdiéndose con sus alborotados pensamientos.

lunes, 19 de abril de 2010

Las escamas verdes



Las cosas tristes tienen la odiosa constumbre de suceder cuando se esta rodeado de cotidianidad: regando las plantas, limpiando la casa, pintando una pared; debe ser por eso que uno nunca tiene que decir cuando le caen con piedras como esas:
--Katrina murió.


Lo que era un viaje de rutina a Miami, se convirtió en una paradoja. Katrina estaba enferma de leucemia y la familia no le habia dicho nada, se la llevaron de secreto al ¨St Judes Hospital¨para ver si la salvaban, pero en el interin Katrina se dio cuenta y en un ataque de pánico, el cancer hizo metastasis. en un mes estaba muerta.


Me enteré por Gabriela, que me llamó llorando a las dos de la mañana hora de Caracas. No solo me toco saber sobre su muerte, sino tambien sobre todo el complot para evitar que ella ejerciera su libre derecho de morir. De saberlo seguramente ella hubiera buscado a Ivan para una ultima y gran dosis de heroína, que se la llevara sin dolor y con una estela de humo al otro mundo sin tener que desahuciarse en un hospital de mierda, sin amigos y con una familia mentirosa. Me imagine la gran puteada que debieron haber sido sus ultimas palabras.


Tuve que dejar el desayuno por la mitad para ir a vomitar la baño. Katrina siempre tuvo mala suerte para las sorpresas, mi hermano y yo estabamos aconstumbrados a sus llegadas tarde, a sus caidas intempestivas, a sus candidas imprudencias. fueron esas pueriles constumbres las que nos sacaron de quicio cuando teniamos veinte años. Somos unos morochos con mucho tiempo libre, y en ese ocio mi hermano se enamoro de Katrina mientras yo me acostaba con ella.


Debió ser por ello, que se decidio que fuesé yo el que le dijera a mi hermano que su novia estaba muerta. No soy bueno con las buenas noticias, de modo que con las malas tengo una pesima suerte y una muy mala cara, no se fingir el dolor y menos aun disimularlo, Este era el segundo caso. Ivan amaba a Katrina, quizá por eso ella nunca tuvo el valor de revelarle que aun en estos ultimos dos años ella y yo seguiamos durmiendo juntos. Era extraño, pero yo tambien la amaba en alguna medida, como ciertas cosas que analizamos solo por el daño que nos causa, porque de esa manera tambien nos conocemos a nosotros mismos y esa tambien es una forma de amor. Es raro que yo la haya querido, en una manera mas dolorosa que mi hermano, y sin embargo menos intensa.


Todos decian que teniamos gustos iguales, craso error. Ivan adoraba el futbol y la pesca, yo amaba mis libros y mis tertulias, Ivan delira por un carro bien armado con todo listo para recorrer los terrenos fangosos entre los manglares que flotan cerca de la costa, yo solo tenia mis libros y nada mas. Katrina era el cordon umbilical que unia dos costas alejadas por una gran masa de agua, era su deseo el nuestro y a la vez, ajeno a todos nosotros. El delirio de Katrina por la heroina a Ivan le resultaba fascinante. Fueron esos lapsus en los cuales ella me buscaba, pero yo hacia que encontrara a Ivan. Ella nunca reconocia el cambio. Bromas de gemelos.


Ivan llegó rascandose la cabeza. dejó el bolso sobre el sofa y se dejo caer sobre su cama. Estaba dudando cual seria el momento preciso para decirle que su novia (mi amante) estaba muerta. Ivan siempre pensó que yo tenia una amante en que vivia en Altamira. En realidad en Altamira estaba el hotel donde me refugiaba con Katrina entre una dosis y otra. Me esperaba en una esquina de la plaza hasta que me veia llegar, entonces caminabamos al unisono cada uno en una acera distinta, separada por los carros y sus filas de humo, me miraba y yo volteaba mi cabeza. no nos juntabamos hasta llegar al lobby del hotel. Le encantaba que el recepcionista pensara que era una puta.


Habia llorado poco. Solo recordaba las imagenes vacias de una chica de ojos verdes y cabello negro, gordita y peligrosamente impudica, que no llevaba ropa interior bajo su falda y se quitaba el sosten cuando llegaba a la casa, en la sala frente a todos. me volvia loco el imaginarla consumida por el cancer en la cama de un hospital. Era esa ultima escena la que me robaba las lagrimas, como si un rio se hubiera tragado su cuerpo, su sonrisa y hasta lo verde de sus ojos. Que bueno que fue solo un mes.


-- ¿Sabes algo de Katrina?


Mi hermano me miraba con los ojos huecos. su incertidumbre no le hacia adivinar mi propio universo de lagrimas. se sentó a mi lado y prendió un cigarrillo:


--Todo el mundo anda con un misterio con Katrina. Nadie me quiere decir como esta, ni donde esta. Llamo a donde su familia en Miami y nadie agarra el telefono. ¿chamo, sera que le paso algo?


esa ultima frase me la dijo alarmado mientras tocaba mi hombro. Creo que fue esa reaccion la que desencadeno los acontecimiento siguientes. Cuando Katrina se desnudaba, gustaba de sumergirse en las sabanas y contonearse bajo ellas como si fuera la segunda piel de una serpiente, me sacaba la lengua y me convidaba a su desenfreno. Yo me acercaba con sigilo porque ella era un animal de cuidado. Todavia me late la ultima cicatriz que me marcó con la uñas, me la hizo cuando le llame puta en una ultima venida. Le gustó y esa era su manera de dibujarme su deseo en la piel y contagiarme de sus escamas verdes. Mi serpiente.


- ¿quieres saber lo que pasó con Katrina? le dije, ya presa de un proximo llanto.


Mi hermano se alejo con espanto de mi. Seguramente ya Gabriela la habria adelantado algo sobre su enfermedad, pense que me habria abonado el terreno. Grave error, la cara de espanto de mi hermano no me daba margenes para mayores reparos, debia ser ahora o nunca pero me asalto el secreto de Katrina como una picadura y lo unico que se me ocurrio decirle fue:


- Ivan, esa puta se casó con otro en Nueva York.


La cara de mi hermano paso del espanto a la sorpresa mas absoluta:


- ¿como es la vaina?


A partir de entonces, mi historia no culminaba con una Katrina rodeada de ratas es un hospital judio, dejandose morir de soledad, sino en una Katrina cuyo cuerpo estaba siendo montado por un nigga del Bronx con el cuerpo cubierto de tatuajes y con la espalda atravezada por un agujero de bala. Me gustaba mas mi versión de la historia, era un reflejo mas real de la mujer que compartia con mi hermano. Una vez mas, el cordon volvia a unirnos.


Pasaron varias semanas y poco a poco, entre rasca y rasca mi hermano volvía a la cotidianidad. De vez en cuando se encontraba con algún amigo en comun, pero nadie tocaba el tema y si lo hacia, era en códigos que mi hermano no podia decifrar, para él Katrina era un puta, no una victima del cáncer. A veces llegaba totalmente desorientado con los comentarios que oía en la calle, yo me hacia el desentendido y cualquier pregunta yo cerraba con un firme:


- ¡nah! era una puta.


Y ahí moría el tema. Sin embargo, a veces, cuando estaba solo en la oscuridad de mi cuarto podia ver a Katrina asomarse por el jardin común del edificio, con la ropa de diario, paseando a su perro, como un espejismo oculto entre los vidrios de las casas o en el secreto reflejo de la luna sobre el rocio. Podia escucharla reir entre los movimientos sordos de mi cama y su piel impresa sobre las sabanas. Mis ojos fueron testigos de su dicha, yo le observaba la muerte en secreto cuando veía su fantasma entre sueños, huyendo lejos de nosotros.


Dos meses despues decidi contarle la verdad a Ivan. Fue cuando me enteré que Gabriela habia llegado de Miami a rematar las cosas de la familia en Venezuela y habia quedado en verse conmigo. Seguramente habia planeado verse con Ivan tambien, de modo que hoy en la noche le diria, al llegar de la universidad que Katrina se la habia llevado el cáncer y que yo era un hijo de puta por haberle mentido durante dos meses. Me preparaba para la golpiza de mi vida.


estaba subiendo las escaleras del edificio cuando sonó el celular:


- ¿aló?


_ mira, imbécil. ¿tu no le dijiste a tu hermano que mi prima se había muerto de cáncer?!


No supe que decir. Una vez mas fui derrotado por la interrupcion de la fatalidad en mi vida de hombre tranquilo de 23 años. Ella prosiguio:


- Dejó un mensaje en la contestadora de mi tio. ¿como que Puta?


No recuerdo lo que siguio despues. un millon de imagenes y sudores se me vinieron de golpe a la cabeza: mi mentira, el secreto, los encuentros, el veneno sembrado en el corazon de mi hermano. Escuchaba las voz de Gabriela pero veia, frente a mi, a la imagen del fantasma de Katrina, corriendo lejos de nosotros. Lo unico que escuche decirle, antes de que arrojara su telefono fue que le contó la verdad a Ivan y que este iba saliendo para mi casa.


Me abalanze a correr por las escaleras. Debía llegar antes que él para preparar a mi mama, para contarle que le había mentido a mi hermano y que si este hacia algo que ella no se metiese a separarnos porque era un duelo de hombres y todas esas cosas que uno piensa cuando está a punto de morir.


cuando abrí la puerta, mi hermano estaba ahí.


Esperandome.

Un café



"El gran reto en la vida es aprender a convivir con los fantasmas, aquellos de viejas heridas, de tristes despedidas y adioses dolorosos. Aquellos que nos acechan en las esquinas y nos golpean cuando estamos débiles. Es sólo cuando hacemos las paces con ellos, cuando pactamos con ellos, que encontramos la perdida felicidad, la que creímos que se habían llevado"
Eso me repetí a mí misma. Ese era el mantra. Y creo que finalmente lo logré: pacté con ellos.

Amar son recuerdos, historias. Momentos. Cada persona a la que has abierto tu corazón deja una huella, y se queda con algo de ti. Cada persona representa un momento de tu vida, un “quién fui”, un “quién quería ser”, pero más que todo, son recuerdos de una felicidad inmensa. Una vez alcanzado el pacto con los fantasmas, podrás verlo –me dijo ella.

Sé que es así.

Si pudiera cambiar algo de lo que hecho en mi vida amorosa…no cambiaría nada -le dije con absoluta franqueza-. He querido, incluso amado, con todo el corazón, he respetado y valorado los sentimientos de los otros, he escuchado y entendido, he aceptado, pero sobre todo, he dado todo y más. No tengo arrepentimientos. Sé que he cometido errores, pero mi conducta ha sido sincera, y lo seguirá siendo –agregué con vehemencia.

La felicidad es, ante todo, una cadena de destellos dorados, de instantes, sutiles instantes, que guardas en un cofre, con todo aquello que más atesoras. En mis relaciones, en mis encuentros, en mis decepciones y alegrías en el amor, he vivido numerosos de aquellos momentos que se entretejen unos con otros hasta crear los recuerdos felices que me llenan la memoria. “Eso es hermoso” –me respondió ella.

Guardamos silencio por unos segundos. Sonreí, y ella sonrío también, y procedió entonces a compartir conmigo su sabiduría, y regalarme una lección de vida. Me contó una historia personal, de sus propias vivencias, y soltó entonces aquella lección que sé que no olvidaré nunca:

“Espera, ten paciencia, y deja que el flujo de los acontecimientos te muestren el camino correcto. Espera, porque si lo haces, la vida sabrá señalarte si esa es la persona correcta, y si él quiere ser la persona correcta, y entonces, encontrarás la felicidad definitiva, una relación que llenará tus expectativas y cumplirá con aquello que persigues”. –tomé al vuelo esta reflexión, y la guardé con primura. La llevo conmigo, en un bolsillo, para que me acompañe siempre.

Comprenderas que no se trata de llenar el vació, de pasar el rato. Se trata de encontrar a aquel que esté dispuesto a caminar contigo, a compartir alegrías y felicidades, a hacerte partícipe de su camino, y que sea capaz de ser parte del tuyo. Aquel con quien compartí tu mundo, tus referentes, tus lecturas, tus miedos, triunfos e inseguridades, que incluso en tus peores momentos siga a tu lado. Es alguien que te ha sentir que la vida es sencilla –aunque no lo es- porque la transitan de la mano. –Intenté explicarle, a pesar de que me faltaban las palabras, parecían insuficientes.

“Ten fe, y esperanza, que esa persona llegará para ti” –me aseguró ella. “Y será todo lo que siempre quisiste”. –Concluyó con una sonrisa cómplice.

Sonreí abiertamente. Sabía que tenía razón. Me levanté y nos abrazamos con cariño. Me despedí de ella como tantas veces que sabía escucharme, que compartía conmigo: me asombraba como me comprendía y la afinidad entre nosotras.

Han pasado unas semanas desde la última vez que conversamos, pero sé que lo haremos pronto.

Espero con ansías que nos tomemos otro café, para poder decirle algo que olvidé la última vez:

“Gracias”.

domingo, 18 de abril de 2010

¿Acto de madurez?

Por Gabriela Camacho

A veces no sabemos decir adiós.

Tapamos las heridas con un “hasta luego” o un “nos vemos pronto”, cuando en el fondo sabemos que la separación es definitiva. Creemos que todo durará eternamente, que no perderemos aquello que tanto queremos, pero no es así. Lo que más amamos desaparece con rapidez, y a veces no nos deja tiempo de despedirnos. A veces no sabemos decir adiós.

Las palabras que lastiman, lo que no queremos decir, todo eso se deja ver; todo antes que un adiós. La mayoría del tiempo es por egoísmo, por rabia, por no dejar que el destino nos gane. Lo importante es que siempre hay una razón que escapa de nosotros, una espina de rosa que sobresale del tallo, una que creíamos cortada. A veces no sabemos decir adiós.

“Si tan sólo ella hubiese esperado”, o “si tan sólo él hubiese entendido”, son excusas para evitar afrontar el futuro inmediato. Una venda traslúcida para ocultar la verdad a nuestros ojos, nada funciona cuando todo terminó. Sólo esa palabra de cierre, que termina un ciclo y quizá comienza otro, si así lo queremos. Después de todo, ¿Eso qué importa? A veces no sabemos decir adiós.

No hay nadie que nos enseñe, simplemente debemos aprender. Existen situaciones que no son para nosotros, oportunidades que no supimos aprovechar y otras que no debimos, es tarde si no sabes dejarlas atrás. Si no eres feliz, ¿Por qué seguir intentándolo de esa forma? Seguramente habrá otras mejores. Despidiéndonos del pasado podemos mirar con ojos limpios el futuro. Pero somos humanos, y a veces no sabemos decir adiós.

Por hoy es mejor una tregua, dar un paso en vez de un salto, y despedirnos de aquello que nos hace daño. Por hoy no vale la pena resistirnos a decir adiós, lo que viene puede ser mejor. Por hoy, dejaremos nuestra naturaleza a un lado, no la necesitamos. Es más sensato decir esa palabra mientras haya tiempo, mientras sirva de algo. A veces no sabemos decir adiós, pero cada vez es más fácil cuando lo has intentado...

Bala Con Alas De Mariposa: un acto


Now I’m naked, nothing but an animal

But can you fake it for just one more show?

-Billy Corgan.



FADE IN:

EXT. CALLE POST-COLONIAL. TARDE.

CLOSE UP: Los techos de una ciudad colonial moderna, a medio camino entre una metrópolis europea y una urbe decadente cyberpunk. Si hubiese más luces de neón, humo y tensión en Buenos Aires, se vería así. Vamos volando por un cielo gris, ha llovido y más lluvia se prepara. Nos acercamos al suelo, sobrevolamos las azoteas y nos acercamos a la ventana de un EDIFICIO GRIS. Parece una fortaleza residencial, un lugar diseñado para que los habitantes consigan todas las comodidades sin tener que abandonar la estructura.


INT. RECÁMARA. TARDE.

Hemos entrado por la ventana y ahora vemos a un dormitorio. Un huracán ha dejado al lugar en ruinas. En una peinadora hay DIVERSOS ARTÍCULOS regados: un teléfono Blackberry, chicles de menta, llaves, billetera, un bolso. Es por el ESPEJO de la peinadora que vemos a las dos figuras en la cama. ELLA está acostada en posición fetal, mirando hacia la ventana abierta. Se ha cubierto con las sábanas hasta las axilas; un escote improvisado. ÉL está reclinado en el espaldar a su lado, las sábanas le cubren hasta la cintura. Por debajo de las sábanas, la montaña de una de sus rodillas dobladas hacia arriba sobresale.


ÉL

¿Sabes que mi papá me aconsejó no enamorarme de ti?

ELLA

(está distraída meditando)

¿Qué?

ÉL

Mi viejo. Me dijo que, pasara lo que pasara, no me enamorara de ti.


Mientras ella se voltea sorprendida hacia él, también lo hace la cámara y ahora dejamos de verlos por el reflejo en el cristal y los vemos “en vivo”, acostados. Ella ha volteado la mitad de su torso hacia él, dejando que las sábanas caigan hasta su abdomen. Él parece invulnerable a su desnudez.


ELLA

(molestándose)

¿Le has hablado a tu papá de nosotros?

ÉL

Relájate, él…

ELLA

¿No te dije que no podíamos decirle a nadie?

ÉL

(le pone una mano en el hombro)

No va a decirle nada a nadie. Ni siquiera vive aquí. No es un agente de la Gestapo, no va a salir mañana en la prensa.


Ella parece aceptar la explicación. Hay una ligera mirada de melancolía en sus ojos. Vuelve a su posición original, cubriéndose otra vez. Él apoya uno de sus codos sobre su rodilla y se lleva la mano de ese brazo a la barbilla.


EXT. CALLE POST-COLONIAL. TARDE.

Estamos a nivel del pavimento, justo por encima de un charco. Sobre la acera, frente a nosotros, hay un quiosco y un HOMBRE de barriga envuelto en un suéter está sentado en un banco de madera, junto a la prensa. De trasfondo, tenemos a la Fortaleza Residencial. Cae una gota. Luego otra. EMPIEZA A LLOVER.


INT. RECÁMARA. TARDE.

Ella ha cerrado los ojos y pareciera que se ha quedado dormida. Él también ha cerrado los suyos y vemos el subibaja de la respiración en su abdomen. El fondo sonoro es la LLUVIA.


ELLA

¿Y qué piensas tú?

ÉL

¿De qué?

ELLA

De lo que te dijo tu papá.


Él abre los ojos y se rasca el rostro. Se echa la sábana encima y acerca su cuerpo al de Ella. La rodea con sus brazos y le besa el hombro. Ella sonríe.


ÉL

Creo que tiene razón.

ELLA

¿Ah, sí?

ÉL

Uhmjú. Me has demostrado que sólo soy un objeto para ti.

ELLA

(volteándose hacia él)

Exactamente. Eres un objeto con el que dreno mis deseos y te dejo a un lado.


Se besan, un beso largo, seguido por varios más pequeños. Juguetean, sonriéndose.


ELLA

(continuando)

Y cuando te necesite de nuevo, te busco.

ÉL

Lo sé. Te odio por eso.


Se besan de nuevo.


ELLA

¿En serio?


Él la mira a los ojos.


ÉL

Te odio.


Se observan durante varios segundos en los que, sentimos, son sus ojos los que están hablando por ellos. Ella vuelve a acostarse de lado y él reposa su cabeza sobre la almohada, acariciándole a Ella los hombros desnudos.


ELLA

Tienes una excelente manera de demostrarlo. ¿No te dijo qué tendrías que hacer si yo empezaba a enamorarme de ti?

ÉL

(con un acceso de risa irónica)

Por favor.


Ella vuelve a voltearse hacia él. Apoyada sobre uno de sus hombros, se miran cara a cara.

ELLA

¿Te cuesta tanto creerlo?


Él se apoya en su codo también.


ÉL

Ha habido semanas en las que no tengo noticias de ti. No sé qué te está pasando, no sé dónde estás, no sé con quién estás.

ELLA

Pero tú tampoco has llamado.

ÉL

Porque me figuro que quieres estar sola, que no quieres que yo esté por el panorama. Provocando al diablo.


Ella le acaricia el rostro y lo besa otra vez. Le aprisiona el labio inferior por un segundo entre los dientes.


ELLA

Pero si me encanta que me provoques…


Él la separa, sujetándola por el brazo.


ÉL

Estoy hablando en serio.

ELLA

¿Entonces por qué estás aquí?

ÉL

¿Por qué tú estás aquí?


Ella comprende que la discusión no está yendo a ninguna parte y su expresión retorna al borde de una sonrisa. Se levanta de la cama y va hacia la ventana, cerrándola. Él no le aparta los ojos de encima ni en ese momento, ni cuando Ella se voltea y toma una CAJA DE CIGARRILLOS de la mesa de noche junto a la cama.


ÉL

No voy a besarte si enciendes uno de esos.

ELLA

No me jodas, tú te lo pierdes.

ÉL

No, tú te lo pierdes.

(acostándose boca arriba).

Te recuerdo que fuiste tú quien me buscó a mí.


Ella detiene la moción, con el pitillo entre los labios. Se lo quita y pone toda la parafernalia de vuelta en la mesita. Se mete bajo las sábanas junto a él y lo abraza.


ELLA

Las cosas que hago por ti.

ÉL

Me conmueves.

ELLA

Cállate, no entiendes la magnitud de mi sacrificio.


El toma su barbilla y le levanta el rostro hasta el suyo.


ÉL

No me hables a mí de sacrificios.

ELLA

(cubriéndole los ojos con una mano)

Duérmete, anda.


Lo besa y, mientras lo hace, él la abraza. Ella besa sus labios, su mejilla y para en su oído.


ELLA

(susurrándole)

No te imaginas cómo me lamento de no haberte conocido antes. Eso habría cambiado todo, ¿sabes?

ÉL

Lo sé.

ELLA

¿Has pensado en los amigos que tenemos en común? Lo más probable es que hayamos estado en alguna reunión, en el mismo lugar los dos, y no nos hayamos hablado.


La imagen que estamos viendo ahora es del suelo de la habitación. Vemos la ROPA REGADA. Vamos en un paneo por todo lo que vestían. Ya no los vemos, pero los oímos.


ÉL

Me encantan tus reflexiones masoquistas

ELLA

Estoy involucrada contigo, una vaina que no debe ser. ¿Qué más masoquista que eso, dime?


Hay una pausa. Nos enfocamos ahora en los detalles de la peinadora y vemos parcialmente el reflejo de los personajes, difuminado en el espejo. La LLUVIA es ahora golpecitos en el cristal de la ventana.


ÉL

Sabes que estoy en una paradoja. Pienso que, hey, qué arrecho que esto esté pasando y tal y que el día de mañana ya no estarás y yo tendré libertad para ver a quién yo quiera. Pero, por otro lado, y en directa contradicción con el macho cavernícola que todos los hombres guardamos por dentro, no quiero que te vayas. ¿No es jodido eso?

ELLA

¿Por qué no quieres que me vaya?

ÉL

(lo piensa)

Porque quiero aprovechar cada oportunidad que tenga para molestar. Si te hace sufrir, yo me anoto.

ELLA

(vemos por el reflejo que ella le da un golpe suave)

Te odio.

ÉL

Yo también a ti.


La imagen ahora es de sus MANOS unidas. No están tomados de la mano, sus dedos no están entrelazados, sólo se acarician.


ELLA

¿Te imaginas lo arrecho que sería que tú y yo fuésemos novios? Tú eres así, todo calmado (bueno, en público por lo menos), y necesitas a alguien que haga escándalo por ti. Tú eres el carajo con el que yo siempre tuve que estar. Qué bolas que ahora es que te conozco, ¿no?


Uno de los dos suspira.


ÉL

Ley de Murphy, supongo.

ELLA

Lo más arrecho no es eso, sino cómo no he podido dormir las últimas tres noches, extrañándote.

ÉL

Como dijo el doctor Freud, “El amor romántico no es lógico. Es muy ilógico y pura emoción.”


Ahora la cámara está por encima de una almohada, ellos están cerca, pero los vemos fuera de foco, siluetas difuminadas.


ELLA

Te quiero, idiota.

ÉL

Yo a ti no, idiota.


EXT. CALLE POST-COLONIAL. NOCHE.

ZOOM OUT: Vemos la ventana cerrada y las siluetas de los dos acostados, abrazados, moviéndose. Conforme más nos alejamos, la lluvia entorpece la visión. Primero el FLASH de un relámpago y luego el rugido de un trueno. Ascendemos hasta estar otra vez por encima de las azoteas, arriba, arriba, hasta las nubes, donde sólo vemos las gotas caer hacia abajo.


INT. AEROPUERTO. MAÑANA.

Es el día siguiente y vemos a ELLA vestida en ropas oscuras. Está por abordar un avión y mientras camina a la rampa, se detiene. Mira a las personas. La melancolía que habíamos visto al principio del día anterior ha vuelto a sus ojos. La imagen se difumina.


INT. RECÁMARA. MAÑANA.

FADE IN: Es una habitación distinta a la que vimos en la escena principal. Al fondo, está ÉL, sentado frente a una computadora. Está tecleando y, mientras lo hace, la cámara se le posiciona detrás, por encima de uno de sus hombros, y va haciendo zoom a lo que está en la pantalla. Es un GUIÓN. El fondo sonoro es el TLAC, TLAC del teclado. En la pantalla se va formando una frase: “Y ESA FUE LA ÚLTIMA VEZ QUE LA VI.”


FADE TO BLACK.

FIN.