miércoles, 28 de octubre de 2009

¡Despeje (Despéjese) y escriba!

Un grupo de matemáticos domina la tiera y pretende volverlo todo fórmula y número. Ha llegado hasta nuestro blog y hemos aceptado la demanda. El día de hoy sus exigencias perfilan la pauta, mas los contenidos y sus creaciones pueden excederlas.

Nerviosa por fallar de signo a signo, la composición que he creado para satisfacerlos y satisfacernos es:

Un matrimonio de un payaso con una persona normal + vuelos + girar y dar tres vueltas a la derecha + todos son canívales los jueves = X

No alberguen preocupaciones pues aunque la formulación sea matemática, su texto puede o no serlo. Aunque hay que buscar la x, su creación puede ser una n con sombrerito. Disfruten, pero recordad, ¡atento los jueves!

martes, 27 de octubre de 2009

Es todo lo que ya no importa... o lo que más duele

Por Jessica Márquez Gaspar


Quedarán los espacios blancos,
El eterno resplandor del desierto.
Quedará siempre aquel inmenso agujero
Allá entre las nubes.
Quedará por siempre la soledad infinita
La de los reyes y de los pobres
La de todos
Que nadie sabe a qué sabe.
Quedará en la tierra,
Aún cuando nos vayamos,
El halo incierto de la inocencia
Aquella de cuerdas de saltar
De vosotros.
Quedará en la inmensidad compartida de la nada y del cielo
El espacio perdido que vos nunca abandonaste.
Tal vez querais hacerme creer que hemos llenado este espacio,
Tal vez penséis que esto todo es posible,
Pero conocemos la verdad.
Ahí está... latente
Llora como van Gogh ante su fracaso,
Pero sobre todo gime ante la agonía
De aquello que se ha perdido en el tiempo:
Es la alegría suprema de la compañía,
Detrás de estos muros que levanto
Detrás de estos vidrios que me apresan
Detrás de todo aquello que vos nunca creísteis
Late con desesperación la mariposa encerrada
La mañana fugaz en que te fuiste
La locura misma, la de los relojes que se derriten
Las axilas mutantes
Los gorilas morados
La de los campos infinitos de la cordura,
Aquella que está al margen de todo lo certero
Que vive felizmente en las fronteras
Donde ondean, valientes, las banderas de la imaginación.
Es en las naves doradas de un rey inexistente
Que navego fuera de esta fortaleza,
Es en la caricia hermosa de la brisa
Que me creo libre, por un instante,
Es en el sol caliente, intenso
Que intento convencerme de que estoy vivo,
Pero vos sabeís lo que otros ignoran
Lo que todos deberían saber:
En esta caja de paredes blancas,
O tal vez transparentes,
Yace el universo
De espaldas a todo,
Quiere creer que la vida tiene el sabor de la nuez partida
Más tiene el dulce aroma de una concha de naranja.
Olvida tal vez
Esto que te digo
Recuerda siempre lo que siempre supiste
Detrás de las cuatro paredes de mis miedos
Respiramos yo y el mundo
Esperando tu llegada
O quizá tu regreso.

Vosotras Cuerdas Axilas

Por Moisés_Lárez
Vosotras axilas mutantes satisfacéis saltando en la cuerda
Vosotros axilos mutantos satisfacéis saltando en el cuerdo
Vosotras cuerdas, satisfacéis saltando en axilas mutantes
Vosotros cuerdos, satisfacéis saltando en axilos mutantes
Vosotros mutantes os satisfacen saltando en axilos cuerdos
Vosotras mutantas os satisfacen saltando en axilas cuerdas
Vosotros satisfacéis saltando a mutantes cuerdos con axilos
Vosotras satisfacéis saltando a mutantas, cuerdas y axilas
Vosotros saltando con axilos cuerdos os mutan satisfactoriamente
Vosotras saltando con axilas, cuerdas y Os mutan satisfactoriamente


¡Cuerdas de saltar mutantes, vosotráis satisfasotras!
Cuerdos, de saltar mutantes, vosotreamos satisfasotros
En cuerdas, satisfaréis vuestra saltar mutante
En cuerdos, satisfaréis con vuestro saltar al mutante
Cuerdas de mutantes, saltaréis axilas satisfacienda
Cuerdos de mutantes, saltaréis con axilos satisfaciendo
Cuerdas de axilas, mutaréis saltando satisfacciones
Cuerdos de axilos: ¿mutaréis, saltando y satisfacciones?
¡Cuerda de mutantas, axilaréis, mutaréis y saltaréis!
Cuerdo de mutantos, ¡hagáis lo mismo!


Axilas mutantes, vuestra cuerda saltaréis satisfacciéndome
Axilos mutantos, ¡no me satisfagan!
Axilas saltarinas, cuerdáréis vuestras satisfacciones mutantas
Axilos saltarinos, cuerdaréis vuestros satisfaccionos mutantes
En axilas cuerdas, saltaís vuestras mutantas satisfaciéndoas
En axilos: cuerdos, ¡saltaís! ¿Vuestro mutanto, satisfaciéndoos?
¿A la axila satisfaréis con vuestras cuerdas mutantes?
Al axilo satisfaréis con vuestros cuerdos mutantes
¿Con axilas satisfactorias vuestras cuerdas mutaréis?
Con Axilos Satisfactorios C.A., vuestros cuerdos mutaréis

Tumor


Nadie sabe realmente qué fue lo que sucedió con Alfonso Costas y el único testimonio con el que contamos es la peculiar declaración de su esposa. Todas las fuentes le describen como un padre amoroso, un esposo fiel y un empleado de confianza. Un perfil que a duras penas encaja con el de un hombre capaz de prenderle fuego a su casa (matando a sus dos hijos —Danilo, 6; Carola, 11) para luego suicidarse.

Rastreando sus pasos en el tiempo, podemos extraer datos poco concluyentes: sabemos que quienes le conocían de cerca notaron una clara perturbación en su comportamiento. Se había vuelto mucho menos comunicativo, su apariencia personal se había descuidado y fumaba. En el trabajo, hacía frecuentes viajes al baño y, en él, se miraba en el espejo, se lavaba las manos y se soplaba la nariz hasta que se le dejaba a solas. Casi no pasaba tiempo en su casa y la señora (ahora viuda) de Costas está segura de haberlo oído sollozar en las noches.

Estas típicas señales de angustia hacen poco por indicarnos la verdadera causa de semejante final. Carlos Moreno (38) fue la única persona con la que el señor Costas se comunicó, tres horas antes de ponerle fin a su vida. Si hemos de creer al señor Moreno, Alfonso estaba claramente delirando:

“Hoy Carola estaba saltando la cuerda, en el patio. Él la quiere, Carlos. Me dijo que iba a comérsela, con cuerda y todo. Porque los niños saben a inocencia. E iba a comérsela poco a poco, tragándosela como una boa, completa. A mi Carola…”

¿A quién se refería Alfonso? Tal declaración haría pensar que alguien le chantajeaba, pero siendo un hombre tan recto, ¿por qué no acudió a la policía? ¿Por qué no se lo confió a sus parientes cercanos? La investigación policial descartó conexiones delictivas, así que volvemos al punto cero: ¿delirios o existía un tercero?

Una hora después de la extraña confesión, Costas emprendió camino a la tienda Taurus, ubicada en el CCCT. Compró un revólver calibre .38 (que pidió, por alguna razón, envuelta para regalo). En minutos estaba arrebatándole la vida a sus únicos hijos, previo ataque a su esposa (que salvó la vida pretendiendo estar muerta). Marielena Costas dice que su esposo hizo todo esto llorando.
Pero es el final de su vida, de acuerdo a la única testigo, lo que ha disparado toda la controversia sobre el caso.

Marielena Costas dice, en récords oficiales, que permaneció inmóvil hasta que escuchó a otra persona en la sala. Al abrir los ojos, vio a si marido discutir con otro hombre, al que no alcanzó a ver. Costas, que ya había rociado al inmueble con gasolina (y éste empezaba a arder), repetía que prefería morir, entre que el desconocido (un anciano, a juzgar por la voz) reía y decía que nada de esto significaba diferencia. Segundos antes de dispararse en la boca, Alfonso convulsionó de dolor y se arrancó la camisa. Es parte de los récords oficiales la descripción del “tumor” que Alfonso costas tenía bajo el brazo (siendo lo más llamativo los detalles sobre los ojos, los vellos y la boca lenguada).fue mirando a la malformación que Alfonso Costas se quitó la vida, cayendo al suelo y sangrando a grifo abierto por las fosas nasales.

Es aquí cuando la única superviviente relata cómo se levantó y permaneció entre las llamas, confundida y aterrada. Mientras los doctores insisten en que las condiciones de stress estaban dadas para delirar y perder la conciencia, ella alega que fue lo que vio a continuación lo que la hizo desfallecer (para sufrir extensas quemaduras en el rostro y las extremidades). Sólo se atreve a decir que “fue el tumor en la axila.” Lo que esta frase signifique está abierto a especulación. Nuestra investigación no arroja conclusiones; ¿qué lleva a un hombre recto a traspasar el umbral de la locura? Nunca lo sabremos.

Triste final

Por Samar Hokche

Entre la avenida principal “Misterios”, en la calle “Absurdos”, cuentan sus habitantes que en aquella desolada torre de ladrillos morados, en el apartamento 401, pasan cosas un poco distintas a lo que llamamos normal. Bueno eso dicen, sin embargo, queda al criterio de ustedes decidirlo.

Cuenta la historia que en noches estrelladas, a muy tempranas horas de la madrugada, puede llegarse a escuchar, si prestas mucha atención, el constante sonido de varias cuerdas de saltar -como en un recreo de niños de primaria, pero sin las risas y alegrías de los jóvenes-. Al cabo de unos minutos, el silencio se apodera de los pasillos y se siente ese desagradable e indescriptible olor a putrefacción, que traspasa los muros y llega a tus sensibles narices. Coloquialmente han descrito este hedor como de “axilas mutantes”.

¿Explicación lógica para esto? No lo creo. Sólo una teoría, que a mi parecer es la más acertada. Hace muchos años, cuando la torre de ladrillos morados era uno de los edificios más modernos y de moda, ese pequeño apartamento fue el hogar de un ser muy particular, del cual no se conocía mucho, pero del cual sólo una cosa se podía decir con certeza: saltar la cuerda era la razón de su existencia, su único placer, su única satisfacción. Pero a nuestro pobre amigo una tragedia lo sucumbiría; lastimarse la rodilla fue el final de su destino. Afligido y solitario quedó sin ninguna otra pasión por la cual seguir. Sin sueños, sin vida, triste y melancólico. Ante las miradas apenadas y de lástima de sus vecinos se escondió para no volver más. Han pasado años desde su último salto y sonrisa.

Del por qué las axilas mutantes se extinguieron...Y no por meteoritos de cuerdas de saltar

Por Gabriela Camacho
Advertencias al lector: Este cuento contiene partes del cuerpo que tienen a su vez partes del cuerpo. Si desea continuar, bienvenido al mundo de la locura.

Había una vez una axila mutante; puede que esto sea lo único lógico en el cuento, pero, sin importarme eso, seguiré adelante. La protagonista de esta historia trabajaba como saltarina de cuerda/comediante en un bar–café, con un sueldo pobre y un horario de tiempo completo. Las ocurrencias en los chistes eran de baja categoría y su público se aburría cada día más. El señor Rodilla (su jefe) era un cuarentón de muy mal carácter, de lenguaje medieval, que no sabía expresar bien las ideas y que de paso sufría de intolerancia al azúcar –grave problema–.

La última noche de la axila mutante en el bar, luego de un pésimo acto, comienza así:

–¡No, señor Rodilla!, ¡no me haga esto! Usted conoce muy bien mi situación, sabe que no puedo mantenerme si me echa a la calle –decía con fervor la axila, devastada.
–Vosotras las axilas trabajáis de la patada, no quiero verlas más en estos lugares. ¡Largaos! –Replicó el agrio jefe sin piedad.
–Usted no tiene paciencia, eso es todo. –Trató de excusarse la axila.
–Ya os he dicho a todos que si no veía avances en su trabajo, iríais a parar a la acera del frente. Sois incompetentes, mal vestidos, no dan risa y me tratáis como a un pobre viejo. ¿Es que queréis más razones?
–No, señor, sólo queremos otra oportunidad, por favor... –añadió la axila con gesto suplicante, a punto de hincarse de rodillas.

El jefe de nuestra amiga se levantó de su silla de cuero negro, caminó hacia la ventana que daba vista a ciudad Humano, y vaciló antes de responder:

–Largaos de mi oficina. No merecéis ni un segundo más de mi valiosa atención y mi ocupado tiempo. Vergüenza debería daros, insignificantes actores de tercera.

A continuación, tomó a la pobre y llorosa axila por el brazo, sacándola de la oficina y dándole un portazo en la cara. Luego abrió la puerta de nuevo y la lanzó la cuerda de saltar a la axila, que la había dejado al lado del escritorio. La axila estuvo tirada en el piso por varios minutos, asimilando que no tenía trabajo, ni sueldo, ni vida; estaba perdida, ¿ahora qué haría? ¿Trabajar en el Metro de ciudad Humano contando malos chistes? No... Debía haber algo más.

Se levantó temblorosa pero decidida y cruzó el largo pasillo a zancadas. Ya sabía a dónde ir. Tomó el bus hasta la “Oficina de Defensa de Axilas Indefensas” y entró como quien es llevado por el viento. Sólo había una secretaria sentada en una vieja mesa.

–Buenas noches tengáis, ¿en qué puedo serviros? –Dijo con un tono monótono, igual de medieval que el de su anterior jefe.
–Me gustaría efectuar una denuncia en contra del señor Rodilla Avara, por favor –dijo la axila, agregando los detalles, los motivos y otros.
–Muy bien, está listo. Ya podéis iros a casa –aclaró la secretaria.

A la mañana siguiente la axila iba caminando pacíficamente por la calle, acompañada de la fiel cuerda de saltar, percatándose de no haber tenido noticias de su antipático jefe y sus compañeros. Cuando llegó a la puerta del teatro sólo encontró conmoción y alboroto. Todos los que habían trabajado con ella gritaban: “¡Se ha ido!”. Cuando la extrañada axila pudo acercarse, supo todo. Su jefe había sido expulsado y encarcelado, luego de descubrirse que, aparte de explotador de trabajadores, había sido traficante de aspirinas y secuestrador de dedos.

–¡Soltadme ahora! Os lo ordeno. ¡AHORA! –Gritaba el señor Rodilla– Sois y siempre seréis unos fracasados, ya verán.

Y mientras la sarta de blasfemias salía de su boca, funcionarios de la policía lo tomaban por brazos (si es que tenía) y piernas, arrastrándolo hacia la patrulla. La axila, radiante de felicidad, se reunió con sus compañeros a celebrar el triunfo. Pero, como el viejo Rodilla había previsto, los malos chistes, cuerdas de saltar que se rompían y la poca comedia de la axila y sus amigos los llevaron a la quiebra. Triste, ¿no? Pero, a veces, los cuentos no tienen finales felices. Léanos en una próxima edición de “Cuentos mediocres para gente no mediocre”.

¿Fin?...

lunes, 26 de octubre de 2009

10:13. La venganza de la naturaleza

(que no consistió en terremotos, huracanes ni maremotos. No.)

Por Gabriela Valdivieso

Tras una noche pícara perceptible a través de su luna en cuarto creciente, amaneció el mundo envuelto en purpúreas y densas nubes. La humanidad estaba preocupada. Toda clase de interpretaciones se dieron, mas ninguna se alzó tras el acontecimiento ocurrido a las 10:13 am. Desde esa exacta hora y durante un exacto minuto llovió con fuerza. Mas lo que derramaron las nubes no fueron gotas de agua, sino cuerdas de saltar, cremas desmaquillantes y lechugas.

Profunda conmoción. Las bocas permanecieron abiertas, pero sin el movimiento que implica el habla. La humanidad permaneció silenciosa aterrorizada esperando. Esperando algo.

Segundo día, 10:12, a un minuto del caos.
… 56, 57, 58, 59, ¡¡-----!!
Gritos frenéticos, bocas desencajadas, cejas exageradamente alzadas, manos obsesionadas por cubrir y tapar revelaron la acción: El poder de los cielos se pronunció sin piedad sobre quienes habían modificado sus cuerpos de modos no naturales.

Las bocas operadas se tornaron grotescas y pesadas, sostenidas tan sólo por brazos nerviosos. Las barrigas de quienes se habían sometido a liposucciones crecieron y se hicieron inmensas. Las narices quirúrgicamente perfiladas se explayaron por cachetes. Los implantes crecieron hasta invadir los espacios e inmovilizar a los dueños. Las pieles estiradas cayeron derretidas más allá de las barbillas.

Las axilas modificadas científicamente para no permitir la aparición de pelos ni olores alejaron a los circundantes con insoportables hedores y nauseabundas cabelleras. Los traseros agigantados se hincharon con helio. Los lunares removidos se expandieron y sobresalieron como las rodillas. Los cabellos pintados se blanquearon hasta la transparencia. Los delineadores, rubores, labiales, esmaltes y sombras desaparecieron de las caras y se multiplicaron las supuestas imperfecciones.

De las cuentas de cirujanos plásticos desaparecieron los millones de dólares ganados por el oficio. Las vallas publicitarias de bellezas imposibles se esparcieron sobre las vías.

Crisis, desesperación, gritos hasta el agotamiento. Una vez más, el miedo y el silencio cobijaron la noche. Todos esperaban la hora de los desastres.

Tercer día, 10:13.

Desaparecieron los efectos del día anterior, pero no volvió el mundo a la normalidad. Las bocas operadas no volvieron a su tamaño posterior a la operación, sino al previo. Bocas, barrigas, cabellos, todos ellos tornaron a sus estados naturales. Regresaron los lunares y las arrugas. Regresó la gravedad sobre los senos y los traseros, sobre las pieles y las barrigas.

El mundo no reaccionaba. Esperanzados y temerosos, los hombres esperaron una vez más las 10:13.

10:09… 10:10… 10:11… 10:12…

Nada.

El mundo, como la luna, sonrió.

Muchos criticaron al cielo la fealdad regada. Pero otros, tantos otros, tomaron las cuerdas de saltar y las usaron. Recogieron las lechugas y las consumieron. Levantaron las cremas desmaquillantes. Y las botaron.

miércoles, 21 de octubre de 2009

¡Qué esperáis!

Sentados estamos, y detrás de nuestras cabezas y corazones están lunas, pianos, asesinatos, sombras femeninas, compotas, proyecciones, miradas, vidas pasadas, cepillos de dientes y tickets de metro y más, más fuentes de creaciones.

Y hoy es miércoles y el cielo se abre ante nosotros. Clama ser observado, clama que nuestras conciencias escriban sobre cuanto llueva de sus nubes.

Esperamos en silencio y se revelan las señales:

Cae un pequeño arco cóncavo, color piel, con una cosa muy extraña, y un hedor inolvidable que invade nuestras narices. "¡Una axila mutante!, bautiza Guillermo. Y eso era.

Una risa aprobatoria dibujan las nubes. Jessica aclara que tiene que ver con "satisfacción". Y eso era.

Derrama el cielo dos puntas conectadas por un cordón. "¡Una cuerda de saltar!", identifica Samar. Y eso era.

Contentos, entendemos que debemos escribir sobre una axila mutante, una satisfacción y una cuerda de saltar.

Mas cuando el viento susurra "que bien lo habéis hecho", la comprensión es máxima: axilas, satisfacción, cuerdas de saltar, ¡en tercera persona plural: vosotros!

Llueve chocolate por la felicidad de los de arriba por la comprensión de los de abajo. Los de abajo comemos chocolate y empezamos a pensar, pues la conexión entre los elementos debe ser merecedora de la aprobación los cielos... merecedora de nuevas señales para una próxima directriz.

"¡Qué esperáis!", vocifera una voz, y nos activamos en la persecución de nuestras ideas.

Ser libre

Al dolor
Que tarde o temprano marca nuestro camino


Quiero creer que en otra vida fui mariposa. Que volaba libre sobre los campos, sobre Caracas, entre las nubes y en las mañanas frías que acarician el Ávila.
Quiero creer que no tenía preocupaciones, que me dejaba llevar por el viento, por los colores intensos de las flores, por la sombra de los árboles para acurrucarme.
Quiero soñar en aquellos cielos abiertos, el ruido distante de la ciudad, en el momento oportuno del sol del mediodía o de la llovizna de la madrugada. Quiero creer que eso aún está ahí.
Quiero creer que tuve la corta vida de una mariposa, pero que no tuve miedo a la muerte. Quiero creer que ese breve tiempo lo viví al máximo, entre tulipanes y girasoles, en los lugares que he amado siempre.
Quiero creer que estuve siempre sola, tal vez sea más sencillo.
Quiero creer, ante todo, que no ame, que no sufrí, que no lloré, que no canté, que no olvidé, que no odié, que no extrañé, que no envidié. Quiero creer que mi vida era sencillamente vivir lo hermoso del mundo, lo estético hecho flor, hecho mundo.
Quiero creer que en aquella otra vida, a la que sólo regreso en sueños, no tuve que enfrentar el dolor. Que sencillamente no fui humana, que no viví lo que vivo ahora. No podría soportarlo.
Quiero creer que aún soy una mariposa de alas delicadas, que en cualquier momento alzará vuelo hacia las nubes, y no volverá jamás.
Quiero…creer.

lunes, 19 de octubre de 2009

Soledades

Por Moisés Lárez


– La vida es ridícula –dije cuando ya estaba cansado de fregar.

Siempre al finalizar todas mis obligaciones, me iba al chinchorro y, mientras me espantaba los zancudos con la tapa de una olla, escuchaba el mar que quedaba muy cerca de la casa. Cada instante en el que la ola reventaba era como si pudiera detener el tiempo para percibir e imaginar todo a la vez.

Y ese era el único momento feliz de mis días.

El resto se me iba consiguiendo dinero. Siempre ayudaba a mamá a hacer las arepas pelás en la cocina. Mamá las contaba todas. Treinta por día, siempre. Luego las rellenábamos con el pescado que trajera papá de la pesca mañanera y salía a venderla a la plaza del pueblo y pasaba horas en la plaza, horas que para mí eran infinitas y que no podía imaginar como gotas del mar, sino como del río: eran como uno caudaloso que no terminaba nunca de derramarse en una catarata y cuya caída se hacía infinita. Me preguntaba de qué servía vender las arepas, ¿para qué quería el dinero?, ¿para sobrevivir? Y es que mi vida era una supervivencia. Sólo un momento de mi día era dedicado a la felicidad, un instante, un suspiro. Sólo el momento del chinchorro era mío y de nadie más.

Entonces papá salió una madrugada y no volvió más.

Todas las mañanas desde aquel día, mamá cogió la costumbre de salir a esperarlo al mar, pero él no llegaba. A veces le decía a mamá que era inútil, que papá jamás pasó más de un día en el mar, pero mamá estaba como suspendida en otro mundo, con la mirada fija en el horizonte, sintiendo la brisa y oyendo al mar como una composición de sonidos melancólicos, fuertes y arrítmicos. Supe que ese era el momento de mamá.

Como papá había muerto tuve que empezar a salir de madrugada. Fueron unas semanas difíciles. El botecito de la casa se había ido con papá y con ello todo nuestro suministro de pescado mañanero. Con un vecino conseguimos un bote prestado mientras se lo podíamos pagar, así mamá tuvo que duplicar la cantidad de arepas a vender y yo tenía que conseguir más pescado del normal para rellenarlas. En las mañanas cuando llegaba de pescar, me encontraba a mamá en la orilla. No intercambiábamos palabras, ni una; algunas veces, en ese instante, nos veíamos a los ojos y eso significaba mucho más que un “hola” o un “sé cuánto sufres”. Después me iba a la casa con mi saquito de pescados y mamá me seguía y hablábamos de las arepas, de los vecinos y de papá.

Mis momentos del día se habían acabado. No tenía ni un segundo para pensar en mí, en la vida, en el futuro. Hasta el chinchorro, sin saber cómo ni cuándo, había desaparecido; sin embargo, este momento con mamá, en la cocina, me daba un nuevo impulso diario, supe cómo se conocieron papá y mamá, cómo fue mi nacimiento, la muerte de los abuelos, cómo se llamaban mis tíos que habían muerto.

Al pasar de los meses ya me había acostumbrado a mi nueva rutina. A los vicios de mamá, a mi nueva esclavitud y a todos sus agotados temas. Me había acostumbrado a vivir así, no me sentía llevado por la corriente, sino flotando en un estanque en el que podía ver el cielo y disfrutar solamente del movimiento de rotación de la tierra. No obstante, hubo un día que cambió todo. Una madrugada antes de salir a pescar me metí en el patio de la casa a buscar aceite para el motor del peñero y entre peroles y corotos me topé con el chinchorro. Estaba amuñuñado junto a otro que supuse el chinchorro de papá. Tomé el mío con nostalgia mientras mi garganta se apretaba en una lucha por liberar sentimientos que no quise exponer ni a mi propia soledad. Sentía que había vuelto un instante de mi anterior vida; no sabía qué hacía ahí, ni cómo había llegado junto al de papá y mi mente no dejó de echarle la culpa a mi madre. Era la única que podía haberlo hecho.

Entonces, salí corriendo de casa en plena madrugada, me monté en el bote y me adentré en el mar, pero me adentré más de lo normal, seguí rumbo recto, con rabia, tristeza, infelicidad y en un momento me detuve. Estaba solo, rodeado de aire, cielo, inmensidades de agua y silencio; la costa se veía muy, muy lejos. Pensé unos minutos y supe que ese era mi momento. Al rato, ya estaba por devolverme, había recapacitado y decidido ponerme a trabajar más cerca de la costa cuando, de repente, vi lo que parecía un pequeño islote a lo lejos. El sol estaba saliendo justo detrás de él. Me adentré más y más e iba creciendo cada vez más. Llegué a lo que me pareció una isla en una hora o dos. Bajé y había una población. La gente salía por las calles y conversaba en la plaza del pueblo, se les notaba una sonrisa y un atractivo diferente. Se sentía un ambiente de fiesta y de triunfo.

Caminé a la plaza del pueblo al que había llegado. Me senté y por más que la situación fuera idónea no podía pensar en nada más que sentir que este fuera mi momento. Un momento del que no quería despegarme, un momento que se quebraría como una débil lámina si sólo me levantara del banco.

Pero el hambre pudo más. En la plaza nadie vendía arepas, así que me le acerqué a un señor y sorprendentemente me dijo que estaba bienvenido en su casa. Al principio sólo acepté quedarme esa noche, luego sólo una semana. Ayudé con mi bote pescando y luego ocupé un espacio en la plaza vendiendo arepas. Más tarde conocí a la hija del señor y nos enamoramos. El tiempo pasó sin que me diera cuenta y los momentos de mi vida habían sido muchos desde entonces. Rápidamente cambié de vida. Mi vida pasada ya no tenía rastros en mi memoria salvo en algunos momentos de soledad en los que la nostalgia era mi única compañera, pero esos momentos eran pocos. Después me casé y mi vida con mi mujer fue placentera y agradable, pocas veces volví a estar solo. Tiempo después, quizá algunos meses o quizá años, caminando con ella por la plaza del pueblo me encontré con un hombre viejo que me pareció conocido, él también estaba con una mujer y se veía contento. Cuando me saludó no pude dejar de esbozar una sonrisa de felicidad y de sentir una calma intensa en mi interior.

El turpial vive dos veces

Por José Leonardo Riera

Pensando en qué titulo ponerle a este texto, se me ocurrió llamarlo “Ensayo sobre Salvador”, o “El salvador de Salvador” o “De cómo Salvador me salvó”. No obstante, no quiero hacer de esto un ensayo ni mucho menos un cuento. Sólo quiero compartir la anécdota de cómo llegué a la conclusión de que Salvador Garmendia es parte de mi alma; literalmente hablando. Y contaré esta historia así, sin pelos en la lengua. Tal y como hablaba aquel niño de cinco años con Salvador.

Desde los cinco años de edad, José Leonardo Riera frecuentaba la Quinta Cristina, sede de Monte Ávila Editores

La agencia de festejos de mi padre siempre era contratada por esta editorial, generalmente para bautizos de libros. Fue así como yo, acompañando a mi papá a trabajar, fui llamado por los rostros que guindaban de la pared, y capturado por los libros de los estantes.

El tiempo pasaba y ya no necesitaba el trabajo de mi padre para visitar aquella quinta. Ahora iba siempre, cuando quería, y por cuanto tiempo quisiese. Pues me hice amigo de los trabajadores y, por supuesto, de los escritores que frecuentaban el lugar.

Lo curioso del caso es que no sólo leía los libros de aquellos escritores, sino que también me entrevistaba con ellos y criticaba sus obras.

Fue por esa razón que conocí a Salvador Garmendia. Éste era muy amigo de la editorial, y para ese entonces –año 1997- estaba realizando los trámites para la publicación de su libro La media espada de Amadís (que, por razones que desconozco, fue publicado finalmente por la Editorial Norma). Por estas razones Salvador pasaba casi tanto tiempo como yo en la editorial.

En una ocasión, yo me encontraba en el jardín leyendo y llegó un hombre de avanzada edad a tomarse un café. Se sentó justo frente a mí. Me miró, quizás sorprendido. Yo le miré también, muy fijamente, por ciertoÉl mantuvo el contacto visual. Sonrió de una forma casi infantil, sin mostrar sus dientes, tal vez por esto todo su rostro parecía tan gris. Fue un movimiento conjunto. La sonrisa, sus grandes cejas ligeramente levantadas y las cinco o seis líneas de su frente. Así, con su contextura, con su nariz tan prominente y con el cabello grisáceo que no sabía de fronteras faciales, Salvador se mostró como un niño.

Y aunque el niño era yo, no lo parecía, pues mi personalidad de “crítico literario” era, debo admitirlo, totalmente detestable y aborrecible. Me preguntó mi nombre y qué hacía. Yo respondí: “Soy Leo, y leo” (yo siempre tan locuaz). Hablamos de mí y de mis gustos literarios hasta que me preguntó si había leído algo de él y si me había gustado (estoy seguro de que quiso hacer esa pregunta desde el primer momento).

Le dije:

-Sólo he leído Hace mal tiempo afuera

-¿Te gustó?

-Sí, porque los cuentos son sencillos y dicen muchas cosas… Casi para niños, pero lo dedicaste a personas que no son niños. Tienes que escribir cosas que uno entienda pues...

Fue larga la conversación, y la mayoría de las ocasiones estuve a la defensiva. Pero precisamente por eso el tiempo nos hizo amigos. Yo de él aprendí casi la totalidad de su obra, de su estilo, de su esencia. Él, en mí, encontró al niño que le abriría el camino en el mundo de la literatura infantil.

Más que un amigo, se hizo mi padrino. Mi tutor. Y, gracias a él, en un futuro, mi colega. Pues yo llegaba con mis cuentos a la editorial y le decía:


- Lee, Salvador. Sólo los niños sabemos escribir un cuento para niños.


Él reía, pero siempre leía mis cuentos; los criticaba constructivamente de tal manera que yo mejorara, y él también.

Tuvimos poco más de tres años de amistad. Tres años en que, a causa de ésta, escribió la mayor cantidad de cuentos infantiles de su vida. Pero Salvador sufría de diabetes. El nuevo milenio sólo le trajo la seguridad de que cuando un turpial deja de cantar es porque ya está muerto.

Yo le visitaba y hablaba siempre con él.

-Salvador, tienes que escribir más, y escribe para niños -le decía.

-Leo, ya estoy viejo. Escribe tú por mí, tú estás joven y te queda un gran camino por delante. Por eso tienes que leer mucho y así serás un gran escritor.

-Yo no quiero ser un escritor, yo quiero leer cuentos para niños.

-Leo, yo te voy a hacer un cuento. Y no será un cuento para niños, será un cuento para ti, que eres tan grande como mi nariz, jajaja.

Nunca olvidaré esa conversación. Fue la última que tuvimos. En la editorial me dejó como regalo de cumpleaños un cuento infantil llamado El turpial que vivió dos veces. Era un borrador a máquina de escribir. En el sobre colocó: Leo, esto no es un cuento, es nuestra historia.

Y todavía me llena de emoción recordarlo. Trataba de un turpial muy viejo que, lastimado por un niño, estuvo en una jaula de la que no podía salir. Y aún así, el niño, tiempo después, abrió la jaula. El ave, al alzar el vuelo, pudo darse cuenta de que vivió dos veces, y todo gracias a ese niño.

Salvador murió en Caracas el 13 de mayo del año 2001. Seis días después de mi noveno cumpleaños. Estoy seguro que desde esa edad Salvador Garmendia vive en mí, ayudándome a escribir, enseñándome a cantar. Es por eso que, gracias a mí, Salvador vivió dos veces.
Y aquel turpial que alzó el vuelo dejando a Leo con sus montones de libro aún vive. Salvador, el turpial vive dos veces.


Ilustración de Rosana Faría. Para leer el cuento y ver todas las ilustraciones, debe descargarse a través de este link

http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=6614&portal=17


miércoles, 14 de octubre de 2009

Plano contraplano

Por Gabriela Valdivieso y Gabriela Valdivieso

–¿Jura decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad?

–Lo juro.

–Procedemos entonces: Señorita Gabriela Valdivieso, ¿un Seven up o una Seven up?

–¿Ah?, ¿que si quiero una Seven up?

–No, listo. ¿Cuál es tu canción favorita?

–¡Ah, ya entendí!, digo una Seven up, no un Seven up. Ajá, um, ¿y una canción? Siempre amé In my head, de No doubt. Es un poco extraño, pero me identifico con la sensación de desconfianza y estrés de la canción. Bueno, y ni hablar del ritmo, es enviciante.

–Ah, ya veo, ¿a qué le temes?

–Al hambre. Pero pensándolo bien no es propiamente al hambre, pues mal que bien se aguanta un poco. Mi aversión es hacia el desconocimiento del momento de comer o hacia la imposibilidad de hacerlo cuando realmente lo necesite. ¿Entiendes? Es algo así como que me llena de ansiedad pensar en quedarme sin comer y sin forma de resolverlo. De allí que siempre tenga alguna galleta María encima y que siempre esté previendo mis próximas comidas. Logro así evitar...

–¿...el miedo al miedo al hambre?

–¡Eso!, ¡eso es exactamente lo que tengo!, me aterra sentir ese terror por sentir hambre.

–¿Alguna curiosidad de tu cuerpo?

(Se muerde la boca) Um... bueno, tengo muchas cicatrices de caídas, ¡ah, pero ya sé! ¿Curiosidades? Tengo un lunar con forma cuadrada en mi barriga. Es conocida en mi familia como mi bistec. Y tengo en la pierna una ¿mancha?, algo así, roja que siempre consideraré mágica. Si la presionas muy muy fuerte desaparece completamente y entonces reaparece sola. ¡Ah, sí! Y mi hermana descubrió que tengo un corazón en la frente, y es que cuando me recojo el cabello se ve clarito. La línea del inicio de mi cabello en el centro de la frente dibuja la parte superior de un corazón, ¿ves? (Se recoge el cabello y muestra lo descrito).

(Risas) ¡Qué curioso! ¿Te identificas con algún personaje?

–Esa es fácil, ¡Amèlie! ¡Toda ella!

–Dime una pasión que tengas.

–Escribir, más, escribirme.

–¿Una adicción?

–La mayonesa (se apena).

(Risas) ¿Y algún tema que te obsesione?

–La verdad.

–¿La verdad?

Vivo pensando y escribiendo sobre ella. Necesito, tarde o temprano, encontrar el modo de explicar al otro satisfactoria y claramente que la verdad es una, aunque las interpretaciones sean miles y aunque la dificultad por conocerla sea inmensa. Más allá de realidades evidentes, las no evidentes son igual de verídicas y tienen igual potencialidad de ser alcanzadas y comunicadas.

–Interesante, oye, veo que mueves mucho las manos, ¿tienes alguna otra costumbre peculiar?

–Sí, muevo las manos más o menos frenéticamente y hablo rápido... Ah, pero podría decirte que tiendo a inventar palabras y mezclar terminaciones. Sí, soy la Comunicadora Social que en su defensa de tesis dijo que la experiencia había sido muy "nutriciosa".


(Risa) ¿Te has imaginado quién podrías haber sido en una vida pasada?

–¡De hecho! Desde cuarto año soñaba con que había sido nada menos que Sócrates, pero luego en la Universidad mi mejor amigo me dio una posible procedencia menos gloriosa: que yo era una lechuga, y que me comieron tan salvajemente que en esta vida no ingiero frutas, verduras o vegetales.

(Risas) ¿De verdad…? Hey, olvidé preguntarte, ¿prefieres el papel lustrillo o el de construcción?

–¿Cómo? (Risas) Bueno, prefiero el lustrillo. Sus colores son más saturados, más fuertes, ¡más vivos!

–¡De hecho! Dime, ¿cuál es tu frase favorita?

–Tengo dos. Siempre me sentí muy cercana a una de Sócrates: "En vez de cárceles, escuelas". Y la otra es de Cesáreo Banderas, analista de la obra Don Quijote de la Mancha, dice: “Cervantes excluye lo sobrenatural porque incluirlo sería negar que la realidad es extraordinaria”. Estaré eternamente conmovida por estas palabras porque las creo desde cada fibra: la realidad es extraordinaria. En todo sentido.

–Espera espera, ¿qué tipo de luz prefieres, blanca o amarilla?

–¿Ah? Da igual. Bueno, no no, mentira. La blanca es genial para leer pero me he acostumbrado a la amarilla, creo que no podría tener todo de blanco. En parte porque duele mucho más la vista observar una luz blanca que amarilla, aunque también es verdad que…

–¡Ah!, ¿y tienes algo que no te quites?

–Sí, esta pulsera de tela. (Acerca la muñeca derecha) Es un regalo de mi persona.

–Dime una gran alegría de este año.

–¡Terminarlo en Venezuela!

–¿Una gran decepción?

–¡Shakira!

(Risas) ¿Palabras que odias?

–Ecléctico, pseudo y onírico. También sinergia y alcance. Ah, y motivación, inconsciente y madurez. En fin, odio la jerga pretensiosa, corporativa y psicológica. Reconozco que he juzgado a personas en primeras impresiones por usar estas palabras.

(Risas) ¿Y qué determina que una persona te caiga bien en una primera impresión?

–Es como emocional. Busco la energía. Me cae bien quien física y emocionalmente parezca sincero, abierto y cálido. Amo conocer gente habladora y comunicativa. Me encanta la gente que de alguna manera confía y busca empatizar. Es difícil de explicar.

–Creo entenderte (sonríe) ¿características recientemente descubiertas?

–De hecho, he descubierto mucho de mí últimamente. Siempre he sabido que soy como radical, pero no sabía que era tan determinista. A veces no veo tintas, no admito opciones. Otra cosa recientemente comprendida es mi desconocimiento y desinterés por el mundo real, por el día a día, por las noticias. Son cosas graves…

–Uy, ¿y algo positivo?

–He sentido que di un salto de penosa a osada. Ah, y creo realmente haber desarrollado algún tipo de inteligencia emocional. ¡Realmente me llena de alegría seguir descubriéndome!

–Dentro de los cambios, ¿qué permanece?

–Lo más arraigado: mi impulsividad, mi determinismo, mi rechazo a los cambios, mi capacidad para enrollarme, mi indiscreción y mi no tan aguzado sentido común. Pero también, por suerte, mi pasión, mi idealismo, mi afán por promover el bien y mi deslumbramiento con la verdad y el mundo.

–Por último, ¿un sueño?

–EL (entonación nítida) sueño es ver a mi familia y mis amigos felices, despertar cerca de Robi y comer papas fritas para siempre.

Se inclinó para levantarse y, ya de pie, su primer paso incluyó a ambas; a la que preguntaba y a la que respondía, a la infantil y a la reflexiva, a la creativa y a la impulsiva, a la dulce y a la apasionada… En ese instante, sonrieron. En el siguiente, también.

Mordida (parte final)

Paula leyó los mensajes. El del chivúo decía así: “Sé lo que estás haciendo, Paula P()7@. Cuídate de mí”. El de Andrea decía esto: “Pau, Víctor está muy misterioso. No sé qué le pasa. Él estuvo con ustedes el día del chivúo. Creo que eso tiene que ver con su misterio. Si sabes de algo, avísame”. Paula tiró el teléfono en el chifonier y se tiró en la cama exhausta.

Noelia había advertido a Andrea sobre la llegada del chivúo de Belice, también le había dicho que no confiaba en Víctor porque lo llamó para advertirle y él le salió con esquivas. Pero en su mente sabía que algo no estaba bien. Como siempre, Noe, tenía un presentimiento de que algo iba mal y que ella podía solucionarlo, pero no sabía cómo. Había pensado en denunciar al chivúo a la policía, pero ¿por qué? Si él no había hecho nada. Apenas, estando borracho, les había dicho que los iba a matar a todos. Todo porque ese día, en esos chinos chacaeros de Víctor, Noelia le dijo que no le gustaban las arañas. Entonces el chivúo se molestó porque era coleccionista de arañas raras y le lanzó una Smirnoff a Noelia que no le hizo daño porque su tiro fue desviado. Sólo mojó a Gaby y a Leo Riera. Gaby dijo: “Chivúo, cálmate” y Leo: “¿Tú eres mamahuevo o qué?”. Entonces el Chivúo se paró de la mesa y se fue; en el camino empujó a un chino y salió. Un segundo después salió Víctor tras él. A Noe le pareció rarísimo. Cuando Víctor regresó todos le preguntaron que qué fue a hacer y Víctor dijo que había ido a devolverle el celular que había dejado en la mesa. Nadie le prestó más atención a esto, salvo Noelia. A ella le pareció que Víctor andaba en algo raro, pero le dio el beneficio de la duda así que trató de olvidarse del asunto.

Ahora que Noelia se acordaba de estas cosas pensó que lo mejor era ir a ver a Víctor. Lo llamó y textió y nada. Así que llamó a sus amigos del grupo, entre ellos a Andrea que luego, como sabemos, le escribió a Paula en la noche, porque ella no sabía que Noelia ya la había llamado antes.

El día.

El día de la muerte de Leo Riera, Andrea estaba como todos los días en su colegio bajo la mata con un libro haciéndose la dormida o durmiendo de verdad. De camino al árbol había visto muchas arañas: de diversos colores y tipos. Así que pensó que su sueño podría ser de arañas de colores. Pero esta vez su sueño no fue interrumpido por Noelia, sino por el Chivúo que la miraba fijamente.

Un par de horas después, Leo Riera entró a la panadería, pidió dos canillas y murió instantáneamente. Noelia, quien iba en su búsqueda para advertirle lo que estaba pasando lo encontró muerto en el piso. Lloró, pegó un grito de desesperación y sufrió la muerte de su amigo. Vio hacia todos los lados y le pidió clemencia a Dios. Leo Riera estaba frío y pálido en sus brazos en el piso de la panadería del portugués. Noelia sintió una punzada en su cabeza y vio a lo lejos, en la multitud, a Víctor Cuotto Drax caminando entre la gente fuera del local. Noelia dejó a Leo tirado en el piso y corrió tras Víctor. Él corría también cruzando cuadras, adentrándose en callejones, saltando charcos y pasando por calles cada vez más oscuras. Noelia no sabía si Víctor estaba huyendo de ella o estaba persiguiendo algo. En una esquina escuchó que Víctor se había detenido una cuadra más adelante y que alguien lo saludaba. Se quedó escuchando.

- Tenemos que actuar rápido, Víctor.– Noelia reconoció una voz familiar, masculina, pero no pudo definir con exactitud de quién era.

- Sí, se dio cuenta de todo. Es probable que me haya seguido y sepa de nosotros.

- ¿Tú eres pendejo? ¿Cómo vas a venir para acá después de eso?

- No tenía otro sitio a dónde ir, Chivúo.– a Noelia se le erizaron algunos pelos de la nuca– Ahora tenemos que irnos. –Ella no sabía qué hacer si salir corriendo y olvidar todo o quedarse a escuchar qué otras cosas decían. Al final su curiosidad pudo más.

- De ninguna manera, nadie se moverá – dijo una voz que venía entrando. Noelia reconoció inmediatamente que era la voz de Paula.

- Derribémosla, Víctor. –dijo el Chivúo.

Entonces se escucharon pasos y sonidos de lucha. A Noelia, desde su escondite se le pasaron muchas cosas por la cabeza. Sentía miedo, pero también molestia por lo que le estaban haciendo a su amiga. Su mente dudaba muchísimo, sentía que podía jugarse la vida. Escuchó el gatillo de una pistola y no lo dudó más; respiró profundo, tomó ánimos y, como quién va a salvar el mundo en una película de Hollywood (con la misma cara que puso Bruce Willis cuando se quedó solo en el meteorito en Armagedón mientras Ben Affleck lo veía con arrechera con ganas de salvar al mundo también), salió de su esquina y con los ojos cerrados, sin haber visto nada aún, dijo: “Alto ahí”.

Abrió los ojos. Andrea Gómez había despertado de un sueño como el de la otra vez, pero esta oportunidad tenía al chivúo frente a sí. Ella sintió muchas sensaciones a la vez: miedo, soledad y sorpresa: “Wow, qué finas son las recostadas en esta mata, en dos días me ha despertado gente bien rara”. En una conversación de gestos y silencios, Andrea le dijo que tenía miedo por su presencia, que qué hacía aquí. Andrea pensó que si moriría en este instante no estaría tan mal, porque el lugar era perfecto. El chivúo leyó los gestos de Andrea y se sentó en la grama frente a ella y, sin que ninguno hubiera dicho una palabra aún, éste sacó un frasco de compota gigante, más bien como de mayonesa que tenía una araña adentro. La sacó en la palma de su mano y la estiró hasta el espacio de Andrea.

-Tiene muchos colores –dijo Andrea tratando de romper el hielo, pero su voz dejó notar lo nerviosa que estaba.

–Tranquila, ella te mataría con su mordisco instantáneamente.

Noelia abrió los ojos. Paula tenía una pistola en cada mano y el Chivúo y Víctor estaban a tres metros de distancia siendo apuntados directamente.

–Noe, es la única forma. Ellos mataron a Leo Riera.

–Pau, son nuestros amigos. No lo hagas.

*

Esta es una araña de Belice. Yo he sido coleccionista de arañas muchos años antes de que me fuera a vivir allá. Fui a Belice a buscar esta araña que allá abunda. Quería un par para mi colección –Andrea recordó The Dark Night y toda la historia que el Guasón contaba antes de asesinar a alguien.

*

–También mataron a Andrea, Noelia.

–¡Todo es mentira! –dijo el Chivúo escupiendo.

Noelia cerró los ojos.

Sonó un disparo. Pero como en las películas de Hollywood el disparo fue del que menos uno se lo esperaba. Este disparo no había sonado como cualquier disparo. Era como el disparo de una pistola con un silenciador echado a perder.

Cuando Noelia abrió los ojos vio a Paula en el piso y a Andrea Gómez con una pistola muy cerca de ahí. Noelia agarró las pistolas que Paula dejó caer y apuntó con ellas a Víctor y al chivúo con una y con la otra hizo que Andrea se moviera hacia donde estaban los otros.

–Noelia, no es lo que tú crees –dijo Andrea.

–¡TÚ MATASTE A PAULA! –gritó Noelia.

No está muerta –dijo tranquilamente Víctor.

*

–Tranquila, Andrea, no he venido a hacerte daño. Puedes calmarte.

–Entonces, ¿a qué has venido? –dijo Andrea pudiendo respirar nuevamente.

–En mi colección tengo muchísimas arañas, y mi casa está repleta de peceras que crecen en un medio ambiente agrabable para ellas. Trato con todas mis fuerzas que tengan una vida feliz, y como soy muy feliz viéndolas, no puedo dejarlas ir. Mis arañas son lo más importante en mi vida. Sus venenos, que colecciono, son tan raros como los colores y la variedad de ellas. Hay venenos como el de esta araña de Belice que te puede matar en un instante. Hay otros venenos que te pueden dejar ciega o inválida. Otros que actúan en tu mente matándote, pero dejándote con vida.

–¿Cómo es eso?, no entiendo. –Andrea ya sentía confianza con el chivúo.

–Pues, actúa como una droga. Primero te hace muy feliz, después te da la necesidad de inyectarte más este veneno, pero como es de la mordida de una araña no se puede conseguir en ningún lado, así que te debilita mentalmente y te vuelve loco. Te convierte en una cosa que no eras o eres. Luego el veneno te domina y borra todo de ti y te convierte en una persona malvada que toma decisiones apresuradas e incorrectas –escuchó Andrea atentamente.

–¿Y entonces qué hay con todo eso?

–Bueno, cuando llegué de Belice invité a Paula a mi casa para que conociera las arañas, pero un desafortunado accidente provocó que una araña la mordiera y era esta araña que vuelve loca a la gente. Como yo no conocía ningún remedio instantáneo y sabiendo lo que podía ocurrir la llevé inmediatamente al hospital y me regresé a mi casa para acomodar el desastre y evitar que otra araña escapara –escuchaba ahora Noelia la repetición del cuento que contaba el chivúo, esta vez entre callejones oscuros y esquinas–. Al día siguiente cuando regresé al hospital, Paula no estaba. Los médicos dijeron que no supieron cómo escapó. Pasé dos días pensando en dónde estaría, la llamé, pasé por su casa, pero no aparecía. No llamé a ninguno de ustedes porque no quería preocuparlos, además no sabía si podían confiar en mí después de aquella última despedida en los chinos de Chacao. Ahora me disculpo, no sabía que Leo Riera moriría por esto. Bueno, un día regresé a mi casa y Paula estaba esperándome en la sala. Estaba súper cambiada y tenía en un frasco de mayonesa a una de mis arañas de Belice. Dijo que quería matarme y lanzó el frasco con fuerza contra mis pies en el piso tratando de que se rompiera y la araña me mordiera y yo muriera inmediatamente. Gracias a Dios la locura de Paula no la hizo ver que el pote de mayonesa era de plástico y no de vidrio. Después de eso escapó y no la vi más. Entonces llamé a Víctor y le conté todo. Era el único en que podía confiar de ustedes. Él me devolvió mi celular aquél día en que yo estaba locamente borracho y te dije ciertos improperios, Noelia, discúlpame. Entonces empezamos a cazar a Paula, pero nunca la encontrábamos, no queríamos que cometiera más locuras. Pero entonces al parecer descubrió que la estábamos cazando y te llamó a ti y a Víctor, convirtiéndome en el malo de cuento. Pero gracias a eso Andrea Gómez se salvó, porque el mismo día que tú te le apareciste en el San Ignacio, Paula estaba con una araña a punto de matarla, si no hubiera sido por ti Andrea hubiera muerto. Desde ese día Víctor y yo supimos que teníamos que hacer algo, así que al día siguiente salí a darles dardos paralizantes a todos ustedes. Les di a Geraldo, Samar, Gabriela y a Andrea. Víctor le dio a Bejarano, Camacho y Jessica, luego iba por Leo Riera y más tarde por ti, pero se encontró con que Paula había asesinado a Leo con el veneno de una araña. Así supimos que con su locura descubrió cómo extraer el veneno sin hacerse daño. Víctor y yo desarrollamos un antídoto para Paula. Por eso no contestaba el teléfono ni tenía tiempo para responder mensajes de texto.

–Ese antídoto deberíamos inyectarlo antes de que se despierte y quiera asesinarnos a todos de nuevo­ –finalizó Noelia un poco aliviada, pero triste por la partida de su amigo.

Los once discípulos

Por Guillermo Geraldo

–Comisario Rogelio, al parecer el individuo se trasladaba en un vehículo Chevrolet C-31 con cava de refrigeración. Iba camino Barinas-Mérida, de hecho ya se encontraba rodando páramo arriba y estaba amaneciendo, ¡bueno, jefe, usted sabe ese frío arrecho que empieza a pegar subiendo por esa montaña! Como le decía, iba rodando entre curvas serpentinas de aquella carretera, cuando se le atravesó una señora ¡al fin y al cabo, mujer al volante! Y bueno, el muchacho se la llevó por delante ¡Un Mazda 6 nuevecito! El choque no fue nada del otro mundo. Sin embargo, cuenta la señora que quiso esperar a tránsito y que el muchacho le ofreció unos buenos reales, pero que ella insistió en esperar. Había algo raro en esa vaina, el chamo empezó como que a perder la paciencia, a molestarse ¿no se iba a molestar, jefe? Por suerte llegamos justo a tiempo e inspeccionamos el choque. Por pura casualidad ¡vainas de nosotros los policías! le pregunté qué llevaba en la cava de atrás, contestó con completa serenidad “seis muertos, seis cadáveres”. Coño, los ojos y el corazón me dieron un brinco, inmediatamente le ordené que procediera a abrir la compuerta y efectivamente había seis cuerpos ¡Habían unos muchachos y hasta unas muchachas, toítas de cara bien bonita todavía, eso sí, tenían el cuerpo destrozado, ¡varios estaban abiertos! Procedí a ponerle las esposas, no ejerció ningún tipo de resistencia o fuerza y bueno, ya está aquí en la comisaría. Sólo esperábamos que usted llegara, investigación criminalística se quedó allá inspeccionando y recopilando evidencias.

–Buen trabajo, González, excelente intuición, hiciste lo correcto, gocho. Voy a entrar.

–Ya había pasado el medio día, un vaso de agua y unos cigarrillos se encontraban sobre el escritorio apuntado desde el techo por una lámpara que colgaba en aquel cuarto amplio y de piso de granito. Ahí estaba yo, meditando el título de mi delirante historia, cuando entró un tipo de chaqueta, lentes oscuros y bien peinado.

–¿Guillermo Eduardo Geraldo Rodríguez, venezolano, cédula de identidad veintidós millones veintinueve mil doscientos treinta y ocho?

–Sí, ¡buenas tardes, bonito día!

–Soy el comisario Rogelio Parra. A partir de este momento sólo hablará para responder a mis preguntas, aquí estaremos muy poquito tiempo o hasta la madrugada, dependiendo de su cooperación, así que hágalo rápido que no estoy de humor para trabajar hoy ¿entendido?

–Entendido.

–¿Qué hacía usted en carretera con seis muertos en un auto? Usted estaba al tanto de esto, según mis colegas.

–Era mi primer día de clases en la escuela de letras de la UCV, mi mente estaba concentrada en un sólo objetivo, conseguir una chica. Desde ese primer día, el maldito de Leo fue protagonista. Podía observar cómo las chicas lo miraban en clases y no se podían concentrar en más nada que no fuera él, incluso los profesores parecían hechizados, hasta lo dejaban fumar en el salón. Los días fueron pasando, y mi sueño por una femenina se nublaba clase tras clase. Las chicas no se atrevían a saludarme, les daba asco por mi cara minada de pepas debido al acné. Leo, Leo y más Leo; lo escuchaba hablando de cómo se follaba a las chicas cuando se iba de parranda. La envidia se apoderaba de mí, cada día lo odiaba más, aunque nunca antes como el día que salió ganador del segundo lugar de la categoría de jóvenes del I Rally Metropolitano. Yo tenía esperanzas de ganar, pero Leo, Leo de nuevo, siempre Leo. Quería escribir una historia donde Leo no opacara mi talento. Debía escribir una historia deslumbrante, que sellara mi absoluta gloria.

Era jueves. No tendríamos clases hasta el lunes, era el puente perfecto para viajar a la playa. Los muchachos del salón viajarían hasta Morrocoy, no era gran sorpresa (siempre se divertían rumbeando, yendo a la playa y teniendo sexo), la sorpresa fue que me invitaron a viajar con ellos. Realmente sólo querían que llevase la comida y las maletas en mi camioneta con cava, para ellos ir juntos en sus carros. Aparte sabían que tenía una lancha en Morrocoy, por eso también me invitaron, pero no me importaba, igual estaba contento. Al fin y al cabo no me excluían esta vez.

Pasamos el primer día en Cayo Sombrero. En la noche los chicos un poco ebrios querían aventurar por el lugar. Samar me pidió con dulzura, acariciando mi cuello, que los llevara en mi lancha de paseo. En eso Moisés interrumpió para aclarar que lo hiciéramos en un par de horas. Caminé por la playa alucinando por el increíble cosquilleo que dejó el tacto de sus manos de seda en mi cuello. Estaba seguro que estaba enamorada de mí, regresé a las carpas y mis ojos captaron cómo todos se besaban, fumaban marihuana y la pasaban de lo lindo. Y Samar, increíble, estaba con Leo. Lo odiaba, lo odiaba mil veces más que el día que recibió su diploma del I Rally de Escritores. Moisés tuvo el descaro de ordenarme llevarlos a pasear. Los más sobrios cogieron linternas y sus trajes para bucear, Leo, Víctor, Samar y Jessi decidieron quedarse, mientras que las tocayas Gabriela, Andrea, Paula, Moisés, Ricardo y Noelia subieron a bordo junto a mí.

El mar se encontraba manso y sereno, parecía un plato de lo estable de la marea, sólo perturbada por el motor de la lancha. Ricardo, Paula, Noelia y Andrea pidieron que las dejase en un cayo durante un tiempo. Acordamos que al terminar la jornada de buceo nocturno pasaría por ellos. Las dos Gabriela y Moisés, resteados a bucear, se sumergieron en el agua. Yo decidí quedarme con la excusa de cuidar la lancha, pero realmente estaba molesto con todos, solo quería que desaparecieran de mi vista para siempre.

Trascurrido un cuarto de hora, más allá de una tentación maldita, vi como una bendición milagrosa: la aleta de aquel tiburón rondando por el lugar. Increíblemente ninguno de los sumergidos en el agua lo percataron, quizá se encontraban aún más profundo del feroz animal. Sabía que tendrían unos quince minutos más para estar bajo las aguas, pues el oxígeno se agotaría. Esperé durante un tiempo, mientras lo que parecía un tiburón seguía rodando el lugar. Corté mis dedos y derramé abundante sangre en las saladas aguas pues se dice que la sangre despierta el instinto salvaje por comer de los tiburones. Tras ello, prendí el motor y me eché a andar a Cayo Pelón, donde se encontraban parte de los otros. En la lancha había comida, un arpón, una escopeta y bastante caña. Llamé a los muchachos en Cayo Pelón a que subieran para navegar hasta el campamento, pero estaban ebrios y felices, me insultaron y mandaron a la mierda, entonces bajé de la lancha con la escopeta, le disparé a Ricardo y a Noelia en el pecho. Andrea y Paula alcanzaron a correr, pero sus piernas se les hundían en la arena. Paula resbaló y disparé en su espalda, empapando de sangre la arena, mientras que Andrea corría a toda velocidad hacia la lancha. Desesperada gritaba por auxilio. Intentó prender el bote, pero yo tenía las llaves del motor, entonces nadó unos 10 metros, yo prendí el bote y arranqué agudizando mis ojos, la estuve cazando; en algún momento saldría a la superficie, se agotaría pronto, su cabeza salió del agua a tomar aire y la pillé, apunté rápidamente y su cabeza se volvió trizas al dispararle.

Estaba decidido a acabar con todos y lo estaba haciendo muy bien. Llegué a Cayo Sombrero de regreso con la ira y la sed de más sangre notable en mi cara, tanto así que Víctor se percató. Se dio cuenta al preguntar por los muchachos. Miraba a Leo de forma preocupante, mientras tanto las muchachas no entendían mucho eso de que los otros se habían quedado en Cayo Pelón. Creían que era mejor pasar la noche todos allá. Víctor corrió hacia mí gritando lo maldito que soy, pero antes disparé a Jessica en su estomagó. Ella cayó de rodillas con un grito ahogado de dolor. Me alegré, pero no había podido efectuar el tiro de Víctor aún. De pronto se lanzó encima y un dolor intenso me invadió luego de que tatuara un coñazo en mi ojo. Mientras forcejamos Samar corrió a ayudar a Víctor y Leo aprovechó para refugiarse y escapar. Logré empujar a Víctor y apartarlo un metro de mí, cogí el arpón y lo clavé en la garganta del quizás más intuitivo de todos. Samar entró en shock y se paralizó por unos momentos, luego intentó huir, pero la empujé. Caímos en la arena y la ahorqué hasta matarla.

Debía ahora encontrar a Leo antes de que se adentrara demasiado la noche, necesitaba recoger los cuerpos antes del amanecer, pero por los momentos éramos los únicos en aquellas playas. Caminé buscando a Leo, adentrándome a un pequeño bosque de palmeras que había en el lugar. Se me hacía difícil mirar entre los árboles, Leonardo salió repentinamente clavando un cuchillo en mi pierna. Fui demasiado estúpido al no prever que podía tener alguno. Hinqué mi rodilla derecha en el suelo. El dolor era insoportable y agudo. Leo me embistió a golpes, estaba sometido, pero mi odio cobró fuerzas. Mi odio hizo que surgiese una anestesia al dolor en mi cuerpo. Logré desprender el cuchillo de mi pierna, y apuñalé a Leo en todo el cuerpo hasta despedazarlo. Su boca era una cascada sangrienta, como sus ojos y heridas.

Entonces cogí todos los cuerpos muertos en tierra, los abrí hasta sacar parte de sus órganos, pues así se harían más ligeros a la hora de cargarlos hasta la camioneta. Ya camino a ésta con seis cuerpos en el bote, pude escuchar un grito desesperado de Gabriela V. Su cabeza se asomaba en el agua a unos veinte metros de de mí, distancia que me dispuse a eliminar. Aceleré con fuerza hasta que escuché el sonido fuerte y seco de su frente contra la proa.

Luego de la proeza estuve un día en un hotel curando mis heridas. Pretendía filetear los cuerpos y vender la carne a algún frigorífico lejos de Morrocoy.

Entonces, ¿qué le parece mi historia, comisario? Yo le pondré de título los once discípulos, digo maté a once, ¿le agrada?

martes, 13 de octubre de 2009

Mordida (primera parte)

Leo Riera entró a la panadería. Pidió dos canillas y murió al instante.

Dos días antes.

Victor Cuotto Drax estaba descansando en su casa de una intensa jornada de su Facultad de Derecho. Ese día decidió prender la computadora y ponerse a revisar el Facebook, como siempre hace cuando está muy cansado. A las once y media de la noche Víctor estaba acomodando todas sus cosas para irse a dormir, esperando volver a la rutina penal del día siguiente. Pero mientras se acomodaba, en el momento en que sacudía su cama de las micropartículas de polvo que hora a hora se quedan pegadas en la cama, en el instante en que daba una estocada con su sábana a los pobres ácaros indefensos, repicó el teléfono de su cuarto. Era muy extraño que sonara el teléfono a esa hora, pensó. Así que dudó en contestarlo. Vio el reloj y se fijó detenidamente en cómo los segundos avanzaban. Pensó en que sería algún compañero de la Facultad para preguntarle algo con respecto a alguna clase del día, pero no. Sus amigos siempre lo contactaban por Messenger y su sesión aún estaba abierta. ¿Quién será?, seguía pensando y seguía sonando el teléfono. Iban catorce repiques. Entonces contestó. Era Paula.

En el colegio, Andrea Gómez se pregunta en sus ratos de ocio por qué los edificios del Centro San Ignacio no cambian de colores de día como si fueran un gran arco iris, otras veces se va a hablar con algunas amigas de cosas de amigas. Otras veces, las mejores veces, se va sola por los jardines de su colegio; entonces busca un árbol frondoso y se sienta debajo, luego saca una novela y se imagina quedarse dormida y que despierta en un mundo aparte, dentro de la novela donde pasa ratos maravillosos, perfectos, mágicos hasta que viene a despertarla su hermano. Pero su hermano no estudia en el colegio ya. Sólo se lo imagina para que cuadre con la otra historia. Ese día de camino al árbol, Andrea vio una araña azul con naranja. Le pareció sicodélica. La araña no le hizo nada y ella tampoco. Aunque Andrea sintió una cosa extraña cuando la vio. Se echó en el árbol, sacó su libro de turno y empezó a leer y a quedarse dormida. A vivir fantasías en un mundo de ensueño. Todo era mágico, perfecto. Hasta que empezó a sentir movimientos en su pie, sentía que la estaban jalando. Luego le agarraron las manos. “Ya, Luis, déjame dormir, déjame dormir…”, dijo Andrea. Pero la seguían jalando. “Despiértate, Andrea, ven conmigo urgente” escuchó de la voz de una mujer. Abrió los ojos y vio a una mujer, una amiga que no había visto en mucho tiempo y que hubiera sido la última persona que se hubiera encontrado en un jardín del San Ignacio. “¿Cómo entraste, Noelia?”. Fue lo primero que dijo Andrea un poco extrañada y recién salida de un mágico sueño.

- Víctor, el chivúo regresó de Belice. Sólo te advierto eso. Está pendiente. Tús sabes cómo quedó aquel día que nos fuimos de los chinos. ¿Recuerdas?

- Sí, Noelia, se fue antes y no pudo conocerlo. Para entonces parecía un gran tipo.

- Sí, pero tú sabes que cambiaron las cosas después de que ella lo conoció. Ojalá Noelia no hubiera sido aracnofóbica.

- ¡Ya Paula! No menciones más eso. Tú sabes que él puede estar en cualquier lugar y nos puede estar escuchando. Hay que advertirles a los demás. Ahora voy a dormir. Gracias por avisarme.

Un día antes.

Un minuto después Paula escuchó que su celular anunciaba un mensaje. En la pantalla decía “Un mensaje de texto nuevo. El Chivúo”. No lo quiso leer inmediatamente y le dio a la tecla End. El teléfono sonó otra vez. Paula pensó que la estaban espiando. Se asustó mucho y miró por la ventana y sólo se escuchaba el bullicio caraqueño del este nocturno. Le dio más miedo y salió a ver a su tía. Ella dormía placenteramente. Salió del cuarto de su tía con mucho miedo y atravesando el pasillo entre cuartos vio el celular. El nuevo mensaje era de Andrea Gómez.

(...continuará)

LA CAPSULA (parte I- "Nosotros hacemos que se vea bien")


El cuerpo de Leo yacia tendido en un pozo de sangre negra y espesa. cerca del cuerpo que todavia se sacudia con leves espasmos involuntarios estaba Victor con la Beretta 92 de la U.S Army: "el mejor souvenir de mi vida" le habian escuchado susurrar el dia en que la llevo al bar de los chinos ante la mirada horrorizada de Gabriela, los otros, estaban demasiados ebrios para percatarse que la Beretta no era de plastico. Rebeca estaba particularmente molesta.

Leo habia traicionado. de un pequeño grupo literario que tomaba cervezas y jugaba con burbujas infantiles "Litros" habia pasado a ser una peligrosa organizacion que se dedicaba a robar pequeñas joyerias y traficar pequeñas cantidades de droga, de los once integrantes , solo quedaron 5. Los otros se fueron retirando a medida que la neurosis de los otros integrantes aumentaba. Leo habia dado su palabra de permanecer fiel a la organizacion, que ahora paso a llamarse "Capsula" dado el cerrado circulo que habian conformado sus integrantes.
el ultimo golpe fue una pequeña Joyeria. Leo y Guillermo habian entrado elegantemente a robar al encargado despues de un seguimiento de seis meses al dueño, mientras Leo apuntaba la cabeza del encargado, Guille hurtaba todo lo dorado de los anaqueles mientras intentaba entrar a la boveda buscando dolares. Pero en una distraccion de Leo, el encargado activo una alarma, en un impulso primario, Leo le volo la cabeza al sujeto de la joyeria y mientras la santamaria empezo a bajar automaticamente, Leo arrojo el arma y salio corriendo. Dejando a Guillermo atrapado junto con el cadaver dentro de la joyeria.

al dia siguiente la "Capsula" se habia enterado de que Guillermo habia desaparecido. Al parecer el dueño de la joyeria era un judio muy influyente y el arresto de Guillermo no fue suficiente para complacer la "ley del Talion" Judio, Guillermo tenia que morir. ni Rebeca, la amante embarazada de Guillermo ni su familia volvio a saber de él, por eso ella le habia pedido con lagrimas en los ojos a Victor que le volara la cabeza a Leo. Aunque Leo lucia a todas luces arrepentido, una traicion de esa magnitud era imposible de perdonar, incluso de con algo de esfuerzo, pasar por alto y a pesar de los ruegos de Gabriela y de la intervencion bastante diplomatica de Jessica, Victor ya habia decidido matar a Leo antes de la peticion de Rebeca.

fue rapido e incomodo. la habitacion estaba sellada, en una esquina estaba Jessica que habia empezado a fumar desde las seis de la mañana, Noelia habia llegado tarde, con la leve esperanza de no tener que ver la ejecucion, pero luego se cercioro de que eso habria sido empresa inutil: Victor se aseguro de no ajusticiar a Leo hasta que los cinco integrantes estuviesen presentes. Rebeca habia dormido en la habitacion la noche anterior.
- falta Gabriela, susurro Noelia a Jessica, cuya cabeza era un cuerpo disforme de nervios y humo.
- no va a venir, dijo Jessica secamente. De pronto a Noelia se le revolvio el estomago con una mezcla de miedo y asco.

Leo llego finalmente. tenia resaca, se sorprendio al verlos a todos reunidos, lo que provoco una leve sonrisa mezclada con un poco de miedo. viro la cabeza y sintio los ojos de Rebeca quemando los suyos, entonces entendio, que eso no era bueno. Noelia se acerco a Leo con una sonrisa indulgente, como las que esbozan ciertas madres cuando estan a punto de reprender tiernamente a sus hijos y lo invito a sentarse en el suelo, dando la espalda al grupo y a Victor.

-¿que pasa Noe? pregunto Leo, cuyos ojos habian empezado a saltar.
- no pasa nada, dijo Noelia, mientras lo abrazaba. sabes que tu eres como mi hijo- Victor desenfundo la Beretta 92- me van a matar, ¿verdad Noe? pregunto Leo, que habia comenzado a llorar- Victor hizo sonar la corredera del revolver, estaba cargando el arma y queria asegurarse de que Leo escuchara- ¡no vale! dijo Noelia, mientras disfrazaba los nervios con una leve risilla, mas bien queria preguntarte una cosa.- Victor apunto directamente en la Occipital- ¡No fue mi culpa!¡Victor No fue mi culpa! grito Leo y se volteo en el justo instante en que Victor jalaba el gatillo, Jessica volteo la mirada y Noelia solto un grito de espanto, solo Rebecca yacia en el sofa impavida e inamovible: Victor le habia volado la frente a Leo y la bala le habia atravezado el craneo hasta salir por el hueso Occipital.

El cuerpo del joven Leo cayo sin peso sobre el suelo de madera del cuarto, grandes gotas de sangre habian ensuciado la pared carcomida blanca y de su boca abierta salian pequeñas burbujas de sangre, habia caído con una expresion de terror en los ojos desmesuradamente abiertos.
Es todo dijo Victor y se desplomo sobre una silla de rattan. Noelia tomo el pulso de Leo y descubrio un latir lejano y lento, como si el chico quisiera guardarse en secreto que todavia vivia. Noelia se descubrio asi misma con el rostro humedo por las lagrimas que bajaban a raudales por sus mejillas. Jessica y Victor no tuvieron valor para verse las caras,solo Rebeca que se acariciaba el vientre hinchado miraba sin punto fijo el horizonte, mientras el corazon de la "Capsula" se detenia indefectiblemente.

N.A: el cuento original es muchisimo mas largo, esta es la version resumida. Arigato!

Retrospectiva

Por Gabriela Valdivieso
Desde Noelia De Paoli

Todo inició en Tierra de nadie.

Lo veo a lo lejos y me alegro. No demasiado, pero bastante. Alzo la mano para saludarlo e invitarlo a acercarse. Viene, de hecho, pero lo primero que me dice es: "Mija, cómo te creció ese cabello, ¡de la nada!".

"De la nada". Meses debajo de estas hebras esperando que la pollina cubra mis ojos, pero no. Eso no es nada. Una gastadera en cortes de puntas, para na-da.

Esto, sin profundizar en el "mija", sembró algo dentro. Algo que encontró el modo de brotar libremente.

Fue en la marcha por apoyo a la Ley Orgánica de Educación. Una vez más, ingenua, lo veo y voy a saludarlo pero ¡oh, my god!, step back, ¡the star is near!: Leo estaba siendo entrevistado. Mi vista también lo entrevió, eso sí.

Me limité a escuchar las respuestas hasta que me aburrí. Entonces lo miré a él, el otro. Identico. Otro Leo Riera, pero ¡wow! con un arma apuntando al clon. Fue surreal y alucinante. Rápido e inesperado.

Y bueno... Uno ha empujado y presionado muchos objetos con los dedos a lo largo de la vida, ¿no? Pastas de dientes, goteros, tapitas de perfume, ¿no? Pues ese día, viendo a Riera apuntando a Riera algo se detonó metafóricamente que me motivó a detonar físicamente. Me refiero a sus palabras: "No se puede matar al que yace muerto".

Fue más de lo que mis oídos podían soportar. No tenía sentido. Había dos de ellos, pero simplemente se mezcló todo: su "de la nada", su divismo, sus respuestas, su premonición de yacer muerto, su, ajá, sí, todo y simplemente tuve que hacerlo. Presioné los dedos de Riera ubicados en el gatillo y vi cómo el otro Riera cumplió con su sentencia.

De yacer, ¿pero muerto? Cielos, yo no quería, jamás lo hubiera hecho de no haber sido por esa conjunción extraña de acontecimientos. Es horrible, ¡nunca lo haría!, ¡no quería hacerlo! ¡jamás desee hacerlo! Um, bueno, quizás no jamás, pero nunca en serio. O quizás tampoco en broma. Quizás sí lo deseé algo más que un poco. Quizás algo dentro desesperaba por hacerlo. Quizás lo desee tanto que no hubo clon de Leo, quizás siempre fui yo quien lo apuntó hasta que el arma se hizo pesada y mis oídos se cansaron.

Y cuando me cansé me casé con un destino. Tras aquel ligero y pecador empujón de mis dedos, las sensaciones desfilaron a mi alrededor. La gente gritó, aunque no de euforia por verme. Todos se aproximaron a mí, aunque no por autógrafos. Y entonces sonó una sirena, pero no la del estrellato ni la de de la ambulancia que rescataría a algún fan conmocionado. No. De pronto estoy acá, precisamente acá, y pienso en "mijo" y en mí, ja. Ja.

jueves, 8 de octubre de 2009

Una entrevista... ¡Para morirse!

En un día cualquiera del mes de septiembre de 2009, en Venezuela, Leo Riera se encontraba en una marcha convocada en relación a la Nueva Ley Orgánica de Educación.

En un día cualquiera de Leo Riera, en el mes de septiembre de 2009, en Venezuela, Leonardo Bravo se encontraba trabajando en una marcha convocada en relación a la Nueva Ley Orgánica de Educación. Como buen periodista, buscó a un joven a quién entrevistar. Lo encontró. Luego de preguntarle el nombre, le apuntó su arma al rostro y preguntó:

Leonardo Bravo: Dinos, Leo, ¿Por qué estás marchando hoy? ¿Apoyas a la Ley Orgánica de Educación?

Leo Riera: Bueno, desde el punto de vista del escritor puedo decir que…

Leonardo Bravo: Ah, ¿tú eres escritor?

Leo Riera: Sí, en efecto, lo que implica que…

Leonardo Bravo: ¿Desde cuándo eres escritor?

Leo Riera: Desde que tenía doce años de edad, pero a los catorce fue que me lo tomé en serio y empecé a participar en concursos literarios que…

Leonardo Bravo: ¿Concursos literarios? ¿Has ganado algunos?

Leo Riera: Efectivamente, los concursos literarios son una gran oportunidad de hacerse un nombre en el mundo editorial y de crecer en ese sentido. He ganado el VI Concurso Anual de Cuento Breve y Poesía de la Librería Mediática, el Premio Municipal de Ciencia Tecnología “Dr. Humberto Fernández-Morán” y el I Rally Metropolitano de Escritores, pero en este último…

Leonardo Bravo: ¿Y qué escribes tú?

Leo Riera: Bueno, yo me considero un escritor integral. Escribo poesía, ensayo, narrativa y dramaturgia; tres de esos géneros me han dado los premios anteriores. Aunque valdría la pena destacar que posiblemente…

Leonardo Bravo: Pero, ¿Por qué escribes tú?

Leo Riera: Bueno, desde pequeño quise tener el control total del mundo. Sí, siempre me he caracterizado como una especie de villano-dictador. Lamentablemente, siempre fui un debilucho que por medio de la fuerza y la violencia no podía conseguir sus objetivos. Es por tal razón que hice de la palabra mi mayor arma (siempre encontraba la manera de convencer para que no me golpearan). Y, efectivamente, usé la palabra para tener el control total del mundo, de mi mundo. Por supuesto, esto podría ser…

Leonardo Bravo: Entiendo. Más allá de eso, ¿cómo es ese mundo que quieres controlar?

Leo Riera: Caramba, soy un revolucionario, amigo. Yo produzco los cambios, no los mantengo. Puedo decirte que quiero un mundo en el que todos se ayuden. Un mundo en el que todos sean intelectuales. Un mundo en que todos seamos iguales. Pero te estaría mintiendo, pues no es del todo cierto lo que digo. Probablemente querría ser el que más ayuda (o el más ayudado), o querría ser el más intelectual, o querría ser el mejor entre los iguales. Pero, más allá de mi orgullo, quiero un mundo en donde nadie destruya a nadie, pues considero que…
Leonardo Bravo: ¿Más allá de tu orgullo? ¿Eres orgulloso?

Leo Riera: Es una pregunta que muchos de los que me conocen responderían con un sí. Y, afirmativamente, me considero muy orgulloso, y soberbio. Pero en el buen sentido de la palabra. Pues cuando miro a mi alrededor veo muchos “indigentes” que dicen que no son nada porque son pobres, porque viven en un barrio, porque están solos, porque están enfermos, porque nadie los ayuda, etc. Y yo, a pesar de todas y cada una de estas penas y/o cargas, he logrado alcanzar lo que he querido. Yo estoy orgulloso de ser lo que soy, en todos los sentidos. Y soy soberbio al afirmar que si otro no es igual o mejor a mí es porque no quiere. Y es precisamente porque creo que…

Leonardo Bravo: Es una visión bastante controversial… ¿Cuál es tu visión al escribir? ¿Sobre qué escribes?

Leo Riera: Jajaja te va a sonar a canción de reggaetón, pero yo escribo sobre el amor urbano. El amor incoloro, insípido, inodoro, un amor invisible, inerte. El amor al yo, al yo que quiero ser, al yo “que no pude ser”. Amor al otro, amor al que quiero que sea el otro, amor al otro que no puede ser. Yo escribo sobre un amor en coma que nunca es desconectado. Y escribo de los hombres que, por una u otra razón, siguen conectados en un coma que, al parecer…

Leonardo Bravo: De los hombres… O sea, todos estamos en coma y tú eres el doctor…

Leo Riera: No me refiero a eso, yo también estoy en coma…

Leonardo Bravo: ¿En coma? ¡Tú deberías estar en punto y final! ¡Ah no, pero el señor es escritor y todo lo que dice es la verdad!

Leo Riera: Te equivocas, es simplemente lo que creo, y te recuerdo que tú eres el que lo está preguntando.

Leonardo Bravo: ¡Preguntando un coño, chico! ¡Tú lo que eres sendo mojoneado!. ¡Por eso es que los matan!

Leo Riera: No se puede matar a quien yace muerto.



Instantes después, al mirar hacia el piso, todos quedaron sorprendidos y callados sin saber cómo murió Leo Riera.