martes, 27 de octubre de 2009

Del por qué las axilas mutantes se extinguieron...Y no por meteoritos de cuerdas de saltar

Por Gabriela Camacho
Advertencias al lector: Este cuento contiene partes del cuerpo que tienen a su vez partes del cuerpo. Si desea continuar, bienvenido al mundo de la locura.

Había una vez una axila mutante; puede que esto sea lo único lógico en el cuento, pero, sin importarme eso, seguiré adelante. La protagonista de esta historia trabajaba como saltarina de cuerda/comediante en un bar–café, con un sueldo pobre y un horario de tiempo completo. Las ocurrencias en los chistes eran de baja categoría y su público se aburría cada día más. El señor Rodilla (su jefe) era un cuarentón de muy mal carácter, de lenguaje medieval, que no sabía expresar bien las ideas y que de paso sufría de intolerancia al azúcar –grave problema–.

La última noche de la axila mutante en el bar, luego de un pésimo acto, comienza así:

–¡No, señor Rodilla!, ¡no me haga esto! Usted conoce muy bien mi situación, sabe que no puedo mantenerme si me echa a la calle –decía con fervor la axila, devastada.
–Vosotras las axilas trabajáis de la patada, no quiero verlas más en estos lugares. ¡Largaos! –Replicó el agrio jefe sin piedad.
–Usted no tiene paciencia, eso es todo. –Trató de excusarse la axila.
–Ya os he dicho a todos que si no veía avances en su trabajo, iríais a parar a la acera del frente. Sois incompetentes, mal vestidos, no dan risa y me tratáis como a un pobre viejo. ¿Es que queréis más razones?
–No, señor, sólo queremos otra oportunidad, por favor... –añadió la axila con gesto suplicante, a punto de hincarse de rodillas.

El jefe de nuestra amiga se levantó de su silla de cuero negro, caminó hacia la ventana que daba vista a ciudad Humano, y vaciló antes de responder:

–Largaos de mi oficina. No merecéis ni un segundo más de mi valiosa atención y mi ocupado tiempo. Vergüenza debería daros, insignificantes actores de tercera.

A continuación, tomó a la pobre y llorosa axila por el brazo, sacándola de la oficina y dándole un portazo en la cara. Luego abrió la puerta de nuevo y la lanzó la cuerda de saltar a la axila, que la había dejado al lado del escritorio. La axila estuvo tirada en el piso por varios minutos, asimilando que no tenía trabajo, ni sueldo, ni vida; estaba perdida, ¿ahora qué haría? ¿Trabajar en el Metro de ciudad Humano contando malos chistes? No... Debía haber algo más.

Se levantó temblorosa pero decidida y cruzó el largo pasillo a zancadas. Ya sabía a dónde ir. Tomó el bus hasta la “Oficina de Defensa de Axilas Indefensas” y entró como quien es llevado por el viento. Sólo había una secretaria sentada en una vieja mesa.

–Buenas noches tengáis, ¿en qué puedo serviros? –Dijo con un tono monótono, igual de medieval que el de su anterior jefe.
–Me gustaría efectuar una denuncia en contra del señor Rodilla Avara, por favor –dijo la axila, agregando los detalles, los motivos y otros.
–Muy bien, está listo. Ya podéis iros a casa –aclaró la secretaria.

A la mañana siguiente la axila iba caminando pacíficamente por la calle, acompañada de la fiel cuerda de saltar, percatándose de no haber tenido noticias de su antipático jefe y sus compañeros. Cuando llegó a la puerta del teatro sólo encontró conmoción y alboroto. Todos los que habían trabajado con ella gritaban: “¡Se ha ido!”. Cuando la extrañada axila pudo acercarse, supo todo. Su jefe había sido expulsado y encarcelado, luego de descubrirse que, aparte de explotador de trabajadores, había sido traficante de aspirinas y secuestrador de dedos.

–¡Soltadme ahora! Os lo ordeno. ¡AHORA! –Gritaba el señor Rodilla– Sois y siempre seréis unos fracasados, ya verán.

Y mientras la sarta de blasfemias salía de su boca, funcionarios de la policía lo tomaban por brazos (si es que tenía) y piernas, arrastrándolo hacia la patrulla. La axila, radiante de felicidad, se reunió con sus compañeros a celebrar el triunfo. Pero, como el viejo Rodilla había previsto, los malos chistes, cuerdas de saltar que se rompían y la poca comedia de la axila y sus amigos los llevaron a la quiebra. Triste, ¿no? Pero, a veces, los cuentos no tienen finales felices. Léanos en una próxima edición de “Cuentos mediocres para gente no mediocre”.

¿Fin?...

1 comentario:

Jessisrules dijo...

jajajajajajajaja genial Gaby! genial. Super hiper creativo. Excelente!