sábado, 30 de octubre de 2010

Desde el patio

—El imperio es una contradicción.

—No, lo problemas son tuyos.

Cuando despertó, no había dinosaurios, ni un coño. No sabía por qué había pensado mariqueras ni por qué estaba llorando.

El castillo estaba al final de una calle larga y ancha. A los lados de la calle había casas y puestos de mercado. Ahí estábamos nosotros y los demás plebeyos. Un conde anunció la muerte del rey. Y todos sus súbditos se pusieron tristes. Menos nosotros.

Parecía que el imperio era feliz y que todos los que en él vivían adoraban a su Emperador. Con la noticia de su muerte, los rostros en la calle real cambiaron y llegó una atmósfera de letargo en el ambiente. Pasaron dos días. Un hombre vagaba por la calle. Mostraba su tristeza. Una mujer pedía dinero con su hija. Un perro dormía en la esquina de una casa. El castillo en el fondo era gris. Una nube había tapado el sol a la espera del funeral.

Un hombre pensó que nadie debería estar triste, que el Rey había hecho todo lo posible para que todos fueran felices. Entonces sonrió y empezó a sonar esta canción.

Una mujer vio su sonrisa y le dio miedo. No entendía esa emoción. Tenía tiempo sin vivirla. Por su mente pasaron gratos recuerdos, de los que ya hace tiempo había olvidado. Entonces sonrió. Alguien los vio y dudó de su tristeza. También sonrió. Todos empezaron a sonreír. Se veían, se alegraban. Levantaron sus manos y dieron gracias a Dios por este día y empezaron a danzar. Bailaron la canción que sonaba alrededor de la calle y un cohete estalló. Venía del castillo. Hasta ahí había llegado la alegría que había invadido al imperio. Sonó un segundo cohete. Sonó un tercero. Stop.

Me paré de la cama. Tenía que probar los nuevos diablitos marca Fiesta que había comprado porque eran más baratos.

Play. El castillo estaba rodeado de un aura mágica e indescriptible. Todos los plebeyos se amontonaron en la calle a verlo. En las escaleras que daban a la entrada del castillo estaban las princesas, la reina y varios nobles.

—Renato era Gallarraga. Gabriela Valdivieso era Gabriela Valdivieso.

Frente a la nobleza en la entrada del castillo estaba en féretro con el Rey. La fiesta se convirtió en bullicio y empezaron a desfilar carrozas por el carnaval. Stop.

Queso amarillo, canilla, diablitos fiesta, té de durazno.

Play. Yo lloraba. Lloraba por el Rey que aunque no era su súbdito, me daba tristeza. Los demás estaban muy alegres. Menos nosotros. La primera carroza era de un hombre rojo y gigante. Simbolizaba el placer, según la gente del imperio. La segunda carroza era un hombre verde y mediano. Simbolizaba la paz. La tercera carroza era una mujer azul y enana. Simbolizaba el amor. La cuarta carroza estaba llena de hombres y mujeres que se besaban y que estaban pintados de amarillo. Simbolizaba la riqueza del imperio.

Así pasaron carrozas.

A los dos días, la fiesta estaba por terminar. La nobleza seguía viendo al rey en el féretro y sólo una princesa, la heredera, la más hermosa, la que aún era soltera y virgen, veía las carrozas. Cualquier hombre del imperio daría su vida por ella. Así que todos se esforzaban por hacer su mejor actuación.

Nosotros hicimos un show improvisado. Lo planifiqué yo, pero Valdivieso me ayudó. Ella tenía más ideas. Todos juntos nos pusimos en el medio de la calle, en frente de las escaleras. Justo al frente de la nobleza. La princesa nos veía. Los muchachos del colegio y yo comenzamos a bailar. Éramos los únicos que estábamos tristes. Gabriela estaba tan triste que parecía una flor marchita. Yo intenté animarlos, pero empezamos a bailar en círculos y a saltar. Todo el mundo estaba alegre.

Nuestra tristeza no contagió a nadie, sin embargo a todos les gustó. La princesa se alegró tanto que vino a saludarnos. Nosotros —llorosos— le tendimos la mano.

Así fue que cerró el espectáculo y enterraron al Rey. Stop.

—¿Qué es el imperio entonces?

miércoles, 13 de octubre de 2010

Al final no queda nada

 Al final no queda nada

Jessica Márquez Gaspar
La ansiedad me recorre el cuerpo como las hormigas. Sensaciones, sentimientos, un olor, una piel. Me acorralan. Me atrapan en una esquina y se hace difícil respirar. Nace entonces una pequeña semilla: la de un cuento. Siento que me desbordo. Historias pujan por salir, golpean la puerta de mi creatividad, gritan a las yemas de mis dedos que escriban, que tecleen con urgencia. Pero la vida no entiende de estas necesidades, y yo debo postergarlas hasta que baje el sol, hasta el próximo autobús o la madrugada solitaria en que me cubra el brillo del monitor.

Recuerdo aún tu cuerpo perfecto. Comienzo la historia. Era perfecto para mí, sin importar lo que dijeran. Recuerdo también tu piel, que me era ajena. Tú tal vez ni lo imaginabas. Continúo. Eras una aparición divina, me emboscabas con las defensas bajas y el corazón abierto, con la sensibilidad esperando ser acariciada. Sabías jugar bien tus cartas. O tal vez era una jota del destino que nos juntaba. Te extraño. Nunca te tuve. Como las historias que crecen justo en el límite entre el sueño y la vigilia, tu boca y tu pelo se hacían fantasía, y ya no sabía si estaba viva, si alguna vez lo estuve.

Titubeos. Palabras borradas. Reescribir. Una voz interior narra. Narra hasta el último aliento. Narra hasta dejarlo todo salir, hasta que aquel grupo descoordinado de sonidos se convierte en sinfonía. Las palabras ocupan su lugar y queda un texto. Y tú que continúas ahí, inalcanzable. Tú. Y aunque no pueda tenerte, ni tocarte, aunque seas para mí las formas divinas de lo imposible, aún así existes. Aún así mueves algo muy profundo en mí ser, aunque sea por el breve instante en que te trae la brisa. Como las mariposas, eres inatrapable. Justo cuando creo tenerte entre mis manos, mueves tus preciosas alas y te dejo ir. Cobarde.

Nuestros caminos parecen querer coincidir, pero son traspiés de la vida, y nos encontramos de pronto en la contradicción que camina entre nosotros. ¿Cuál fue la hora maldita en que empecé a necesitar tu cuerpo? Inquiero entonces al silencio que reina a mí alrededor, aunque sea tan sólo el silencio que guardan el resto de mis pensamientos. ¿En qué momento te volviste una deliciosa obsesión? Me miras como si no supieras nada. Me miras. Y yo incluso en aquella oscuridad siento como recorres mis esquinas, mis recovecos, con tus ojos negros. Y es como pedirle al mundo que se detenga, que me regale eso. Que me regale la laguna de tus profundidades, pero ni tú, ni yo, podemos. Hay juegos que no se habrán de ganar.

Aún tengo ganas de gritar. De interrumpir el recorrido de la ciudad para decir lo que siento. De caminar justo hacia el medio de la calle y decir que te quiero. Pero no puedo.  Y finjo a tu lado, y escribo lejos, muy lejos. Mis dedos buscan un consuelo que no encontrarán. Mi boca desespera, callada, silente. Es hora de que hable el que normalmente guarda silencio.

Hoy que te he encontrado nuevamente, me enfrento otra vez a la inevitable realidad. Apenas cierre los ojos te habrás ido, apenas coloque el punto y final ya no podré tenerte. Porque en las líneas vagabundas, gitanas, que tengo que escribir, nos encontramos haciendo el amor sobre la mesa. Y aunque sé desde el principio que es tan sólo un sueño, mi realidad o mi ficción, como prefieras, sé que habrá de terminar, que está prohibido, y entonces te vas, aunque no quiera. Respiro más lentamente. Y no queda nada. Nada. No quedas tú, no quedan las palabras. Es el vacío. La soledad, sólo yo y mi nada, una historia que leer y nada. Es la certeza tremenda, impresionante, de que nunca exististe, de que de ti no me queda nada.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cosas Que Pienso Redactando Una Novela

  • Fíjate en este diálogo. Léelo en voz alta. Es demasiado acartonado y ¿por qué tantas putas atribuciones de diálogo? ¿No es obvio quién dice qué? Si no lo es, hazlo obvio, todas esas atribuciones se ven asquerosísimas.
  • Este personaje es la vaina más inverosímil que he leído en mi vida. Borra sa’ mierda.
  • El ritmo. El ritmo. ¿No está pasando todo demasiado rápido? El ritmo, chamo.
  • ¿Es el protagonista lo suficientemente interesante para el lector?
  • Todo les está saliendo bien, qué ladilla, algo arrecho les tiene que pasar pa’ que sufran. Ramsey Campbell dijo una vez que cuando no sepas qué hacer con la historia, que dos tipos armados tumben la puerta.
  • Para que ese giro de trama funcione, tenemos que plantar las semillas ahorita, right now. Una norma de la escritura: si una pistola sale en el capítulo uno, en el tres se tiene que disparar.
  • ¿Soy yo o todo esto es demasiado desordenado? Dicen que la película no se hace cuando se graba, sino en la sala de edición. Espero que esa vaina sea verdad, porque esto hay que editarlo arrechamente, loco.
  • La pregunta de los mil millones: ¿Cómo construyo un romance que no sea cliché?
  • Fíjate en el verdadero quid de este trabajo: ¿Cuánto tiempo hemos pasado trabajando en esto? Por lo menos cuatro, cinco meses, mínimo. Esto es como sembrar una hectárea de… verga, de lo que tú quieras, de patilla, de piña, de lo que sea, estás sembrando tu hectárea y no tienes idea de si, cuando la saques a la venta, a alguien le provocará comprarla. Es por eso que esta plantación tiene que ser p-e-r-f-e-c-t-a.
  • El título de este capítulo. Qué vaina tan cursi y ridícula. Mejor lo dejo anónimo hasta que se me ocurra algo que no me dé ganas de vomitar.
  • El papá del protagonista murió de leucemia y yo no tengo la menor noción de cómo funciona esa enfermedad. Nota personal: cuando termine, revisar en wikipedia y corregir lo que haga falta. ¿Qué haría sin ti, wikipedia?
  • Fíjate--- no, no, no. Fíjate en el libro que escribió fulanito. Tú me vas a perdonar, pero qué cagada. ¿No podemos hacer algo mejor nosotros? Si a ese carajo le pagan por eso, nosotros tenemos, tenemos chance. A juro, broder.
  • Por el amor de dios. Este capítulo es una cagada.
  • Acabo de darme cuenta. Hay diálogos que me sé de memoria.
  • ¿Tú te acuerdas de la técnica aquella en la que empiezas un capítulo analizando los varios significados de una palabra? Eso es interesante, eso me gusta. ¿Cómo lo metemos aquí?
  • Yo tengo que corregir estos errores. Yo. No un editor. Si le llevo esto a una editorial pa’ que ellos lo corrijan, me lo van a pegar por la cara. Yo mejor corrijo mi vaina.
  • ¿Tú te imaginas una película de esta vaina? Sería arrecho, marico.
  • Esto no tiene suficiente calidad.
  • Una locura. Pasando horas hablando con gente imaginaria y escribiendo lo que dicen. Este trabajo es una locura, soy un maldito maniático.

lunes, 4 de octubre de 2010

Pauta 41: En el medio

"La musa existe, pero tiene que encontrarte trabajando"
Albert Einstein

Isabel Allende no espera la musa. Su literatura nace del trabajo organizado. Su año es planificado en función de su creación; seis meses de lectura, seis de escritura.

Durante sus primeros seis meses, se empapa de lecturas, historias reales y fantásticas, de fuentes externas. Con todo el imaginario recreado, transcurre seis meses masticando ideas y presionando teclas.

Más allá de la disciplina de su método, más allá de la concepción de la escritura como un oficio o la desaparición de la figura de la musa, nos interesa ese estadio místico: entre la idea y la letra. Entre la fuente y la creación.

Enfóquese como se desee: ¿Cómo es el mundo entre la ficción ajena y la ficción propia?, ¿cómo gritan las voces antes de transformarse en historias?, ¿cuál es el peso del alma antes y después de la transición?, ¿cómo, cómo? Como gusten.

Ustedes marcan la pauta, ¿qué hay en la mitad? ¿qué se moviliza y cambia, qué permanece y queda?