lunes, 31 de agosto de 2009

Gritos oscuros

Por Gabriela Valdivieso

Había probado que no existe. Que todo es un espejismo. Que ella y lo circundante son sólo construcciones subjetivas y mentales. La sensación de realismo es la trampa que somete a los débiles.

Ella no existe, nada lo hace. Luz, color y movimiento son sólo engaños de sus ojos. Textura, tamaño y forma, mentiras de sus manos. Sonidos, maniobras de sus oídos. Sabores y aromas, tretas puras.

Todo es espejismo y ficción, todo falsa percepción.

Tal pensaba cuando una mañana reparó en ella. Oscura y desplegada. Como pegamento, su sombra se adhería a la maquinaria de tantas mentiras. Debía ser aquella cosa otra ilusión. Una que jugaba con ella dejándose ver sólo con luz. Una que la perseguía hasta las últimas consecuencias. Movíase cuando ella lo hacía. Corría si su maquinaria corría.

Oscura y perversa era ella su amiga y su enemiga. Estaba allí para mostrarle el error de sus razonamientos y sus largas dubitaciones.

Le probó su falacia. Ella existe, pues esa negrura es su límite. Su alcance. Su dimensión se agota en la extensión de la oscuridad. Existe además porque es perseguida. Existe porque es objeto de otro objeto. Es maquinaria de otra entidad.

Quiso dejar de existir, de verdad, pero se dejó ser. Permaneció con su compañera, odiando sus gritos de verdad y vida.

Bailando tras cortinas

Por Guillermo Geraldo

Fue un día ajetreado, de esos de oficina en los que comes un sándwich de almuerzo frente al monitor, con un stress casi fulminante, entre gritos y papeles.

Había llegado el fin de semana y me encontraba boca arriba. Preferí cerrar los ojos antes de seguir mirando el techo que hacía de cielo (bastante atípico y opaco), entonces empezó a sonar una melodía a alto volumen. Sonaba una composición llamada El lago de los cisnes. Mi oído aún podía reconocer aquellas notas incluso luego de la muerte de mi madre, profesora de ballet desde que tengo uso de razón. Conociendo las inclinaciones de los muchachos apasionados por este arte, mi madre prefirió alejarme de él y dejarme antes de cada lección en un campo de fútbol muy cercano a su academia.

Sin embargo, mis oídos estaban hinchados por los gritos de mi jefa. No soportaba el más mínimo ruido, las notas retumbaban en mi tímpano como golpes de un boxeador. Sin duda alguna había sido el día perfecto (lo manifiesto de forma sarcástica); de un lado a otro en la oficina, tráfico infernal y, además de esto, a pesar de ser fin de semana no me dejarían dormir. Decidí asomar mi mirada por la ventana, buscando el origen del sonido. Quien fuese debía bajar la música luego de mis gritos irritados que estaban a punto de ser escuchados en todas las residencias debido a mi mal humor. El silencio fue seguido por un fuerte suspiro, esto motivó mi recorrido en el camino al buen humor y la impresión de lo que vi: parecía un teatro de sombras, su cabello hacía como tentáculos de medusa en conjunto con el compás de su ritmo vertical. De puntillas se podía apreciar que bailaba. Llevaba un tutú, al menos a eso conllevó mi intuición al observar el faralao que se trasladaba a sombras. Estuve aproximadamente media hora observando la silueta de lo que sin duda alguna era una orquídea ilustrada en persona.

El teatro de cine se convirtió en espectáculo nocturno. Al empezar El lago de los cisnes, Cascanueces o incluso alguna composición de Yann Tiersen, mi cuello volvía a asomarse por la ventana a verla. Eso fue el principio, luego la observaba obsesionado. Su sombra delataba cuándo se quitaba la ropa. No tenía el mínimo conocimiento de mi existencia, infinidad de veces pensé bajar con el pretexto de azúcar o con algunos discos musicales de mi madre, pero siempre fui introvertido y el miedo superaba mis deseos.

Estaba absolutamente enamorado de ella, su danza y el vaivén de su cabello. Empecé a ir a hechiceros y ese tipo de personas, videntes o cómo se les quiera llamar que quizás puedan ver un poco más allá del presente. Hice rituales con baños de rosa y perfumes exóticos, pero jamás en el té, café o bola de cristal salió la mujer de las sombras.

Pronto habían pasado meses desde aquella noche de humor bipolar. Sabía a las horas que salía y a las que llegaba. Anhelando el día en que su cortina estuviera abierta de par en par, en el que dejaría de lado las sombras. Quería ver su piel, el color de sus ojos y su cabello, sin embargo mi mayor anhelo era encontrarla en los pasillos, cosa que no sucedió. Es algo absurdo pero así fue durante meses, quería dejar de preguntarme su nombre, quería olerla, rozar su mejilla con un beso al presentarnos.

Un día vencí el miedo. Era un sábado y en el siempre pleno atardecer cuando prendía luz en su habitación y se empezaba a notar su sombra. Hacía una pequeña maleta; medias, tutú y zapatillas no faltaban en ésta. Supongo que cada sábado tenía alguna presentación. Ese día salí de mi casa. Apenas me dio chance de rociar algo de agua de colonia en mí, esperé el ascensor, pero tardó demasiado en llegar. Bajé por las escaleras corriendo como alma que lleva el diablo, pero era demasiado tarde, ya se había ido. Esa fue la única vez que desafié el temor y la muralla de mi timidez.
Pero sin duda alguna, ningún miedo fue peor que cuando me asignaron salir del país por negocios. Eran apenas unos días, pero la frustración de no verla por esos días me inundaba. Mis manos sudaban en el avión imaginando que al regresar no estaría, que la mujer de la sombra se esfumaría de mi vista.

Llegué de viajes y aquella noche no sonó nada similar a una nota musical, ahora lo único que aturdía a mis oídos eran el infame silencio de una noche pacífica. Pasaron los días, pensé que podía estar de viaje como yo, pero no fue así. Me di cuenta de que el destino no es el que lo quiso así, fui yo. Soy yo quien por miedo no me arriesgo por grandes cosas. Sentía una punzada fuerte en mi pecho, mi corazón estaba hecho pedazos por la ausencia de El lago de los cisnes en mis oídos, y del teatro, el tutú y la mujer de las sombras para mis ojos.

Jamás volví a mirar silueta alguna como aquella.

miércoles, 26 de agosto de 2009

AUTOENTREVISTA CONTRA-PERSONA




Los cordones con los que me había atado me estaban cortando las manos. Estaba mojado, desnudo y completamente ausente. Mientras tanto ella me miraba con los ojos negros y profundos, donde apenas pude adivinar las pupilas que se dibujaban con maldad. Ella sonreía y parecía satisfecha, se relamía con gusto los labios mientras movía las caderas, ahí, sumergida en lo que parecía un sofá rojo y sucio. Creo que tenía una cola larga y tupida, no alcancé a ver, sólo sabía que estaba aterrado y que debía hacerle cinco preguntas concisas, sino me rebanaría la cara con un cuchillo para pizzas.

Napoleón Bravo: Entonces… Tú me dices que eres escritora o que pretendes serlo ¿verdad?... Bien. (Asentí nervioso, con un papel arrugado en la mano) ¿Cómo te llamas?

Noelia D: ¿Y tú crees que te diré mi nombre de verdad? ¡Pendejón! Sólo te diré que gusto de usar seudónimos. Este, por ejemplo, puedo escribirlo bajo la forma de June Tuesday, un seudónimo que uso desde los dieciocho años. Creo que estaba un poco enferma de mi latinidad, pero ahora que me hallo reivindicada con mi identidad, puedo decir que aún uso ese seudónimo como recordatorio de mi proceso de aculturamiento.

N.B: ¿Por qué yo? ¿Por qué una entrevista conmigo? (Estaba temblando, pero mi inquietud como periodista fue más fuerte que el huracán que se estaba gestando en mi estomago) ¡Si a usted no la conoce nadie! (Ya estaba hecho, quedaría como la imagen oficial de Pizza Hut)

N.D: Sabes, Napo, si usted y yo nos hubiéramos conocido en otro contexto menos forzado hubiéramos podido ser buenos amigos. Yo le podría llamar “León” o “Napolitano” –empezó a armarse un joint de hierba– como la salsa… la de comer, no la bailanta. –Silencio–. Usted me pregunta que por qué usted. Verá, estoy en un grupo llamado “letras a litros”, somos una especie de secta que hace sacrificios humanos en el Parque del Este para luego arrojar los cadáveres a los patos. Una de las “ofrendas simbólicas” del grupo es la elaboración de una autoentrevista. –Se ríe mientras cambia de posición en el sofá mugriento –con el dedo del joint me señala la cara–, pero soy muy franca para eso, ¿verdad? Para hablarme conmigo misma. Además quería legitimar mi puesto como futura figura importante, con un entrevistador igual de importante, que no temiera contagiarme un poco de su brillo. Yo me cuido de las escarchas, ¿sabe? –Toma otro jalón del joint y prosigue–. Me gusta su voz. Ademas, Ivan (Loscher) y Érika (De la Vega) estaban de viaje, y usted tan frágil, haciendo cola en el banco como cualquier “Pedro Perez”… Era totalmente irresistible al arrebato. No lo tome como un secuestro, tómelo como un “préstamo contra-persona”. Prometo devolverse a usted mismo al final de la tarde. Quedan tres preguntas, Napo, sea breve, que soy una persona medio gato muy ocupada.

N.B: ¿Por qué la reiterabilidad del sexo en sus escritos? ¿un trauma freudiano en la infancia? ¿una fijación, quizá? (Estaba totalmente borrado, sólo leía las preguntas del papel arrugado).

N.D: No se descomponga, mi Napo. A mí gusta el sexo porque el Caribe es sexo, porque nos construyen con sexo y nos crían con eso. Y no temo caer en un lugar común, porque el gusto es demasiado resabido. Miré ¿a usted nunca le han dicho que si se “pajea” le saldrán pelos en la mano? ¿A usted nunca le han llevado a burdelear?. Esas contradicciones ideológicas son, básicamente las razones por las cuales me gusta escribir de sexo, siempre al margen de la imagen pornográfica. Los franceses tienen entre sus escritores grandes escenas de amor fácilmente traducibles a la imagen sexual. Vale decir que son imágenes que también nos ayudan a construir el amor romántico en occidente desde el siglo XIII. No es casual que las personas que amen el amor, sean sexuales en su mayoría. Yo amo el amor, sólo que mi idioma es un poco menos sutil de lo que yo misma quisiera. Creo que soy un poco animal.

N.B: ¿Un poco?

N.D: Sí, sólo un poco… ¡Prosiga por favor!

N.B: Creo, que usted también hace talleres de cine y estudia antropología. ¿Por qué no se decide por una de ellas de una buena vez?

N.D: ¿Decidirme? ¿Por qué? ¿Acaso no uso sólo el 10% de mi capacidad cerebral? ¿Qué haré con el 90% restante? Me moriría de aburrimiento si sólo pudiera expresarme de una sola manera. Sin embargo, en la literatura algo que me llama poderosamente. Es la necesidad de soledad. El cine es un trabajo en equipo, y yo no sirvo realmente para eso, en efecto, de cine sólo tengo un par de guiones y no son muy buenos. En cuanto a la antropología, es un muy buen ejercicio de análisis, es todo. Si hubiera sido por mí hubiera estudiado letras o periodismo. Creo que guardo una deuda conmigo misma, un pagaré de vocación, podría decirse.

N.B : ¿Cuál es su género favorito?

N.D: Crónicas, ficción y poesía. Esta última es la más difícil y la más urgente. –Ríe– ¿Sabe? Rimbaud murió buscando unir la poesía con otros tipos de arte. O sea, buscando hacer un arte unificador. Me recuerda un poco la teoría de los campos gravitatorios unificados de Hawkings. –Silencio–. Yo no sé si realmente el ser humano sea lo suficientemente holístico consigo mismo como para lograr unir no sólo el arte, sino el vivir con el dejar vivir. La poesía sirve mucho para eso, ¿sabe? Para vivir y dejar vivir, siempre a través de las imágenes. Es algo hedonista, pero es así de necesario. Así de vital.

N.B: Esta es la última pregunta: ¿básicamente para qué es esta auto entrevista?

N.D: Auto entrevista forzada, señor mío. A las cosas por su nombre. Es parte de la ofrenda, debo decir sobre qué deben escribir los otros durante la entrevista. Creo que deberían escribir sobre: “una mujer y su sombra”. Sí, eso debe ser, sobre una mujer y su sombra. Es todo. Vestida, desnuda, dormida, muerta, haciendo el amor, leyendo, hablando. Con su sombra. Quiero ver cómo son creando imágenes.

N.B: Bien, es todo. Me siento mareado. ¿Me deja ir?

N.D: claro. El Demerol poco a poco dejara de fluir y usted podrá irse. Solo trate de no hacer ruido. Abajo hay niños y uno debe ser considerado con la gente. ¡Saludos! – ella me da la espalda y me deja solo, en el frio salón, amarrado. Con sombras riendo y mofándose de mi, en la oscuridad-

De manos blancas y paredes azules

Por José Leonardo Riera


Esa casa había estado sola mucho tiempo. Los pobres, cuando se hacen ricos, olvidan las casas en los barrios. Pero sucede también que los ricos, cuando se hacen pobres, vuelven a ellas.

Fue por eso que volvieron. Se quedaron sin casa, sin dinero y sin hogar para siempre. No porque no tuvieran un hogar, sino porque no podían serlo. El alcohol, las drogas, los conflictos psicológicos y aquel pacto con el diablo estaban destruyendo todo.

Un hombre, una mujer y un adolescente hicieron chirriar dos rejas en el barrio antes de abrir la puerta. Ave María Purísima, dijo una vieja loca que los vio entrar. La cerámica en el piso estaba cubierta por una gruesa capa de polvo que, debido a las huellas de los zapatos de aquel matrimonio, asomaban dos ojos grandes y rojos que observaban a Leonardo. Él sabía porqué.

Luego de que limpiaron el polvo de los objetos y quitaron la telaraña del techo y las paredes, el tiempo pasó más rápido. Ellos, todos, iban de mal en peor. Pero Leonardo, misteriosamente, se estaba haciendo el escritor de terror más famoso de su ciudad. Aparecía en televisión, en la radio, en los periódicos, en eventos literarios de renombre y ganaba premios nacionales debido a su trabajo. La gente no podía saber cómo un adolescente alcohólico y drogadicto podía tener tanto éxito. Él sí lo sabía.

Todos los días se encerraba en su cuarto de paredes azules y telarañas grises a escribir lo que todas las noches vivía en su cuarto de paredes grises y ojos rojizos. Tú lo haces sentir tan real –le decían los lectores– uno siente como si el mismo diablo estuviera detrás de uno.


    –Tú lo haces sentir tan real –le decía el diablo– uno siente como si realmente dominara sus pensamientos.

    –Sí, soy el mejor escritor de terror de Venezuela –decía Leonardo, a quien Lucifer, uno de los siete demonios, ya había poseído.

    –Es así. Y lo serás del mundo –aclaraba el diablo–. Ya ves que estoy cumpliendo con mi parte del trato, sólo necesito más “inspiración”, ¿me entiendes? Jajaja


Allí, cuando ese cuarto era de paredes azules y nada más, Leonardo rezaba noche a noche para que su familia tuviera éxito. A fin de cuentas, él era un enviado de Dios y pronto tendría que dejarla. Era cuando allí, en ese cuarto, su aura índigo combinaba con sus paredes azules.

Debido a las noches, día con día aparecían manos blancas en aquellas paredes. Estas cuatro, en toda su superficie, tenían marcas de manos y de dedos que se arrastraban de arriba abajo.

¡Necesito más inspiración! –gritaba– ¡Yo estoy cumpliendo con mi parte del trato! ¡Dámela, así no tendrás que dejar a tu familia y te haré famoso!

Leonardo se moría de frío, estando en el infierno. Mientras el diablo le hablaba, temblaba; y no precisamente por la temperatura.

Noche a noche esto se repetía. Leonardo era llevado al infierno y éste era tan grande que dejaba negras las paredes azules y cubría aquel cuarto de ojos rojizos.Su alma luchaba desesperada por salir de aquel cuarto; aún así, para ser intangible, le era imposible traspasar las paredes. Mientras lo intentaba, se derretía poco a poco aferrada a ellas. El diablo, girando en la silla de la computadora o parado junto a la puerta, se reía de ella.


Así pasó el tiempo, y mientras Leonardo crecía su familia se destruía. Dejó a Dios, pues no podía sacrificarse por una misión que ni siquiera era para salvar al mundo. Él quería salvar a su familia, y para eso necesitaba vida y poder; El diablo, a contrario de lo que ofrecía Dios, le dio eso y más.

El padre murió de viejo. Tiempo después, su madre, desesperada por comprar alcohol, entró al cuarto de Leonardo a pedirle dinero. Consiguió un cadáver con los ojos rojizos en la cama, unas telarañas grises, unas paredes azules con manos blancas y una libreta en donde estaba escrita una novela. Su madre la leyó. Trataba del fantasma de una chica adolescente que sufre en su cuarto las apariciones de un chico poseído por el diablo. Ave María Purísima, lloró la madre. Leonardo, como en todas sus historias, mató a todos los personajes.

Luego de entregarle la novela al editor, la madre se suicidó. Con el dinero de la novela hicieron un hermoso panteón adornado con ángeles celestiales por todo alrededor. Hicimos este panteón tan magnífico como los seres que lo habitan –dijo el editor– a fin de cuentas, Leonardo era un ángel.


Leonardo vivió diecinueve años, tres de ellos en el infierno y, aunque ya murió, seguirá viviendo muchos años allí.


Ave María Purísima, dijeron los que leyeron a un adolescente que escribió de manos blancas y paredes azules.

martes, 25 de agosto de 2009

Capullito de Alejandro

Por Gabriela Valdivieso

“Porque tú sabes que sin ti la vida es nada para mí”, cantaban y a ratos tarareaban sus labios mientras extraía con tijeras dos figurillas de la tela blanca.

“Tú bien lo sabes, capullito de alelí”. Cosía alegremente los bordes de las siluetas humanas con hilo violeta.

“No hay en el mundo para mí otro capullo de alelí”. Rellenaba el muñeco de algodón amarillo y metía cuidadosamente los cabellos que había tomado.

“Que yo le brinde mi pasión”. A la altura de la cabeza de tela, introdujo semillas de castaña ‘un toque extra de frenesí’ y algunas contadas de naranjo ‘¡para que piense un poco más en la boda!’.

“Y que le dé mi corazón”. Sellaba la cabeza y procedía a decorarlo. Un punto en el cuello por el lunar de sus sueños. Lana oscura por sus cabellos negros como la noche. Una línea libre en su espalda por aquella cicatriz de sus aventuras. Botones de azul mar por esos ojos suyos.

Construyó su capullito y pronunció la sentencia: “Innani vudu osallito rooha Alejandro ila hazihilloba”.

Confiada de su eficacia, levantó al muñeco y lo tomó por su enamorado. Procedió entonces a darle cobijo y amor. A besarlo, a abrazarlo, a acariciarlo, a tocarlo todo.

Alejandro caminaba rumbo a casa cuando sintió la lluvia de amor y delirio. Perdió el control de sus extremidades y su mente y cayó en un banco solidario.

En él se explayó y sintió locura y deseo. Se contorneaba. Extendía su cuello a los lamidos celestiales. Sentía el mordisqueo infinito sobre su lunar, vivía aquel mágico toqueteo sobre sus cabellos. El placer máximo sobre sus más íntimas partes.

Pensó en bodas. Pensó en ella. Éxtasis de amor. Mil gotas de pasión. Sonreía al sol. Lo consumía la más grande dicha, sin saber sobre sí la más grande dominación.

Gemía de placer sin sospechar que estaba a una discusión de distancia de una explosión de dolor. Lo esperaba, inevitablemente, una torrencial lluvia de alfileres.

Agonía por morir

Por Guillermo Geraldo

Debía ser mediados de febrero. La tensión reinaba sobre Japón. Todos cuidaban de qué hablar, qué decir y cuánto hablar. Las noches de balas y bombas se habían convertido en titulares fijos de noticieros.

Había aprendido inglés por mi padre el cual era profesor del idioma cuando los americanos eran aliados, pero la guerra había empezado y mencionar América en Asía ocasionaba miradas despectivas. Los ojos japoneses se hacían más agudos de lo frecuente. Te observaban con repudio.

El negocio de la familia estaba a salvo, era mi sustento en plena guerra, aunque se había hecho difícil conseguir los alimentos para el restaurante. Una vez u americano entró luego de estar cerrado el local. Me pidió el favor de dejarlo entrar. Pensé: “es americano, nadie abrirá sus puertas a esta hora”. Decidí hacerlo yo. Recuerdo todo. Pidió un rameen de tocino. Estaba vestido de traje, completamente calvo, sólo cruzamos algunas palabras en el pedido, sin embargo, al final me atreví a preguntar de qué se comenta entre los americanos sobre la guerra y Japón. Él, abriendo la puerta para marcharse, dijo: Hiroshima será cubierta por el Hongo gigante del pequeño muchacho.

Me pareció curioso, aterrador al momento. Era tan extraño aquel sujeto. Al comentarlo entre mis amigos lo tomé como un chiste. Todos reían y decían: “Malditos americanos, no tienen escrúpulos ya, están siendo derrotados y sin duda han sido trastornados, están locos, ya no tienen juicio”. En realidad, el que más lo repetía era un conocido del Dojo al cual acudía los fines de semana.

El 6 de agosto de 1945 a las 11 de la noche yo limpiaba las mesas luego de cerrar y observé cómo la puerta de vidrio se hacía añicos con una patada. Dos sujetos entraron, me golpearon. Mis técnicas de Taijutsu no funcionaron. Eran superiores. Sé que perdí mis sentidos y desperté en un cuarto.

Se me acercó un individuo hasta quedar cara a cara y preguntó de forma serena: “Con que Hiroshima será cubierta por el Hongo gigante del pequeño muchacho; ¿para qué organismo americano trabaja?”

No sabía de qué hablaba. Empezaron a golpearme se tornaban más violentos, y hacían la misma pregunta una y otra vez. Siquiera podía pensar el dolor. Empezaba a apoderarse de mí. Cogieron pequeñas hojillas y rasgaron mi piel sutilmente sin parar, lo hicieron como por horas. En realidad pienso que quizá sólo fueron algunos minutos, tenía mi cuerpo asquerosamente cortado bañado en sangre. Trajeron un balde y lo arrojaron en mi cuerpo; era maldito alcohol, mi cuerpo ardía como el infierno, vomité sobre mis piernas y volví a desmayarme.

Desperté cuando sentí un fuerte dolor en mi dedos. Arrancaban mis uñas. No sabía por qué lo hacían, pero recordé aquel febrero y hablé. Les conté sobre el americano. Por desgracia me creyeron sólo hasta que preguntaron qué más sabía. A partir de ahí jamás confiaron en mí veracidad, estaba siendo matado, torturado. Maldito americano sólo vino a desgraciar mi vida. Era una gonorrea, lo maldigo por mil años.

No me creían, trajeron par de ratas y las soltaron en mi pene. Estaba desnudo cuando empezaron a rasgar. Era indudable que tras aquel dolor si hubiera sabido algo más lo hubiese escupido, hubiera hablado. El hambre y el dolor empezaban a ser compañeros de la sed infinita que sentía. Trajeron una especie de plancha, la calentaron, recuerdo, y entonces cocinaron mi piel, quemaron mis brazos, mi cara. Mencionaban lo agradable de un pedazo de carne bien cocido. Aquel aroma superaba el dolor de las quemadas. Eran una tortura psicológica, no soportaba el hambre. El japonés de mierda tomaba agua frente a mí. Había una regadera la cuál abrían cada cierto tiempo y yo ahí como una plaga sin poder moverme. Lo mismo que hicieron con las hojillas lo hicieron en mi ano, era imposible defecar,. Suplicaba que me mataran, no quería seguir viviendo. Mi cuerpo estaba fracturado, quemado y destruido. Nada podía ser peor que aquello. Juré que reencarnaría para acabar con aquel americano y con el infame torturador. Les haría lo mismo. Pusieron mis manos como aquel que mendiga y pide limosna, y derramaron ácido muriático en ellas. Entonces el sujeto dijo: “Confiamos en ti. Ha sido lamentable que no sepas nada, claro; pero ya es muy tarde para dejarte vivir, y disfruto mi trabajo al máximo.” Clavaron una daga en mi hígado, y rasgaron mi yugular hasta desangrarme y darme muerte.

Mi agonía de cuatro días acabó.

LA JAULA

“Pronto te derribarán como a un árbol podrido”, la voz de Alfredo giraba en mi cabeza una y otra vez mareándome con la incipiente náusea. Oscuridad, sólo oscuridad y una atmosfera espesa y malévola. Es un largo y negro pasillo el que nos separa del resto de la humanidad y los humanos, si lo hubiera, están muy lejos, huyendo de nosotros.
–Amanecerá y veremos. Dijo Jorge, mientras miraba el piso mugriento de la jaula.
–Sí –contesté mirando la pared sucia– y veremos.
–Amanecerá y veremos, amanecerá… amanece… –repitió, hasta agotarse. Como uno de esos aparatos cuya batería se agota para luego apagarse. Así quedo Jorge, dormido y tieso en su esquina podrida de la celda.
No tardé en darme cuenta de que ya estaba solo, finalmente. Él y toda la correspondiente tristeza y su herrumbre se lo habían llevado a través de las paredes. Tenía más de un mes que le repetían el ritual de la cabeza en el tacho y Alfredo y yo sabíamos que la locura le estaba consumiendo la cabeza como un cigarrillo.
Alguien pasa, los pasos y las botas resuenan en el pasillo sucio y juegan con el sonido grave de los barrotes. ¿Cuánto tiempo más? ¿Quién vendría ahora por nosotros? Una cucaracha caminaba sobre los labios de Jorge y se metía en su boca. Sus manos todavía estaban empuñadas con rastros de su cabello en ellas: “se está arrancado el cabello de raíz para luego comérselo”, me había dicho Alfredo. El pobre e infeliz de Jorge se había sumergido en su letanía desde que ellos le mataron a la mujer… “¡¿Por qué no matas a la tuya?! ¡¡Hijo de puta!!”, les había gritado Alfredo al verlos pasar.
El sonido de la cucaracha entre los dientes de Jorge muerto me comprimía el estómago y la espalda como una serpiente que se enrosca sobre la presa. El asco me comía la cabeza, y una vez más la náusea.
Luego llego él.

La número I
Oscuridad. Gritos. Silencio. Oscuridad. Gritos. Silencio y de nuevo oscuridad. Así de intermitentes son las amarguras. Ya ellos me habían arrancado dos dientes con una pinza de hierro. Sólo adiviné un par de voces, y en mi cabeza estaba la voz de Alfredo: “Te quebrarán como un árbol cuando lo parte un rayo”. ¿Pronto comenzara lo bueno, verdad? Hasta ahora sólo han sido complacientes. Me han dado el permiso de vivir menos dolorosamente que el resto. Ahora sólo es cuestión de tiempo para que me consuman la carne con los picos y las llamas.
Estaba en posición fetal. Una cadena pasaba alrededor de mi cuello para luego ser unida con un grillete que me esposaba las manos. Un barrote estaba en centro de mi cuerpo enroscado en el suelo, lo que impedía que mi cuerpo se enroscara más. Pronto se me comprimirán las costillas contra el pecho y respirar se convertirá en una tortura por sí sola. Pero ellos no me mostraran la salida tan fácil, a todo contesto que no, que no, que no, y repito mi respuesta con enfermiza ecolalia. Perderán el control, lo perderán y me patearan hasta destrozarme la espalda, hasta que mi frente se desflore contra el anillo de hierro que me ata las manos. Ellos lo pueden, lo pueden todo.

La número II
Me sentaron luego de arrastrarme por todo el suelo sucio, entonces empezaron las alucinaciones: Margarita frente a mí con nuestro hijito en los brazos, despidiéndose porque se iba muy lejos y tenía que atravesar un puente azul, y al otro lado Martínez la esperaba con un fusil. Alfredo con la cabeza destrozada por el black jack me sonreía con los dientes pegados en la lengua. Y más allá, en el rincón, Jorge devorándose el cabello. Luego luz y más luz, un bombillo amarillo me quemaba la cara.
–Pronto te fumaremos como a un cigarrillo. Me dijo uno de ellos.
No sé qué va a pasar conmigo. ¿Dónde está Alfredo? Golpe. ¿Dónde esta el numero 582? Golpe en el pecho. Sangre. ¿Dónde dejaron al de la celda 52? Otro golpe y silencio.

La número III
Miraba el techo con los ojos casi salidos de las orbitas. Me ataron a la cama de metal, tenía muy buenas referencias de la misma. Sabía lo que me venia y apreté la boca.
El primero de ellos tomo un cable y lo conectó a una batería de auto. Me miraba de soslayo. Era su primera vez, seguramente. La mano la temblaba mientras que con el cuchillo cortaba la cubierta de plástico del cable para luego refulgir los hilos de cobre que brillaban como cuchillos. Se acercó, me pregunto un par de cosas, sólo dije que no. Y un corrientazo sobre las orejas. Una nueva pregunta, una nueva negativa y otro corrientazo. Luego vino otro, le empujó y ordenó que ataran los hilos de cobre al enchufe. Una nueva pregunta, una nueva negativa… No recuerdo más.

El número IV
Mi carne asada hiede y repulsa. Estaba encerrado en la celda y nada más. Habían quitado el cadáver de Jorge y seguramente habrían pisado a la cucaracha. ¿Dónde estaría Alfredo ahora? Se había fugado hace varios días, espero que lo haya logrado, que haya llegado a Caracas en buen estado. Él me esperaría con Estrellita y los otros, cruzaríamos la frontera para llegar a Minas Gerais y encontrarnos con Margarita y el niño.

La número VI
Hoy ellos traen pastillas, pastillas para dormir, según ellos mismos. He escuchado historias en donde algunas drogas hacen que el prisionero cante como un pájaro. Yo no quiero decir nada, no diré nada, me morderé la lengua para cortármela y luego escupirla. No le daré el gusto a los malditos, no lo haré. Debo vivir por Margarita, por Minas Gerais y Alfredo. Ahora Minas se me dibuja como un país completo, como la orilla al otro lado del puente azul. Donde me espera Margarita en vez de ese hijo de puta de Martínez.
Ahí vienen ellos, con el frasco y las pastillas. ¡Maldita sea!

El número VII
De nuevo las alucinaciones. Estoy en mi celda donde hay otro nuevo, me mira con lastima y también teme de que le destrocen el cuerpo con los cables. Todo está bien, le digo que nunca diga nada. Mejor que quede como un espanto a que quede como un traidor.
Ellos vendrán en una hora. Me inyectarán y me destrozarán la espalda de nuevo. Ellos vendrán y a Alfredo no le dará tiempo de esperarme, porque las fronteras con Brasil están cerradas después de las doce. Yo debería llegar antes, adelantarme.

El número VIII
Hice un hoyo debajo de la pared. Tienen varios días sin traerme los frijoles infectos y el agua sucia que ellos mal llaman café. He comido los ciempiés que atraviesan el suelo inocentemente. Ahora es conmigo con quienes las cucarachas tienen sus pasiones. El nuevo ya no está. A lo lejos alguien grita, seguramente otro al que le destrozan la cabeza. Espero que no diga nada, que no diga nada sobre mi fuga. Mis uñas se desprenden de los dedos pero yo debo irme de aquí.

El número IX
Hablaré. Hablaré porque debo llegar a Margarita y el niño. Ayer vi como “Harry el sucio” quería desnudarla sobre un caballo blanco que miraba el llano y mi hijito miraba extraviado cómo ese cerdo se montaba a su mamá. Hablaré, y estoy gritando en mi celda que lo haré. Ahí viene alguien, escucho las botas. Me mira y se pone frente a mí porque estaba arrodillado:
–¿Ahora es que vas a hablar? Ya agarramos a tu amiguito. Le estamos rompiendo el alma a patadas. Pero tranquilo que ya viene tu turno, pajarito.

Me quedé espantado. Agarraron a Alfredo, seguramente en la frontera. ¿Y ahora? ¿Y Margarita y el bebe? ¡Dios! Mi rostro se deformó en una gran mueca de dolor y espanto. Las lágrimas me caían solas por la cara y en la cabeza sólo tenía la imagen de Margarita y “Harry el sucio” sobre ella, la imagen de los dientes de Alfredo sobre su lengua. El dolor me consumía con su fuego las entrañas y empecé devorarme el cabello que caía mientras buscaba desvanecerme golpeando mi frente contra el muro sucio de la celda.
Al otro lado de los barrotes, los otros se cagaban de risa mientras con ladrillos y cementos me tapiaban en la jaula.

domingo, 23 de agosto de 2009

El temor más profundo

Por Andrea Gómez

No sé por qué, pero no entiendo... A veces soy tú, pero tú no eres yo, tú eres él, él es ella, todos somos, pero hoy… (no sé por qué)... nadie es...

Se supone que esta semana esto tiene que dar miedo, ser terrorífico.

Mi problema es que no me gustan las historias sangrientas, no creo en monstruos ni en animales extraños, tampoco me caen bien los locos que rebanan gente ni los fantasmas que viven debajo de mi cama, así que después de tanto pensar... “¿Qué coño escribo?”, lo descubrí.

En una historia de terror no tiene que haber un asesino, no tienen que pasar cosas extrañas, ni cosas de otro mundo, entendí que cada uno tiene miedos más profundos que el miedo al Conde…

Nos tememos a nosotros mismos, a lo que en verdad hay detrás, nos aterra sincerarnos, abrirnos… así que aquí está mi historia:

Un día como cualquier otro me desperté y desgraciadamente me pude ver como en realidad soy.


(Eso sí da terror)

jueves, 20 de agosto de 2009

Autoentrevista: El Abogado del Diablo.

VICTOR: Muy bien, en esta, primera auto-entrevista de Letras a Litros, ¿qué te parece si empezamos por la pregunta más lógica que hacerle a alguien como tú?
DRAX: Dale.
V: ¿Por qué terror?
D: Una respuesta sencilla sería “¿Por qué no?”, pero no estaría tocando con eso el fondo de lo que quieres saber.
V: Planteado de otra forma: el mundo en el que vivimos ya es de por sí aterrador. ¿Por qué escribir ficción de terror? Ficción que apela a los sentimientos más bajos, a las peores acciones. Ficción que gira en torno a temas mórbidos.
D: ¿Entrevistador agresivo?
V: ¿Qué esperabas de ti mismo? ¿Que te tratara con dulzura? Vamos, respóndeme, porque cuando tengas el éxito que buscas, esa pregunta te la harán mucho.
D: La ficción de terror, sea en un libro, en una película o en el formato en el que la estés presentado, lidia con mucho más que con muertes y desfiguraciones. Soy un ferviente creyente de que la ficción de terror, y el artista del género, son un agente de la norma. Toma, por ejemplo, una historia clásica: Frankenstein. El texto es sobre un doctor que hace a un hombre con pedazos de cadáveres y luego se horroriza tanto que lo abandona, sufriendo posteriormente el rencor de la criatura que tanto se esmeró en crear. Subtexto: abandono paternal (el mismo que, dicen, sufrió la autora en su juventud). Hay quienes dicen que el libro nos advierte sobre jugar a ser dioses, pero eso suena demasiado abstracto, no es algo con lo que nos podamos relacionar. Yo creo que el libro habla, mejor, sobre las responsabilidades en general, y las paternales en particular. Afronta las consecuencias de tus actos o estas volverán a vengarse de ti.
V: Pero la fuente del mal en Drácula es gratuita. Los personajes no han hecho nada para merecer la atención del Conde.
D: No, pero es que eso ya es otra cosa. De nuevo, el horror es una herramienta de la norma. ¿Qué es El Conde? Un ajeno. Alguien que no pertenece al sistema y que, de hecho, es dañino. De entrada, el libro tiene un subtexto muy sexual (alguien que leí por ahí dice que la escena de las tres vampiras violando oralmente a Harker es “la más grande follada con ropa que se ha escrito”), pero, adentrándonos más en la trama, fíjate que la segunda mitad es sobre los mortales reuniéndose y luchando contra esta fuente de maldad, hasta derrotarla. Expulsa al ajeno. Que permanezca la norma.
Voy más allá. Ahorita nos parece una niñería apenas terrorífica, pero cuando Drácula salió (y cuando salieron muchísimas otras piezas de terror a lo largo de la historia), eran bastante aterradoras. Pero ¿qué solemos encontrar en estas historias? La norma se restablece, sí, pero es por el esfuerzo de uno o unos personajes, que deciden afrontar el terror. Es decir, la ficción de terror nos muestra, entre otras cosas, que nosotros también podemos mirar a la cara al diablo y decirle “No, yo soy más fuerte que tú.”
V: ¿Qué hay del terror que no tiene final feliz? Ejemplos abundan. Tú has escrito terror sin final feliz. ¿Qué pasa con eso?
D: Bueno, tienes que tener en cuenta que el fin último, más allá de concepciones nobles o moralistas, es asustar. Moverte algo por dentro que haga que no quieras apagar la luz en la noche. Incluso en esas historias de “finales infelices”, consigues algo. Toma Cementerio de Animales, de King, por ejemplo. Probablemente le arruino la historia a alguien aquí, pero ni el libro ni la película terminan bien. La Noche de los Muertos Vivientes no termina bien. Pesadilla en la Calle del Infierno y Masacre en Texas tienen finales bastante aterradores. Es en parte por técnica; si todas las historias de terror terminaran bien, no habría sorpresa. Entras al cine o abres el libro sabiendo que al final, el hijo de puta enmascarado que está atormentando a esos pobres adolescentes cachondos va a recibir lo que se merece. Así no te puedes asustar, porque una de las fuentes del terror es lo desconocido. Es no saber qué va a pasar. Hace poco vi una película realmente perturbadora, Henry: Retrato de un Asesino en Serie. El film no sólo es visualmente ofensivo, sino que (advierto que adelanto el final) en los últimos momentos, el malo simplemente se va y nadie conecta nunca los homicidios a él. Terminas aterrado, sintiéndote un tanto inseguro y, en el otro lado, está el director de la película, satisfecho por haberte dado lo que has ido a buscar.
V: ¿Un recordatorio de que en el mundo existen monstruos?
D: …Sí.
V: Que el director se sienta satisfecho por ello le quita puntos de nobleza a la cosa, ¿no te parece?
D: ¿Qué te hace pensar que McNaughton quiso dar un mensaje? No nos desviemos, la ficción de cualquier género lo que persigue es entretener. Si tú vas a la librería y compras Psicópata Americano, no te sientas después ofendido cuando lees las atrocidades que hace el protagonista. Dicho de otro modo, el terror no es para todo el mundo y debes tener sentido común. Si no te gustan las montañas rusas, ¿te subes a ellas y después sales quejándote de que te asusta mucho? No. No te montas y ya (así, si vas a ver una película titulada Masacre en Texas, de repente el título es alegórico, pero yo te aconsejaría que entres al cine preparado para ver... bueno, una masacre. En Texas). ¿Te has dado cuenta de la cantidad de adolescentes que van a los cines a ver películas de terror? No va uno solo y raramente van dos. Van de a cuatro y de a cinco. ¿Por qué? ¿Motivos sociales? No, o al menos no creo que sea tan fácil. Enfrentarte al terror en grupo hace que te dé menos miedo. Es como cuando sucede algo terrorífico en la pantalla y la gente se ríe. Es una reacción psicológica ante el miedo. Es el “me estoy riendo porque no quiero que los demás vean que me asusté.” Pero toma a esa misma persona y ponla a ver… Repulsión, o La Cosa y cuando termine, llévala a dormir, con las luces apagadas y el resto de la casa en silencio. Empezará a pensar demasiado. Imaginará sonidos y empezará a preguntarse qué haría bajo las circunstancias del film. Yo suelo hacer eso y si una película me deja pensando antes de dormir, las probabilidades son que me gustó.
V: ¿Por qué la fascinación con el terror, entonces?
D: No sé cómo explicarte esa parte. Hay gente que nace inclinada a amar a los vehículos. Otros aman a… no sé, la botánica o el jazz, o los trenes de colección. A mí me gusta el terror y me gusta la literatura. Creo que escribo de terror porque me gustan las películas de terror y me gustan las películas de terror porque escribo del tema, pues. Tengo una imaginación mórbida. Si una pauta en Letras a Litros es sobre… tatuajes, por decir algo, es probable que mi historia trate de un tatuaje que salió mal. De repente se infectó. De repente se expande. Un día la persona se va a dormir y al despertar al día siguiente, descubre que el tatuaje le cubre ya no el hombro, sino todo el brazo. De repente oye voces ahora. Creo que puedes ver a dónde va esto, ¿no? Y helo ahí, acaba de ocurrírseme una idea para una historia.
V: ¿Qué es lo más asustado que has estado por la ficción de terror?
D: La primera vez que vi La Noche de los Muertos Vivientes (y hay algo de eso en la bio de mí que está en Necronomicón, cuando me publicaron la historia que les envié). Yo tendría como… nueve o diez años. Para ese entonces, yo ya sabía que me gustaban las historias de monstruos y nunca pelaba una en la tele. Cuando vi la propaganda de esta, supe que tenía que verla. O sea, lee el título otra vez. Era inevitable. Así que nada, me puse bien cerca de la tele esa noche, feliz y preparado para ver monstruos y a un héroe salvando a una chica guapa. Empezó la película y, como a los quince minutos, yo estaba literalmente temblando de miedo. Pocas veces he sentido algo así a lo largo de mi vida. No pude verla completa. Traté de verla otra vez y pasó lo mismo. Al tercer round, me propuse aguantar con todo y fue horrible. Puedes decir que la película me traumatizó. Y además que, por la forma en la que está hecha, tiene un toque muy a lo “documental”, lo que en aquel momento hizo que pareciera muchísimo más real, parecía que de verdad estaba pasando afuera de tu casa. Pasé como tres meses teniendo pesadillas constantes con zombis. Todavía las tengo, de vez en cuando (y suelen ser horribles). Pero ahí lo tienes: me paralizó de terror, pero por otra parte me creó una inmensa fascinación.
V: ¿Por qué te dedicas a escribir? ¿Por qué no dedicarte al cine?
D: Sinceramente, porque creo que ninguna forma artística puede equipararse a la literatura. Y te explico que amo a la música, amo cantar, el cine me encanta, pero… uno no puede negar a las raíces. Siempre me ha gustado leer, siempre me ha gustado escribir y creo que con la literatura puedes alcanzar cotas que otras formas artísticas no.
V: ¿Puedes expandir un poco eso?
D: No lo sé. Es como cuando te preguntan “¿Por qué estás enamorado de fulanita?” Es una pregunta sin respuesta. ¿Cómo que por qué? Porque me hace sentir inusualmente vivo, porque me llena, porque cuando no estoy con ella estoy pensando sobre estar con ella. Es así. Es como enamorarte. No te voy a decir el cliché de “es que escribo por amor” porque eso no sería el todo. Es más una cuestión de que… no sé cómo podría vivir si no pudiera escribir. Si no pudiese coger una servilleta y escribir un cuento rápido sobre… uhm… una computadora que desarrolla personalidad propia basada en las amalgamas de todos sus usuarios. Creo que el escritor es un terapeuta doble: primero, se ayuda a sí mismo cuando escribe y, segundo, ayuda al lector que recibe el material, entreteniéndolo.
V: Muy bien… ¿Algo más que quieras añadir? Nos van a reclamar que esto ya está alargándose un poco.
D: …¿algo como qué?
V: No sé, lo que sea. Una curiosidad sobre ti.
D: Uhm… ayer una compañera de estudios me dijo que cuando hablo tiendo a sonreír, pero no suelo hacer contacto visual y tiendo a usar las manos, como ayudándome a expresarme. No sé si eso será verdad, pero me parece curioso; nadie me lo había dicho.

miércoles, 19 de agosto de 2009

La realidad y sus amigos

El día en que todo cambio todo era muy diferente, nada era igual que antes, todo lo empecé a ver de otra manera.

Suena complicado, pero en realidad es muy simple… El techo ya no sólo era un techo… era simplemente otra cosa más a la que no podía llegar…

Mi cuarto ya no era un cuarto, era una prisión de pensamientos y recuerdos… (Tal vez de esperanzas pero ahora lo dudo).

La pared con fotos ahora era nada más una pared con fotos.

La ventana ya no me inspiraba a imaginar mi futuro… sólo me deprimía, recordándome que ese paisaje alguna vez pertenecería a mí (el mundo iba a ser mío junto al sol, la luna y las estrellas.)

Las cortinas ya no eran tan bonitas.. Ahora podía ver el polvo y el sucio que vivía allí y que nunca quise ver por miedo a tener que cambiarlas...

Ahora mi vida se limita a cosas simples… Vivo en una prisión de ansiedad, duermo todo el día y ya no me despierto en las noches para abrir las cortinas y ver por la ventana la luna que tanto admiraba y creía poseer…

Mi más profundo problema es que uno no puede crear su propia realidad.

Ahora mi luna ya no es bonita.. Mi luna no es más que un bombillo apagado que se encuentra en un techo, en un techo que, por supuesto, ahora es inalcanzable para mí.

Corazón de fuego


Por José Leonardo Riera


Al principio del principio, en las selvas de Caracas, gobernaba una chamana llamada Luna, ella era muy hermosa, brillaba resplandeciente día a día, pues allí no había sol ni noche, sólo un cielo azul que era iluminado por su grandeza. Todos los habitantes de la selva, hombres y animales estaban enamorados de ella. No obstante, ésta se consideraba superior a ellos, y por eso no les hacía caso.

Por carecer de emociones y buenos sentimientos, se dedicó a enseñar sus poderes mágicos a otros chamanes, quienes, enamorados, la seguían al punto de idolatrarla. No así el chamán San Thome, quien estaba decidido a quitarle su poder, pues consideraba que no lo merecía. La magia es sólo para aquellos de corazón humilde, aquellos que la usan para ayudar y proteger a su gente, decía San Thome.

Fue así que Luna, como siempre, estando sola y distraída con su belleza, fue atacada por el chamán San Thome. Éste le lanzó un hechizo que la convirtió en un zamuro. No obstante, Luna, por ser tan poderosa, fue creciendo poco a poco hasta que llenó todo el universo con sus plumas negras, oscureciendo para siempre nuestro mundo.


Pasó el tiempo y todo era un desastre. Sin la luz del día todos los habitantes de la selva estaban en peligro, se mataban unos a otros, se morían de hambre y, sin Luna, muy pocos chamanes aprendían nuevos hechizos. Ella estaba indignada, todos estaban tan ocupados en matarse unos a otros, que ya ninguno la recordaba ni admiraba su belleza.

Molesta por eso, juntó el poco poder que le quedaba y en medio de su negro manto hizo surgir un gran ojo blanco. El chamán San Thome informó a su pueblo que esa oscuridad era la noche, y esa esfera blanca era el ojo de Luna. Los indios al ver tanta luz en medio de la noche, quedaban enamorados de lo que veían y con el pasar del tiempo gritaban desesperados por alcanzar aquella esfera. Hasta que, muertos del cansancio, morían y subían flotando junto a Luna. Cada vez que un hombre fallecía lo llamaban “el estreno de la bella”, así, con el pasar del tiempo, se llamaron estrellas.

San Thome estaba preocupado, ya los hombres no se diferenciaban de los animales. Todos dejaron a su gente y sólo admiraban a la luna, San Thome estaba arrepentido de lo que había hecho y por esa razón buscó una forma de solucionar el problema.

Luna era muy poderosa, y se volvía más poderosa con cada estrella; era imposible para el chamán San Thome vencerla. Pero entonces decidió sacrificar su vida por su gente, por eso se convirtió en corazón y fue creciendo poco a poco hasta cubrirse de fuego y acabar con el manto de la noche. Pero la noche era muy grande, era imposible acabar con ella para siempre. Desde ese entonces, con el pasar del tiempo, la luna y el sol pelean sin cesar, la luna por mostrar sus estrellas, el sol por acabar con la oscuridad.


Se dice que por eso, desde el principio del principio, el sol, cuando no está en el cielo, está en la tierra con las indias, quienes por su corazón y su fuego, tienen a hijos caciques.



Guaicaipuro fue uno de ellos. Un indio de fuego y corazón que desde siempre impidió que reinara la oscuridad.

martes, 18 de agosto de 2009

Dulce ambición

Por Gabriela Valdivieso

En algún lugar de la tierra, cuyas coordenadas no tengo en gana precisar, existía un niño que disfrutaba la pasta y los tequeños. Pero no tanto. Le gustaban los caramelos y el chocolate. Pero no había comparación posible. Nada, ni su carrito Súper Byper Cobra 2000, podía competir con ella. Su redondez. Su color. Su aroma. Su dulzura. Su sabor ácido al consumirla con agua fría. Su forma de acariciar la lengua. Era ella. La chupeta. Su pasión, su enamorada. Vestida de faldas rojas y letradas, lo embelezaba, lo conquistaba, lo inquietaba.

Veía chupetas en todas partes. En los anillos y los botones. En cada rueda y cada tapa. En la redondez infinita de un papel higiénico y de una cebolla. Estaba en las luces de los semáforos y en los fondos de los vasos. Todos eran como ella; redonda, pero diferente de ella; insípidas y mundanas.

Cuanto comtemplaban sus sus ojos en la tierra eran espejismos. Dolorosos engaños. Falsas versiones de su delicia roja. Pero sobre su cabeza, allá arriba, había algo que lo emocionaba. Sobre el gran lienzo oscuro se dibujan noche a noche estrellas, satélites y planetas. Todos redondos y brillantes. Todos vestigios más o menos similares a su querida, pero sólo uno parecía la fuente de las chupetas terrestres.

La luna. Su luna. Ella, el gran astro grisáseo, era la mayor chupeta concebible. Gigante y brillante, era el objeto de sus más dulces fantasías. Sabía que toda su superficie vivía en tenso acercamiento al núcleo, al más grande y jugoso centro líquido del inmejorable gusto interestelar. Tal pensamiento asía su alma. Lo mantenía al marco de la ventana. Noche tras noche. Ardía en el deseo de conocerla, de abrazarla. De morderla.

Debía ser astronauta, sin duda. Mas mientras no pudiera, la velaría y la cuidaría, la conquistaría con promesas rellenas de deseo. Pero debía, en tiempos más cercanos que tardíos, alcanzarla y recorrerla. Saborearla. La lamería entonces hasta las últimas consecuencias.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Sólo para ella

Por Samar Hokche
Fui el otro día de paseo al bosque, me senté sobre un tronco y descanse mis ojos, al cabo de un rato el silencio reinaba y la tranquilidad me envolvía en su suave manto. Fue en ese preciso instante cuando llegaron a mis oídos esta historia, unos árboles me la contaron y, como era tan poco inusual escucharlos hablar, puse atención a lo que tenían que decir:

“Hace muchos años atrás vivió un pintor, un hombre de muy noble corazón. Conoció en una tarde de verano, en la plaza de su pueblo a la persona que le robaría el aliento y la cual se convertirá en la fuente de sus deseos, la razón de sus desvelos; la señorita Melinda, de labios rojos y cabellera oscura, de piel clara y ojos profundos. Para poderla conquistar la retrató en miles de cuadros, en diferentes poses y perfiles. Entre tonos y sombras él le demostraba su inmenso cariño, cada semana le mandaba una pieza de arte diferente, pero para ella eso no era suficiente.

El pintor no sabía que más hacer, sus esperanzas desvanecían. Hasta que en una noche oscura y estrellada subió a lo más alto de la montaña y decidido a enamorar a Melinda, le pedió un favor a lo único con que se podía comparar la belleza de su amada, a la hermosa y brillante Luna. Le rogó y suplicó que bajara a la noche siguiente y posara junto a su futura esposa, que fuera su regalo. La Luna lo pensó por unos segundos, pero envidiosa de la pasión del pintor le pedió a cambio que cada noche antes de acostarse, él la dormiría con algún verso dirigido sólo para ella. Los dos cumplieron su palabra, el pintor pasó el resto de sus días recitándole a la bella Luna”.

Así que cuando el cielo esté cubierto de estrellas, quédate muy callado y cierra los ojos, tal vez sea tu noche de suerte y el viento te susurre algún poema de nuestro pintor enamorado.

¡Ayuda!


Imaginaba cómo será la vida de un pez en su pecera, me preguntaba qué pasa después del “Y vivieron felices para siempre”, pero pero pero nada me inquietó más que descifrar a letras la verdad de la enigmática luna.

Envuelta en misticismo, la luna ha inspirado millones de relatos que involucran el azar, las mareas, el amor y los hombres lobo. Pero a nosotros no nos inspira estas cosas. No nos interesa lo mismo.

Sólo por esta vez, nos basaremos en sensaciones, impresiones (reales o imaginarias) de la luna. Nos preocupa qué textura tiene, qué letras la representan, cómo suena, a cuántos pulgadas está de mi dedo gordo, qué tiene adentro, si rebota, si tiene gavetas y compartimientos secretos...

Así, por esta semana, ella, la luna, será nuestro objeto de estudio y nuestro punto de partida. Nuestros sentidos e ingenios deben dar con ella.

¡Ah, pero hay un deber! Como es tan celosa y exigente, La Plateada nos dejará olerla si y solo si agregamos en el texto frases célebres transformadas. Es decir, no podrás tocarla si escribes "Carpe Diem", sí en cambio si le susurras un "¡carpa, dime!". Se esconderá de tu vista si le dices "Yo soy tu padre", no tanto si le dices "Yo soy tu postre".

En fin, necesito chorros, ¡liiitros de letras! sobre la luna como objeto, junto a una frase maldecida.

¡Y colorín desgastado, este reto ha iniciado!

Mi vida es una melodía


¿DÓnde estoy?

¡REencarné!

¡MÍrenme!

FAbuloso.

¡SOLamente mírenme!

LA negra, mi negra, se quedará impresionada.

¡SÍ! Se alegrará de mi regreso, se asustará por incrédula.


El único problema es… ¿Cómo hare para que me reconozca?

¡Lo tengo! Seré famoso, algún día alguien me tocará mágicamente, seré su mejor amigo, su primer piano, su profesor… La negra me oirá, me recordará y apenas oiga mis hermosas notas me reconocerá, sabrá que estoy vivo a través de las melodías, me buscará y besará… como la última vez.

martes, 11 de agosto de 2009

Gotas de Lluvia


Gotas de Lluvia

Por Jessica Márquez Gaspar

Tin tan taan, tin tin. Do Re Mi Fa Sol La Si. Letras, sonidos, teclas blancas, negras. Sus manos se deslizaban suavemente, recorrían las sensaciones, los momentos, el espacio y el tiempo. Una máquina de escribir y un piano de cola. Sus dedos presionaban las teclas cuadradas. Chaca, chaca. Y el mundo se iba creando, iba brotando para alzarse con vida propia. Inmenso, profundo, el abismo y el encierro, el encuentro.

Sobre el mundo tocaban, creaban, hacían. Iban fundiendo caricias y besos; con Chopin y Dostoievski de testigos, de maestros, se amaban profundamente. En un apartamento tipo estudio compartían el arte que, en el medio de la estancia, parecía fundirse, hacerse verbo, elevarse hasta las alturas… y luego caer. Entre su piel blanca y su cuerpo moreno, entre sus pectorales de roca y sus pechos de cielo, el mundo cobraba sentido, las voces alrededor simplemente callaban.

Se amaban a medio camino entre la locura y el desespero, entre el absurdo y el conocimiento certero de que, más allá de los arpegios y las historias, sólo sus cuerpos, sólo el universo podía expresar, significar y ser verdaderamente. Era amar como si mañana no hubiera nada, no hubiera. Era saber con certeza que cuando acabara la lluvia de resbalar por la diminuta ventana de su alcoba, se perdería la magia, fugitiva, por entre los resquicios y por debajo de la puerta.

Él tocaba el piano con la fuerza de un dios, ella escribía con la delicadeza de las flores. Él se dejaba ser entre las teclas y en las claves de La y de Sol. Ella dejaba el miedo afuera al narrar la vida y describir el universo. Era sencillo. Se adoraban y no había más. Eran exitosos y habían pasado años juntos, de reconocimiento y de pasión. De felicidad y de rayos de luna. Ahora que la lluvia caía sobre la calle, cada uno se apoderaba de un retazo del tiempo y lo cortaba en pedacitos. Mientras ella tocaba sus brazos y se perdía en su espalda, él veía en sus ojos canelas la perfección hecha ser. Mientras él respiraba como si el aire fuera de dulces ella sonreía como si el cielo fuera de albaricoques.

En el medio de todo creaban la sinfonía última, la novela por excelencia. Aunque inmóviles estaban la máquina de escribir y el piano, de ellos surgía la obra perfecta, el arte cobraba vida y se perdía en el perfume suave de ambos cuerpos. Iba in crescendo, a veces iba piano. Otras la tensión aumentaba, a veces se sentía la suavidad del momento. En la cumbre del mundo la obra se hizo más fuerte. El tocaba con pasión, con desenvoltura. Ella narraba con la finura de las uvas, con la destreza de una rosa. La lluvia iba cayendo cada vez más suave. Las gotas resbalaban lentamente en el vidrio y se iban perdiendo en la caída definitiva hacia el abismo. El silencio fue apoderándose de la habitación, a medida que la sinfonía llegaba a sus últimas notas y la novela al punto y final.

Cuando sólo quedaba una llovizna fría y melancólica, todo quedó sereno. La obra estaba consumada, había sido creada. No dependía ya de ellos. Fueron apartándose de las teclas, fueron alejándose lentamente de la máquina y del piano, hacia el centro de la alcoba, y ahí, en la cama de madera y entre las sábanas cremas, se encontraron y se amaron.

El cajón del piano


El dinero estaba escondido en el cajón del piano, pero ni Elias ni el asesino lo sabían. Quiza por eso la noche se había tornado roja antes de tiempo y las sirenas ululaban rompiendo el espectro oscuro de los callejones. Elias estaba muerto y la salida trasera del teatro nacional seguía abierta. Una húmeda brisa calaba en los huesos de los asistentes que no se animaban a ver el cadaver , salvo los pocos que tomaban fotos con el celular. Y más allá, en las aceras de todos los enfrentes, las callejeras y los perros despegaban del suelo la misma tristeza, una de esas constumbristas y trágicas que pasan por la garganta amplia de la amargura. Elias estaba muerto, bien muerto, desvanecido sobre la calle caliente.
Le tomó quince años, de los veinte que tenía, en convertirse en maestro de piano. Su madre vaticinó la suerte con la eficacia de una pitonisa: está hecho para ser alguien grande.
Y su humanidad, en el momento en que murió, pesaba casi los ciento veinte kilos. Nadie dudaba de su talento para la música clasica. Todos los autores clasicos corrían por su dedos con la misma ligereza del agua.

"Vamos a ver qué haces ahora con esto..." y un balazo le rompió la tapa de la cabeza.

La plata estaba en el cajón del piano. Ahí estaba, con la inocencia de un objeto inerte, entre las cuerdas que unían el sonido con las teclas, aquellas que Elias tocaba con tanta virtuosidad como un santo. Ahí estaba, esperando al asesino, pero no hubo tiempo.

"Tú sabías que para ayer, cucaracha, tú sabias..." Y se escuchó cómo la muerte preparaba una bala.

Y fue un error idiota de Elias. Comprar el piano a la última hora, con el dinero prestado de un matón. Y más si eres ciego y con una fuerte tendencia al azar. Creyó que la muerte hacía treguas con los lisiados y asi no era como funcionaba el mundo.

El viento helado cortaba la sangre. Más arriba, donde las casas pierden el nombre y el número, una sombra huía con las manos vacias. Algunos se arrodillaban sobre Elias desvanecido, mientras el dinero inerte y huérfano esperaba en el cajón del piano.

lunes, 10 de agosto de 2009

Dispara, menor, dispara

Por José Leonardo Riera


La casa de Esleyter, al igual que la de Demetrio, Abigail y Albano, quedaba junto al lugar de reunión de los malandros de Carapita. Éstos, allí, fraguaban sus futuros actos delictivos y comentaban animados los anteriormente ejecutados. Hablaban de las jevas, de los fariseos y, además de esto, fumaban marihuana y bebían aguardiente San Thome (hecho en Venezuela).

Para Esleyter esto no era ningún problema, ellos nunca se metían con él. Y él, cuando se cansaba de escuchar las locuras y/o estupideces de aquel grupo de malandros, se sentaba al piano y empezaba a tocarlo tan perfectamente como lo hacía su abuelo, quien fue el que lo enseñó.

Una que otra vez, incluso los mismos malandros gritaban: ¡Épale menor, disparate una de esas piezas cartelúas que tú tocas! Y Esleyter, haciéndoles caso, tocaba contento; eran esos malandros los únicos seres en el mundo que lo escuchaban y aplaudían su talento. Ese chamito se la lacrea, decían éstos al terminar de escucharlo.

Esleyter, además de estar acostumbrado a escuchar el piano, también escuchaba, bastante a menudo, el ruido de disparos. No obstante, por primera vez en su vida, esos ruidos se escuchaban junto a su casa, en el lugar de reunión de su “público”.

Los malandros del callejón fueron a matar a los malandros de la vereda, justo en el momento en que Esleyter daba uno de sus recitales. El sonido de los disparos hizo que él se detuviera mientras que, malandros contra malandros, se mataban unos a otros. Algunos estaban escondidos, otros corrían de un lado a otro y, aunque ya había pozos de sangre en el suelo, todavía se veían las balas por el aire.

Esleyter se estaba quedando sin público.

El líder de la banda tumbó la puerta de la casa de Esleyter. Una vez adentro se agachó y, al darse cuenta de que lo miraban sorprendido, dijo: Costilla, toca el piano ahí, ¿sí va?

El pianista estaba agachado junto a su piano, tan asustado como sorprendido, en el momento en que vio que el único miembro de su público disparaba hacia fuera de su casa. Dispara, menor, dispara, le gritó el malandro.

Esleyter le hizo caso, disparando magistralmente sus notas musicales que, con el ruido de los disparos, provocaban una sinfonía para morirse.

Aún agachado, pero sin dejar de tocar, pudo ver al malandro quien, lleno de disparos, sangre y emoción, le dijo: Bien por esa, chamito. Y Esleyter se quedó allí, disparando arte y belleza a tanta sangre y horror.


Y me tocó

Por Samar Hokche

Era un día lluvioso y gris, tenía quince minutos de retraso cuando hizo su entrada, con el pantalón rasgado y camisa mojada que ligeramente se le adhería a su piel bronceada. Una sonrisa encantadora iluminaba sus bellas facciones, su aspecto era rebelde e indiferente. Me miraba desafiante, y yo era débil, no pude evitar caer rendida a su voluntad. Yo sabía que en esa gloriosa tarde nacería entre nosotros un lazo inseparable, y en una sutil armonía nos uniríamos hasta el fin de nuestros días.

De mi mente nunca podré olvidar la primera vez que me acarició, fue una sensación inconcebible, más bien ¡mágica! Sus manos estaban temblorosas y dudosas cuando me desvistió, cerró los ojos y suspiró, y en el instante en que sus finos y delicados dedos se deslizaron sobre mí con tanta naturalidad, gracia y soltura, toda inquietud desapareció. Interpretó nuestras melodías preferidas, ellas embellecían cada minuto de nuestro encuentro.

No sé como lograba conseguir siempre la nota correcta, creando aquella música perturbadora. Sus manos, su contacto, su pasión, hacían resonar en mis adentros los más íntimos deseos, exaltaban mis sentidos, haciéndolo mío. Me sentí dueña de sus angustias y desesperaciones. Al finalizar, la luna nos sonreía. ÉL abrió sus oscuros ojos, se levantó y, dejando oír su voz, me dijo tan dulcemente ese “Gracias” que tanto anhelaba. Soy feliz desde aquel entonces, sólo canto cuando me toca. Algo me dice que soy su instrumento preferido y él mi músico adorado.

Pluriverso

Por Gabriela Valdivieso


—¿No es emocionante esto, el mundo? Los corazones laten, las iguanas son verdes, las mariposas vuelan, las gargantas soplan voces y el sol calienta. ¿No es esto una fantástica obra de arte?

—¿Ah, fantástica o fatídica? ¿Acaso no ves las alfombras raídas, las clinejas desatadas, las mentiras ocultas, los lápices partidos, los argumentos vacíos y las falacias voladoras? ¿Los faros rotos, la suerte selectiva, los ladrillos incompletos, las almas corrompidas y las narices amorfas?

—Sí, veo todo y lo veo fantástico. Es lo sublime y lo grotesco. Las blancas, las grises y las negras. Son todas piezas determinantes de este inmenso mundo. Somos los afortunados huéspedes de este mal llamado Universo. De este Pluriverso infinito. De este devenir incesante de colores, imágenes, tamaños, olores, texturas, vibraciones, reflejos, sabores, emociones, formas, pasiones y sonidos. Es esta inmensidad producto de un piano multiforme. Somos parte de una gran melodía. El mundo suena, chispea su canción cónsona y perfecta.

—¿A qué suena, si no a dolor y a desengaño?

—¡Shhh, escucha! ¡A vida y posibilidades!

Epílogo Pianíssimo


—Vas a terminar cansado —me dijo—. Y no querrás verme nunca más.

Apreté su mano con tanta delicadeza que ni siquiera sé si “apretar” es el término que aplica.

La ruptura está en el futuro todavía.

En el pasado, los segundos del primer beso flotan congelados en la eternidad.

Amo sus ojos. Amo su boca. Amo su sonrisa, amo su aroma, amo la forma en la que me habla, en la que me anima, en la que hace que las dificultades del mañana se derrumben con sólo un gesto coqueto. La amo y nada existe que me asuste más que eso.

Se acuesta de medio lado y besa el dorso de mi mano. La sujeto entre mis brazos. En la periferia de mi visión, el piano. La lengua a través de la que ella habla su segundo idioma. El altar ante el que fusionamos los espíritus por primera vez.

Beso su hombro.

—Te amo. No podría cansarme de ti aunque lo intentara con todas mis fuerzas —le digo, y así es.

—Sabes que traté evitar todo esto. No quise perderme en este laberinto… pero entré. Y te he arrastrado conmigo. Después de todo lo que ha pasado y de todo este tiempo… ¿sabes? Las normas dicen que deberías haberte ido hace mucho.

Con sutileza, la volteo. Está acostada boca arriba ahora, frente a mí. Por un instante, que parece perpetuo, me enfoco en su boca y todos los pensamientos dentro de mí se borran y se trata sólo de besarla. Sus labios son suaves, son cálidos y saben a la salvación que nunca esperé encontrar.

—Las normas son estúpidas —digo—. En especial esas normas. Influye también el hecho de que te amo y de que me encanta todo de ti, así que… no creo que muchas reglas puedan oponerse a eso.

Mis dedos juguetean con su cabello negro. Es sedoso. Podría estar haciendo esto todo el día.

En el futuro, la veo darse media vuelta y marcharse de mi vida, pretendiendo que no le importa y que lo que fluye de sus ojos no son lágrimas.

Sigue tocando el piano para mí en el pasado. En esos momentos de memoria inmortal, estoy enamorado de sus notas y de su armonía.

Ahora está desnuda bajo las sábanas y este pequeño nudo de sentimientos es suficiente para mantenerme vivo más allá de la vida. Acaricia mi cara y las palabras no alcanzan para explicar cuán etéreo su toque me hace sentir. Ante semejante magia en sus manos, no me sorprende que el piano hable solo al entrar en contacto con esos dedos.

—Las personas son lo único cambiante en mi vida —le oigo decir—. Cada pocos meses, quienes quiero se van. Aprendí a no querer a nadie. Y tú vienes ahora y rompes la premisa de los demás y me haces romper la mía. Y te odio por eso.

Sus ojos están húmedos.

—Yo también te odio —le susurro.

Sus labios se separan ligeramente y se unen a los míos.

Todos mis sueños sobre ti siguen flotando, cada vez más cerca de la orilla.

Toca una última vez para mí, en el futuro, en el mismo piano que presenció los primeros de incontables besos.

En el pasado estamos bromeando y conversando entre sonrisas, sin poder imaginar lo que nos esperaba tan sólo unas pocas notas más adelante en la canción.

Pero ahora, el mundo está representado por sus ojos oscuros y su piel canela. Una armonía en el presente. Un anhelo en el pasado y una memoria de perfección en el futuro. Mientras mis dedos están entrelazados con los suyos, no quiero que la canción termine jamás.

En mi nada, lo fuiste todo para mí.

sábado, 8 de agosto de 2009

Piano: belleza, fantasía y horror.

Cualquier película, con un buen fondo musical de piano, resulta ser maravillosamente tierna y/o hermosa. Yo, por mi parte, prefiero las películas basadas en hechos reales. Pero sorprendentemente, los hechos reales de hoy en día son tan increíbles que pareciera que éstos han sido sacados de una película de aventura.

"Esta vida está basada en una película de aventura".

Es precisamente eso lo que define mi estilo y selección de temas al escribir. La fantasía, la belleza y los increíbles hechos reales.

¿Quién dice que estos elementos no pueden fusionarse?

El que lo diga es porque no ha visto a un chico tan desastroso como yo tocando un instrumento musical tan hermoso como lo es el piano.

Entonces pues, les invito a que nos detengamos un momento y empecemos a darle un toque de belleza, y fantasía, a nuestros increíbles hechos reales.

viernes, 7 de agosto de 2009

Así es la vida



Así es la vida

Por Pinocho en el Ministerio
A.K.A Jessica Márquez Gaspar


El día que me di cuenta de mis errores fue inútil. Aún era joven y podía repararlos. Aún tenía la oportunidad de volver a comenzar, de rehacer de mi vida. Inútil, totalmente inútil. La idea es llegar a viejo, tener como ochenta años y darse cuenta de pronto que cometiste tantos errores, que dañaste todo, que te frustraste tú solito la felicidad y que alejaste a los pocos que te soportaban y querían. Ése es el orden natural de las cosas, así es la vida. Pero no. Yo a mis treinta y tantos sabía ya que estaba jodiendo mi vida. Ahora tenía que dedicarme a darle un vuelco, a cambiarlo todo. Qué ladilla. Desde aquel entonces soy infeliz, mucho. Porque no tuve lo que todos tienen: la oportunidad de morirse insatisfecho con la vida, quejándose por todo y arrepintiéndose. Quién me manda, no debí ponerme a analizar, qué terapia y qué psicoanálisis, qué retrospección y qué nada. Y de la confesión ni hablemos. Yo tenía que quedarme tranquilito y dejar que las cosas siguieran su curso. Así es la vida, chico, y así debió haber sido. Ahora soy un tipo satisfecho, casado, con hijos. Tengo mi propia empresa, alcancé mis sueños. Tengo casi noventa años y estoy sano. Los médicos dicen que a este paso me moriré de causas naturales como a los 103 años. Esto no es justo, de pana. Es que el día que me di cuenta de mis errores fue inútil porque me cambió la vida, ¡Coño!

miércoles, 5 de agosto de 2009

Despedida

Por Moisés Lárez

São Paolo, 16 de octubre

Querida mía:

Con estas breves líneas sólo quiero que te des cuenta de que sí te quería. Sabía que ni una carta como ésta ni todos mis esfuerzos hubieran podido hacerte cambiar de opinión. Por eso tomé esa decisión, porque mi estadía en ese lugar ya no tenía ninguna razón. Quiero decirte que mi amor por ti fue real en primer momento, pero que después por mis necesidades fisiológicas empecé a utilizarte para satisfacerme. También a ti, porque yo sabía que te gustaba, pero cuando pasamos –o, en realidad, pasé– al siguiente nivel el placer para ti se acabó y yo sólo era como una bestia que se alimentaba con los más exquisitos manjares de tu cuerpo.

Lo siento.

El día que me di cuenta de mis errores fue cuando Jazmín empezó a decirme las mismas cosas que tú. En ese momento no la conocías, ni sabías que éramos amantes. Recuerdo con mucho placer cuando la conociste. Yo pensaba que te molestarías, que me dejarías para siempre, pero no fue así. Me sorprendiste. Resultaste ser una mujer demás valiosa, y así, sin más, yo seguí desaprovechándote. Me cegué más y empecé a saborearlas, sin darles cariño, ni amor. Sin saber que por dentro ustedes era lo que más quería: las amaba. Ahora llegan a mí flashes: recuerdo las noches en que las tres disfrutábamos el máximo placer, recuerdo cuando casi te mato y cuando ustedes intentaron asesinarme. Lo entiendo; yo también lo habría hecho. Ahora estoy viajando, conociendo otras mujeres para empezar un grupo como el de nosotras; para tratar de hacer las cosas bien.

Quizá jamás te olvide, como sé que quizá tú tampoco lo hagas.

Patricia

P.D.: Eras mi favorita. Por eso sólo te escribí a ti.

martes, 4 de agosto de 2009

Creep.



Recuerdo que la canción era Creep, de Radiohead. Recuerdo que calenté la voz por unas excesivas dos horas antes y recuerdo que cuando por fin fue mi momento de entrar al stage los nervios me jodieron la primera estrofa.

Pero así no es como comienza la historia.

Rewind. Estamos sentados en la acera, tomando, y surge el tema. Alexis ha estado balanceando la idea de una banda de acá para allá y aunque todavía no se han repartido claramente los papeles de la obra, ha dejado establecido que quiere que yo cante. La sugerencia no nace del azar. Durante meses, cada vez que salimos de la universidad nos vamos de insurrección urbana; provocamos a emos a pelear, pedimos direcciones de cosas que quedan en la vía de donde venimos (para responder con “gracias, jalabola”) e insultamos a la gente en las paradas de autobús portando máscaras estúpidas de extraterrestres felices. Todo con un soundtrack de Foo Fighters, Depeche Mode, Pearl Jam, Black Sabbath y Metallica, nosotros cantando y haciendo numeritos musicales con Bohemian Rhapsody y Simpathy for the Devil (en un par de ocasiones memorables fue Bad Boys, la canción de reggae famosa, ¿sabes? Bájatela. Ahora).

Por supuesto que mis falsetes y los vibrattos, el control del aire y las técnicas para alcanzar las notas más altas no me nacieron de talento natural; durante mis primeros tres años en el bachillerato estuve tomando clases de canto, paralelas con las clases de violín, porque no había nada más que deseara en el mundo que estar en una banda y ser como los tipos que veía cuando llegaba de la escuela todos los días a poner Mtv (cuando salir en Mtv no era vergonzoso). Las paredes de mi cuarto estaban tatuadas con afiches de Guns N’ Roses, Aerosmith y Iron Maiden. En mi persecución, logré de hecho formar una banda con compañeros de mayor y menor talento. Tocamos para la gente sólo dos veces.

Lo que sucedió fue una mezcla de factores que radicaban en la confianza que tenía en mí mismo (o la falta de ella). Para empezar, no poseía un estilo propio y cuando imitas a alguien más es imposible que te gustes, porque no vas a sonar como ese alguien. Si no estás acostumbrado a oírte, vas a decepcionarte. Por otra parte, odiaba el sonido de mi voz en un micrófono. Sonaba mucho más joven, mucho más suave y mucho más blargh que como sonaba a capella. La única solución era cantar con timidez, medida contraproducente porque si no abres la boca y te dejas de mariqueras, no vas a sonar bien jamás. Era descorazonador ver a tus amigos aprendiendo a tocar sus instrumentos mientras tú permanecías con un instrumento cuyo sonido odiabas. Así que renuncié. No dejé de cantar; sólo dejé de hacerlo para los demás.

Forward. Estamos sentados en la acera otra vez. Las cervezas ya no son las mismas, pero el tema permanece. Cuando Alexis me propone que cante, asiento y escondo mis miedos. Creo que esta vez puedo hacerlo mejor. Después de tantos años, estaba preparado para un round dos, que bien iba a decidir mi futuro como cantante.

Ahora sí.

Empieza la batería y el bajo de Creep. Estoy nervioso y cuando por fin empiezo, uso mucho vibratto. Es lo que he hecho cuando estoy nervioso desde tiempos inmemoriales. No miro a nadie a la cara. La música lleva un tono diferente al mío y es evidente que no estamos acompasados. Soy vagamente consciente de esto. Estoy luchando mi batalla por dentro.

I wish I was special. So fucking special.

But I’m a creep…

Entran las guitarras con fuerza y el ambiente empieza a cambiar. Consigo el tono, como se dice, y permanezco en la octava correcta. Y mientras canto la canción, algo por dentro sucede. Algo que no había experimentado hasta ahora.

I want a perfect body… I want a perfect soul.

La voz que estaba retumbando no era la de otro. Era la mía. No más miedos, no más debilidades, no más sensación de estar bajo una lupa. No existe un mejor momento que el presente.

She’s running out again…

Todos mis errores estaban siendo creados por el miedo. Enfréntate a tus miedos, libérate de ellos y verás cómo se vuelven una fuente de poder. La música desciende, el espíritu recobra poco a poco la conciencia y cuando terminas, demasiado pronto, inyección de endorfina inmediata: aplausos.

Amo a mi instrumento.