miércoles, 26 de agosto de 2009

De manos blancas y paredes azules

Por José Leonardo Riera


Esa casa había estado sola mucho tiempo. Los pobres, cuando se hacen ricos, olvidan las casas en los barrios. Pero sucede también que los ricos, cuando se hacen pobres, vuelven a ellas.

Fue por eso que volvieron. Se quedaron sin casa, sin dinero y sin hogar para siempre. No porque no tuvieran un hogar, sino porque no podían serlo. El alcohol, las drogas, los conflictos psicológicos y aquel pacto con el diablo estaban destruyendo todo.

Un hombre, una mujer y un adolescente hicieron chirriar dos rejas en el barrio antes de abrir la puerta. Ave María Purísima, dijo una vieja loca que los vio entrar. La cerámica en el piso estaba cubierta por una gruesa capa de polvo que, debido a las huellas de los zapatos de aquel matrimonio, asomaban dos ojos grandes y rojos que observaban a Leonardo. Él sabía porqué.

Luego de que limpiaron el polvo de los objetos y quitaron la telaraña del techo y las paredes, el tiempo pasó más rápido. Ellos, todos, iban de mal en peor. Pero Leonardo, misteriosamente, se estaba haciendo el escritor de terror más famoso de su ciudad. Aparecía en televisión, en la radio, en los periódicos, en eventos literarios de renombre y ganaba premios nacionales debido a su trabajo. La gente no podía saber cómo un adolescente alcohólico y drogadicto podía tener tanto éxito. Él sí lo sabía.

Todos los días se encerraba en su cuarto de paredes azules y telarañas grises a escribir lo que todas las noches vivía en su cuarto de paredes grises y ojos rojizos. Tú lo haces sentir tan real –le decían los lectores– uno siente como si el mismo diablo estuviera detrás de uno.


    –Tú lo haces sentir tan real –le decía el diablo– uno siente como si realmente dominara sus pensamientos.

    –Sí, soy el mejor escritor de terror de Venezuela –decía Leonardo, a quien Lucifer, uno de los siete demonios, ya había poseído.

    –Es así. Y lo serás del mundo –aclaraba el diablo–. Ya ves que estoy cumpliendo con mi parte del trato, sólo necesito más “inspiración”, ¿me entiendes? Jajaja


Allí, cuando ese cuarto era de paredes azules y nada más, Leonardo rezaba noche a noche para que su familia tuviera éxito. A fin de cuentas, él era un enviado de Dios y pronto tendría que dejarla. Era cuando allí, en ese cuarto, su aura índigo combinaba con sus paredes azules.

Debido a las noches, día con día aparecían manos blancas en aquellas paredes. Estas cuatro, en toda su superficie, tenían marcas de manos y de dedos que se arrastraban de arriba abajo.

¡Necesito más inspiración! –gritaba– ¡Yo estoy cumpliendo con mi parte del trato! ¡Dámela, así no tendrás que dejar a tu familia y te haré famoso!

Leonardo se moría de frío, estando en el infierno. Mientras el diablo le hablaba, temblaba; y no precisamente por la temperatura.

Noche a noche esto se repetía. Leonardo era llevado al infierno y éste era tan grande que dejaba negras las paredes azules y cubría aquel cuarto de ojos rojizos.Su alma luchaba desesperada por salir de aquel cuarto; aún así, para ser intangible, le era imposible traspasar las paredes. Mientras lo intentaba, se derretía poco a poco aferrada a ellas. El diablo, girando en la silla de la computadora o parado junto a la puerta, se reía de ella.


Así pasó el tiempo, y mientras Leonardo crecía su familia se destruía. Dejó a Dios, pues no podía sacrificarse por una misión que ni siquiera era para salvar al mundo. Él quería salvar a su familia, y para eso necesitaba vida y poder; El diablo, a contrario de lo que ofrecía Dios, le dio eso y más.

El padre murió de viejo. Tiempo después, su madre, desesperada por comprar alcohol, entró al cuarto de Leonardo a pedirle dinero. Consiguió un cadáver con los ojos rojizos en la cama, unas telarañas grises, unas paredes azules con manos blancas y una libreta en donde estaba escrita una novela. Su madre la leyó. Trataba del fantasma de una chica adolescente que sufre en su cuarto las apariciones de un chico poseído por el diablo. Ave María Purísima, lloró la madre. Leonardo, como en todas sus historias, mató a todos los personajes.

Luego de entregarle la novela al editor, la madre se suicidó. Con el dinero de la novela hicieron un hermoso panteón adornado con ángeles celestiales por todo alrededor. Hicimos este panteón tan magnífico como los seres que lo habitan –dijo el editor– a fin de cuentas, Leonardo era un ángel.


Leonardo vivió diecinueve años, tres de ellos en el infierno y, aunque ya murió, seguirá viviendo muchos años allí.


Ave María Purísima, dijeron los que leyeron a un adolescente que escribió de manos blancas y paredes azules.

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente bro =D ...!!! Creatividad , mucha creatividad tienes !