martes, 25 de agosto de 2009

Agonía por morir

Por Guillermo Geraldo

Debía ser mediados de febrero. La tensión reinaba sobre Japón. Todos cuidaban de qué hablar, qué decir y cuánto hablar. Las noches de balas y bombas se habían convertido en titulares fijos de noticieros.

Había aprendido inglés por mi padre el cual era profesor del idioma cuando los americanos eran aliados, pero la guerra había empezado y mencionar América en Asía ocasionaba miradas despectivas. Los ojos japoneses se hacían más agudos de lo frecuente. Te observaban con repudio.

El negocio de la familia estaba a salvo, era mi sustento en plena guerra, aunque se había hecho difícil conseguir los alimentos para el restaurante. Una vez u americano entró luego de estar cerrado el local. Me pidió el favor de dejarlo entrar. Pensé: “es americano, nadie abrirá sus puertas a esta hora”. Decidí hacerlo yo. Recuerdo todo. Pidió un rameen de tocino. Estaba vestido de traje, completamente calvo, sólo cruzamos algunas palabras en el pedido, sin embargo, al final me atreví a preguntar de qué se comenta entre los americanos sobre la guerra y Japón. Él, abriendo la puerta para marcharse, dijo: Hiroshima será cubierta por el Hongo gigante del pequeño muchacho.

Me pareció curioso, aterrador al momento. Era tan extraño aquel sujeto. Al comentarlo entre mis amigos lo tomé como un chiste. Todos reían y decían: “Malditos americanos, no tienen escrúpulos ya, están siendo derrotados y sin duda han sido trastornados, están locos, ya no tienen juicio”. En realidad, el que más lo repetía era un conocido del Dojo al cual acudía los fines de semana.

El 6 de agosto de 1945 a las 11 de la noche yo limpiaba las mesas luego de cerrar y observé cómo la puerta de vidrio se hacía añicos con una patada. Dos sujetos entraron, me golpearon. Mis técnicas de Taijutsu no funcionaron. Eran superiores. Sé que perdí mis sentidos y desperté en un cuarto.

Se me acercó un individuo hasta quedar cara a cara y preguntó de forma serena: “Con que Hiroshima será cubierta por el Hongo gigante del pequeño muchacho; ¿para qué organismo americano trabaja?”

No sabía de qué hablaba. Empezaron a golpearme se tornaban más violentos, y hacían la misma pregunta una y otra vez. Siquiera podía pensar el dolor. Empezaba a apoderarse de mí. Cogieron pequeñas hojillas y rasgaron mi piel sutilmente sin parar, lo hicieron como por horas. En realidad pienso que quizá sólo fueron algunos minutos, tenía mi cuerpo asquerosamente cortado bañado en sangre. Trajeron un balde y lo arrojaron en mi cuerpo; era maldito alcohol, mi cuerpo ardía como el infierno, vomité sobre mis piernas y volví a desmayarme.

Desperté cuando sentí un fuerte dolor en mi dedos. Arrancaban mis uñas. No sabía por qué lo hacían, pero recordé aquel febrero y hablé. Les conté sobre el americano. Por desgracia me creyeron sólo hasta que preguntaron qué más sabía. A partir de ahí jamás confiaron en mí veracidad, estaba siendo matado, torturado. Maldito americano sólo vino a desgraciar mi vida. Era una gonorrea, lo maldigo por mil años.

No me creían, trajeron par de ratas y las soltaron en mi pene. Estaba desnudo cuando empezaron a rasgar. Era indudable que tras aquel dolor si hubiera sabido algo más lo hubiese escupido, hubiera hablado. El hambre y el dolor empezaban a ser compañeros de la sed infinita que sentía. Trajeron una especie de plancha, la calentaron, recuerdo, y entonces cocinaron mi piel, quemaron mis brazos, mi cara. Mencionaban lo agradable de un pedazo de carne bien cocido. Aquel aroma superaba el dolor de las quemadas. Eran una tortura psicológica, no soportaba el hambre. El japonés de mierda tomaba agua frente a mí. Había una regadera la cuál abrían cada cierto tiempo y yo ahí como una plaga sin poder moverme. Lo mismo que hicieron con las hojillas lo hicieron en mi ano, era imposible defecar,. Suplicaba que me mataran, no quería seguir viviendo. Mi cuerpo estaba fracturado, quemado y destruido. Nada podía ser peor que aquello. Juré que reencarnaría para acabar con aquel americano y con el infame torturador. Les haría lo mismo. Pusieron mis manos como aquel que mendiga y pide limosna, y derramaron ácido muriático en ellas. Entonces el sujeto dijo: “Confiamos en ti. Ha sido lamentable que no sepas nada, claro; pero ya es muy tarde para dejarte vivir, y disfruto mi trabajo al máximo.” Clavaron una daga en mi hígado, y rasgaron mi yugular hasta desangrarme y darme muerte.

Mi agonía de cuatro días acabó.

2 comentarios:

Karim Taisham dijo...

ooooooooooooookkkkk!!! Guillermo, el sadismo de tus personajes supero el sadismo de los mios jajajja. solo una critica (no lo tomes a mal) estas lleno de lugares comunes con respecto al escenario que construyes (el japones), eso por un lado y por el otro, el personaje principal tambien era japones, de modo que decir: "el japones de mierda" estas extrapolando al personaje de su propio entorno, es como decir: este maldito venezolano y el personaje es venezolano tambien, no se si me explico...

pero todo lo demas, esta genial, sobre todo la descripcion de las torturas, se parece un poco al mio, solo que en mi caso, fue mas instroespectivo, lo tuyo es: "el personaje contra lo que no puede luchar".
todo lo demas esta bien, se parece al mio jajajja estamos viendo demasiado "saw" ;)
abrazos y felicitaciones!!!

Guillermo Geraldo dijo...

Sí, tienes razón... lo pensé, pero ya lo había mandado ¡gracias noe!

xD "Saw" hahahaha