miércoles, 27 de enero de 2010

“¡Yo siempre había creído que las niñas eran unos

“¡Yo siempre había creído que las niñas eran unos
monstruos fabulosos!- dijo el Unicornio”
A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí
Lewis Carroll

Por Paula Ortiz

Tras el telón hay un universo de deseos encontrados. Nervios e incertidumbre se desatan en el backstage de un concurso de belleza. Al salir, los reflectores iluminan rostros recién maquillados, imperfecciones ocultas tras kilos de polvos y rubor. Los uniformes sensuales, que muestran pero esconden y al mismo tiempo disimulan, exhiben un cuerpo esbelto, con estigmas de sufrimiento y sacrificios. Un opening en el que las estrechas cinturas se contornean al compás de la música marca el inicio del certamen. Amistad y rivalidad se enfrentan en la tarima y sonrisas dibujadas con escalpelos y colágeno muestran su brillo más radiante.

Una presentación de ensueño. Un traje de brillantes y escotes pronunciados. Una seductora actitud de femme fatale que soborna los más oscuros deseos de un jurado expectante. La receta perfecta para conseguir un voto de grandeza que te acerque más a la corona, que te permita palparla mientras una compañera te abraza con sutil envidia.

La noche más linda del año trascurre con altos y bajos, errores y éxitos, bandas y reconocimientos. Uno que otro tropiezo arruina el maquillaje, lágrimas nerviosas y risas exaltadas entre hipocresías cubiertas de sedas y orfebrerías ostentosas. Miss simpatía ya tiene nombre y apellido. La reluciente escarcha de su banda ensucia las intenciones de quienes se acercan a felicitarla.

El certamen continúa virgen de reina. Tacones que realzan las ganas de destacarse entre las demás hacen mover las siliconas de un lado al otro entre pasos firmes sobre la pasarela. Siempre seguras, siempre atentas. Los asesores corren de un lado al otro lejos de las cámaras, allá donde los detalles hacen la noche y los imprevistos se remiendan con retazos de lo que se pueda.

Los retoques en el ego no se hacen esperar en los intermedios. Cada vez quedan menos candidatas a la corona. Lindos cuerpos y rostros angelicales son opacados con ingenuas respuestas y absurdas verborragias. Un frasco de cristal frente a sus narices contiene el último escalón, el último riesgo de un paso en falso, la exposición a la humillación. No todo es belleza, les dicen. ¿Existe otro evento tan majestuoso y pretencioso?

Finalmente el momento cumbre ha llegado. La tercera finalista recibe su ramo de flores y su banda de perdedora con belleza notable. La segunda finalista, más linda o menos fea que las demás que se quedaron atrás, sonríe con conformismo insatisfecho. Dos chicas esperan que su nombre sea el último en pronunciarse. El vestido parece ya no ser lo único que les corta la respiración.

Tras estruendosos aplausos, y con la misma cara que tantas veces ensayó frente al espejo, una llora de emoción y siente la corona posándose sobre su incómodo pero tolerable peinado. La otra, la abraza sollozando de una tristeza que, maquillada con L’Oréal, ha de disimular. La noche se acaba entre grandes alborotos y críticas, basura donde antes había Scuttaros, consuelos obligados y colillas de cigarros.

lunes, 25 de enero de 2010

Hacia el horizonte...camino


Hacia el horizonte… camino

Por Jessica Márquez Gaspar

Lo umbrales parecían amontonarse, superponerse unos sobre otros, agruparse en un rincón de mi memoria, de mi historia, como si se tratara de retazos de canciones que ya no canto o de nombres perdidos en el tiempo. Tuve que desempolvarlos para poder apreciar su antigua pero igual presente belleza. Contrario a lo que esperaba, estaban ordenados cronológicamente, formando una irregular pila que amenazaba con derrumbarse de un momento a otro.

Desarmando el montón tomé el que servía de base con curiosidad. Estaba cubierto de telarañas por ser el más viejo, y nada más tocarlo supe lo que guardaba. Cuando cumplía once se me presentó una oportunidad única: mi mamá tenía la posibilidad de un año sabático, y lo tomó en el exterior. Antes de saberlo estaba viviendo en un apartamento alquilado en Madrid, no muy lejos de la Universidad Complutense, y en pocos meses me sumergí en Europa, en aquella particular y maravillosa forma de vida que me era desconocida. Entendí entonces que la vida como la conocía era sólo una ínfima parte de un planeta, que aquello que llamaba “patria” y “hogar”, era tan sólo un rincón del mundo. Esta consciencia me acompaña desde entonces, y me acompañará toda la vida.

Decidí sentarme en el piso para seguir observando los curiosos umbrales. Este tenía bordes afilados y era de una forma casi desagradable a la vista. Se refería a un año particularmente terrible, que supuso varias despedidas que nunca he superado. Fue cuando comprendí la importancia de la vida y la muerte, maduré de pronto y dejé mi niñez abandonada. Pronto me llené de ausencias irremplazables y una parte de mi nunca volvió a ser la misma. Los recuerdos de aquella época me alcanzan aún, desprevenida, en los momentos más inesperados. Tuve ganas de tirar aquel umbral, pero supe que a pesar del dolor que implicaba, era una parte importantísima de quién soy, de en quién me he convertido. Terminé por apartarlo a un lado con desagrado.

El siguiente umbral era de colores. Reconocí sin esfuerzos los recuerdos agridulces de mis 16 años, que despedían ilusiones y algunas canciones de rock que aprecié especialmente. Descubrí en aquella época mi vocación periodística. Bajo la tutela de Dariela me sumergí en la escritura de artículos, y pronto entendí que eso haría el resto de mi vida. Hubo rabia también. Pero algo era diferente en mí, tenía ahora una dirección, un propósito, y me avoqué a perseguirlo con todas mis fuerzas.

Después venía un umbral de formas irregulares, pero muy hermoso. Inspirado en el Pastor de Nubes de Calder y en los edificios de Villanueva, aquel representaba mi entrada a la UCV para cumplir mi sueño de estudiar Comunicación Social. Supe entonces que había llegado a casa. En los recovecos de la Ciudad Universitaria encontré un nuevo hogar y me fui aceptando como intelectual. Fue un reencuentro conmigo misma, y sentí que, por primera vez, sería verdaderamente parte de un espacio, de un colectivo. Y lo fui. Coloqué delicadamente este umbral en el suelo, mientras la poca luz que entraba por una diminuta ventana le arrancaba destellos de colores.

Finalmente, el último de los umbrales, el más nuevo. Podría pasar por una hoja cualquiera. Era liviano y limpio. Ese lo recordaba bien. Después de muchos años me había atrevido a hacer público lo más privado que poseía: cuentos, poemas, crónicas. Las narraciones que habían vivido siempre en la oscuridad. Los resultados fueron maravillosos: creado Letras a Litros, ahora escribir era un proceso colectivo, divino, divertido. Me acepté como escritora y descubrí que nada me hacía más feliz que aquello. Descubrí con asombro como podía ser verdaderamente entre las palabras, y cuánto me llenaba el compartir ese proceso con otros. Observé con cariño aquel umbral por un rato. Después lo aparté también y reflexioné.

Estaba ahora ante un nuevo umbral. Aquel era desafiante e increíble al mismo tiempo. Por golpes del destino, mi ejercicio laboral había comenzado, y descubrí la docencia como necesidad, la investigación como razón, y la teorización como explicación necesaria del mundo. Poco a poco me iba formando como profesional, como individuo. Sentía también una fuerza interna que parecía haber estado latente muchos años, pero que ahora afloraba con intensidad. Entendí, de pronto, que se debía a que había hecho paz con mis recuerdos, con aquellos puntos negativos de los umbrales de mi vida, y que sólo quedaba lo mejor de ellos, que formaba parte de mi imperfecto ser, que me componían, pero que ya no podían dañarme, ya no dolían como antes.

Me levanté del suelo y por un segundo cientos de imágenes, de momentos, de sensaciones, desfilaron por mi mente a toda velocidad. Entre ellas algunas muy agradables de reciente data. Supe entonces que aquel era el mejor umbral hasta ahora. Supe también que era necesario haber vivido esos momentos decisivos, esos puntos de mi vida que habían marcado un “antes” y un “después”, pues me habían llevado a este nuevo umbral. Eran escalones, pasos hacia la felicidad. Respiré entonces profundo, y con valor di un paso al frente. Empecé a caminar hacia el horizonte, hacia un nuevo panorama. Con la mirada fija en el futuro, y un gesto sereno en mi cara, dejé aquella habitación sin mirar atrás, y me interné en el umbral que me correspondía vivir, porque este es el momento: el mejor de mi vida.

miércoles, 20 de enero de 2010

“¿Quién soy entonces? Antes decídmelo, después,

"¿Quién soy entonces? Antes decídmelo, después,
si me gusta ser esa persona subiré; si no, me
quedaré aquí abajo hasta que sea alguna otra”
Alicia en el País de las Maravillas
Lewis Carrol

Por Paula Ortiz


Una mañana distinta a las demás, un avión por tomar, varios abrazos de despedida y lágrimas de miedo, tristeza y emoción eran ideas que me prevenían de un gran cambio. Me mudaba del único lugar donde había vivido, me mudaba de la única forma que conocía de vivir, me mudaba de mi infancia con recuerdos empacados y con ganas de irme en cuerpo y quedarme en alma.


Incluso mi cuarto parecía diferente, todo comenzaba a verse gastado, tan inservible que había que renovarlo. La mañana se pasó más rápido que de costumbre. Las últimas horas que quería disfrutar en mi casa se esfumaron como burbujas de jabón. No quise comer, tenía el trillado nudo en la garganta previo a cualquier incertidumbre que acorrala la naturaleza humana. Mi papa llevó mis maletas hasta el auto, mi mamá y yo veníamos detrás. El camino hacia el aeropuerto me pareció tan corto como nunca, se nos fue entre charlas y consejos repetidos que parecen nunca ser suficientes.

Haciendo la cola para el chequeo volteé la mirada y ahí estaban, sorpresivamente, cuatro amigos y un novio aguardándome para una última despedida que se estaba postergando desde hacía días. Aguardamos a que llamaran mi vuelo entre buenos deseos y abrazos vestidos de promesas, pensando todos que quien dijo que la distancia era el olvido estaba equivocado.

Sentí que era yo la que había decidido irse, era yo la que no podía llorar, era yo la que no debía hacerlos llorar a ellos, y haciendo mis mejores esfuerzos por asegurarles que todo estaría bien me despedí de mis padres otra vez. Luego de mis amigos, quienes hasta el sol de hoy persisten, esporádicos, pero presentes, y, por último, del novio que sí supo alejar la distancia.

Crucé a la sala de embarque y comencé a caminar hacia el avión. Frente a mi tenía una pasaje hacia una nueva vida, no muy lejos de casa pero si totalmente diferente a lo que ese concepto englobaba hasta ahora. Una carrera, nuevas personas, lo que me gustaba, lo que me asustaba. Nunca pensé que fuera tan difícil y nunca me pregunté tanto si todo el mundo había sentido lo mismo que yo, si algún momento de sus vidas les hubiera hecho crecer de la forma en que este nuevo panorama me obligaba a hacerlo.

Cuando llegué, Maiquetía me mostraba otra cara que no era tan gris, no era una puerta que se cerraba sino una que se abría. Con el mismo miedo que ganas me preparé para lo que me esperaba, ansiosa por descubrirlo.

martes, 19 de enero de 2010

Estafa de chinos

Por Gabriela Valdivieso

(ojos cerrados, mente abierta)

En un bote en el medio de la nada estaban los dos sujetos que vi que se habían escapado de los amarillos. Con mi amiga nadé hasta allá y subimos a las maderas flotantes. Uno de ellos se mantenía callado, inquietante. El otro contaba, emocionado, su escape: “Me camuflé con la ‘g’ gigante de ‘Kellogs’ y, pasados los enemigos, empujé la valla conmigo arriba hasta hacerla caer. La surfié por los aires y, próximo al suelo, salté. Fue onírico, fue un salto normal que escapó de un gran impacto. Volví a saltar por el rebote de la valla y listo, ni una ‘y’ de rasguño. Corrí y halé a Bob, tomamos este bote y voilá".

Pensaba en el nombre ‘Bob’ como etiqueta para ese hombre cuando subieron, ¡oh!, los amarillos. Los chinos habían vuelto y ahora yo debía escapar. Surfear, nadar, ahhhhh.


Siempre lo mismo: oficinas recubiertas, vías largas, sobres grandes y hoy; estafa de chinos.


Es raro. Pero en mis sueños no aparecen las cosas ni la gente que amo. No mi familia, no mi amor, no los amigos de mi alma, no la gente que me ha hecho crecer. No textos, no suéteres, no pelotas que rebotan, tampoco diarios, ni potes inmensos de Nutella.


Me he consolado pensando que no aparecen en mi inconsciente porque están muy en mi consciente, pero no era suficiente.


Entonces lo razoné, ¿para qué tenerlos en sueños si los tengo en la realidad? Escogería una y mil veces tenerlos cerca que vaporosos y desordenados, como esas imágenes propias de los mundos de los ojos cerrados y la mente abierta.


Quedé contenta con mi razonamiento hasta que, ay, me adelanté a los hechos y pensé que quizás con la distancia a mis amores y a mi país que se aproxima a mí, quizás entonces los soñaré más.


Entonces volví a mi congoja. La de no tenerlos cerca y más cerca. En mi mente y a mi alrededor. Deseé cerrar los ojos para pensar en sobres grandes y árboles caminantes para reemplazar este pensamiento, por cualquier otro.

¿Un solo sueño? No podría

Por Samar Hokche

Mis ojos se pierden en los laberintos de mi mente y mis preocupaciones toman un leve descanso bajo la sombra de mi seguridad.


Las voces de afuera se transforman en murmullos del pasado que aclaman mi regreso.


Se hace oscuro pero no siento miedo ,y en tan sólo un instante de descuido, soy feliz de nuevo.


No existen límites, ni angustias, y como en un desfile de moda, infinitas posibilidades se presentan ante mí, pero yo padeciendo de poco tiempo. Respiro libertad y sonrío al andar.


Son mi refugio, son mis sueños. Por eso si me piden que escoja uno, simplemente no podría hacerlo, todos son parte de mí. Se han convertido en mi escudo, en mi esencia y en lo más importante que tengo.

Yo quiero ser como tú

Por José Leonardo Riera



En la escuela, siempre soñé con ser como él. Fuerte, valiente, importante. Quería tener muchos amigos, que todos me tuvieran miedo; poder pegarle a quien quisiera, cuando quisiera. Le decía: Yo quiero ser como tú. Él tan sólo se reía y me golpeaba. En la escuela.

A pesar de que Iván era la persona a quien más temía, yo soñaba con ser como él. A pesar de mi empeño, no pude ser como él; ni siquiera como yo. Ser fuerte y valiente es algo muy difícil.

Soy una persona tenaz, lucho por mis sueños, nunca los olvido. Por eso todavía intento ser como Iván. Día por día, suceso por suceso, trato de ser tan malo como algún día él lo fue.

Pero siempre, en cada golpiza, en cada asesinato, algo no sale tan perfecto como mi plan lo estipula. Intento tomar en cuenta mis equivocaciones, no repetirlas nuevamente. Mas no lo logro. El camino para lograr nuestros sueños está lleno de equivocaciones, construido con las mismas piedras con las que tropezamos.

Esta vez voy a intentarlo de nuevo. Hoy es el turno de Iván. Ya todo está planeado. Este asesinato será el que me haga lograr mi sueño: Ser valiente, fuerte y malvado –me dije.

Allí estaba Iván, robando a esas dos personas. Justo antes de que lo matara.


Vi fugazmente la cara de asombro de los testigos, volteé y me fui caminando.

No obstante, mientras caminaba, algo intentó detenerme.


- ¿Qué quieres? –le pregunté al mocoso.

- Yo quiero ser como tú –me respondió.

lunes, 18 de enero de 2010

Un Sueño Perfecto

Tuve un sueño en el que yo era perfecto.

No existía dolor, ni ansiedad, ni miedos. No existían las negativas. Siendo lo que era (irreal), una parte de mí en las profundidades de mi conciencia sabía que todo era una mentira, como siempre lo sospechas cuando sueñas.

Pero yo lo quise creer.

Quise correrle al despertar.

Estúpido.

Uno no puede escaparle al amanecer.

miércoles, 13 de enero de 2010

El negro tiene tumbao

-¿Ese carajo no es Guillermo? El de la acera.

-Sí, parece un diputado vestido así de camisa, corbata y pantalón ¡Jajajaja!

-Bueno, él quiere ser algo como embajador, una vaina así.

-Sabes que el otro día estaba entrando a Farmatodo con él y una amiga psicólogo; entonces a éste se lo ocurrió decir que su mayor satisfacción (por encima de un orgasmo) es orinar; orinar luego de haber aguantando por mucho tiempo. Ella le empezó a hacer preguntas y terminó por decirle que posiblemente era sadomasoquista. ¡Jajajaja! Cómo me cagué de la risa, o sea, no creo ese brother lo sea, odia el dolor. Aunque ¿quién quita? Que curioso, una de las preguntas por parte de ella para su análisis fue si le gustaba la música que es muy aburrida y que luego explota, a la cuál él respondió que sí, que de hecho uno de sus grupos favoritos es Coldplay.

-¿Dijiste “brother”? ¡Que pavito eres! Él y yo nos la pasamos hablando cómo las pronuncian las sifrinas. Dicen “brodere” en lugar de “brother”, “mareco” en lugar de “marico” y algo como "tripear-re" para “tripear”. De hecho Guillermo tiene una lista de palabras hiper pavitas como: Brother, heavy, tripear, bicho, men, chiling, whatever, explotada (refiriendose a una mujer atractiva), jevita y culito.

-¿Qué estará haciendo ahí en la calle como el típico borracho un 1ro de enero?

-Seguro va a salir con Gabriel y Daniel, sabes que siempre que esté Gabriel en Venezuela esos tres son compinches.

-Son sus mejores amigos, aunque él piensa que algún día se van a enamorar de la misma chama y terminarán por no hablarse.

-No vale, al Memo le gustan las gordas, a Gabriel y a Daniel no; aunque ultimamente está abandonando esa característica que tanto lo identifica, le están gustando mucho las flacas también.

-Bueno, yo creo que eso es desde siempre, sólo que ha conseguido gorditas con una sazón… ¡Jaja! Pero fíjate sus amores platónicos siempre han sido flacas: Nicole Kidman, María Sharapova, Beyonce...

Una vez hasta soñó con Kidman.

-¿Soñar? ¿Qué hablas? Algunos de sus sueños son demasiado descabellados. Si hasta una vez me contó que soñó con el fin del mundo. Se encontraba en el estacionamiento del CCCT y pudo refugiarse en dentro una Hummer, luego del tormento apareció Chucky para aniquilarlo, por suerte llegó Mr. Músculo al rescate y lo salvó.

-Bueno, el chamo es escritor para un blog. Capaz el hecho que escriba influye en su mente bohemia, quizás por eso tiene esos sueños fumados. Yo creo que le gustaría que sus amigos del blog escribieran sobre un sueño en particular, alguno que hayan tenido, tomarlo y desarrollarlo en un texto.

-Sí, seguro lanza su pauta sobre eso. No sé, él es medio raro, tiene vainas de Amélie pero masculinas.

-¿Amélie? Que yo sepa su película favorita es Troya, pero sí me dijo una vez que con Amélie ha estado en mejores situaciones, más bonitas. O sea, al momento de estar viendo la película.

-¡Jaja! Seguro estaba con una chica para aquel momento. Ese chamo se enamora tan rápido.

-Es que siempre mira las virtudes de la gente, siempre hay algo que los hace bonitos, siempre hay cualidades que los hacen diferentes. Las personas que poseen más cualidades diferentes son las que más le atraen, de las que se enamora, catalogadas por él como "uncommons".

-Qué bolas, si es así de confuso y enamoradizo con las mujeres dudo que llegue a casarse, a menos que se meta a musulmán (con el respeto de los mismos).

-Sí, él me dijo que duda que llegue al matrimonio, que no puede asegurarlo por que es muy chamo para hacerlo. Aunque fíjate, Coco Channel negó rotundamente a temprana edad casarse en su vida y tristemente lo cumplió.

-Bueno podríamos decir varias curiosidades sobre él antes que sé de cuenta que lo estamos mirando, como que fastidia demasiado a los negros. Piensa que no debió haber nacido negro; sin embargo adora ser moreno.

-Sí, otra; cada vez que hay mostaza en la nevera, le echa a todo. A todo lo salado, claro.

-Le tiene miedo en exceso a las alturas. Las piernas le flaquean al estar en un lugar muy alto y mirar para abajo.

-No sabe manejar.

-Le han gustado demasiadas Estefanías y Danielas en su vida.

-Cree que el socialismo es utópico.

-Tiene ocho meses diciendo que va a empezar a hacer ejercicio.

-Siempre ha querido tocar batería. Es pésimo tocando en una, pero es bueno baqueteando con los dedos sobre la mesa.

-Es católico por educación, pero es un ser sin fe. Es realista y para algunos pesimista. Piensa que el hombre es malo por naturaleza.

-Siempre que espera el metro ha querido lanzarse y poseer chupones en sus extremidades para quedar pegado al parabrisas. Sabe que es imposible, pero la idea le agrada.

-Piensa que tendrá esquizofrenia cuando sea anciano.

-¡Joder! Ya se dio cuenta que estamos aquí.

-Vamos a saludarlo y nos vamos pa'l carrizo.

-¡Sí va!

martes, 12 de enero de 2010

A más lecturas, menos sentido

Por Gabriela Camacho

Mi cuarto no es un santuario de perfección, lo admito. Pero el lugar en donde no permito que reine el caos es mi biblioteca. Allí es a donde los invito, el segundo tramo, el mundo al que cualquiera desearía pertenecer. Desde el viejo C. S. Lewis hasta la Stephenie Meyer de la actualidad. Colores disparejos con un orden aleatorio, pero eso sí, tamaños similares van juntos.

Ahora me pregunto: Acaso a ti, que lees esto, ¿te importa cómo va mi biblioteca? No lo creo, así que dejaré la teoría para luego. Si me pidieran elegir un libro de mi colección pediría clemencia, seamos sinceros, eso no se puede. Cada libro que tengo es mi favorito, cada autor hace que vaya directamente a la primera página y me hunda en la historia hasta la última.

“Las crónicas de Narnia”, como toda buena colección, tiene partes que no me agradan. Y de siete perfectos libros podría leer hasta la inconsciencia cuatro. Sugiero, a quien no haya perdido su infancia, “La travesía del viajero del alba”; prometo que superará sus expectativas.

Cambiando de tema, tengo debilidad por la historia universal, y un intenso desprecio por aquellos autores que hacen que te sientas en una silla de púas mientras intentas ser culto. Esa no es una sensación bonita. ¿Quieren historia, y de paso, entretenida? Lean cualquier libro de Dan Brown, mentiría si digo que no está entre mis autores favoritos. Ese hombre es capaz de inyectarte conocimiento histórico mientras intentas descubrir si el protagonista seguirá vivo para el siguiente libro. Cuando te das cuenta estás hablando como si de verdad hubieses prestado atención a las clases. Bravo.

Me gustan los vampiros, mas no como los traen a la vida hoy en día. Si necesito mencionar un libro de vampiros que me fascine diré “Entrevista con el vampiro”, de Anne Rice. Lamentablemente, no he terminado la segunda parte (Son diez, como si no me gustara) y no porque no lo deseo, de verdad. Aquí no hay vampiros vegetarianos, no señor, pero ¿eso qué importa? Me gusta, mucho. Y sí leí Crepúsculo, también me gustó, pero me contenta poder decir que no continuaré con esa saga. Aplaudan ahora, ya sé quién lo estará haciendo.

Quisiera comprar “El retrato de Dorian Gray”, es un clásico; y como todo libro que puede que nos guste, fue prestado, no hablaré más de él. Siguiendo la línea que mi memoria me permite recordar, compré con gusto “Confesiones de un chef” de Anthony Bourdain, léanlo. Lo menos que podrán encontrar es una receta, me encanta. Y créanme: cuando lean el libro, si conocen a Bourdain, escucharán su voz narrando. Sublime.

Quien no haya leído Harry Potter, que me lo diga. Si dicen que no les gusta, el hecho de que leyeron el primer libro es un secreto bien guardado, no importa, mientan más. Mi libro favorito es “El prisionero de Azkaban”, pero, si sienten curiosidad, les aseguro que hasta el último número de mi cédula odió a Rowling por el libro siete. Por la magia que tuviste, mujer, ¿qué clase de libro mata-emociones es ese? Me disculpo, el libro no es lo que yo (ni mucha gente, me atrevería a decir) deseaba.

Estoy entrando al mundo de Stephen King y eso se siente bien: certificado. Con un volumen de “Todo es eventual”, de catorce historias, estarán bien y podrán presumir como yo. No me gusta presumir, por si acaso. Quiero en este punto hacer una mención afectuosa (de la que no se enterará) a John Katzenbach, por darle un peso a mi mesa de noche, un espacio ocupado en mi biblioteca y dos historias que leer a una pobre chica de dieciséis años. “El psicoanalista” y “La sombra” son geniales.

Es triste despedirse, pero mañana tengo clase, la primera del año. Para ofrecer sólo tengo una última y mísera frase: Tecni-ciencia Libros, ¿Qué has hecho conmigo?

lunes, 11 de enero de 2010

Quot Libros, Quam Breve Tempus.


Victor se acostó en la cama y, mientras el capitán le aplicaba primeros auxilios, él fue relatando su historia, un cuento de dolor, sufrimiento y la más oscura depresión que he leído alguna vez. El tocayo era Victor Frankenstein. Y ese era el inicio de un viaje sin fin, que no ha hecho sino traerme placeres.


Yo ya conocía los placeres de la lectura, claro. De niño, me habían regalado libros de Verne, de Mark Twain y yo me había infiltrado en los libros de bachillerato de mi madrina, donde podía leer a Quiroga y a Poe. En aquella época, leer “leyenda” era sinónimo de cuento de terror, de cosas que no podían ser, pero eran. Atraído como abeja a la miel.


Pero fue la señorita Shelley la que comenzó mi vida lectora, propiamente dicha. Influido por ella, escribí un relato (creo que fue en el sexto o el séptimo grado) de un guerrero feudal que vuelve de una guerra perdida en el exterior para conseguir a su pueblo destruido, su familia muerta y el futuro amenazado por un mal innominable. Sólo amigos cercanos la leyeron, una crónica gótica hasta las amígdalas, que se perdió cuando me formatearon el disco duro.


Después de mi primera misión junto al agente 007, en (para la época, 007 era El Hombre, gracias a ese juegazo de Nintendo 64), el status quo se mantuvo en paz, hasta que pasé una larga tarde encerrado en un Pinto, con un San Bernardo rabioso esperándome afuera. El libro era Cujo y el autor era Stephen King. Aunque no conocía nada de King, relacionaba su nombre con el terror (más que todo, gracias a la tele, que siempre que daba una película el domingo en la noche, decía “de la mente del maestro del terror: Stephen King…”) y no fui decepcionado. Personajes reales como la vida misma y una historia sobre los límites de la realidad. Era el inicio de algo que todavía hago (pero en mucha mayor medida): viajes a la librería a gastarme todo mi dinero en libros. Leí Misery, El Resplandor, Carrie y, para variar, Entrevista con el Vampiro, de Anne Rice (libro que leí unas cinco veces. Cuando lo abro ahora, las páginas son amarillas y tienen ese olor a libro viejo que amo). Conocí a La Hermandad de Grisham, al cementerio indio que está más allá de la casa del Cementerio de Animales (King, otra vez) y a la obsesión de un hombre encerrado en El Túnel.


Cíclicamente, llegué a otro punto de inflexión al entrar en la Católica y leer a un hombre que hoy por hoy influencia mis textos (lo considero mi padrino literario): el hombre de Providence, Howard Phillips Lovecraft. Después de él, los horrores se volvieron invencibles, indescriptibles, un equivalente mental al uranio: acércate demasiado y tu mente se marchita y se muere. ¿Cómo yo no iba a dejarme seducir por eso? Mi alianza espiritual quedó sellada cuando gracias a él gané mi primer premio en lo referente a cuentos, por un relate claramente inspirado en él, como hombre (no estoy enamorado de Lovecraft… bueno, sí, pero eso no viene al caso).


Ahí el camino se bifurca y las sendas se entrelazan. Nombres, historias, experiencias. Bret Easton Ellis, Hubert Selby Jr., Chuck Palahniuk, Mark Danielewski, Joyce Carol Oates, Ira Levin, Takashi Matsuoka, William Peter Blatty, William Faulkner, Fedor Dostoievsky, Cormac McCarthy, Richard Matheson, William Golding, Robert Kirkman, Garth Ennis,Truman Capote, Jorge Luis Borges, Neil Gaiman, Clive Barker, Robert Bloch… y el camino no deja de extenderse.


La culpa no es mía. Es de ellos. Estoy seguro de que ustedes, más que nadie, saben a qué me refiero. Quot libros, quam breve tempus.