miércoles, 13 de octubre de 2010

Al final no queda nada

 Al final no queda nada

Jessica Márquez Gaspar
La ansiedad me recorre el cuerpo como las hormigas. Sensaciones, sentimientos, un olor, una piel. Me acorralan. Me atrapan en una esquina y se hace difícil respirar. Nace entonces una pequeña semilla: la de un cuento. Siento que me desbordo. Historias pujan por salir, golpean la puerta de mi creatividad, gritan a las yemas de mis dedos que escriban, que tecleen con urgencia. Pero la vida no entiende de estas necesidades, y yo debo postergarlas hasta que baje el sol, hasta el próximo autobús o la madrugada solitaria en que me cubra el brillo del monitor.

Recuerdo aún tu cuerpo perfecto. Comienzo la historia. Era perfecto para mí, sin importar lo que dijeran. Recuerdo también tu piel, que me era ajena. Tú tal vez ni lo imaginabas. Continúo. Eras una aparición divina, me emboscabas con las defensas bajas y el corazón abierto, con la sensibilidad esperando ser acariciada. Sabías jugar bien tus cartas. O tal vez era una jota del destino que nos juntaba. Te extraño. Nunca te tuve. Como las historias que crecen justo en el límite entre el sueño y la vigilia, tu boca y tu pelo se hacían fantasía, y ya no sabía si estaba viva, si alguna vez lo estuve.

Titubeos. Palabras borradas. Reescribir. Una voz interior narra. Narra hasta el último aliento. Narra hasta dejarlo todo salir, hasta que aquel grupo descoordinado de sonidos se convierte en sinfonía. Las palabras ocupan su lugar y queda un texto. Y tú que continúas ahí, inalcanzable. Tú. Y aunque no pueda tenerte, ni tocarte, aunque seas para mí las formas divinas de lo imposible, aún así existes. Aún así mueves algo muy profundo en mí ser, aunque sea por el breve instante en que te trae la brisa. Como las mariposas, eres inatrapable. Justo cuando creo tenerte entre mis manos, mueves tus preciosas alas y te dejo ir. Cobarde.

Nuestros caminos parecen querer coincidir, pero son traspiés de la vida, y nos encontramos de pronto en la contradicción que camina entre nosotros. ¿Cuál fue la hora maldita en que empecé a necesitar tu cuerpo? Inquiero entonces al silencio que reina a mí alrededor, aunque sea tan sólo el silencio que guardan el resto de mis pensamientos. ¿En qué momento te volviste una deliciosa obsesión? Me miras como si no supieras nada. Me miras. Y yo incluso en aquella oscuridad siento como recorres mis esquinas, mis recovecos, con tus ojos negros. Y es como pedirle al mundo que se detenga, que me regale eso. Que me regale la laguna de tus profundidades, pero ni tú, ni yo, podemos. Hay juegos que no se habrán de ganar.

Aún tengo ganas de gritar. De interrumpir el recorrido de la ciudad para decir lo que siento. De caminar justo hacia el medio de la calle y decir que te quiero. Pero no puedo.  Y finjo a tu lado, y escribo lejos, muy lejos. Mis dedos buscan un consuelo que no encontrarán. Mi boca desespera, callada, silente. Es hora de que hable el que normalmente guarda silencio.

Hoy que te he encontrado nuevamente, me enfrento otra vez a la inevitable realidad. Apenas cierre los ojos te habrás ido, apenas coloque el punto y final ya no podré tenerte. Porque en las líneas vagabundas, gitanas, que tengo que escribir, nos encontramos haciendo el amor sobre la mesa. Y aunque sé desde el principio que es tan sólo un sueño, mi realidad o mi ficción, como prefieras, sé que habrá de terminar, que está prohibido, y entonces te vas, aunque no quiera. Respiro más lentamente. Y no queda nada. Nada. No quedas tú, no quedan las palabras. Es el vacío. La soledad, sólo yo y mi nada, una historia que leer y nada. Es la certeza tremenda, impresionante, de que nunca exististe, de que de ti no me queda nada.

2 comentarios:

Helen Nakary dijo...

Me encanto este escrito Jessi. Me hizo recordar que he perdido mi musa, aún no la encuentro =/ me gustaría volver a escribir como antes.

Jessisrules dijo...

Me alegro mucho que te gustara Helen! Creo que al final es un texto sobre el proceso creativo, justamente sobre de dónde viene la musa, el duende, la voz que dicta. Para mi, es de una voz que mantengo callada y de pronto necesito liberar. Escribe, que yo siempre te leo. Besos!