lunes, 12 de abril de 2010

La Batalla De Valle Arriba

Primero es una sensación de estar acostado, sábanas pegadas en mi cara y el calor de otra persona asfixiándome.

Abro los ojos.

Me duele la espalda. Tengo la boca seca. Pastosa.

Pestañeo con fuerza y echo los hombros hacia atrás hasta que el espacio entre mis omóplatos duele. Toso. Me quedo sentado en la cama. Recorro mi rostro con las manos y, por años, me quedo ahí, respirando por la boca, los brazos apoyados en las rodillas flexionadas.

Tengo que hacer una cuidadosa recolección mental de qué fue lo que sucedió anoche.

¿Esa película de los tipos en Las Vegas? Esa vaina pasa de verdad.

Las resacas nunca me han pegado como a otras personas, ese taladro entre las sienes, esta transformación a vampiro, esquivo de la luz solar. En mi caso, siempre es un ligero desequilibrio, el mundo se sacude de vez en cuando, algo no está bien pero es imposible señalar con el índice qué.

Ayer en la tarde, con los muchachos, me dije que no iba a beber.

Luego, como a las once y pico, pienso que un solo trago no le va a hacer daño a nadie.

¿De quién es esta casa?

Tengo los nudillos de la mano izquierda raspados. El meñique me duele mucho. Abro y cierro varias veces, sólo chequeando que no me he roto nada. En alguna parte leí que “hijo, si te hubieses fracturado la mano, no podrías ni moverla.” Espero que eso sea verdad.

Inhalo y exhalo en grandes bocanadas.

Ya va.

Miro a un lado y ahí está. Remuevo un poquito las sábanas. Una mujer. Obtengo los datos como la descripción de un perfil criminal.

Latina. Entre 21 y 24 años.

Cabello largo, liso y oscuro.

Grandes aretes ovalados.

Uñas de manos y pies pintadas de negro.

Ligero aroma a manzana. Probablemente alcohol.

Me arrimo al rincón de la cama y me pongo de pie. Salgo de la habitación en pantalones y, con un terremoto psíquico, trastabillo al baño. Sé que L y F están en alguna parte y, si los consigo, si tan sólo descubro que están aquí, la crisis del fin del mundo se habrá revertido.

El suelo del baño es un campo minado, con una combinación de líquidos a la que decido no mirar demasiado. Por mucho que ignores qué fue lo que te sucedió en las últimas horas, hay cosas de las que no quieres enterarte.

A la mierda.

Tengo el pómulo derecho raspado. Abro bien los ojos, cojo agua entre las manos y me lavo la cara. Con un segundo vistazo, detallo el raspón. Definitivamente es un golpe y duele un pelo cuando lo toco. Me apoyo en el lavamanos. Nunca he tenido perfil de street fighter, así que sólo hay dos formas verosímiles en las que esto pudo haber pasado: alguien me golpeó por accidente o me he golpeado con algo, que debe estar roto ahorita.

Cojo buches de agua y escupo.

Fragmentos de conversaciones aparecen en el espejo.

“Ah, qué bolas, marico, eso no se hace.”

“Ay, maldito, en mi propia casa.”

“No creas nada de lo que te diga este carajo.”

“Yo que creía que tú eras así, calladito, con tus libros y tus cosas.”

Salgo del baño y me dirijo a la sala. Si Dan Brown estuviera aquí, escribiría un libro reconstruyendo lo que sucedió anoche. Entrando en mi destino, en un sofá directamente a mi izquierda, está una tipa.

Botas hasta la rodilla.

Chaleco y cacheteros.

Guantes negros hasta el codo.

En una mano, un paquete de chicles trident. Yerbabuena.

F está dormido unos metros más allá, con un brazo sobre los ojos y la boca abierta.

Camino mirándola, pensando en que a pesar de su apariencia muy fuera de lugar, me parece conocida.

—¡Ay, maldita sea!

Empiezo a cojear con la cara contraída en un rictus de dolor.

Me siento en uno de los bancos de la barra. Apoyo el pie en la rodilla contraria y me examino la planta. Algún hijo de la gran puta ha roto una botella en el suelo. Veo tres pequeños fragmentos de cristal en mi planta.

Fragmentos narrativos:

“Ah, marico, mañana entramos en rehabilitación.”

“¡Yo soy El Rey Lagarto!”

“¿Sabes? Siempre he querido pegar los muebles en el techo. Me da nota esa vaina.”

“A mí esa idea me parece de pinga.”

“¡Viene la POLICÍA!”

Extraigo el vidrio con el índice y el pulgar y, porque no quiero desentonar con la onda irresponsable del lugar, los devuelvo al suelo. No han cortado profundo, pero arde y voy a ir dejando un rastro de sangre para los cazarrecompensas del viejo oeste.

En el suelo hay ganchos de ropa.

Vasos de prolicor.

Una corbata.

Un desodorante roll-on sin tapa.

CD’s de Staind y Creed.

Pedacitos de doritos cada vez más diminutos.

En un espejo sobre el equipo de sonido, alguien escribió con lápiz labial “Leyendas del Templo Escondido.”

La terraza trae aire fresco y frío, con un papel tapiz del valle de la Gran Caracas. Me ubico: estoy en Valle Arriba. Sólo conozco a dos personas que viven por esta zona y, aunque el pensamiento me da la misma emoción que siente un arqueólogo al descubrir huesos en la arena, entiendo que eso no significa nada; puede que hayamos venido sin conocer al dueño de la casa.

Achino los ojos. Deben ser las cuatro de la tarde, a lo sumo. Un carajo a un lado se está despertando. Lo he visto en la universidad. No sé cómo se llama. Es uno de esos pavitos a los que miro con asquito a diario, pero recuerdo que anoche teníamos una relación como de hermanos. Está acostado sobre un puff y tiene una cobija rosada encima. Gruñe y se acuesta boca abajo. Me recuerda a la última escena de Pelotón, con Charlie Sheen emergiendo del infierno entre soldados moribundos.

Quizá eso fue lo que pasó.

La Batalla de Valle Arriba.

Transcripción de algunos comentarios:

“¡Miren, miren, miren, VOY! ¡no-JODA! ¡Así es que se lanza una botella, maricón! ¡Aprende, hijo, aprende!”

“Me dijo que tiene otros carajos, que no le importa que la bote pal’ coño. Bueno, no joda, que se vaya, que se vaya. Ah, chamo, me quiero matar.”

“¿Qué le echaste a esta vaina? ¿Es ron puro? Verga. A mí esto no me hace nada, marico.”

Me volteo y es W el que está entrando en la terraza. En medias e interiores.

Se está rascando el pecho, analizando el campo de batalla con el ceño arrugado.

—Mira, marico —dice, arrastrando las palabras. “Miiira, mariiico”—. Yo creo que deberíamos irnos antes de que Punch se levante.

Me llevo las manos a la cintura. Nos sentamos en uno de los bancos que bordean una terraza cuyo cielo estuvo permeado de estrellas, espuma y humo de cigarrillo. Me vuelvo a ver la mano y vuelvo a cerrar y a abrirla.

—¿Ya se paró Marina? —pregunta W.

—¿Quién es Marina?

—Olvídalo. Marico, nos pasamos cuando tiramos a Alfonso por las escaleras, ¿no?

Yo no tengo memorias de ese incidente.

Me pongo de pie otra vez y encaro al horizonte.

Siempre tiene que terminar así.

Regimiento 24 de los Ángeles del Desastre reportándose al servicio.

Misión: Apetito Para La Destrucción.

En el fondo del escenario, un celular suena.

Alguien entra en la sala y también se corta. La voz del “coño e’ la madre” es femenina.

Aquí en la terraza, el viento sopla, el cielo es gris y le doy una hora antes de que empiece a llover.

Suspiro.

Cruzo los brazos.

Y sonrío.

8 comentarios:

G. dijo...

Por eso es que me gusta word :D, es útil cuando la porquería en masa de blogger sale a relucir y te deja una cascada de caracteres que no entiendes... Me reí especialmente en las partes de "muebles en el techo" y "¡yo soy el Rey Lagarto!" de verdad XD I liked it.

Victor C. Drax dijo...

Bueno, Gaby, esos son comentarios sacados de la vida real. ¿Quién los dijo? Ahí está el detalle.

Karim Taisham dijo...

extremadamente genial!!!!!!!

Victor C. Drax dijo...

CÓMO LEER ESTA HISTORIA:

Copia y pégala en Word.
Resulta que los carajos de Blogger sí trabajan borrachos. A ellos les dedico este texto.

José Leonardo Riera Bravo dijo...

No será que la pusiste con una fuente externa? Osea, que no le colocaste una fuente propia de blogger...

Gabriela Valdivieso dijo...

jajajjaa está excelente. Se lee de un tirón.

Lo mejor? el terremoto psíquico, conversaciones que aparecen en el espejo, los doritos achicables y la onda irresponsable.

CooL!

Vic, lo arreglé. Mi truco, aunque chimbo, es efectivo: pasar del bloc y dar el formato deseado en el mismo blogger. Así no se pasan cosas como "link" "meta" "word" que no reconoce!

Mi intención era dejarte dos versiones: la de la letra de elefantes jeje y la de las letras humanas, pero luego no pude volver aponer las elefantas!! disculpa el atrevimiento! Mi intención era poner las dos versiones para que se pudiera igualmente leer..

Victor C. Drax dijo...

Está perfecto, Gaby, excelente.

Karim Taisham dijo...

chama, lo lamento. pero no pude reeler el texto de Victor porque solo leo "elefante" jejejejejej