martes, 20 de abril de 2010

El corte perfecto

Gabriela Valdivieso
(un cuento no tan nuevo)

"El amor es eterno mientras dura" ‘Bueno, algunos no nos engañamos’, pensó Lucía mientras cerró el libro de refranes y empezó a alistarse para salir del trabajo. Tomó sus pertenencias y caminó hacia su casa.

Lucía no está enamorada. Nunca lo ha estado. Ahora sale con Alberto, a quien conoce hace pocos meses y porta la etiqueta de "novio". Tres son las semanas que Lucía pudo soportarlo. Lo quiso y lo intentó, pero no funcionó. Postergó y dudó, pero el fin de la relación, el esperado corte, se mostraba inevitable y ése era el día.

Lucía no quería terminar mal con Alberto. Él no era como tantos otros. De hecho, él era genial.

"- Quizás la vida trascurre dentro de un círculo.
- ¿Un círculo?
- Sí, ¿por qué no?
- ¿Te refieres a una visión cíclica de la vida y la historia, como creían los griegos?
- No. Digo que la humanidad ha estudiado la vida desde la vida y no desde un sistema externo. En mi carrera analizamos las interrelaciones y entendemos que nada funciona aisladamente. Un programa, una codificación o un sistema determinado pueden ayudar a comprender y abordar otro fenómeno. Quizás haya algo más comprensible que la vida que nos ayude a abordar la vida misma.
- Puede ser, ¿como qué?
- No lo sé, pero creo que es una idea con potencial.
- ¿Cómo saber...?"

Alberto no solía alcanzar conclusiones, pero si algo le había enseñado a Lucía es que hay bastantes más posibles abordajes de la verdad de las que ella había imaginado. Sin embargo, si algo despreciaba es que Alberto –con acné, sin más de dos libros leídos y aún sin licenciatura- se consideraba un filósofo. "Es un soberbio", pensó Lucía y ahuyentó los recuerdos de círculos e interrelaciones.

Era un soberbio, un terco y un ser rutinario, pero era de esas personas que Lucía quería tener cerca siempre. Sin embargo, hasta entonces sus formas de cortar relaciones no habían traído buenas consecuencias. Molestia por meses, palabras groseras y desaparición eterna, eran de las reacciones que sus intentos habían recibido.

Cruzaba la calle apresuradamente cuando lo entendió. Quizás fue la corneta del Aveo o el frenazo de la Vitara, pero algo le evidenció que esta vez no estaba desesperada por terminar. Por el contrario, tranquilidad y seguridad eran sus emociones. Esta ocasión tenía la oportunidad de hacer, como dicen los carniceros, un corte perfecto. Recordó la película "Crimen Ferpecto" y se rió. Sí sí, la convenció el azul del cielo: la vida le permitía planificar el corte más apropiado para este dulce soberbio, rutinario pasional y terco filósofo.

Apuró su paso y razonó los elementos a considerar. Ropa, palabras, lugar, hora... De pronto concibió las dimensiones de su ambicioso objetivo: Ella -simple mortal, también con acné, sin licenciatura y sin grandes certezas de nada- pretendía decirle a la vida algo como: "Querida, esta vez decido yo".

Evocó un ensayo de Poe e inició la confección de su obra vivencial a su modo y método. Acuñándose a sí misma el éxito o el fracaso de su empresa, se sintió maestra y creadora de la situación que empezó a concebir.

Como una gran artista o escritora lanzó pinceladas y letras mentales por los aires. Se imaginó frente a él con su camisa favorita y aquella falda de su hermana en un café o un restaurante, pero de inmediato descartó esos lugares. Había pocas cosas que ella odiara más que hablar algo "serio" en un contexto ruidoso, en el que conversaciones triviales pudieran invadir las palabras que debían intercambiarse.

Quiso un espacio solitario y tranquilo. ‘¿Su casa? No, no, en su terreno no. ¿Mi casa? No, podría irse molesto y no habría camino de vuelta que permitiera encauzar la situación. ¿Una plaza? Muy urbano y peligroso. ¿Un parque? Demasiado diurno y abierto, ¿Detenidos en su carro? Ni hablar.’ Entonces pensó en el mirador del restaurante del Club Táchira pues es un lugar apartado, silencioso, no tan concurrido y con buena música. Lucía dudó; un mirador podía propiciar el romanticismo. Sin embargo -dados sus planes- sería varias cosas antes que romántico.

Realizó checks mentales y asintió. Todo perfecto, sólo faltaban las palabras. Definió sus objetivos: quería una conversación pacífica, amistosa, sin culpas o acusaciones y provista de reflexiones, ideas y sentimientos. Pensó en su introducción. Descartó a priori el "tenemos que hablar" porque una vez su padre le explicó que las cosas que una buena mujer nunca debería decirle a un hombre son las terroríficas palabras anunciadas y las llorosas "¿me quieres?"

Empezó a disertar: ‘"Al, llevo semanas pensando" No no, semanas son las que llevo con él, entenderá que nunca estuve satisfecha. "He estado pensando y la verdad es que" No, ¿cuál es la verdad?, ¿acaso he estado engañándolo? "Últimamente he sentido..." Al no encontrar peros mentales, continuó: "...que no somos la persona idónea para el otro" ¡asco! "...que ya no es lo mismo" ¡Trillado! "...que no funcionamos.” Silencio. “En realidad no eres tú" ¡tacho!, sabemos qué le sigue, ¡qué va! "...Me pareces increíble y disfruto estar contigo, pero creo que como pareja no eres lo que quiero ahora y realmente creo que no soy lo que necesitas. Por eso te propongo que..." Oh sí, listo, por ahí va la cosa.’

Sonrió satisfecha. No quería herirlo, pero tampoco mentirle. Lo mejor era ser honesta y enfocar el asunto en lo macro: no está funcionando. Suspiró, se relajó e imaginó sus expresiones comprensivas, amistosas y carentes de orgullo o molestia.

"Bruta, ciega, sordomuda,
torpe, traste, testaruda,
es todo lo que..."

Extrajo de su bolso el ruidoso aparato y silenció a Shakira.

- Aló.
- Lu, ¿dónde estás? – preguntó Alberto.
- Hey, llegando a casa. De hecho a minutos, ¿por qué?
- Salí temprano, estoy cerca, ya te alcanzo.
- ¿Cómo?
- Sí sí. Dale que me quedo sin saldo. Chao.

Caos. Sólo esa palabra podía describir la sensación de Lucía. Sus pasos se hicieron zancadas. Debía llegar, hallar la falda en el cuarto de Carolina, cambiarse, maquillarse, calmarse y repasar sus líneas.

Vislumbró su casa y se acercó con rapidez. Miró su muñeca: "4:23”, acusó el reloj. Continuó su camino y, ya llegando, escuchó el conocido cornetazo. Le pidió al universo que, de algún modo, no fuera él sino cualquier otro ser montado en un vehículo con una corneta idéntica, pero se volteó y vio la WagonR frenando a su lado:

- Hey, Lu. – la saludó Alberto.
Lucía quedó inmóvil maquinando cómo hacer para materializar su obra maestra.
- ¿Te montas?
- Pero…
Se subió confundida y expectante. Alberto aceleró, rodó sólo unos trescientos metros y frenó frente a la casa.
- Qué simbólico.
- Algo.

Alberto apagó el carro, se quitó los lentes, los guardó en el estuche y los introdujo, junto con las llaves, en el koala. Abrió la puerta y se dispuso a salir. Lucía se activó:

- Espera, ¿qué hacemos? No te dije que se me ocurrió una idea, ¿por qué no vamos al Club Táchira? Verás, allí hay...
- No, Lu, realmente estoy agotado. Entremos a tu casa.
- ¿Y si descansas un poco? El lugar es espectacular.
Silencio.

Incómoda, se bajó del carro y abrió la puerta. Se dirigieron a la sala y se sentaron en el sofá.

- Eh, ¿qué tal tu día? ¿por qué tan cansado? – interrogó Lucía.
- Me quedé despierto hasta tarde.
- Ah… oye, lo digo porque como te comentaba antes se me ocurre que descanses un rato y luego vayamos al restaurante del…
- Lu, tenemos que hablar.
- Hablar, claro, pero qué tal allá, la comida es genial, la música, la vista. ¡No sabes!
- Creo que no debemos seguir.
- ¿Ah?
- He pensado y me parece que no hay sentido en continuar juntos.
- ¿Has pensado? ¿no hay sentido? Ya va, ¿me estás cortando?
Silencio.
- ¿Me estás cortando? O sea, ¿tú?, ¿a mí?
- Lu, no te sientas mal.
- ¿Así? ¿ahora? ¿aquí?
- Caray, lo siento… ¿quieres que me vaya?

Alberto se quedó unos minutos callado esperando alguna reacción, pero ella se limitaba a respirar agitadamente y mirar al frente. Alberto se incomodó, se disculpó y se fue.

Lucía permaneció inmóvil, evocando cómo su obra vivencial y su gran proyecto y ambición se derritieron con el fuego de las palabras de aquel ser inoportuno, arbitrario, grosero y abusador.

- ¡Cómo se atreve! – masculló y continuó aturdiéndose con sus alborotados pensamientos.

2 comentarios:

Jessisrules dijo...

jajajajaja que bueno!, me gustó mucho Gaby. Muy inesperado el final!

Anónimo dijo...

Irónico, de veras. Fue súper gracioso cómo ella planeó todo y el lo hizo en un momento. Muy bueno, Gaby!

Gaby Jr