Por Gabriela Valdivieso
Yo tenía una amiga un poquito mayor que yo. No la conocí de niña, cuando las arrugas aún no surcaban su cara y cuando sus cejas y su pelo eran todavía color café. No la conocí entonces, pero me figuro que aunque la obligaban a usar esos vestiditos tiernos en los que no se hallaba en lo absoluto, lograba ser igual una niña chascona y desentendida de la estética y lo femenino. Casi la veo volteando los ojos, aburridísima, cuando sus amigas contemporáneas hablaban de muñecas, cocina o costura. Creo además que sería demasiado orgullosa y obstinada para reconocer que harto más le atraía jugar a la pelota con los vecinos del barrio.
En el colegio me la imagino exageradamente
transparente y comunicativa con sus preferencias: hasta el vendedor de dulces
sabría qué profesores ama y qué tantos otros aborrece. Me la imagino
determinada y terca. Creo que le habría hecho la vida imposible al profe de
matemática y que un par de veces le habrá sacado la lengua en clase. En cambio
me la imagino atentísima y alzando la mano para participar en la clase de
lengua y literatura. Me la imagino de lo más entretenida en las clases de
inglés con su british accent y en los otros cursos irrelevantes para ella me la
imagino mirando por la ventana, escudriñando a la vez que bendiciendo la copa
de un árbol que se ve desde la sala. Creo que ella sabría perfectamente cuánto
faltaba para que sus hojas cambiaran de coloración y sabía cómo mutaría la
textura de las hojas que estaban por saltar al mundo, sabía cuánto faltaba para
que su amigo árbol se quedara pilucho y dejara ver lo que hay detrás.
Me la imagino egresada del colegio decidida a ser
una mujer informada e ingeniosa, a ser más que la señora de alguien. Eso creo
porque así me parece que fue. Con sus hijos me la imagino eminentemente
práctica. No creo que se desviviera cuando le mostraban una prueba con un 7, ni
que se deprimiera por un 1. Creo que era dura y clara para poner orden y que la
casa funcionara.
Luego ya no me imagino, sino que recuerdo. Aún no
era mi amiga, era solo mi "abuela latera" cuando me molestaba para
que no me ensuciara con los perros o cuando me decía que ya está bueno de coca
cola, pues me encontraba bien pasadita de peso. Aún no era mi amiga cuando
vivíamos en países distintos.
Cuando llegué a su tierra desde la primera semana
algo se selló entre nosotras. Ella contaba conmigo y yo contaba con ella. Como
tenía 67 años más que yo, la verdad es que no conocí a mi abuela de niña, ni la
vi en el colegio, por supuesto no estuve en su primer matrimonio, pero lo
importante es que su hijo menor es mi papá y que su forma de ver la vida es ahora un poquito
parte de la mía.
Compartimos poco pero lo suficiente para saber que
aunque nunca le dije que era mi amiga, ella lo sabía. Aunque nunca le agradecí
su estable compañía y cariñosa e inteligente conversación durante mis primeros
años en Chile, yo creo que ella sabe mi sentir. Ella tampoco me dijo ciertas
cosas, pero yo las siento. Esas cosas son así, yo sé que sabemos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario