lunes, 9 de enero de 2012

Café con sal

Por Gabriela Camacho

Se miró al espejo una vez más, cerciorándose de que no se había puesto el vestido negro que él adoraba. No quería que pensara que lo usaba como una táctica para que volvieran, aunque no hubiese sido un mal truco del todo. No. El vestido negro seguía colgado en el armario, que estaba abierto de par en par y vaciado casi en su totalidad sobre la cama. ¿Preocuparle cómo iría vestida? Para nada.

Al final, decidió ir con un jean desteñido y una camiseta, porque después de todo hacía calor afuera y vestirte elegante para que alguien rompiera contigo era una estupidez. Él estaría esperándola en el mismo sitio de siempre: un café pequeño con poca gente y un menú nada variado; es curioso que hoy ese hecho la irritara, cuando siempre había amado ese lugar sin gracia. Daba igual.

Salió al sol de abril y caminó un par de cuadras. Cuando vio el destartalado anuncio donde apenas se notaba el nombre del local, supo que había llegado la hora. Entró y lo vio sentado, distraído y con aire ausente, en una de las mesas del fondo. Se acercó sin vacilar, porque sabía que mientras menos tardara, más rápido terminaría esta novela dramática. Se sentó sin saludarlo y lo miró sin expresión alguna, ocultando todo posible rastro de dolor o “decepción de futura ex novia furiosa”.

Él ordenó dos cafés. Ella rechazó uno. No quería café, quería que él pronunciara las palabras mágicas. Él la miró con aire obstinado y cruzó los brazos sobre la mesa, ya lo diría todo por fin.

-Sé que te molestó que haya ganado en Scrabble, Eli. Sólo deja esa actitud de malcriada. Es odiosa y ya han pasado dos meses.

Ella lo miraba con desdén, pero a él no le importaba demasiado a estas alturas. Casi estaba acostumbrado, a decir verdad. Eli se había comportado de una forma mezquina desde esa tarde de juegos en su casa, y no había vuelto a ser la misma chica sonriente y feliz.

-¿No vas a terminar conmigo?- le preguntó ella, ofendida.

Él se sorprendió y preguntó para sus adentros cómo era posible que ella se cuestionara sobre semejante cosa o, peor aún, que esperara que él fuera a terminar con ella. Esto era demasiado ridículo. Pagó la cuenta sin haber probado el café y se levantó de la silla. Mientras ella gritaba y le decía que habían terminado, él se acercaba con paso veloz hacia la puerta de salida.

Caminó por la calle hasta la estación de tren más próxima y compró un paquete de galletas de avena para la espera. ¿Por qué hacía un calor tan endemoniado en esa ciudad? El tren tardó unos veinte minutos, hasta que por fin llegó al andén. Él subió y en poco tiempo estuvo en casa. Vería la tele, comería chatarra y madrugaría con videojuegos online. Eso sí era vida, el país de las maravillas de los solteros.

Por unas horas dejó de pensar en el incidente de aquella tarde, pero cuando volvió a hacerlo se convenció de tres cosas: La primera, que no volvería a darle vueltas al asunto. La segunda, que no entendería jamás a las mujeres. La tercera, que nunca invitaría a nadie más a jugar Scrabble.

5 comentarios:

Gabriela Valdivieso dijo...

Jejeeje, el giro te salió perfecto, literalmente nos fuimos con el otro! jajaja, y con qué palabra le ganó él? jejjee

Victor C. Drax dijo...

Ya tenía ganas de leerte, Gaby. Imperdonable si no te veía por aquí.

Me gusta, me gusta. MÁS. Quiero leer más.

G. dijo...

Gracias Gaby yyyyyy gracias Mr. Drax :DD

Moises Larez dijo...

Tenía días queriendo comentar este post, pero mi dispositivo no me lo permitía.

En fin, te leí, Gaby, me dio mucho gusto y me encantó la forma en que los conectaste y desenchufaste luego.
Grandioso.

Espero poder terminar el mío.

Love U., guys!

G. dijo...

Termínalo, Moi! queremos leerte también (: