miércoles, 28 de mayo de 2014

De flores blancas y un par de pliegues

Dejé que la tela corriera entre mis dedos, como cuando era niño.

En aquel entonces debía sujetarme de mi madre para que no me dejara atrás con sus pasos decididos y veloces. Ella corría, porque así las responsabilidades que caían sobre sus hombros jamás ganarían la partida. Pagar la casa, pagar las cuentas, pagar lo que comíamos, pagar la escuela, pagar la vida.

Recordé la tierra crujiente bajo el sol implacable, el débil sonido de un molino de viento, el aroma a madera que acompañaba las noches. Solía sentarme con ella fuera de la casa para contarle lo aprendido en el colegio o confesar las travesuras que había hecho. Al final siempre se enteraba, así que un momento de valentía me aseguraba el postre después de cenar y una sonrisa que ella intentaba ocultarme.

Siempre fuerte, siempre regia, siempre firme. Mi madre no tenía tiempo para quejarse, jamás la vi enferma y nadie escuchó de ella un suspiro de cansancio. Sin embargo, detrás del muro de piedra que había construido luego de que mi padre la abandonara, aún había amor. Aún había esperanza. Centró en mí todo su ser.

Los domingos por la mañana, mientras el pueblo dormía y las nubes aún no cubrían el cielo, mi madre me levantaba para dar un paseo. Todavía no sé si era una ruta distinta por vez –algo difícil en un lugar tan pequeño–, o era que ella siempre tenía algo nuevo qué mostrarme. Conocía cada flor, cada árbol, cada pequeño detalle del sendero. Ahora lamento que no durara lo necesario para valorarlo.

El tiempo transcurría impasible, mientras yo creía ser grande. Mi madre, en cambio, siempre fue grande; lo suficiente para dejarme ir. Cada vez la veía menos, apenas notaba cómo iba blanqueando su cabello, cómo su piel y su voz perdían la fuerza de aquellos días de lucha. Los años cobraban la valentía y el esfuerzo de su juventud.

Un día de mayo, que no quiero recordar, ya no estuvo más. De ella solo me quedaron recuerdos y una maleta que temía abrir. Al a mi madre lo perdí todo. Volví a ser un pequeño.

Hoy, con años haciendo puente entre el pasado y el presente, he decidido abrir la maleta. Algunas prendas, fotos de tiempos más felices y el olor de mi madre mezclado con el del mismo tiempo. Sé que guardaré en mi memoria mil momentos de oro, y en mi baúl aquella prenda a la que sólo ella hacía justicia.

Dejé que la tela corriera entre mis dedos, como cuando era niño. Volví a encontrarlo, y ya no en mis recuerdos. Sin mirar, sabía que el estampado aún conservaba algo de color. Mi madre adoraba ese vestido. 


5 comentarios:

Victor Drax dijo...

Bueno, eso me entristeció.

Dicen que una de las cosas que la gente más lamenta en su avanzada adultez es no haber compartido lo suficiente con sus padres. Cuando tus padres van envejeciendo y lo ves, y te das cuenta... piensas en el futuro. Es chimbo.

El cuento tiene resonancia emocional, Gaby. Al menos para mí.

Moises Larez dijo...

A mí me pasó lo mismo que a Víctor. Recibí una carga emocional muy fuerte. A veces hace falta compartir con los más allegados más, pero a veces puede ser nunca suficiente.

Gabriela Valdivieso dijo...

Gabi realmente ahora me doy cuenta de la falta que me hacia leerte. Que delicioso. Muy bellas las imagenes del olor de ella y del tiempo, y esa de los años cobrando. Precioso Gabi.

Y vMuy bello tambien vernos en el relato, pensar en nuestra propia mama, a la que tampoco vemos tanto...!

Victor Drax dijo...

"Pensar en nuestra propia mama..."

Ese quizá es el triunfo más grande del texto: hace que TÚ te identifiques con el texto. Buena observación.

Unknown dijo...

Sin duda generó una identificación homogénea. Y excelentes imágenes. Me atrapó