martes, 16 de marzo de 2010

Ama, Crea


Y eso

Por Jessica Márquez Gaspar

Tenía que escribir. Era una petición absoluta de cada centímetro de su piel, de cada átomo de su cuerpo. Encadenada como había estado a las responsabilidades –que amaba a pesar de todo-no había podido darse el lujo de entregarse a su pasión más infinita: la escritura. Adoraba pasearse por el teclado, recorrer una a una las letras, amaba profundamente construir castillos en el aire para destruirlos con el susurro de un niño. Era sencillo, pero emocionalmente agotador. Eso significaba escribir, eso se había significado siempre, pero sólo lo supo hace poco.

Era una persona complicada, lo sabía. Daba esta impresión de una tipa con presencia, con cierta seguridad que surgía de una mente alerta, unas ganas de hechar pa´lante imponentes y una memoria enciclopédica que no fallaba, al menos que la conversación rondara sobre química o matemática. Al mismo tiempo era tímida, había ido conquistando aquellos miedos que la hacían sudar frío, pero a veces la atacaban cuando se descuidaba, y se sabía sumamente crítica y detallista. Esto era también una cualidad porque le había dotado de un sentido de observación, -y no me refiero solo a la vista, sino a una habilidad para captar el mundo a través de todos los sentidos especialmente desarrollada- que actuaba muchas veces de forma inconsciente, pero que era la razón de todo su ser: por ello escribía, por ello amaba de aquella forma, por eso daba el 100% en todo, y por eso, sobre todo por eso, había sido feliz y sufrido en partes iguales, a lo largo de toda su vida.

Ahora estaba frente a la página en blanco con la pauta de aquella semana instalada en su consciente, después de haber pasado días rondándole las esquinas de la mente e interrumpiendo sus lecturas de la universidad, los viajes en metro, y hasta las clases. Finalmente tenía la oportunidad de escribir. Finalmente. Supo entonces de inmediato como abordar el reto. Decir que los seres humanos somos complejos es un cliché que raya en una frase de autoayuda, así que no sirve de nada. Prefiero imaginarnos como individuos matizados, como elementos del universo que se encuentran a medio camino entre la condición animal más primitiva –que lamentablemente sale a flote con frecuencia- y una forma de vida altamente organizada capaz de obras maravillosas y que se encontraba interrelacionada entre sí por un intricado tejido social que semejaba a una enorme telaraña.

Con este pensamiento comencé mi reflexión. Después de mucho meditar el asunto, con el resultado automático de que salí de la casa sin llaves, pasé un rato considerable buscando el control remoto que resultó estar en la nevera, y el haberme descubierto parada en un pasillo de mi casa sin razón aparente, encontré entonces lo que consideraba, con el sesgo absoluto de mi edad, mi experiencia personal, y mis creencias (en fin, de mi subjetividad), qué nos hacía verdaderamente seres humanos. La respuesta estaba ahí, frente a mí: somos capaces de amar y de crear. Me dirán entonces que me equivoco, porque los animales también están dotados de sentimientos, porque sienten amor de sus mascotas, porque crean vínculos emocionales con ellos, es cierto, ellos también aman, pero no como nosotros.

Somos los únicos seres sobre este planeta capaces de amar y de saber que están amando. Capaces de expresar sus sentimientos, de hacerlos verbo, de trasmitirlos, de volverlos acción, palabra, imagen, sonido, tacto. Desde tiempos inmemoriables amábamos con locura, con pasión, con ternura, con cariño. Desde siempre superamos el sentido reproductivo de los animales para hacer el amor. Desde nunca dejamos de mantenernos cerca de nuestros padres y hermanos por un sentido de supervivencia, sino por el vínculo que supone la familia. Desde antes de todo dejamos de ser gregarios por fines instrumentales, para agruparnos con aquellos que nos brindan cariño, compañía, comprensión y una buena conversación, a los que llegamos a llamar amigos.

Si tuviera que dar gracias por algo sería por esa capacidad maravillosa que muchas veces no explotamos en toda su potencialidad. Al final del día lo que nos hace humanos no son los pulgares oprimibles, ni la corteza cerebral, lo que nos hace verdaderamente individuos y no animales es un fenómeno que va mucho más allá de la liberación de dopamina en el cerebro, la química, las feromonas; es un fenómeno tan inexplicable que algunos le llaman Dios, otros Alá y hay quienes incluso le dicen Buda; es una sensación tan maravillosa que nos hace mejores personas, nos impulsa al éxito, llena totalmente nuestros sentidos y nos regala lo más valioso que jamás podremos tener: la compañía de otros.

No quiero decir con esto que, en el mejor estilo de una fantasía utópica, el amor gobierno al mundo. Ni mucho menos. Pero si quiero creer que esa es nuestra característica particular, que es aquello que toda la humanidad tiene en común. Y tal vez en unos años, cuando me haya desengañado un poco más de los individuos, me reiré de este escrito y de su ingenuidad.

Y me reiré también de mi visión del arte. Aunque muchos creen para cubrir necesidades, nosotros, personas, creamos porque necesitamos crear. Por que necesitamos expresar el mundo, deformarlo, transformarlo. Porque necesitamos que habite en el lenguaje, que se meza en él. Creemos profundamente que hay un universo latente en los tubos de pintura y el lienzo en blanco, en las cuerdas tensas de un violín, en la garganta impaciente de un hombre, y en un bloque de mármol silente. Pasamos nuestra vida, no todos, pero si muchos, a medio camino entre este mundo y aquel que es más colorido, como los cuadros de Miró, o más gris como los de Goya. En las notas que separan a Chaicosqui de Guns and Roses, y las páginas que se levantan entre Lovecraft y García Márquez.

Creemos, como los surrealistas, que “no ha de ser el miedo a la locura, o la vergüenza, lo que nos obligue a bajar las banderas de la imaginación”. Porque vivimos de la imaginación, de la ficción que se vuelve realidad en el arte, que es realidad, que es tan sólo otro fragmento de la realidad que se le escapa a muchos, que no ve cualquiera. Es esta necesidad inmensa de crear que me asalta ahora, lo que nos hace individuos.

Es entonces clara la meta a seguir: debemos amar, y crear. No odiar y destruir. Lo que nos hace seres humanos es esa posibilidad latente, ese talento innato, esa característica intrínseca de compartir nuestra vida con otros, de entregarnos en cuerpo y alma, a los dos grandes sentidos de la existencia: al arte, pero sobre todo, a los otros.

Y eso… es lo que llevo haciendo toda mi vida.

2 comentarios:

G. dijo...

Me gustó mucho la forma en que describes a los seres humanos Jess. En especial la parte de crear, de expresar lo que sentimos mediante eso. Muy real y muy bonito <3

Jessisrules dijo...

Me alegro que te gustara Gaby. De verdad es lo que pienso.