miércoles, 23 de marzo de 2011

Fernando Azpurua,
invitado de Gabriela Valdivieso
Correo: fernandoazpurua@hotmail.com

No era la primera vez que el acordeonista hechizaba con su dulce melodía de “La Vie en Rose” a los transeúntes de Sabana Grande. La esquina del McDonald se llenaba de gente entusiasmada por seguir escuchando esta simpática canción que llenaba los oídos de romanticismo.

Alberto Blanco fue uno de esos que se dejó llevar por su curiosidad y se acercó a la multitud para saber qué causaba tal tranquilidad entre tanta gente acumulada. Al llegar, lo vio. Un hombre de barba blanca, zapatos desechos, camisa caída, gris y sucia. Con una chaqueta militar que portaba casi 50 insignias de honor. El tan escuchado acordeonista llevaba en la cabeza una boina gris en perfecto estado y en los pies unas botas negras maltratadas.

Alberto no podía creer sus ojos. El parecido de aquel hombre con aquella lejana pareja de su madre era simplemente inaudito. Aún sorprendido se quedó largo rato recordando viejos tiempos. Tratando de llegar al último día en el que vio a este tercer padrastro marcharse de su casa, retrocedió un aproximado de 20 años. Aún recordaba las agradables cenas dónde este simpático señor solía contar mil historias interesantes. De viajes de infancia. De figuras extrañas que en su vida había cruzado. Recordaba en particular el relato de un joven coreano que fue su compañero de cuarto durante muchos años. A través de la ventana en los inviernos de Praga, el joven viajero escuchaba cómo algo caía constantemente, pero al salir a la calle no visualizaba nada. Una noche, le informó a su compañero coreano que se iría de viaje en autobús, pero en cambio se quedó escondido detrás de unos arbustos para ver si podía descubrir qué causaba tal sonido. Ya congelado, el reloj daba las 3 de la mañana, cuando el joven pudo visualizar a su compañero asiático subiéndose al techo de la casa con un paragua, abriéndolo, y lazándose al acumulado de nieve. Al verlo por primera vez, el viajante se preocupó y corrió despavorido a rescatar a su amigo. Este se encontraba echado boca arriba con una cara inmersa de felicidad. Extrañado, lo levantó y le preguntó consternado qué intentaba hacer. A lo que no consiguió respuesta. Aún parecía dormido. Pero producía un pequeño sonido. Entre sus labios se entonaba una dulce canción. Con suavidad acercó su oído a los labios de su compañero y escuchó una tonada suavizante y llena de dulzura. Luego retrocedió. Comprendió que su amigo era noctámbulo.

A la mañana siguiente el joven asiático se despertó y se impresionó al ver que su compañero aún se encontraba en la casa. Este le contó que se sorprendería al saber que ya había descubierto qué causaba el sonido que no lo dejaba dormir en las noches. Que no se le había ocurrido escudriñar entre la nieve, y que era él mismo lanzándose desde el borde del tejado. El coreano impresionado se sentó a su lado en el sofá y le contó con tranquilidad sobre un extraño sueño que había estado teniendo desde que su enamorada lo había dejado. En el sueño este sobrevolaba entre colinas con un paragua. El cual era su única herramienta para transitar entre las estrellas y volver a su lado. El joven sonriendo le preguntó si su enamorada era fanática de la nueva película llamada “Mary Poppins”, y este le respondió que no, que era a él al que le gustaba el film y que a su amada le apasionaba más la famosa melodía de la Vida en Rosa.

Alberto volvió su mirada hacia el acordeonista y escudriñó entre la sombra de sus ojos para encontrarse con su mirada. La canción incesantemente se repetía, y descubrió de golpe que este hombre con profundo apasionamiento aún se encontraba durmiendo.

Alberto pensó en su madre, y miró alrededor cómo la gente aún impresionada de tranquilidad se dejaba llevar por la verdad de su suave tocar. El boulevard intensamente iluminado brillaba tal cual un sueño. Y el hombre viejo repetía con un desenfrenado y loco despecho su tierna canción.

5 comentarios:

Gabriela Valdivieso dijo...

Querido Fernando, qué gusto leerte. Buena historia, muy redondita, clarita, bocado delicioso.

Me impresionó la habilidad de llevar al lector de Sabana Grande a Praga en un cuento corto y claro. A mi juicio ni sobra ni falta.

Nota: Disfruté el detalle de los ojos cerrados del final. Quisiera saber más sobre el narrador testigo.

Karim Taisham dijo...

Coincido con Gaby, es una historia redonda y fresca.
Pudiste haber trabajado ciertas escenas con mas profundidad, pero no era algo tannn necesario, es decir, no le resta valor al cuento.

muy lindo.

Andrea Gomez dijo...

Tu cuento paso como un cortometraje por mis ojos! Lindas escenas!

Jessisrules dijo...

Interesante, sorpresivo. Me encantó cómo jugaste con el recurso de la memoria. :)

Victor C. Drax dijo...

Destreza narrativa y el tema interesa, te llama la atención.