miércoles, 30 de marzo de 2011

Víboras (III)

Previamente, en Víboras:

Laura, una mujer con un matrimonio al borde del colapso, se ve forzada a abandonar a su esposo cuando él descubre que ella tiene a una amante. Cruzando las calles de Andueza en un taxi, se ve sorprendida por una de las criaturas invasoras.



3. Presentimiento.


—¿Sientes eso? —preguntó Ramón Valladar.
—¿Qué cosa?
—Eso. En el aire.

Ramón señaló con el índice, a la ventana, a la lluvia, al exterior. Sobre ellos, el ventilador seguía girando, marcando los segundos con un suave y trémulo ronroneo.

Pensó en explicarle a su subalterno esa sensación, un desasosiego para el que las palabras se mostraban limitadas. Nunca, en sus cincuenta años de vida, había sentido tal incapacidad para expresar sus ideas (ni siquiera después de los dos tiroteos en los que había participado). Sintió unas profundas ganas de aguardiente.

Javier levantó el teléfono, lo colgó y volvió a intentarlo. Colgó una última vez.


—No hay línea —dijo.


Ramón sólo pudo sacudir la cabeza. Se metió la mano en el bolsillo de la camisa de su uniforme azul marino. Extrajo una cajetilla de cigarrillos. Le golpeó el fondo con el índice y de medio de la otra mano.


—Nada funciona en este país, es increíble —dijo Javier.

—Si quieres te vas pa’ Gringolandia, marico.
—¿No viste en las noticias? Ayer. El metro dejó de funcionar. Por casi que todo el día.
—¿Y?
—¿Cómo que “y”? Es el metro, de la capital.
—No sabía que tuvieses una mentalidad tan altruista.

Javier tanteó su respuesta. De todas las opciones que se le ocurrían, ninguna era exactamente apropiada, puesto que no sabía lo que significaba “altruista”. Sabía que era algo bueno, eso sí. Se puso de pie.


—Me parece injusto, esas vainas no deberían ocurrir —dijo—. ¿Supiste que estamos incomunicados, no?

—¿Cómo? —Ramón separó la cara de la ventana. Tenía el pitillo entre los labios.
—Sí. Parece que la lluvia hizo un cráter en la carretera. Gigantesco, tipo el que se hizo en la autopista de oriente hace como dos años, ¿te acuerdas?
—Salió en la prensa.
—Bueno. Lo raro es que se hizo otro en el otro acceso, por la entrada de Los Mangos.

Una gota negra cayó desde su garganta hasta su estómago y, al hacerlo, Ramón sintió la imperiosa necesidad de sentarse, de llevarse las manos a la cara. Sacarse el revólver del cinto y esperar apuntando a la puerta. Seguía incapaz de expresar el presentimiento que tenía, pero si hubiese estado conversando con su hermano (no tenía tanta confianza ni con su esposa), lo habría descrito como si alguien les hubiese declarado la guerra. Como si esperaran un bombardeo.

—No me gusta —dijo—. ¿Llamaste a la planta para confirmar cómo están con la luz?

—Ellos nos llamaron. Tobías dice que es posible que la luz falle por la noche. Y me contó del cráter, se veía desde dónde estaba él.
—¿Por qué habría de fallar?
—Te estoy diciendo lo que me dijo él.
—¿Por qué me tengo que enterar por ti? ¿Dónde está Palacios?

Javier encogió los hombros.


—No se ha reportado en toda la noche.

—¿Cómo que no, si yo vi cuando entró a las seis?
—Pero después. Salió de patrulla y más nunca. ¿Tú dices que se fue a donde la mujer que tiene por allá por… por Cagua, no era?
—No, no creo. Y todavía, ese carajo siempre que lo llamamos, responde, así esté tirando —Ramón sé sentó detrás de su escritorio. Por fin, prendió el cigarrillo—. Javier, ¿tú no has notado nada raro hoy?
—¿Aparte de la lluvia, y los huecos en la vía y que Palacios no se comunique? —encogió los hombros— No.
—Vamos a pasar por lo menos mes y medio incomunicados. Hay que llamar a la gobernación…
—Vi una estrella fugaz. Creo. Dos.
—¿Dos?
—Sí.
—Eso es imposible.
—Capaz y no era eso, pues, pero es a lo que se me pareció.
—¿Cuándo fue esa vaina?
—Cuando venía de la panadería. Al rato empezó a llover. Por cierto que la señora DaDino me tenía verde, que no conseguía a su carajito.
—¿Esos no son los que se la pasan jugando en la cancha?
—Me imagino. Le dije que se quedara tranquila, que su muchacho estaba bien. Me dijo que no, que tenía que llegar temprano a la casa para el cumpleaños de la abuela.

Ramón se rascó la cara, inhaló y exhaló una nube de tinta nicotínica.

—Qué ladilla. Me choca cuando hay carajitos —dijo.

—Esos son unos tarajallos. Se habrán quedado con cualquier carajita, o bebiendo por ahí.
—Te voy a decir una vaina, chamo. Aquí hay algo que no sé, no me cuadra. ¿No te parece raro todo lo que está pasando?
—Pues… no, no en particular.

Ramón contempló al oficial Javier Trujillo. Nunca había llevado una buena relación con su propio padre, pero de lo poco que le había escuchado de utilidad fue cuando, habiendo prevenido un accidente en bicicleta (Ramón tendría como dieciséis años), el viejo le dijo “hiciste bien. Cuando tengas dudas, confía en tu instinto”. O Javier no tenía los instintos afilados de un policía con treinta años de carrera, o los suyos se estaban oxidando y mandándole señales confusas. Aspiró más humo del cigarrillo.


—¿Tú puedes creer que aquí no tenemos ni una botellita de caña clara? —dijo.

—Hay que ir a comprar.
—Hazme un favor: llama a Mazguán por la radio y pídele que se reporte.

Javier obedeció. El ruido que salió por la radio era el mismo de un televisor sintonizado en un canal muerto, una estática que se había expandido por todos los canales como un cáncer auditivo.


—Parece que no está funcionando tampoco —dijo—. Eso sí es raro.

—Bueno, entonces vamos nosotros —Ramón se levantó, agarrándose el cigarrillo con los dedos —. Tráete unos impermeables.

Se sacó el celular de su cuna en su cinturón. La barra de señal indicaba que era imposible llamar o recibir llamadas: no había cobertura. Un exabrupto total, porque por un lado si Movilnet sirve para algo, es para la cobertura. Por otro, no habían tenido ese problema ni el 31 de diciembre.


Y entonces la puerta de la jefatura se abrió. El ruido de la lluvia vino por el pasillo y a Ramón, por un breve instante, le pareció que entraría Carola, su hijita muerta, ahogada en un accidente de semana santa hacía veinte años. Entraría manchada de barro y hojas secas, con la piel negruzca, todavía llevando el trajecito de baño que la había hecho sentir tan coqueta.

—Hola, papi —le diría, con los ojos grises, hinchados y purulentos—. Te vine a buscar, papi. Te vine a buscar, papi.


Extendería las manos hacia él, con dedos a los que hacía mucho que se les habían caído las uñas.


Ramón cerró los ojos con fuerza y se llevó la mano al mango de la pistola. El toque del hierro no le ofreció confort.


Abrió los ojos y no estaba su hija ahí, por supuesto. Las sombras venían por el pasillo hasta donde estaban ellos. Apareció Blanco, trayendo a una mujer del brazo. Ella se había arrastrado por el barro y la lluvia, pero lo que manchaba su ropa no era ninguna de las dos cosas.


—¿Qué le pasó? —preguntó Ramón, acercándose.

—No sé, no ha hablado desde que la encontré.
—¿Quién es?
—Su cédula dice que se llama Laura Gómez. No es de por aquí.
—No. ¿Dónde la encontraste, un accidente?
—Estaba caminando por la calle, como perdida, alumbrada. Casi la atropello.
—Venga, señora. Siéntese aquí. Javier, tráele un vasito de agua con azúcar, coño. ¿Diste vueltas y no conseguiste más nada? Porque esta vaina es sangre, Blanco.
—Yo sé. Pero no, nada. ¿Habrá matado al marido?

Mirándola, Ramón deseó que fuese eso. Una solución tan sencilla para los problemas en el horizonte.


—¿No te has podido comunicar con Palacios o con Mazguán?

—No he intentado, en verdad.

La mujer se levantó como si fuera una explosión, absoluta, ocupándolo todo, avasallando los sentidos. Con un grito fue corriendo a la puerta de la jefatura. Resbaló, pero recuperó el balance y eso le dio tiempo suficiente a Ignacio Blanco de agarrarla por la cintura y someterla, como a un gato desesperado por huir.


—Señora —llamó Ramón— ¡Señora!

—Se comía a los niños —dijo Laura—. Y ahora vienen para acá.



6 comentarios:

Gabriela Valdivieso dijo...

Sin duda alguuuuna, el mejor. Men, tepa!! Qué excelente el pasado del personaje y el "por supuesto" que no había nada. Me gusta el narrador que dice que llena de barro y agua, tenía otra cosa en su ropa. Me gusta el personaje, que va armando con pistas y fantasmas del pasado. Me gusta el diálogo con el hombre de las dos estrellas fugaces. Qué dificil hablar con los escépticos!!

Excelente, quiero máaaaaaaaas!!
Nota: No entendí por qué andaban las dos imgs de arriba jeje

Andrea Gomez dijo...

viiictoor que bueno, tengo los pelos de punta y estoy asustadaa! quiero maas anda..esta genial. Por lo general no megusta este genero soy una miedosa pero esta genial.. andale con las IV parte ya.

Karim Taisham dijo...

Sin que me quede nada por dentro, es la mejor entrega de "Viboras" q haz escrito. Ademas, aclaró mis dudas sobre si introducir narrativa en mi texto para esta pauta.
Me gustaron las imagenes y los dialogos y este parrafo, me parece maravilloso:

"el viejo le dijo “hiciste bien. Cuando tengas dudas, confía en tu instinto”. O Javier no tenía los instintos afilados de un policía con treinta años de carrera, o los suyos se estaban oxidando y mandándole señales confusas. Aspiró más humo del cigarrillo."

Genial. Redondo y natural.

=D

Jessisrules dijo...

Me gustó mucho flaco. Bien construido y atemorizante. Me pareció genial aquello de "Parece que la lluvia hizo un cráter en la carretera. Gigantesco, tipo el que se hizo en la autopista de oriente hace como dos años, ¿te acuerdas?". Excelente :P

Victor C. Drax dijo...

Gracias, me contenta que les haya gustado :D

Las imágenes son culpa de David Lynch. Es lo único que puedo decir al respecto.

Gabriela Valdivieso dijo...

Queeremos másssssss Vic!!