domingo, 20 de marzo de 2011

Víboras (II)

Previamente, en Víboras:

Visitantes blasfemos aterrizan en Andueza, estado Aragua, un pueblo casi rural. Un grupo de jóvenes descubren a la primera criatura y el precio que pagan por su curiosidad es el más alto.


2. Lluvia y Vergüenza.


Daniel, Isaac, Jairo y los demás muchachos ya tenían rato muertos cuando se desarrolló la discusión en la habitación del hotel. Habían sido jóvenes con esperanzas, con sueños e incluso alguno albergaba la fantasía de pasar a la vinotinto, irse a jugar a Europa. Pero eso ya no podría ser. Jamás.

Laura estaba sentada al borde de la cama con el celular en la mano. Afuera, una torrencial lluvia había violado al cielo, primero cayendo como una suave llovizna de vientos gélidos, luego con ímpetu, haciendo imposible divisar con claridad a la noche. Un relámpago, luego el trueno. Las calles de Andueza se encharcaron demasiado pronto y el aire se volvió pegostoso, caliente. Pero dentro de la habitación, el aire acondicionado zumbaba, acompañando al repiqueteo estático de la lluvia sobre el techo.

La pantalla del celular. El mensaje. Su esposo.

Esto fue después de que aquella criatura engullera la carne joven de los muchachos. Después de que Laura llegara a Andueza, durmiendo intermitentemente en el asiento del copiloto, sin conversar con César, ansiosa por terminar con un día tan ladilla como el que se avecinaba.

Pero ahora, era ella. Y el celular.

César seguía callado. Eso era lo peor.

Ya que todo se había descubierto, Laura se sorprendió al afrontar la realidad con resignación. Con firmeza. Sabía que el futuro de su matrimonio estaba en vilo, probablemente atrofiado y eso le hizo pensar en Augusto, su hijo de siete años, demasiado pequeño para notar que algo feo ocurría entre sus papás, demasiado grande como para no darse cuenta de que papi ya no estaba en la casa. Porque le darían la custodia a ella, la madre. César se marcharía por ahí, como hacen los hombres después del divorcio, y visitaría al niño que después se volvería un adolescente rencoroso con los dos.

Un mensaje de texto y la vida que conocía hasta ese momento había llegado a su fin. Mi reino por un caballo.

Se miró las uñas, tan cercas de la pantallita. El esmalte se estaba desconchando. Pensó en que ya tenía que pintárselas otra vez y, el verse pensando en ello, le dio un grosero acceso de risa. Fue entonces que sintió ganas de llorar.

—Sólo quiero saber —dijo César al fin, apoyado en el marco de la ventana—, ¿por qué?

Miraba hacia el estacionamiento, si bien no había nada qué ver. No importaba. En parte, se trataba de eso, de no verla.

Por mucho que se esforzara, César no podía dejar de pensar en aquellas palabras. Todo giraba en torno a aquel mensaje y al nombre que figuraba al final, el del autor. Diez años casados, él pensó que estarían juntos para siempre. Cerró los ojos con fuerza. La frase se dibujó dentro de sus párpados cerrados. “Cuando llegues” en letras de insípido digital, “voy besártela como a ti te gusta”. Se sentía como un puñetazo en la boca del estómago.

Laura, todavía en el borde de la cama, trató de contestar. Le faltó el aire. Encogió los hombros y levantó las manos. Empezó a llorar.

César se volteó. Aquello, su futura ex mujer llorando, fue la imagen más insultante que se le habría podido ocurrir. Ella no tenía derecho a sentirse ofendida. No tenía derecho a nada.

Casi tres meses atrás, estaban dándole los regalos de navidad a Augusto, cómplices en el secreto de Papá Noel.

Seis meses en el pasado, habían hecho el amor en el piso de la cocina. Sin saberlo, Laura había abrazado con fuerza a su esposo, le había lamido la oreja, le hundió las uñas en la espalda.

Eso fue antes de la infidelidad.

Por la ventana que César ya no veía, corría un hombre con las manos en el estómago. Cayó de bruces al suelo de sucio asfalto mojado. Se puso de rodillas, perdió las fuerzas y cayó de nuevo. La sangre fluyó, se mezcló con el agua de lluvia y se difuminó.

—¿Qué quieres que te diga? —dijo Laura— Fueron cuatro veces. Nunca en nuestra cama.
—“Nunca en nuestra cama”, ¿se supone que eso me haga sentir mejor?

Se paró frente a ella, taladrándola con una mirada que ella se esforzaba en evitar.

—Me mentiste, Laura. ¿Quién sabe por cuánto tiempo?

Quiso golpearla. Estaba mal, era un deseo repulsivo que lo convertiría en mucho menos que un hombre. Pero por dios, qué gusto le habría dado golpearla.

Ella lloró con los codos sobre las rodillas. Con una máscara hecha por sus manos.

—Por lo menos mírame a la cara y dime que no me amas —César se puso en cuclillas ante Laura—. Mírame. Termina con esto.
Le tomó las manos, desojando su vergonzosa intimidad, destapando un rostro de pómulos rosados y lágrimas ardientes.

—Dímelo, Laura. Habla.

Ella sentía la saliva caliente en los labios. Por un momento pensó en explicarle que no lloraba buscando simpatía. Pero ¿para qué?

En el futuro, ella descubría una escena que no tenía por qué estar ahí, sentiría el aliento de la muerte vomitado en su rostro. En el pasado, hacía los preparativos para un viaje. Un compromiso social, la fiesta de quince años de un amigo de la familia que vivía en un pueblo de la Venezuela no enteramente rural, no enteramente urbano. Si tenía que estar agradecida por algo, era porque la farsa se descubrió aquí, mientras su hijo se había quedado a dormir en donde la fiesta, con amigos y primitos. Dios, gracias por no haberle mostrado esto.

César se levantó y fue a la mesita junto a la cama.

—Voy a llamar al lobby para que te traigan un taxi —dijo, levantando el auricular—. No te quiero aquí esta noche. Tú verás para dónde te vas.

César marcó un botón. Otro. Sentía asco por sí mismo al actuar de este modo. Pero no podía ser de otra manera. Hizo la llamada. El hombre del lobby le dijo que el taxi estaría esperando en cinco minutos. César le dio unas indiferentes gracias. Colgó.

—Recoge tus cosas y vete —dijo.
—¿Qué querías que hiciera? —Laura volteó— ¡Dime! ¡Lo llevé de la mejor manera que pude! ¡Dime qué…
—A mí no me estés gritando.
—…tenía que hacer, César!

Ella se levantó. Antes había sido pánico y vergüenza. Pero ahora, ahora era ira.

—¡Tú no sabes lo que es esto! —gritó— ¡Llevar años de matrimonio sintiéndote incompleta!

No era ira contra él. Contra nadie. Pero necesitaba liberarla igual.

—¿Que no debí casarme nunca contigo? Lo sé, César, lo sé. Pero ya, las cosas pasaron.

César bajó la cara. Caminó hasta la puerta de la habitación. La abrió.

—Lárgate de mi presencia —dijo—. No pienso dormir una noche más con una puta lesbiana de mierda.

Así que ahí estaba. Lo dijo. Y con ponzoña, las palabras de un demonio y no del hombre que le había llevado regalos sin ninguna razón.

Laura recogió sólo su cepillo dental y lo metió en su bolso. Ya podría volver por el resto.

Salió de la habitación esperando otra estocada, un último insulto a la espalda. Pero no ocurrió. Salvo por el sonido de la puerta cerrándose, una puerta no de la habitación, sino de un estilo de vida que ya no volvería a ser.

No recordaría llegar al lobby. Tampoco subirse al taxi.

Era un carro viejo, de metal oxidado y sin pintura en las esquinas, amplio, con aroma a ambientador de fruta por dentro. El taxista, un hombre de gorra, bigote y panza, le preguntó a dónde iba.

—Lléveme a otro hotel —dijo ella.

Laura apoyó la cabeza en el cristal de la ventana, de la misma forma en que lo había hecho horas atrás, en el carro de su esposo. Las gotas acariciaban la lámina transparente, dibujando sombras irregulares en sus mejillas.

—Ya… ya va —dijo el taxista.

El carro paró. Se activaron las luces altas.

Laura miró, distraída, sólo deseosa de llegar a otra habitación, acostarse en la cama y llorar hasta que ya no le quedara nada por dentro. No tenía ganas de hablar con Camila. Es decir, la amaba, pero este no era el momento para su voz.

—¿Qué pasa? —preguntó débil y el taxista le contestó levantando una mano en señal de parada.

Adelante. En la calle. Algo que no podía estar ahí. Bajo la lluvia, tenía el cuerpo de una mujer entre dos tenazas. La criatura la tenía. No, no era una mujer, sino una muchacha. El taxista la reconoció, tapándose la boca con horror. Vieron cómo la serpiente blandió el cuerpo femenino, que ya goteaba un líquido más oscuro. La levantó hacia el cielo y ella alzó una mano con el índice extendido. Señalando quizá a dios. La víbora la estrelló contra el pavimento, donde la cabeza de la chica se abrió como un melón.
El taxista gritó, echó la espalda para atrás y hundió el acelerador. El carro tardó en ponerse en marcha, pero al hacerlo, lo hizo como una vieja mula que han sacado del retiro para arrojarla a un largo viaje. La víbora los vio. Se movió por impulsos, por estocadas al frente. De dos estocadas, estaba frente al carro. Con la tercera, saltó, quebrando el parabrisas, hundiendo sus uñas como clavos en la cara del hombre. El taxi paró y la víbora hizo otra cosa con el tembloroso cadáver del taxista, que ya no tenía la gorra. Laura no pudo ver qué era, pero sintió el líquido caerle encima. Creyó que era agua de lluvia y pensó, no de un modo coherente, que eso no tenía sentido, porque la lluvia estaba afuera del carro, no dentro.

Miró al ser que la miraba y sintió la malicia, el hambre de aquella cosa encerrada con ella.


5 comentarios:

Jessisrules dijo...

Terrible y aterrador al mismo tiempo. Inquietante por decir lo menos. Increíble.

Gabriela Valdivieso dijo...

Querido Vic, por fin! A ver, me gustó la idea de mezclar horror con amor, pero en este caso me pareció que el amor quedó débil y algo confuso (lo del mensaje, incluso la sexualidad de ella), mientras que el horror es verdaderamente "horroroso"! (excelente la escena del taxista y frases como el vómito en su cara).

Me gustó que mientras discuten los personajes hay una mujer siendo devorada afuera, pero también creo que le faltó fuerza, dientes, garras, así.

Por último, creo que debes lograr que el lector cierre el capítulo anterior mentalmente; yo estuve todo el tiempo pensando que pronto descubrirían la muerte de uno de los niños. No separé la historia, por eso se me hizo confusa también.

Ah, me encantó la forma de hacer la pauta, la mezcla de tiempos me pareció inteligente e interesante!

Total, apartando estas recomendaciones, en serio vic, odio el horror, pero me encanta tu horror. Me encanta porque lo das de a goticas, y te prometo que me alzas los pelos. Yo digo que Vivorees parte 3 y 4!

Gabriela Valdivieso dijo...
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Victor C. Drax dijo...

Gracias, Gaby. De repente, como es un serial, muchas de las cosas que van ocurriendo se complementan con lo que vino antes, o lo que viene después... así que probablemente leer un sólo capítulo es como ver el capítulo de una serie de... Prison Break y ya, no ves ningún otro.

Pero I like, me contenta que te haya gustado :)

Victor C. Drax dijo...

Y Jess: trés bien!