domingo, 11 de diciembre de 2011

El poste de luz se desnudó

Cualquiera diría que era imposible, pero funcionó: el conjuro para cambiar de género funcionó perfectamente. ¿Quién diría? Ella menos que nadie, te lo aseguro.

Esa mañana despertó con aquello guindándole, y el espejo le devolvió un reflejo extraño. Era ella, la Daniela de siempre, pero en versión masculina. Era posible y era real.

Tenía mini patillas de pelo, la quijada más cuadrada, sus vellos de las piernas más oscurecidos y sus manos gruesas, como sus cejas y sus nuevas batatas. No tenía senos, ni vestigios, y en cambio, tenía guindándole un miembro ajeno y bien extraño.

Por tonta, a Daniela no se le ocurrió hacer su experimento un día libre, no. De modo que, tic tac, iba ya tarde para el trabajo.

Se tomó el pelo con una cola como siempre. Pero no era entonces una chica normal con el pelo recogido, sino un chico cool con greñas largas como por estilo de vida y resolución personal.

Salió sin complejos y no encontró dedos acusadores ni ojos desorbitados. El mundo giraba igual. Era un joven, como cualquier otro. QUizás, sí, un poco afeminado gracias a la ropa de chica, que, sin opciones, debió usar.

Llegó al trabajo y la secretaria, la, ajem, lo saludó:
-¿Daniela? ¿Pero que te hiciste?
-Un conjuro, no es nada. Es solo por hoy. Ya mañana estaré normal.
-¿De veras? ¡Buena! Te ves bien.
-Gracias.
-Luego me pasas el dato de cómo lo lograste.
-Sí va.

Y subió a su ofiina, y lo mismo. Que Daniela, que cómo lo hiciste, que solo por hoy, que mañana vuelvo a ser yo, que qué fino, que gracias.

Pasó aquel día como cualquier otro, excepto por las llamadas y la extrañeza por su voz. No era fácil de entender, pero es lógico que hables raro si cambias de género, ¿cómo más va a ser?

Tras el trabajo fue a ver a su novio, y lo mismo. "¿Dani?", "La misma, pero en versión masculina, ¿te gusta?". Su cara asomó un no, pero dio lo mismo. La pasaron como siempre, aunque sin besos. "Por hoy prefiero no caerte encima, ¿no hay problema?" Por qué lo habría. "Mañana te agarro más que la mano, cuando no tengas uno como yo".

De vuelta a casa razonó que era posible que fuera un día especial para todos: los gimnasios estaban llenos de gorditos ejercitándose, los jóvenes se iban en taxi y los hombres enflusados iban tomando fotos a detalles del camino, ¡hasta a los policías les dio por descansar de sus oficios leyendo sentados en plazas!

Se acostó esa noche complacido. Lo mejor de ser Daniel fue que pasó el día relajado, sin estrés, sin complicaciones.

Despertó luego como siempre pero como nunca: Le sobraba busto, y algo más. La "a" de su nombre le quedaba floja, como guindando. Era como la paloma del poste de luz; no era más que un acesorio mitad natural mitad casual, arbitrario, sin sentido.