jueves, 29 de marzo de 2012

Doble-Play


I




Las cosas salieron mal desde el principio.


La tipa salió al escenario, eso fue lo primero. Para esta hora, siete y cuarto de la noche, Venusliana tendría que estar encerrada en el baño con un ataque de vómitos, sarpullido, tos, boca seca, nausea, retención de líquidos, diarrea, embarazo psicológico, psicosis, síndrome post-traumático de estrés, prurito rectal doloroso, caspa y halitosis. Y ahí estaba montada, bailando y doblando la canción, dos bailarines “urbanos” —senda pinta e’ choros— acompañándola, uno a cada lado.

Era dudoso que Paulina se considerara una clienta satisfecha.

Cuando se presentó en su oficina, la tarde anterior, le puso en el escritorio la foto de una muñeca inflable, pero de carne y huesos.

—Esta maldita —dijo—. Quiero que se joda.

La parte de “se joda” la dijo sacudiendo la cabeza y apretando los párpados. El odio le salpicó a Luca en la cara.

—Es una perra, la odio, la odio. Se mete en todo lo que a mí me gusta y me quitó a dos hombres, doctor. Dos —alzó los dedos en forma de V, el símbolo de la paz—. Qué puta. A los dos se los lanzó cuando los conoció. Y bastó que viera que yo soy cantante para que se metiera a cantante. Por favor, si no sabe ni entonar. Yo tengo, mire, desde los once años viendo clases de canto, aprendiendo a manejar el aire, a proyectar la voz. Viene esa…

La pausa le hizo a Luca entender que la chica no sabía si decir “perra” o “puta”; había una “p” esperando a ser escupida por esos labios.

—ZORRA —dijo la clienta—. Pero es que claaaaro, como tiene esas tetas operadas… no sé cómo va a hacer cuando sea más vieja, se las irá a quitar. ¡Ay, ojalá y se le pudran! —alzó los puños a la altura de la cara, cerrando los ojos, fantaseando con prótesis mamarias necróticas. Luca no estaba preparado para esta clase de odio— Y como yo soy actriz, ¿qué hizo ella?
—¿Se metió a actriz?
—¿Qué? ¡No! ¡Se llevó su puesto de mandocas al frente del teatro! —un puñetazo al escritorio— ¡Qué maldita!

Luca cruzó las piernas. La muchacha era menuda, rubia y llevaba el cabello en dos colitas que caían detrás de cada oreja. Sus ojos no eran en realidad azules (se notaba por la cubierta sin transparencia que delatan a los lentes de contacto), pero le lucían en esa cara llena de panqué y ansia de estrellato.

—Desde los ocho años, modelando, preparándome, coño, doctor para… ¡Irme de Cabimas pal’ mundo! Ya tengo las catorce canciones de mi primera producción discográfica, “Un Sueño”. ¿Pa’ qué? ¿Pa’ que la puta esa me quite todo lo que yo he trabajado?
—No estoy seguro de estar entendiendo. Tienes una tarjeta de alguien que te refirió, asumo.

La muchacha lo miró desorientada. Produjo de su cartera un estuche de maquillaje, un teléfono Blackberry con una flor de bisutería colgando de una esquina, y una tarjeta. Se la extendió al nigromante.

—Me refirió Hany Kauam —dijo la muchacha—. Yo soy Paulina.
—Paulina —el doctor le devolvió la tarjeta y le estrechó la mano—. Cuéntame qué puedo hacer por ti.

La jovencita, que no debía superar los veintiún años, respiró profundo. Dudó antes de hablar, como si Luca no fuera su brujo negro particular, sino su terapista. Por la ventana de la oficina, un autobús dio un cornetazo.

—Bueno, doctor. Mire. Yo soy de Maracaibo, ¿sabe?
—Sí, me fijé.
—¿No será por el acento? Me he fajado para quitármelo, doctor, Osmel dice que…

Luca levantó una palma hacia la chica.

—Por lo de las mandocas —dijo.

Paulina tardó en decodificar la respuesta.

—¿Qué mando…? Ah, claro. Las de la perra esa. ¡Coño, qué re-perra es esa bicha!
—Calma, calma —ahora Luca respiró profundo. Esta sería una mañana muy larga—. Cuéntame. Eres de Maracaibo.
—Sí, doctor. ¿No tendrá un vasito con agua?

Una de las manos del nigromante se cerró en un puño.

—No —dijo—. Mi tiempo es precioso. Termina la historia.

La chica hizo un mohín, el que ponen todas las mujeres bonitas que el único “no” que han oído fue el que les dio aquel policía gay.

Preparado para escuchar una pataleta, el hombre se reclinó en la silla.

—Bueno, doctor. Lo que pasa es que yo siempre he tratado de ser artista. Y me da mucho coraje que de la nada venga esta a quitarme lo que yo me he esforzado por ganarme. No es justo. No-es-justo, coño. Y me quita los dos novios. Todo comenzó cuando hubo el concurso de canto en el colegio, yo fui, preparé una canción de Lady Gaga y me peiné el pelo así. Pa’ arriba. Como la de Los Simpson. Y canto Bad Romance y el jurado está encantado, pues, coño, hice un show ahí, no canté nada más. Y me bajo de la tarima diciendo “nada, estos son míos”. Es lo que yo merecía, doctor, mi trofeo, por tantos años esforzándome. ¿No quiere que le cante?
—No.
—Qué antipático.
—Dime qué te hizo la muchacha esta. ¿Cómo se llama?

Paulina croó una risa de villana de telenovela, patética en su falsedad.

—Ella dice que se llama “Venus” —se inclinó sobre el escritorio y sus senos se abultaron en el escote. Las palabras de la chica olían a yerbabuena—. De verdad se llama Venusliana. Nombre de puta, doctor.

Luca decidió rechazar el caso. Si esta carajita contrataba un sicario y tiroteaban a Venusliana mientras vendía mandocas afuera del teatro, ya no era cosa de él. Hizo lo que pudo.

—Bueno, resulta que Venus le averiguó el pin a todos los jueces —siguió Paulina—. Y le ha escrito a los cuatro, hasta a la mujer. Les dice que si esto, que si lo otro. Y, hombres al fin, ellos le siguieron la corriente. Vergación que eso no es nada: como dos días antes del concurso, la coñita se ha sacado fotos de la que te conté. Y se las ha mandado por pin a los jueces. Hasta a la mujer. Y yo vi las fotos, no eran fotos de teléfono, eran de fotógrafo. Se las tomó así, en unas poses de bicha, de prepago. Modelando, y le decía a los jueces que eran para la Playboy, para ver si la clasificaban. Y lo peor es que sí clasificó.

Un puchero apareció en la boca de Paulina.

—Mira, yo creo…
—¡Pero no se sacó esas fotos nada más! La chama se grabó, un video ahí, haciendo asquerosidades. Y le ha prometido a todos los jueces que si ella ganaba, iba a tener twitcam con ellos y se les iba a desnudar, les iba a hacer un strip-tease (hasta a la mujer). Yo le digo a Germínides, mi novio (bueno, mi ex), que no me la calo, que hable con ella y la amenace. El estúpido va a la casa de ella y ¿qué pasó? La tipa se lo zumbó. Es que la verdad es que todos los hombres son bien pendejos. Fui llorando a papi, le dije que hablara con la sucia esa, papi fue y se lo echó también. Y se tomó fotos y se las mandó a los jueces. Hasta a la mujer. Y lo único que papi me dice es que “Hija, uno es hombre, la carne es débil”. ¿Qué coño débil va a ser, doctor? ¿Qué coño débil va a ser? Fui yo misma a hablar con ella, pasé dos horas tocándole el timbre de la puerta, brinqué la reja y el perro me saltó encima, me rompió el ruedo del pantalón. Y cuando le digo cara a cara que ya está bueno, que se meta en su vida y me deje la mía en paz, la tipa me llamó a la policía, me sacaron esposada de la casa y ella llamaba a todos los policías por sus nombres. Seguro se la cogieron también. Me soltaron a las cinco horas y llego al concurso al día siguiente, con los ojos hinchados de tanto llorar, los jueces tienen tremendas tortas enfrente, que la perra esa se pasó toda la noche haciendo. Hasta a la mujer. Yo canto mi canción, me bajo segura de que gané, y ella se montó en tanga, en hilo dental y cantó una canción de tecno, que ni siquiera tiene letra. ¿Sabe lo que pasó después, doctor?
—De verdad que no me lo imagino.
—¡Ganó! ¡Ganó!

Paulina se fue derrumbando como un castillito de arena pateado por un bebé. Primero la cara le cayó entre las manos, luego los hombros decayeron, luego se apoyó sobre el escritorio y ahí empezó a gimotear.

—Uhm… Yo soy un hombre ocupado… —dijo Luca.

La muchacha levantó la cara. El maquillaje se le empezaba a correr, dejando surcos por los que se veía una niña humana cuya verdadera piel nunca había visto la luz del sol.

—Quiero una maldición —dijo—. Quiero que la maldiga, que le tire lo peor que usted se imagine.

Una maldición.