GABRIELA VALDIVIESO

Periodista, 23 años

Participante del blog colectivo:

 

Autora del blog personal:
 





DATOS CLAVE DE GABRIELA VALDIVIESO



Citas: "Cervantes excluye lo sobrenatural en su obra porque incluirlo sería negar que la realidad es extraordinaria", de Cesáreo Banderas; y "La literatura es un sueño dirigido", de Jorge Luis Borges.

Libros: “Crimen y castigo", de Fiodor Dostoievsky; "Orgullo y prejuicio" de Jane Austin; "Don Quijote de la Mancha", de Miguel de Cervantes.

Películas: Amelie, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Inception, Yo serví al rey de Inglaterra.

Artistas musicales: Regina Spektor, Simón Díaz.



SABOREA EL ESTILO DE GABRIELA VALDIVIESO



Salada esperanza

Gabriela Valdivieso, agosto de 2010.



Click click.

La tarjeta de asistencia de Regino Alfonso Duarte marcaba la hora de salida: 13:02. La depositó en el estante correspondiente y salió a almorzar.


Se le había acabado hasta la última de sus latas de atún. No habría lonchera apurada seguida de un paseo atento. Ese día, a costa de su bolsillo, viviría su hora completa afuera de la oficina. El sol coloreaba sus pestañas y dibujaba tras de sí su sombra. El banquero vestido de tonalidades de grises caminaba contando los pasos. Entre el veintidós y el veintitrés ya había tomado su decisión. Comería en el "Don Pepe". Recorrió uno a uno los pasos rumbo al local y afuera, en un instante, escogió su mesa.


La de esquina izquierda. La mesa sin ceniceros, con el menú de la promoción del día y un objeto que llamó su atención. Terminó de trazar su paso número cuatrocientos ochenta y siete cuando dio con la silla. Sentado en ella se avocó a examinar el artículo que lo atrajo.


Las estrellas ahogadas lo miraban con coquetería. Brillaban desde sus montículos buscando un reconocimiento. Suplicaban liberación, aire libre, espacio para dispersarse y darle gusto al mundo. Pero poco funcionaban aquellos intentos. No llamaban su atención las migas prisioneras, sino el vidrio carcelero. El salero era la voz melodiosa entre los gritos.


El garzón consultó por el pedido. Regino Alfonso con un vistazo revisó el precio de la promoción del volante y pronunció: "Un agua gasificada y un bistec a lo pobre, por favor".


Sus ojos volvieron al salero y recorrieron desde los hoyos del metal delgado superior, las delicadas líneas que descendían desde el tope hasta el borde inferior. Se entretenían con la visión semitransparente que admitía la base gruesa. Menguó así la contemplación e inició la precisión de la finalidad de los elementos de tal artículo.


Sal, corrosiva y seca, como melosa y húmeda era su enemiga dulce. ¿Serán necesarias aquellas puntas? ¿No acaso las comidas no dulces, hasta las de sabores más suaves contenían aquel gusto? ¿Es necesario reforzarlas, pronunciarlas, tal como el acento de la "e" fortalece la palabra "él"? No es lo mismo el que él. Quizás tampoco un bistec salado sin sal que uno salado espolvoreado con aquellas arenillas. Quizás eran precisamente tan necesarias para los alimentos como la arena para las islas. Una isla no es agua, tampoco palmeras, sino es la arena firme que...


-Señor. - y dispuso el hombre del corbatín un plato humeante entre el salero y sus manos.

-Muchas gracias. -Habría oído el salero, si tuviera oídos.


Miró el plato, su gran mar, con sus papas fritas, huevos y cebollas, aquellas palmeras y barcos de la isla. Fileteó la palmera-carne y degustó la sábila. Salada, naturalmente salada. Quizás no era totalmente necesario, pero tomó aquel objeto. Sintió la temperatura neutra de aquel vidrio. Pensó en todas las caricias que junto a la suya aquel salero habría tenido y volteó los montículos presos hacia aquel mar con palmeras. Con aquella sacudida, suave por los generosos hoyos del metal superior, conformó entonces aquella isla.



Tanto mejor que el atún. Tanto mejor que aquella comida apurada para su paseo diario. Mojó las papas en la yema. Casó la carne con la clara. El gas de su agua burbujeaba en su boca, refrescándolo de aquel panorama. La cebolla daba alegría al cuarto día de semana. El disfrute de las papas movilizaba el reloj, que ya pisaba las 13:26.



Entre corte y bocado constataba la necesidad de la sal en las comidas, como la del bien en el corazón de los hombres. Ansioso, devoraba uno a uno los indicios de la isla. Desaparecían los restos de las palmeras, los barcos, los granos de arena, todo. Quedaron sus cubiertos náufragos, nadando en la nada de un plato vacío cuando su reloj apuntó las 13:49. Agitado por la tardanza pidió la cuenta y dio a Don Pepe, a través del corbatín rojo, tres mil pesos.


Mientras esperaba su vuelto realizó la operación necesaria. Más rápido que discreto, trasladó la cárcel y las prisioneras al bolsillo derecho su traje. Con ello cerró la operación necesaria de cada día. Destinó a aquel salero a dar a su valija marrón. Desde esa noche, el carcelero habría de acompañar las siete ligas, el biberón, el estetoscopio, los vasitos de papel, las pilas AA, la muestra de champú, la guía turística de Burkina Faso, la Condorito de los mejores chistes de 1990, el protector solar 100, la bolsa de las hasta ahora ciento tres chapitas de latas y el peine azul.


Sus arenas danzarían entre el manubrio, la bolsa de Mc Donalds, el trípode, el ganchito, el CD, los post it y la S del teclado. Se daría vueltas dando mayor gusto a lentes, abanicos, tarjetas de teléfono internacionales, llavero de flores, hojas secas, cucharitas coloridas de heladerías, un chal de alpaca y cuatro curitas de Hello Kitty.


Regino Alfonso, recibió su vuelto y, entradas las 13:54, se dispuso a recorrer nuevamente los cuatrocientos ochenta y siete pasos de vuelta al trabajo, con una escala: el kiosco de Lucila.


-Un loto, por favor.

-¿Y cuándo no? - dijo la vieja, como todos los días.



Tomó con esperanza el billete de lotería que estaba detrás del que sobresalía pues quizás sería aquel boleto de números sellados el que daría el sí al norte. A su norte en el norte. Quizás sería aquel especial Loto el que lo separaría de Chile, de su cubículo gris, y lo llevaría a África.


Quizás aquel salero sería la última adquisición necesaria para el cumplimiento de su sueño. Quizás con las vueltas del salero estaba el golpe de suerte que le faltaba para ganar y respirar la vida en Ouagadougou, capital de Burkina Faso.


Quizás por el salero llegaría la mujer que portará el chal y la niña que, producto de su amor, crecería con el biberón y haría de las ligas y los vasos de papel, sombreritos de de cumpleaños; y de las chapitas de las latas, dijes de cadenas. Quizás por el salero las pilas AA llegarían a una cámara que registraría los viajes familiares a Costa de Marfil para visitar las playas.


Quizás, click click a las 14:02. Quizás por el salero llegaría pronto a la costa de sal con palmeras y el plato gigante que tanto deseaba. Por el salero. Por él. Quizás es él el acento que le faltaba a su proyecto. Quizás, salero, quizás.

No hay comentarios.: