miércoles, 19 de mayo de 2010

Rutina; ruleta de hechos día tras día

Por Guillermo Geraldo
(10 ópticas de la ruleta diaria)

Antes empezaba con un ensordecedor sonido mi día, pero desde que la musiquita entró a los celulares, me levanto con Reinaldo Armas. El martilleo de mi despertador caducó. No es necesario prender el televisor para enterarme del mundo; mi vecino ya ha puesto globovisión bastante sonoro, para que el barrio se entere de internacionales, economía y el país.

Después de restregarme con jabón azul, cojo mi revoltillo y mi arepita. Las nubes le han dado la espalda al celeste. No parece que lloverá hoy. Decido salir. Un beso de mi esposa y un beso para ella. Me espera un nuevo día.

La monotonía del bajar escalones se perfuma de colonia (todo el mundo va bien emperifollado a trabajar), saludo a conocidos y pido el meridiano fiado. Llego a la avenida, y un sonido similar al tiroteo de anoche; pero más acelerado, toma auge y me acompaña, además de envolverme un tsunami de polvo consecuente también del taladro y las aceras. Se tornará grisácea mi chemise. El esmero de mi esposa y las publicidades de Ariel y Ace serán en vano. Las personas admiran la obra cinética pincelada en el suelo mientras caminan; la cual parece ser sagrada e intocable; digo esto porque a nadie se le ocurre cruzar por encima del rayado.

La duda me enfrenta al entrar al metro, me pregunto si sólo la gente mi barrio suele bañarse. Surge un violín que inunda los vagones. Ya se había montado un músico, un mago y un enfermo, para el momento en que abandono la serpiente de acero, mareado del tufo estación tras estación y con un aspecto más deplorable que Michael Jackson en Thriller.

Mi agua de colonia se esfuma para cuando saludo al Dr. Aureliano, a quien jamás le he visto el mismo traje (ese si está bien perfumado y millonario). Por el contrario, Joselo, un muchachito recién graduado, parece tener sólo un flux y no hecho a su medida. Conozco a todo el que hace vida en el Multicentro Empresarial donde trabajo, soy ascensorista, aquel que tiene las llaves que desafían la gravedad hasta un piso diecinueve.

Mi trabajo no suele tener adrenalina, a excepción de las horas pico. Sin embargo, te enteras de cualquier vaina que pasa en las oficinas (las secretarias se ponen de acuerdo para contar chismes en el ascensor), cosa que suele divertirme. Nunca en mi vida me he puesto un traje, pero siempre he supuesto que deben apretar bastante las bolas. Digo, ningún empresario bien vestido al montarse en el ascensor saluda y siempre tienen el ceño fruncido; la voz debe privársele del dolor en los genitales (No es por que sean mal educados, compréndanlos). Me gusta comer, pero estoy seguro de que aunque me comiese un plato de caraotas, huevos y un batido de cambur; pues, no sería capaz de lanzarme peos tan putrefactos como aquellos que dejan los susodichos al momento de dejar del elevador, bajo lo responsabilidad de su ano sigiloso que los transforma en pequeños soplidos inalcanzables para el oído humano.

Es increíble el clima caraqueño, esta mañana, cuando empecé a contarles mi rutina, jamás pensé que llovería, pero llueve, ahora llueve. Improviso un techo con el Meridiano que conservé hasta el Excelsior Gama. Debo esperar el avance de una cola que se moviliza más lento que una procesión de cojos para pagar el relleno de la cena. Al salir, sigue el diluvio, se desprenden goteras de mi techo improvisado que puntean mi camisa de tinta. El metro se convierte, entre el calor y la humedad, en un sauna en movimiento.

Creo que será necesario agarrar los “Jíses”, hasta mi casa, estará difícil subir las escaleras con los ríos de agua bajando. Tendré que ver el juego de Santana sin escuchar a Beto Perdomo. Las luces de casa parpadean, el techo de zinc, somete al volumen de televisor debido al chaparrón que cae. Las cosas parecen ser más prosperas con mi arepa “rueda e´camión”. Terminará mi día, mi cepillo que parece un cabello electrocutado de tanto uso; limpiará mis dientes. *Bajo el telón de mis párpados, cerrando el teatro de la rutina por los sueños y hasta un nuevo amanecer*

martes, 18 de mayo de 2010

Locura con Sentido

Lugar: HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DE MADRID
Año: 1989

-Si Catrina, todos sabemos que no estas loca, yo también a veces siento las gotas de lluvia cuando el Doctor Rafael habla.- dijo la enfermera entre risas mientras dirigía a Catrina al comedor.

Catrina siempre fue una persona muy solitaria, desde pequeña sentía las cosas que oía como sensaciones físicas por su cuerpo. Dependía de la persona y de su tono de voz, rara vez podía estar con alguien que pudiera soportarla por más de una hora. Las excepciones eran obvias, su madre a quien sentía como una caricia en la espalda, a su padre quien era una suave cosquilla en la mano y claro, a Daniel que era un frío roce en los labios.

Daniel era otro personaje particular en ese hospital psiquiátrico. Los doctores estaban seguros de que el pobre sufría de esquizofrenia pero en los exámenes salía totalmente cuerdo. Este loco veía colores, muchos colores. Cuando la gente hablaba veía colores saliendo de su boca, cuando el se pegaba o le inyectaban también veía colores. Todo el tiempo Daniel veía colores, al leer, al escribir, al sumar y al restar; según él, cada cosa tenía su color. Cada persona, número, letra, sonido y dolor tenía un color, un color que veía en su mente y a veces, en ocasiones especiales se salían de su cabeza y se adueñaban de la habitación.

Salvo por estas extrañas características Catrina y Daniel eran personas muy normales, les gustaba leer, oír música, jugar cartas y caminar por el jardín. Daniel siempre le decía a Catrina:
-Tal vez este loco pero tú tienes la gama de colores mas armónica y perfecta.
Catrina sonreía y le respondía
-Tu voz me da la mejor sensación en el cuerpo.
Cualquiera que escuchara sus conversaciones los mandaría a un hospital psiquiátrico pero claro, ya estaban en uno así que nadie les prestaba mucha atención.

En otra habitación de ese mismo hospital se encontraba Manuel, alias “El gordo”. Sorprendentemente Manuel era flaco, su problema es que pasa el noventa por ciento del día tratando de comerse las cosas más extrañas y menos apetitosas del mundo. Esa mañana el gordo le saltó encima al Doctor Rafael para arrancarle su corbata y devorarla. Cuado lo llevaron a la oficina principal para preguntarle por su comportamiento él solo respondió: -Apenas la vi me supo a menta, tengo mucho tiempo sin comerme una menta. ¿Me entienden?
Manuel jura que los sabores aparecen en su boca al ver algunos objetos, letras o números y es por eso que siempre trata de probar o saborear todo, quiere saber si algún día el sabor que siente es realmente el que es.

Estos tres personajes y otros más estan en ese hospital psiquiátrico sin recibir tratamientos, ya que luego de pasar años buscando alguna enfermedad que tuviera cualquiera de sus síntomas los doctores y psicólogos se rindieron. Estos pacientes no están medicados aunque todos piensan que Samanta si debería estarlo.

Samanta es la más inteligente de los cuatro fantásticos (chiste interno entre doctores y enfermeras) pero también es la que más consideran loca. Para ella los objetos, las letras y los números tienen personalidades. No es extraño que se tenga que ir de algunos sitios porque se siente incómoda o amenazada. Es tan sencillo como que los lápices son simpáticos y nobles, las lavadoras engreídas y los lentes, algunos, son odiosos y asesinos. También cada dedo de su mano tiene una personalidad diferente y no puede aplaudir porque los dedos de una mano no se llevan bien con la otra.


De todos los doctores de ese hospital el único que no se rendía en encontrar el motivo de las alucinaciones de estos cuatro pacientes era Rafael, un doctor que secretamente veía colores en las letras y números. Para él, cada letra era un color diferente y en las palabras los colores se mezclaban.

Rafael pasaba horas al día buscando respuestas hasta que la encontró, del otro lado del mundo un tal Cytowic había escrito un libro. Al parecer todos sufrían de una misma condición en donde dos o mas sentidos en el cerebro vienen conectados, es por eso que ven colores al oír voces, o sienten sabores al ver un objeto.

Apenas unió todos los cabos mandó a llamarlos para explicarles su condición.

-Ustedes no están locos, tienen sinestesia. Les recomiendo que no lo digan mucho, es un descubrimiento muy nuevo y la gente no lo va a aceptar tan rápido. Ya se pueden ir del hospital, suerte.

Los cuatro se miraron los unos a los otros sin saber que hacer, decidieron hablar con el director del hospital para quedarse mas tiempo porque tal vez si están locos después de todo.

Recé

Recé
Por Jessica Márquez Gaspar

Era el látido acelerado pero rítmico de su corazón. Podía sentirlo contra mi pecho. Pensé entonces en lo básico de aquel contacto, en lo importante de la cercanía. Imaginé entonces las posibilidades infinitas de la proximia, y en aquella fuerza invisible pero sensible que corría entre nosotras, todo aquello que quería decirle mientras ella permanecía cercana a mi ser, a mi corazón que latía rápido, casi desbocado. La abracé aún más fuerte, pero con delicadeza, mientras sentí su indefensión y mi posibilidad de ayudarla. Ante todo, la amaba intensamente, era un miembro de mi familia.

La deposité suavemente sobre la mesa metálica, en la que se posó con ojos asustados y las frágiles paticas en un ángulo extraño. Me miró entonces en busca de consuelo y corrí a acariciarla, a hablarle suavecito pero con tono alegre para trasmitirle algo que no sentía: paz, esperanza. Detallé su pelaje, que brillaba con destellos perlados. Me mantuve a su lado por lo que me parecieron horas eternas, tocándola eternamente con el deseo casi infantil de que mis manos pudieran curarla.

Tuve finalmente que despedirme de ella porque había caído la noche. Justo cuando estaba en la puerta, volteó a verme, como preguntándome hacia donde me dirigía. La miré y creo que entendió que volvería. Se acostó y cerró los ojos con un suspiro. Yo también suspiré mientras me dirigía a mi casa, rezando para que aquella no fuera la última vez que sintiera el latido de su corazón contra el mío. Recé, y aún espero respuesta.

domingo, 16 de mayo de 2010

Recorrido

Muy arriba, donde los cielos pincelan su espacio y las estrellas cantan su luz, un conjunto de ánimas esperan. Les han solicitado presencia y quietud. Brillante, una voz invisible, la más dulce perceptible, expuso:

Estimadas, dichosas almas, están ustedes ante una propuesta. Deberán tomar la más grande decisión posible y pensable. Es importante que asuman que no hay mejor respuesta que la que tomen.

No es fácil de entender, atiendan bien: Están habilitados para continuar aquí cuanto gusten, bebiendo el elixir de la totalidad, conviviendo en mi cercanía y gozando de la atemporalidad. Mas los invito también a lanzarse a una experiencia distinta. Ardua y gozosa, penosa como gloriosa. Angustia y euforia a la vez misma. Los invito a dejar la inmaterialidad y animar un cuerpo. Los invito a experimentar nuevos contextos y a manejarse en ellos. A asumir el riesgo de viajar muy lejos, y hacer, impulso a impulso, su recorrido de vuelta. Recompensas como castigos tendrán, dependiendo de su obrar, de su lealtad para con la verdad y el bien. La invitación, opcional y libre, es… lanzarse al ser limitado.

En el no tiempo, ni antes ni después, algunas almas titubeantes declinaron la propuesta. Otras, listas y ávidas, alzáronse rumbo al sí. Una a una, contactadas con el Todo, se disponían a sustraer el hilo vital. La que estaba entre una y otra, aguardaba su turno. Llegado, rozó la totalidad y se derramó hacia el mundo. Sentidos. Emociones. Razón. Después de una nalgada, todo se compuso entre los brazos de una mujer que llora y observa fascinada.

"Carolina Duarte" tuvo por etiqueta. Rodeada en rosa, en calor y luz incandescente, abría espacio entre el aire, a la vez respirándolo. Desfilaban en su futuro pañales, eructos que lucharían por salir, sin fin de imágenes y fonemas incomprensibles, balbuceantes intentos de pronunciación, extremidades gateantes. Llegaban compotas, chupetas, gomitas, donas y pizzas que devorar.

La esperaban hormigas que aplastar, almohadas que morder, piedras que hacer surcar en el agua, llamadas telefónicas por hacer, rimen y tacones por usar. Estornudaría, se quitaría los mechones de la cara, robaría un lápiz, cruzaría en amarillo, diría mentiras blancas y oscuras.

Odiaría, envidiaría, engañaría, descubriría mentiras, se despecharía, lloraría siete muertes, pelearía, sobrellevaría fracasos, sería robada, caería en tentaciones, sería despedida, así como jugaría, sentiría cosquillas, bailaría, celebraría el éxito de su equipo predilecto, devoraría chocolates, se enamoraría hasta el desvelo, estudiaría, desempeñaría sus ambiciones.

Plancharía, usaría cuarenta y cinco mil isopos, se lavaría los dientes, recibiría vueltos, marcaría cincuenta y siete mil botones de ascensor, se amarraría las trenzas, tomaría yogurt en el metro, se enjabonaría las axilas, se mordería las uñas, abrazaría treinta y dos mascotas, cambiaría las bolsas de basura, apagaría dvds, haría dietas, tomaría ciento siete aspirinas, tomaría leche y usaría cuatroscientos rollos de papel higiénico.

Todo esto haría. E hizo. Luego, veintiséis cumpleaños después, entrelazada con el receptor de su amor, sin intermediarios, motivaría, sin saber, una renovada invitación a las almas expectantes, allá, muy arriba, donde los cielos pincelan su espacio, las estrellas cantan su luz, y la vida espera ser vivida.

Ladrón de boticas

En la cola las manos le sudaban de la misma manera que le hubieran sudado si su crimen hubiera sido matar a alguien.

La cola para pagar en Farmatodo era enorme. Ezequiel y Eduardo miraban a los tipos de seguridad en la puerta y tratando de ocultar los nervios evocaban algún pasaje literario donde ocurría la misma situación y los personajes salían airosos. Ezequiel, quien había sido el culpable de todo esto, pensaba que la cola era interminable, que nunca terminarían de pagar la crema de afeitar, las hojillas, la chicha y el bendito chocolate.

El tipo de la cámara vio cuando Ezequiel lo hizo. Y llamó a la policía. La policía le dijo el procedimiento. El seguridad se cagó, dijo que le daba miedo, que cómo sabía que ese chamo no tenía una pistola, que tenía hijos y una esposa que mantener. El policía le dijo que no se preocupara, que seguro eran unos rateritos de algún barrio cercano que acababan de salir del cine y que se llevarían esa cosa sólo por joder, porque son unos malcriados que no pueden vivir sin estar robando. El seguridad, le dijo, muy valiente, muy macho, que acataría el procedimiento. El policía le dijo que muy bien, que ellos mandarían una patrulla para allá para verificar que todo esté bien y por si las cosas llegaban a complicarse, pero volvió a enfatizar que nada sucedería. El seguridad se paró y buscó a Gian-Go, el seguridad papiao de la sección de cosméticos de mujeres y productos de limpieza, un gordo con una gran cicatriz en la cara y aspecto yokosúnico. Cuando lo vio le explicó el procedimiento, Gian-Go aceptó y dijo “si se ponen popis les parto la cara a esos carajitos”.

Ezequiel y Eduardo sólo comían par de perros calientes en la avenida, como cualquier ciudadano común. Ese día no sabían que casi hubieran podido ir presos. Como Ezequiel y Eduardo son muy pichirres, les pareció que pagar 5 bolívares por una malta era una exageración, así que decidieron ir a Farmatodo a comprar alguna bebida a precio regular.

La farmaceuta no podía creer que alguien fuera capaz de cometer un crimen en una farmacia. En sus 20 años de experiencia era primera vez que pasaba. Ella tenía que ir a ver quién había decidido cometer semejante atrocidad, sólo por el hecho de poder ver a los ojos a unos ladronzuelos cualquiera y maldecirlos mentalmente. La farmaceuta estaba arrecha. Empezó a maldecir haber tenido que vivir en esta ciudad y empezó a echarle la culpa al gobierno por todas sus desgracias. Pensó en su paupérrimo sueldo, en su maestría en Farmacología y en lo felizmente pequeño burgués que sería viviendo en otro país del mundo, cualquiera.

Las empleadas que no habían estudiado nada en la universidad, salvo algunos semestres fallidos de letras o bibliotecología para cambiarse a Comunicación Social y debido a que no pudieron hacerlo por un promedio deficiente empezaron a trabajar y cayeron en Farmatodo, habían creado un barullo sobre el asunto de los chicos que iban a ser interpelados por el Seguridad y Gian-Go y que luego serían vistos a los ojos por la farmaceuta. Por supuesto ni Ezequiel, el autor del crimen, ni Eduardo, que sabía del crimen pero se hacía el paisa, creían que algo les sucedería ése día.

Entonces llegó la policía. Eduardo y Ezequiel pensaron que el seguridad les había dicho la verdad, que no les harían nada si pagaban y se iban, pero ahora la policía estaba en la entrada de la farmacia y hablaban con el seguridad. Gian-Go los señaló y el policía fue directo hacia ellos. Tomó un refresco y se devolvió.

Ezequiel no quería irse en metro, quería irse caminando. Y recordó cuando al salir de Farmatodo, justo en la puerta, un policía le decía a otro, “qué rico Chocolate, ¿no?” y reían entre ellos. A cada rato le preguntaba a Eduardo si tenía la factura. Le daba miedo que algún policía lo parara y lo metiera preso. Más nunca robaré en mi vida, ni libros siquiera.

Eduardo recordó la clase del día después de la muerte de Adriano González cuando un profesor, llorando en clase, dijo que el único crimen que podía permitirse un estudiante universitario era robar un libro. Que él recordaba las clases en las que Adriano decía “muchachos, roben libros que igual los editores nos pagan: ustedes sólo le están robando al verdadero ladrón”.

La farmaceuta pasó, tomó un refresco y vio a Ezequiel a los ojos. Eduardo estaba muy distraído pensando a qué personaje de la literatura le había pasado lo mismo. Ezequiel entró en pánico y llegaron los policías. La cola no avanzaba. Una mujer pagaba en débito y había olvidado su clave nueva. El cajero de la otra caja había ido al baño, le habían caído mal las caraotas que le había hecho su suegra. La cajera que pasaba la tarjeta de débito se tardaba a propósito: no quería atender a unos delincuentes. Ya todos los empleados de la farmacia sabían qué habían hecho.

Ezequiel y Eduardo estaban tranquilos. Pensaban que se tomarían la chicha en el banquito de en frente después de pagar y que luego tomarían el metro hasta sus casas. Ni por un segundo se les pasó por la mente que serían descubiertos. Quizá a Ezequiel un par de veces, por haber cometido el crimen, pero lo desechaba inmediatamente. Entonces un tipo llegó con un gordo de la nada. Agarró por el brazo a Ezequiel y no habló, se veía que trataba de decir algo pero no podía.

El seguridad trató de recordar el procedimiento, pero estaba cagado. Esos chamos podían tener una pistola y sacarla ahí mismo. Trató de decir unas palabras, de ejercer autoridad, pero no pudo. Sólo le salió agarrar por el hombro al chamo que había hecho la vaina.

“Mierda, nos robaron” pensó Eduardo. “Ese tipo gordo seguro es un matón y nos confundió con unos mafiosos. Nos van a enseñar una pistola escondiíta y nos van a sacar del local, luego nos van a pedir un pendrive con información confidencial y si no se lo damos nos matan”. Entonces Eduardo tocó su bolsillo a ver si tenía un pendrive que darles a los matones por si acaso lo intentaban matar. Ese pendrive falso por lo menos les daría algo de ventaja para escapar de los matones.

-Me da un permi… un permi… un permi… -dijo el seguridad mientras tomaba del hombro a Ezequiel indicando con el dedo índice la nevera de refrescos que estaba al lado de él en la cola.

Eduardo pensó que no eran ningunos matones. Que sólo era un pendejo que no sabía respetar los espacios de la gente y los invadía sin remordimiento como el noventa por ciento de la población de Caracas. Eduardo, empezaba a pensar en pájaros preñados cuando el que parecía un matón yokusúnico dijo:

-Esto no fue lo que vinimos a hacer –Y regresó el refresco de piña a la nevera.

Eduardo se cagó, volvió a tocarse el bolsillo a ver si tenía un pendrive.

-Chamo –dijo el seguridad dirigiéndose a Ezequiel–, sácate el chocolate ése que tienes escondido atrás.

La farmaceuta miraba muy alegre a Ezequiel y se preguntaba quién sería su madre, los empleados y el seguridad esperaban a la policía en cualquier momento, Gian-Go se tronaba los dedos: en ese instante hasta el reloj se detuvo.

-Mira, chamo, no quiero escándalo, no te me pongas popi. Vamos a hacer esto. Vas a pagar el chocolate.

-Sí, yo lo pago, no se preocupe –dijo Ezequiel.

-¡No quiero ironías! –dijo el seguridad ahora con confianza al saber que había agarrado a alguien por primera vez en su vida.

-Sí, yo lo pago.

-¿Sabes qué? Harás toda la cola, pagarás el chocolate y luego no te quiero ver más nunca en este Farmatodo. ¡Jamás!, ¿oíste?, ¡jamás!

El seguridad tomó un refresco y se lo fue a tomar. Estaba feliz de haber cumplido el procedimiento a la perfección. Ezequiel y Eduardo tuvieron que hacer toda la cola y calarse que justo antes de pagar una doñita les dijera que ella iba primero, que por la tercera edad, que no sean unos abusadores, que ella pagaría. Y ellos le dijeron que sí, señora, pague. Y la doña los vio con cara de no me vengan con ironías.

Y esas cuenticas que uno va dejando, como quien no quiere

El traje de salón


En mi cara se dibujo una enorme sonrisa cuando mi abuela decidió ponerle pantalones al burro. le parecia indecente la desnudez del burro, un animal tan feliz en medio del pastizal, caminando como bien pueda por la finca, escoltado por los perros y las moscas. Orgulloso dueño de las flores y los caminos, degradado a usar pantalones. Se los confecciono con tela de saco de harina y unio las costuras con gruesa cabuya. Mi tio le puso la prenda entre las patas del animal que molesto se rebelaba a la censura. Las garzas negras se reian escondidas entre las ramas, los caballos miraban con tristeza y las vacas fingian que no sabian nada, como hacen las vacas y luego te miran de reojo cuando no te das cuenta. Finalmente, en la frente de mi tio se dibujo un hilo de sangre que recorria su rostro hasta su boca. El burro tenia puestos sus pantalones y lucia muy desdichado.
Mi abuela se reia satisfecha y pronto coseria pantaleticas para las gallinas y franelas para cubrir las tetas de las vacas. Una noche, yo estaba dormitando en la hamaquita, tibia y roja del color de la arena y vi al burro quitandose los pantalones. Movia su cuerpo lo mejor que podia y subia las patas, dando feroces coces contra una pared de aire. Poco a poco las intenciones iban cediendo, la tosca tela estaba siendo destrozada, y rotas las costuras fueron quedando expuestos los secretos del burro, que feliz se revolcaba en la oscura soledad del pastizal.

El libro secreto de los besos.

Maria aprendio a besar a los treinta años. Y me apresuro a decir que aprendió, quizá no lo sepa. tal vez todavia este ensayando el calor de la boca incendiada, el movimiento timido y serpentino de la lengua, el oceano diminuto donde se hunde el deseo y los gemidos ahogados de la felicidad. Yo le besé, hace años, cuando ella cumplio treinta años. Debajo de un arbol de mangos, bajo una tarde que llovia. Le temblaban las piernas y sus ojos cerrados escondian aquellas perlas azules entornadas en soberbio marco de marmol. ¡Que fea era Maria! por eso espero tanto. Yo le bese un dia que estaba corto de plata y me dijeron que si la besaba me darian unos reales. Y ahi estaba yo, ahi estaba ella, Con los ojos cerrados y la boca dispuesta. Los labios rojos de Maria. Ahora ya no se cuantos años tiene, seguramente seguira esperando, debajo de un arbol de mangos y una tarde de lluvia, su segundo beso de amor.

Tu mano cerrada que apreta el cinto

Antonio. toma estas manos que me queman y que vengan sobre ti las luces discretas de los conventos cerrados y las letanias de las iglesias. Te espero sentada. A orilla de una cama sin nombre, inmensa y blanca como una salina y tus niños, si es que vienen, me recibiran diminutos sobre las cuentas larguisimas que tu llamas "cabello amado". Yo te vi. Pasear con tu querida en una plaza y las otras me llamaban loca porque te esperaba a orillas de un mar invisible. Pero llegaste, haz llegado. Y de mi solo se burlaran los espejos y los niños ciegos que piden lismosna. Apreta el cinto que llevas en mi cadera, haciendome caminar a tu lado. Como una bestia mansa con el amo. Como las estrellas que corren sobre el agua y los grillos que cantan borrachos sus lejanas melodias de esas que hacen que no te pierdas, camino a casa.

Cinco segundos antes de tierra

Lo arrojaron al vacio para saber que pasaba, tomaron un reloj con segundero y empezaron la cuenta. poco a poco, durante la caida, el cuerpo se iba volteando. La cabeza que antes les miraba con zozobra ahora miraba hacia abajo. las patas de explayaron hasta su maxima longitud. se le erizo el pelo. se contorsiono en el aire y la gravedad se vio humillada. la cola como volante le posicionaba derecho el cuerpo agil. La mirada se le afilo como un cuchillo y abrio un poco la boca. Tres segundos y los muchachos seguian contando. Saco las garras. Arqueo el cuerpo ligero. Estiro las patas hacia abajo. Pronto el piso. Pronto el dolor. Cuatro segundos, contaron hasta que el animal pisara tierra. Cayó. Los musculos de la paleta amortiguaron la caida. La cola permanecio derecha. los ojos atentos, las orejas en peligro.Corrió. se abalanzo hacia la calle y como una mancha negra, desapareció. segundo cinco, contó el mayor de los muchachos.

sábado, 15 de mayo de 2010

Mi pesadilla en la calle Elm

Un par de palabras no es suficiente para describir mi primera película de terror en el cine; un post sí. De antemano, gracias a todos los que hicieron posible que yo contara esto; Warner/Cinex, mi mamá, mi prima y Víctor.

Un atravesado día miércoles, atareado, pero aún así sin gracia. Es algo complejo ver clases de Castellano y pensar en si Freddy querrá dejarte dormir, o si tú mismo querrás. Una sensación grandiosa, a decir verdad. Y es gracioso el hecho de pasar el día planificando la noche, preparándote a vivir algo nuevo. Cuando llegué sentí alivio, cuando pisé el cine sentí emoción, y cuando entré a la sala me dije: ¿Qué rayos hago aquí?

Me senté y oí la historia de una particular montaña rusa de Orlando, y pocos segundos después, el equipo de Warner/Cinex ofreció un discurso, un juego de buscar papelitos en las sillas y algunos premios. Creo que la vida es extraña, pues al haberse terminado los papelitos que te aseguraban un regalo, quedaba una bolsita sin reclamar. Una sonreída muchacha tomó la lista de asistentes y nombró, sin querer, a alguien que ya tenía premio. Luego, con otro intento, me nombró a mí.

Quizá piensen que fue emocionante, y así se sintió. Bajé las escaleras hasta el final de la sala, tomé la bolsita que me ofrecían y agradecí, aún incrédula. Subí de nuevo y me senté, oyendo a Víctor diciendo ¡qué suerte!, y creo que tuvo razón. Dentro de la bolsita habían tres cosas: un gel-pack con la imagen de Freddy, una gorra que decía Welcome to your new nightmare y un llavero musical; eso último era un poco perturbador para mí.



La película comenzó sin rodeos, eso me gustó. Durante todo el tiempo di saltos en la silla (Lo lamento, Víctor) y debo decir que, aunque sea masoquista, repetiría la experiencia. Admiré los efectos, las actuaciones y las pocas pero buenas escenas de comedia. Una mezcla bien hecha, podría decir.

No pude conseguir mi foto con Freddy, fue triste. Tengo bonitos recuerdos, una gorrita que no puedo dejar de usar y un gel rojo que, a mi parecer, sirve como relajante en momentos de tensión. No quise conservar la cajita musical, de verdad, me daba miedo.

Si quieres ver la película deberías hacerlo, te la recomiendo. Acá alguien que no sabe de la saga pero disfrutó con creces el remake, buen trabajo. Mi última foto del día:

viernes, 14 de mayo de 2010

El Fan


Llevaba cuatro horas esperando cuando el hombre por fin hizo su aparición. Descendió de un corsa arena y, entre el momento en que abrió la puerta del copiloto y el momento en que descendió, intercambió palabras ininteligibles en la distancia con el chofer. Rió por algo que le dijo su interlocutor y eso hizo caer en cuenta al fan de que lo que estaba pasando era real. Se puso de pie.

El escritor se aproximó a la puerta de la casa. Vestía semiformal. Al verlo, titubeó por un momento. Continuó caminando, mirándolo de reojo, alternativamente entre él y el libro que llevaba entre manos. Ambos estaban ya junto a la puerta y el fan, que sonreía sin quererlo, le tendió una mano.

—Señor Drax —dijo—. Es un gran placer.

Victor Drax sonrió con un ligero asentir y le estrechó la mano.

—Usted no se imagina cuánto he soñado con esto —continuó—. Lo sigo desde hace años, desde que publicaba en Letras A Litros.

—Wow —dijo el escritor—. Ha pasado unas cuantas lunas desde entonces.

Los ojos del fan se iluminaron, el indicador de la corriente energética que se apoderó de su cuerpo.

—¡Sí! La verdad es que todos los relatos me gustaban, pero los suyos muchísimo más. Es usted un tipo increíble.

Drax asintió una vez más. Miró a un lado y se metió una mano en el bolsillo del pantalón.

—Muchas gracias por tu apoyo, entonces.

Le dio una palmada en el brazo.

El fan trató de grabarse todos los gestos del tipo. Estudió el modo en que se movía, cómo hablaba.

—¿Cómo va el libro nuevo? —preguntó.

Unas llaves emergieron en el puño que Victor Drax había guardado en el bolsillo. Buscó entre ellas.

—Bien —dijo—. Estará listo muy pronto.

—¡Sí!

El fan abanicó el aire con el libro —un tapa dura— e interpretó una danza descoordinada, ignorando la prolongada mirada que su ídolo le dedicaba.

—Así es… —fue lo único que Drax pudo decir— ¿Quieres que te firme eso?

Señaló al libro.

El fan estuvo a punto de decir algo, se interrumpió, se puso una mano en la cara e interrumpió esa moción también.

—Dios mío, qué perdido estoy —dijo—. Por favor, sí.

El autor tomó la novela entre sus manos y se sacó un bolígrafo de un bolsillo en las caras internas de su chaqueta. Le quitó la tapa con los dientes y garabateó algo en la portada.

—Si no es mucha molestia y podemos tomarnos unas fotos después… —dijo el fan.

—Seguro —Victor no levantó la cara del libro—, y después tengo que irme a cumplir misiones secretas de escritor, ¿vale?

—No hay problema.

Drax paró el curso que la punta del bolígrafo seguía sobre el papel.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.

—Santiago Alonso.

Victor levantó la cara de la novela, sus facciones ocultas bajo una máscara fría. El par de ojos estudiaba al alma del fan a través de la piel.

—¿En serio? —preguntó.

—Sí, claro.

Se quedó mirándolo por tanto que el fan se vio obligado a bajar el rostro. Unos segundos más tarde, Drax prosiguió con la dedicatoria que redactaba.

—Es una coincidencia de lo más extraña, ¿sabes?

—¿Ah sí?

Drax cerró el libro con la mano con que lo sostenía. Con la otra, se quitó la tapa del bolígrafo de entre los labios y la devolvió a su lugar original, coronando el tubito de tinta.

—Ese es el nombre del protagonista de una novela que nunca publiqué —dijo.

Santiago recibió el libro, poniéndoselo debajo del brazo.

—¿Y qué pasó con ese personaje? —preguntó el fan— ¿Le fue bien?

El escritor se guardó la pluma dentro de la chaqueta.

—Podrías decir eso —dijo.

—Mentiroso.

Volvieron a verse. La postura del fan había cambiado tanto que no era equivocado decir que esta era otra persona. Drax dio un paso hacia atrás y, cuando Santiago se sacó el martillo de la parte trasera del cinto, no dejó de ver la herramienta, el mango de madera, la cabeza de hierro negro.

—Me mataste en el manuscrito —continuó Santiago—. Me apuñalaste.

—No estoy seguro de entender lo que---

El fan precipitó un golpe ascendente y Victor se estrepitó contra el suelo. Un hilo de sangre cruzó el aire para aterrizar en la pared.

El escritor se quedó boca abajo frente a la puerta de su casa. Se llevó una mano al rostro, arrastrándose. Todo había sucedido tan rápido que se había encontrado tirado mucho antes de sentir dolor.

El fan lo flanqueó como un lobo acecha a una presa herida.

—¿Cómo se siente vivir el terror, ah?

Ponerse boca arriba pareció requerir un esfuerzo imponente para Drax. Tenía una cortada surcándole toda la frente. Se había puesto pálido.

—Dime qué quieres —dijo—. Podemos llegar a un acuerd---

—No hay nada qué arreglar.

El fan se detuvo frente a él, elevando el martillo bien por encima de su cabeza.

—Ojo por ojo, Drax. Ojo por ojo.

Los mojados golpes del martillo apagaron los gritos del escritor. Al principio, sus manos lucharon por detener al atacante, pero conforme fue recibiendo más impactos, la fuerza abandonó sus extremidades y se quedó inmóvil, con el cráneo deformándosele poquito a poco. La sangre que brotaba de sus numerosas heridas salpicó a las paredes, al fan, al helecho que estaba junto a la puerta. El fan miró su obra, un reguero de carne, sangre y pelos sobre una creciente alfombra de jugo hemático. Recogió el libro, se sacó la nota del bolsillo del pantalón y la tiró junto al cadáver. Miró a los lados, produjo un pañuelo de donde tenía la nota y se limpió la cara, riéndose en voz baja, como el niño que hace una travesura y no puede creer que lo ha hecho.

La policía encontraría la misma escena dos horas después, sin el fan por ninguna parte. Leerían la nota repetidas veces, la someterían a búsqueda de huellas digitales y todos los caminos llevarían a un muro.

Voy por ustedes, Letras A Litros” decía la caligrafía informe en el papel.

Guerreros de terracota

Todos en sus asientos, esperan ansiosos la directriz de la semana. Esperan. Conjeturan.

Entra la profesora y expone a los litrómanos, palabras más, palabras menos, que no hay pauta en esta ocasión. Que toca remover la totalidad de los temas y escoger, de tantos, alguno.

Incrédulos, miráronse los unos a los otros.

-¿Leonardo?
-¿O sea que no hay tema puntual?
-No.
-¿Que no hay directriz o idea inicial?
-No, Samar.

Tras segundos silenciosos, se alza una mano.

-¿Guillermo?
-¿Podemos escribir sobre los guerreros de terracota del emperador Qin Shi Huang?
-Sí, sí pueden.

Moisés se apresura:
-¿Entonces entonces tenemos que escribir sobre los guerreros de terracota?
-No, dibujo libre se ha dicho.

Cada cual miró su hoja blanca, tan blanca. ¿Cómo la llenarían? ¿Qué en ella escribirían?

miércoles, 5 de mayo de 2010

Ella

Por Jessica Márquez Gaspar
Para Gabriela Valdivieso

Los ojos verdes. La sonrisa más sincera que he conocido. La imaginé a ella poniéndose el cinturón en un diminuto asiento de un avión de LanChile. Podía, como si estuviera sentada junto a ella, detallar sus movimientos y sus ojos verdes clavados en la ventanilla del avión, por la que vio al aeropuerto, luego a la autopista, después a la Guaira, más tarde a nuestras costas, y por último, una imagen llena de lágrimas del país que dejaba justo antes de atravesar las nubes y decir adiós. Ella no lo supo, pero en ese segundo estuve ahí y la abracé con inmenso cariño.

Increíble como la distancia –aquella de kilómetros pero también de meses, días, años- transforma las realidades, los hechos, en hermosos recuerdos, en vivencias que están presente sin estarlo, que se materializan de pronto como si alguien decidiera rodar una escena de una película, en aquellos espacios físicos –tal vez también emocionales- donde todo tuvo lugar.

Escribir sobre Gaby se me antojó una compleja tarea. Sentí que delinear su prosa significaba trazar nuevamente los contornos de su ser, traerla de vuelta, aunque dicha sea la verdad, para mí ella nunca se fue.

Recorrí entonces Caracas en busca de pistas y fui encontrándome con ella tantas y tantas veces. En Miga`s de Altamira escogí la última mesa de la terraza, aquella misma donde tuvimos una larga conversación que iniciaría una amistad que valoraré y cuidaré siempre.

La llamé entonces, la convoqué, y ella arribó en su moto, con manubrio alto, como de motociclista renegada, envuelta en su impermeable negro, lentes negros y casco también negro, de la que desmontó para entrar en el local y sentarse a conversar conmigo. El humo de su cigarro encendido se convirtió en pincel, a medida que ella movía las manos para ilustrar sus palabras. A veces soltaba el vicio sobre el cenicero y me miraba fijamente. Otras se acomodaba el rubio cabello y sonría.

Mientras las horas se deslizaban al compás de los semáforos, y de los pasos monótonos por la Plaza Altamira, me dediqué a mi tarea.

Pura y limpia, como ella, era su prosa. De eso estaba segura. Alma de niña, ojos de niña. Una madurez ganada de las experiencias, una empatía hermosa. Sus textos eran su piel, ella misma. Era la sensación de estar ante un adulto hecho y derecho y, al mismo tiempo, de compartir con Gaby, una rubia niña, con cintillo de colores y mirada tímida.

A ratos, sus textos eran conceptuales, profundos, invitaban a la reflexión y desentrañaban la enorme telaraña de pensamientos, el entramado de una mente ágil y despierta que reflexionaba constantemente, que parecía no parar, no dormir, y que entregaba al mundo nuevos mundos, nuevas realidades.

Se que si aquella Gaby que comía frente a mí una torta de chocolate pudiera responderme, acompañaría los asentimientos de cabeza con un “claro chama”, mientras recordaba mi favorito de sus cuentos: Pluriverso. La ingenuidad maravillosa, y su hermosa mirada de Todo, se colaba, y con ella, su obsesión más intensa: la verdad.


Caída la noche subimos a su carro, que siempre terminaba siendo sitio de confidencias, y que en una memorable noche fue el vehículo de quince vueltas al San Ignacio, y recorrimos la Castellana, Los Palos Grandes, Altamira, llegamos a los Dos Caminos y nos devolvimos.

Supe entonces que Gaby era el Pluriverso. Que ella y sus textos se componían en una sinfonía que era sinfonía. Sus mejores textos, sus grandes textos, versaban sobre ellos mismos. En una búsqueda filosófica que no podría adivinarse de su gusto por No Doubt, las líneas que la trazan y que trazaron sus historias se elevaban sobre las aceras y los personajes para interrogarse sobre el logos, en aquel decálogo que recordaba a “Instrucciones para dar cuerda al reloj”, manual de pocas páginas: “10 Sencillos pasos para encontrar la verdad”, para encontrar a su mejor y más trabajado personaje, “su musa”.

Con ella observé el mundo por primera vez y lo descompuse. Porque de sus múltiples proyectos, y el “!Sí chama!”, brotaba un caleidoscopio para ver el mundo de colores. Para disfrutar cada instante, la grama, los movimientos, el cielo. Para disfrutar los sábados, las burbujas –especialmente las burbujas- y la mayonesa en cantidades absurdas.

Una vez de regreso en mi casa, rememoré una de las tantas conversaciones por teléfono. Podía escuchar claramente su tono de voz, y asombrarme, porque para ella el mundo siempre fue otro. La luna era una chupeta roja, el objeto último de deseo, y la imaginé mirándola embelezada en Chile, esa franja de tierra que se extiende hasta la Patagonia. En el insomnio de mi tarea, pensé en mi sombra, que tampoco era tal, que ella desdoblaba, como a todo, para obligar al mundo a mirarse a sí mismo, para preguntarse por el significado profundo de la figura alargada que nos sigue los pasos, y que la seguía a ella en las calientes horas de su querida y odiada Caracas.

Como los grandes pintores, y varios de mis favoritos, Gaby poseía la técnica, pero decidía superarla para experimentar los textos en nuevas perspectivas. Incluso en aquellas colas caraqueñas, incluso en la experiencia de recorrer la Autopista Francisco de Miranda en una ambulancia a las seis de la tarde, descomponía el lenguaje, y aunque ahora fuera noche cerrada, ella estaría dándole gracias a Dios porque de los errores se aprende. Si que se aprende.

La mañana llegó inevitable, y me senté en la computadora, como seguro lo hiciera ella tantas veces. Abrí el Facebook. Ella entraba en su perfil. Revisé mis mensajes. En ese instante, ella tomaba la batuta y empezaba a armonizar a la orquesta Letras a Litros. Les brindaba apoyo y entusiasmo. Dedicaba sus horas a idear pautas, juegos, salidas y momentos. Terminaba su participación en la conversación con dos mágicas frases, con dos abracadabras: ¡Ánimo muchachos!, ¡A escribir!

Horas más tarde me sorprendieron caminando con ella hasta el Centro de Arte La Estancia. Nos sentamos juntas en la grama, y observamos la luz pasar entre los árboles. Sonreí, mientras imaginaba la lluvia de cuerdas de saltar, que inundaron el universo de su escritura. En el surrealismo de sus letras, entendí entonces que era momento de dejarla partir.


Alcanzado el mediodía decidí dormir la siesta en el Parque del Este, junto al Planetario. En un último ejercicio de imaginación, imaginé que Gaby imaginaba quién escribiría sobre ella. La imaginé también feliz, en aquel otro sitio que no era este, donde tal vez había cumplido el objetivo último de su literatura y de su ser, y estaba sentada acompañada de la verdad que antes corrió por el mundo, y la felicidad, que siempre tuvo con ella, porque había observado al cielo, a Dios señalando, diciendo “No mires”, y ella había volteado descaradamente. Quise creer que no manejaría más yendo a ningún lado. Que allá donde estaba, Gaby había terminado su larga búsqueda, y había encontrado lo que nunca se le había perdido, lo que siempre tuvo, la llave última al logos, a la verdad, y a la felicidad: Ella misma y su prosa. Ella.

Le sonreí, mientras se iba y se hacia lenguaje en los correos electrónicos, y en aquel texto aniversario que me había tocado escribir, que terminaba con sus trazos delineados, con la última pincelada en sus ojos verdes…

martes, 4 de mayo de 2010

El Nombre de la Ternura

Gabriela Camacho (Venezuela)


Caia la lluvia sobre Paris esa tarde. Habia recibido una llamada de mi editora para vernos en el café Eliseus cerca de La Monteparnasse. Estaba de paso por Francia y queria revisar las ultimas notas de una desagradecida novela que estaba escribiendo, no queria esperar a que me llegara a Caracas: “siempre llegas tarde” me recriminaba entre chanzas. Hay viejos habitos que nunca cambian. Hace media me llamo desde una cabina, se habia perdido tratando de encontrar la tumba de Vallejo y quedamos en que esa misma tarde le llevaria los manuscritos y a conocer su lapida, junto con la de Cortazar “ a fuerza de visitarlo siempre, nos hemos hecho buenos amigos” le habia escrito en un correo una semana antes. Me habia sorprendido su atrevimiento, es decir, tener la intencion de visitar a Vallejo sin mi. Se tenia merecido perderse. Sonreia mientras caminaba bajo la llovizna europea que nublaba la torre a lo lejos.

La habia conocido hace algo mas de 15 años. Era finalista junto con otras raras criaturas en un rally olvidado que no tuvo segunda parte. La recuerdo pequeña y gravida, morena y timida, no muy alejada de su imagen actual. Quien iba a pensar que 15 años despues, seria editora en Alfaguara y le tocaria corregir mis textos, no sin ciertos dolores de cabeza. Cuando Valdivieso y Larez habian fundado el grupo literario “Letras a Litros” (que yo llamaba “Asolitros” por lo largo que me parecia el nombre original) se les ocurrio la idea de invitarla a participar, aun cuando a mi me parecia una figura gris de inventario.

“tiene talento, tiene con que” me repetia Valdivieso. Me costaba darle la razon, por aquello de los prejuicios. Nunca en toda esta vida pude estar mas equivocada. De eso ya pasaron 15 años. Los otros del grupo se fueron alejando a medida que conquistaban otros derroteros: Marquez estaba dirigiendo la revista IMAGEN, la habia hecho renacer de las cenizas. Drax se ganaba la vida haciendo guiones para filmes independientes y Riera ahora era ministro en Venezuela. Con todos tengo una relacion cordial, pero sin duda la mas cercana en estos ultimos años habia sido la de Camacho. Todo un prodigio que habia traducido textos de Uslar Pietri al Guajiro a los 25 años, cuando yo a esa edad todavía estaba imbuida en orgias y actitudes irresponsables. Aun ahora me dejo quemar por ciertos fuegos adolescentes.

Cuando Camacho me informo que habia decidido editar la nueva novela que estaba escribiendo en calidad de becaria en Paris, no pude hacer menos que frotarme los ojos y dejar de beber. Me meti de lleno en la confeccion de la novela, porque sentia que tenia una deuda con esa jovencita que ahora tiene 31 años y que era la miembro mas joven de un grupo literario heredado por estudiantes de letras cuatro o cinco veces mas pretenciosos que nosotros. Hace unas semanas visite nuestro antiguo blogspot y revise sus textos. En ese momento, hace 15 años no les habia dado el valor suficiente, estaba consumida en mi propia vanidad. Pero ahora la veo llena de una ternura que se me hace imposible de imitar.

Es que la ternura, al igual que el amor viene a nosotros por momentos. Como los besos tibios de la brisa costera o los susurros al oido de un niño enamorado. La ternura es un sentimiento prestado. Lo mas alejado a la pasion, distante a todo fuego violento, a toda ventisca arrobada en nuestro corazon. La ternura es una expresión del alma, por eso es ajena a nosotros, a las manos atadas a nuestros deseos. Yo estaba muy corrupta para eso, ahora ella tambien. Pero esa Gabriela quinceañera la reproducia con toda su ingenuidad. Poco le importaba la forma. El contenido le era totalmente vedado, no sabia manejar sus propias verdades. Pero entendia como yo jamas podria hacerlo, los signos secretos de la forma mas elevada del amor al mundo y eso estaba prohibido para nosotros.

Despues fue aprendiendo y manejo la ternura como discurso. Como un material maleable para su arte. Como un escultor a la piedra, podia tallar La Piedad con solo un cincelazo. Todos admiraban su arte, por eso la habian nombrado editora aunque fuera abogada. Cuando el grupo publico su primer y unico libro hace algo mas de 7 años, ella fue la editora. Aun cuando Valdivieso trabajaba en RHM, ella se encargo personalmente de los textos. Nunca me perdono que no mandara el mio.

"¿cómo quieres que te lo envie? ¿Publicar un horrendo cuento mio al lado de un cuento de Larez , ese ingrato Margariteño que gano el Romulo Gallegos este año?" Sus insistencias nunca fueron escuchadas y mi cuento nunca aparecio al lado de mis congeneres. “fue un sabotaje” me reclamo una ofuscada Jessica Marquez. Y era cierto, fue un sabotaje.

Ahora es editora de Alfaguara y me reclama con autoridad castrista mis manuscritos, como si fuera una revancha. Sigue lloviendo en Paris. El Metro esta medio vacio, era domingo de un dia que llueve. Seguramente Gabriela se sentira desconcertada al ver tanto orden. Se aburrira pronto, pronto se aburrira. Me repetia a mi misma, como si fuera un conjuro.

Habia impreso un cuento de ella. Un pequeño texto sobre la muerte que en su momento considere carente de importancia. Pero ahora me traia buenos recuerdos, lo habia transpapelado junto con mi horrenda novela (Dios ¿por qué no la he quemado todavía?) para no olvidarme de mostrarsela. Camine a prisa por las calles humedas y los colores del neon derretidos sobre la acera. Queria llegar al café porque me invadia una nostalgia muy alejada de mi misma, como si con Gabriela yo pudiera detener el tiempo que corre sobre Paris y reproducir, como en un intento de locos, las cumbres tropicales del Avila y a Caracas con su olor a Mujer perfumada y caotica, de esas que descocan a los hombres con sus pedidos y les llenan la vida de felicidad. Porque la vida sin desorden, sin caos y sin ternura no vale la pena ser consumida.

Estaba sentada en una mesita diminuta, en las afueras del café. “me gustan los dias nublados” me habia dicho, cuando tenia 16 años. Hay viejos habitos que nunca cambian. Me acerque a ella y me reconocio en seguida. Me sonrio y me corrio un asiento pateando suavemente las patas de una silla. Me estaba esperando con un café besado por las gotas de lluvia.

  • - .Mañana te llevare a conocer la tumba de Cortazar, Gaby Junior.
  • - Esta bien- me dijo, mientras sonreia-

Empece a sacar desordenadamente los manuscritos de mi bolso. Mientras las ultimas gotas de lluvia caian sobre un gato dormido hace cien años.

Esperando nuestro encuentro

Por Samar Hokche

Entre sus letras se asoma una persona sensible, dulce y sencilla. Sus escritos te atrapan y te narran de forma amena y serena. De ellos se han quedado conmigo frases, que incluso a mis amigos he contado.

De pelo castaño oscuro, ojos almendrados color verde y de una sonrisa alegre. De estas calles grises, ella no es. Guardó en su equipaje la brisa fresca y el sol caliente, llegó de un lugar más tranquilo, que no entiende del apuro ni la angustia.

Me enterado que su meta pronto cumplirá, y este julio su celebración llegará.

Supe también que de vez en cuando se pasea en su país de maravillas, y por lo que mis ojos perciben ella es feliz.

Todavía no puedo creer que la he visto tan sólo una vez, imposible e inaceptable es tan vergonzosa situación, por tal motivo exijo urgentemente su aparición.

Espero de todo corazón que el destino nos vuelva a reunir, de ese modo podré descubrir la gran persona que llevas en ti.

Así relataré nuestro próximo encuentro:

Camina, sólo camina, “que siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante”, me recordó su suave voz. Hice caso a su consejo y no paré. Baje colinas y subí montañas, atravesé mares y océanos, paseé entre las nubes y saludé a la luna, abrí puertas ocultas y descubrí secretos enterrados, esperé bajo cielos grises y rojos atardeceres el tan ansiado encuentro.

El momento había llegado, allí estaba ella, sentada sobre la blanca arena, cerca de las olas y de los cantos de sirena, aguardándome con un libro en mano y una historia sin fin.
Gracias por dejarnos leerte Paula Ortiz, y ser parte de una de las mejores cosas que me han pasado en la vida, Letras a Litros, ¡Feliz Aniversario!

lunes, 3 de mayo de 2010

Breves narraciones sobre ti

Breve narración sobre tu cascada negra y otras cosas multicolores
Es negro; pero aún así es como una cascada que sale de su cabeza y finaliza como una ola que no termina de romperse y es tan brillante que puede reflejar la luz que cae sobre él como el océano mismo. Es como si tu cabello ocultara los misterios más profundos de tu mente de una manera indecible y desconcertante, es como una pieza clásica imposible de tocar en el piano y, por demás, hermosa. Tu cabello termina más allá de tus hombros dándole sentido a tu cara: armónica, guerrera y apolínea en sí misma, porque demuestra amor a las artes y fuerza para luchar. Es imposible describirte con un color, porque a veces los tienes todos, pero a veces ninguno. Puedes ser un arcoíris, y de repente tu cabello se apodera de la percepción de los mortales y éstos no pueden dejar de pensar: “negro, negro, una cascada negra, la ola no termina de romper…”, Y uno piensa en azul, como el mar, pero luego te alegras de la nada y empiezan a revolotear cosas multicolores alrededor de ti, como mariposas, mariquitas u otros bichos raros que sólo se pueden ver por la mejor borrachera producida al observar a alguien ser feliz.

Breve narración epistolar –sin narrador– sobre el mejor momento –y único– que pasamos juntos
Enviado a las 7:35 pm: Mira, que vengas a comer con nosotros.
Enviado a las 7:35 pm: Gracias, pero les había dicho que comería con ellos, no los puedo embarcar.
Enviado a las 7:36 pm: ¡Mentiroso! Qué bobo, sólo porque te da pena. Mi mamá es chévere.
Enviado a las 8:03 pm: Ya comí, ¿dónde estás? Vamos a Tecniciencia. (Tú también me embarcaste esta tarde en el cine, no sé de qué hablas)
moiseslarez: con @Andregomez92 en Nacho buscando Alicia…
Andregomez92: Éste porfía que #Aliciaenelpaísdelasmaravillas es un libro que se consigue fácil RT moiseslarez: con @Andregomez92 en Nacho buscando Alicia
moiseslarez: ¡MIÉRCOLES! en #Margarita no se consigue Alicia en el país de las maravillas, de vaina A través del espejo
Enviado a las 10:15 pm: (1/2)Un beso, Andrea. Me voy a Caracas pasado mañana. Nos vemos en la próxima reunión de Letras a Litros. No te pierdas. Espero no tener que decir que la próxi (2/2)ma vez que nos veamos sea en las próximas vacaciones en Margarita. Un abrazo. Disfruta la isla sin mí.
Enviado a las 10:19 pm: ¡Moi, moi! Cuídate mucho, nos vemos en Caracas. Un beso.

Breve narración de mi texto favorito tuyo:
“Wow, me gusta esta parte. Bueno, aquí le podemos acomodar esto. Ya va, ya va, leeré los comentarios antes”, pensé. Y vi un comentario de Leo Riera recomendándole a Andrea que pusiera unos cuantos acentos, así que decidí meterme desde http://blogger.com y editar el artículo de Andrea y le puse todos los acentos. Fue divertido. En “La pregunta del millón” se destaca de una manera impresionante; qué clase de pregunta nos hizo a todos. Yo seguro le hubiera preguntado a Dios si algún día mi existencia iba a tener un significado y, sin embargo, su alter ego, con su mismo nombre, le preguntó cuál era su color favorito. ¡Qué bueno! Nos dio en un punto a todos; Andrea metió el dedo y hurgó con la uña ahí, en esa cicatriz de lo indecible, en una porción de la esencia humana. ¡Qué ironía tan hermosa! ¡Cuántas cosas de nuestro día a día desbaratadas en un texto de dos páginas! O me infelicem!, cómo hubiera querido ser yo quien lo escribió. Por otro lado, no dejo de recordar aquel texto inicial, como la leche materna en un bebé, “La compota”, que nos llenó de minerales y fuerza para poder vivir. Ahí, Andrea, indignada de todos esos programas de televisión donde los jóvenes empiezan a bailar de repente sin motivo alguno, dijo que la compota era uno de los primeros alimentos de comer y uno de los últimos en digerir. Gracias a Dios, nuestras Letras recién dejaron de comerlas.

Conexiones mentales del niño-joven

“Cuando crezca quiero vivir en una casa grandota con cinco habitaciones y cuatro baños, (quiero) que haya un lago atrás en el patio donde tenga que explicarle a mis hijos que los patos se fueron a pasar el frío al sur.”

Aunque por ser el más pequeño de la casa, siempre fue consentido, contaba igualmente con una pena que sólo entienden y padecen los niños nacidos en fechas decembrinas: recibir los regalos de cumple y de navidad al mismo tiempo, dos en uno. Pero este pequeño contó con la carga adicional de no poder quejarse porque, después de todo, la vida le echó una broma inexorable: conocer la luz el día de los inocentes. 28/12. Vaya gracia.

Pero eso es tan sólo una parte de la infancia. De chiquito, cuando creía que era hijo de una familia extraterrestre, pero que sus padres humanos se lo ocultaban, entendía “hogar” como la ciudad del auge del Libertador. Luego, con la mudanza familiar a la arena y el mar, dibujaba su casa como un Paraguas Estornudador. Siempre pensó, ya de grande, que sus orígenes se sintetizaban en Bolívar debajo de un Paraguas, achí.

Durante su crecimiento vio en sombreros, boas engullidoras de elefantes. Siempre observador, encontraba timbres minúsculos, relacionaba puertas de discos con las de supermercados, encontraba cangrejos camuflados entre las rocas y veía mejor que los pelícanos los peces que saltaban las aguas.

En estos años de ñerismos, de “lapeós” y “miiis”, comió muchas empanadas de cazón en compañía de unos cuantos perros playeros. Aprendió igualmente a sonreír y a arrugar la cara, sellos personales que hoy lo acompañan.

Hoy ya va para cinco años en Caracas y aún siente vértigo por los carros que pasan arriba y abajo por doquier. Vértigo igual de fuerte por lo sucia, en varios sentidos, que es la ciudad, y por la deuda social que salpica a todos de “cosita”, esa tataranieta de la tristeza, con una pizca de hipocresía que se siente al ver una persona sin recursos, humillada en el oficio del que predica algo como: “su moneda me salvará, señor”.

Y aunque lo acaban de dejar sin celular y con desprecio por Caracas, él ya no es sólo de Ciudad Bolívar y de Paraguachí, el Paraguas enfermo, también es, un poco, caraqueño. Tiene una novia artista y espléndida, también capitalina, y tiene en su carrera, por la que siente lo que denomina “pasión interna”, una profesora que admira, Kosak, que es autora de un libro que habla de los latidos de su tercera ciudad.

Hoy el niño-joven usador de gorros sobre cabelleras a veces largas, a veces cortas, se ocupa terminando su tesis, pero también jugando con yesqueros, aplaudiendo, haciendo burbujas y jugando con pitillos.

Por suerte para el mundo, todas estas características no las comparte sólo a través de su obrar, sino también, gracias Universo, de su escritura.

Encuentra el modo de ser además de fresco en la vida, franco en las letras. Con la motivación de escribir para decirse a sí mismo que existe, obsequia sus observaciones. Regala las imaginaciones y comprensiones de su mente de modo mezcladito, siempre hilado, con ritmo apurado y enumeraciones graciosas.

Y es que el estilo del gestado el día de los inocentes es rendir honor a su día. Es gozar de la sensibilidad necesaria para seguir jugando y seguir intentando entender y conciliar. Es explorar la realidad con idealismo y asomar en la ficción la autoconciencia.

Así, directo desde las conexiones mentales de su cabeza hacia el mismísimo mundo entero, el niño-joven Moisés Lárez entrega sus pensamientos, recién salidos del tostador.

Con esta filosofía de vida, goza de una fortuna que palpa y agradece: “quién más iba a ser feliz, sino yo mismo”. ¿Y quiénes más agradecidos que nosotros, de participar de sus circuitos mentales a través de sus códigos lingüísticos?

Y... así es ella.

Por Gabriela Camacho

Comencemos por el principio, suelen decir. Esta es una historia corta, pero feliz. Quizá no haya hadas, ni duendes porque no me gustan, pero sí hay cosas agradables para contar.

La historia comienza, más o menos, de esta forma:

Caminando silenciosamente había una chica, pero no una como todas, sino una especial. Esta chica iba sumida en sus pensamientos; pensamientos de amor y desamor, soledad y compañía, verdades y mentiras.

A cualquiera le parecería algo extraño, pero a ella no, era normal. Tampoco a los de su grupo literario, pues disfrutaban cada línea escrita por aquella mente. Todo texto que hacía que pensaran más en cosas cotidianas, cosas como el adiós, los sueños e incluso los amigos. Así era ella.

A pesar del ruido en la calle, ella se concentraba: su próximo escrito debía ser del pasado. No, espera, el pasado no ¿El futuro, quizá? Ya no sabía, cambiaría de opinión en unos pocos minutos, aunque se imaginó cómo sería desarrollar cada cosa; como si lo viera con dibujos. Su imaginación volaba a cada palabra y a cada párrafo, así era siempre. Así era ella.

El viento hacía ondear su cabello, castaño oscuro y ondulado, ventilando las ideas. A cada paso era un pequeño foco encendido en su interior, y mientras más rápido pudiera llegar a casa, mejor. Amigos, a ella le gustaba escribir. Y ahora podía hacerlo cuando quisiera, porque en su bolso no faltaba lápiz y papel, además de un par de chicles.

Cuando vio la puerta de su casa vio también el cielo, tanta prisa por llegar había dado frutos. Dejó todo y se lanzó a la computadora, no podía dejar que las ideas se perdieran. Así era ella.

Descargó su hilo literario lo mejor que pudo y entró al blog, publicó y esperó. Ahora habría tiempo de comer un buen shawarma, claro que sí. Sola como estaba se sentó a la mesa y, mientras comía, seguía pensando. Yo, particularmente, admiro esa forma de pensar.

Algo le dijo que ése sería un buen día, y ¡vaya que lo fue! Todos los días en los que podía soñar eran buenos, todos. Todos los días que pudiera disfrutar con amigos. Todos los días que pudiera hacer lo que le gusta. Y, ¿Saben qué? Así es ella.

El final puede ser también un principio, más no en este caso. Las últimas líneas son las siguientes:

Así como era y es ella, son muchos. La diferencia es que ella es, precisamente, alguien que se encuentra cerca de nosotros; alguien que escribe con nosotros; alguien que ha compartido junto a nosotros. Es, en el buen sentido del asunto, una letra más de nuestro gran libro de historias.

Ella es Samar, sí, Samar Hokche.

La literatura y el rock son tu fuente de energía

Escena uno:
Una habitación normal para un niño de esa edad, algunos dinosaurios de colección antiguos, libros en el suelo y típicos pósters de Kurt y Pink Floyd.
Él estaba acostado en su cama mirando al techo, en su cara se notaba ira y decepción, a su lado, obviamente, un control de Nintendo 64.
¿Qué pasó contigo? ¿Donde quedó tu guerrero feudal?
Ahh si, se borró en la memoria de alguna Windows 98..


Escena once:
Vemos a un grupo de jóvenes reunidos en una casa antigua que tenía la vista más hermosa de Caracas.
Tensión en el ambiente, cada uno debía presentarse, ellos eran finalistas de un concurso de escritores y estaban echados en la grama.
Este personaje estaba sentado, con la espalda muy recta y una mueca imperfecta.
Retrato: Cara totalmente sin expresión.
Misión: Hablar de todo un poquito, ¿Qué te gusta? ¿Qué lees? ¿Quién eres? ¿Como estás?
Su turno:
*El libro que más me marco fue Frankenstein.
*Soy amante de los asesinos en serie, son fascinantes.
*La gente no suele ver las cosas como yo.
*No me considero parte de ningún grupo social, soy la nada y soy todo.
*No me gustan las clasificaciones ni las etiquetas.


Escena cinco:
Una sala cualquiera, un sofá cómodo y buena iluminación. El clima es decente, ni mucho calor ni mucho frío. En su camisa sólo decía “Gabba Gabba Hey”. Acababa de terminar de leer El túnel. Libro que lo ayudo a conocerse y a definirse, creo yo.

-Eres un Castel sin pincel. (No tiene nada de mi malo, es mi personaje favorito hasta ahora en la literatura).


Escena trece:
Llega de su casa agotado sin ningún motivo. Abre la puerta y ve al dueño del lugar. Mide aproximadamente ¿sesenta centímetros?, es peludo y ronronea.
El gato se le acerca delicadamente y se acuesta en sus pies. ¿Quién no podría resistirse a semejante criatura?
Reacción facial: Ligera mueca, pequeña sonrisa. (éxito)
Misión: Rascarle la panza al jefe, más que un deber, un placer.



Escena quince:

La misma habitación de niño pero con una diferencia notable, ahora hay más libros, más películas y más pósters.

Él acaba de leer el inbox.

Andrea Gómez dice: Ya publique! Feliz año!.

Reacción facial: Ninguna.

Acto seguido se mete en el blog y empieza a leer, reconoce su habitación, recuerda a su guerrero feudal, se ríe de su espalda recta, recuerda cuando dijo que no era parte de ningún grupo social, voltea hacia los lados para encontrar a su gato y así termina la historia. Feliz año Víctor, gracias por ser tan fascinantemente extraño, gracias totales.



PD: Disfruta de esta escena.

La muchacha

Por José Leonardo Riera



A Noelia Soledad Depaoli Solis





No sé qué hago aquí, un chamo como yo, con una mamá como ella, no debería estar escribiendo.

Debería ser, íntegramente, un adolescente rebelde. Odiar la vida y todo lo que ello implique. Y vivir haciendo precisamente lo que me lleve a una muerte más rápida.

Debería escribir “Sto ia aburre ale, wee Ready pa lo q salga hoy… gugugu soy me poes zi o ke??? “.

Pero no, escribiré sobre mi mamá.

Es una relación amor-odio. Odio amarla.

¿Por qué? ¡Anda adoptando a cuanto ser ve por ahí!

Lo más malo del caso es que nos hace escritores (y poetas, lo cual es algo exclusivo en el grupo) para dejarnos luego a la deriva. Solos. Creando y creando.

Y no sólo NOS HACE SER, sino que nos motiva a que sigamos siéndolo. Siempre hay una nota o algún poema que ella muestra, como quien no quiere la cosa, para que uno intente convencerse.

Algún día gris dirá: seré poeta
Poeta sin obra, de accesorio, de ademanes, viendo caer la lluvia sobre las flores.

Y mientras más nos hunde en el agobiante mundo del arte, más ella va creciendo. Al contrario que nosotros, ella cada vez tiene algo más interesante que contar. Y es eso…

Lo único que la bestia no puede quitarle cuando le alce la garra esta noche.

–¡Vieja loca! –le grito.
–Mira, DESGRACIAÍTO!!! Recuerda esto –me grita– el futuro será tuyo, pero el presente es mío!!



Vieja loca. Ustedes dirán: Definitivamente es un hijo rebelde. Pero quién no lo sería con una madre que:

1. Le ladilla la vida, le ladilla el aire, le ladilla todo.
2. Le teme a los fantasmas y a los extraterrestres.
3. Se encapricha con facilidad y se aburre con la misma facilidad.
4. Está enamorada de alguien que sólo se ama a sí mismo.
5. No se ama.
6. Escribe como por deber, como si una parte de sí misma no quisiera morir en la oscuridad. Escribir es casi una religión que profesa con poca frecuencia pero con la devoción de una beata.
7. Ama a los gatos y, cuando la arañan, se excita porque se siente dolorosamente correspondida.
8. Escribe mal.
9. Le teme a los truenos y a las lluvias nocturnas. Pero ama las sopas de pollo que hace su vieja cuando llueve.
10. Detesta a los niños, realmente; los detesta con todo su corazón.



Y yo creo, que aunque ya no soy niño, me sigue detestando. Porque para provocar que alguien quiera ser escritor, hay que detestar mucho a ese alguien. Y ella lo provoca.

Su segundo nombre, Soledad, le hace honor a su vida. Pues siempre está y se siente sola.

Es esa la maldición del escritor. Creer, erróneamente, que está solo.

Es que, como mínimo, me tiene a mí. Que la detesto y no puedo dejarla de ninguna manera.

Por eso, con cada letra que escribe, con cada nuevo tema, Noelia ilumina su oscuridad interna y se percata de que NO-Eta-sola. Tienes a varios amigos que la quieren tanto o más de lo que quieren a sus textos, tiene a un hijo desaparecido y otro que no puede desaparecer.

Pero cómo se puede desaparecer ante una persona que lo único que desea ser cuando grande es “menos grande”.

Es esa sencillez la que dispara con sus palabras que, impetuosas, no se amarran ante signos ortográficos y de puntuación. (Hay gente que dice cosas correctamente; y hay gente, como ella, que dice lo correcto).

Cómo uno puede detestarla si, al preguntarle si alguien la odia, responde: Ojalá.

Así, con su sencillez y su esencia de decir lo correcto, hoy escribo acerca de ella.

Sin editores de por medio. Sin estilos de por medio.

Con una frase para generalizar todo lo que digo: ¡Sí, mamá, tienes razón!




Empezó como un FRAGMENTO de
2 CERDAS Y UNA RAYA NEGRA.
Pero yo CONOZCO A MUJERES y sé que, para las artistas,
EL CAJÓN DEL PIANO puede ser
LA JAULA que encierre una
AUTOENTREVISTA CONTRA-PERSONA en donde la verdad resultante sea un
“YO ME AMO”. Y ella sigue. Dentro de
LA CAPSULA (PARTE I- "NOSOTROS HACEMOS QUE SE VEA BIEN") que nos lleva
DE VUELTA AL CENTRO para ser víctimas de un
TRATADO DE PELABOLISMO ILUSTRADO, en donde
LAS PALABRAS DEL PRESIDENTE a veces nos sacan
LAS ESCAMAS VERDES mientras
LA MUCHACHA se convierte en un
FRAGMENTO
De lo que es y será mañana.

Poesía


Al entrar en la oficina, encontraron al Don en su trono, esperándolos con un cigarro en la mano. Las cortinas de la habitacion estaban echadas y, si no hubiese sido por la luz artificial de la araña en el techo, estaría por completo a oscuras. Un Conde Drácula italiano.

Carlo y Gonzalo tomaron asiento frente al escritorio y el primero juntó toda su fuerza de voluntad en no bajar la mirada y salir corriendo. No era nuevo en la familia Calozzo. Esto iba a ser una lluvia de mierda y lo único que él podía hacer era sacar un paraguas.

Don Calozzo lo estudió, reclinado en su silla, una débil respiración gris emergiendo del tubo entre sus dedos. El corazón de Carlo se acompasó con el reloj de torre y su conteo del tiempo. Empezó como sabía que lo haría y eso no servía sino para anticipar el inequívoco final.

"¿Y bien?" preguntó el Don.

Carlo luchó por no manifestar debilidad y la pelea consigo era encarnizada.

"Carlito la cagó" dijo Gonzalo.

"¿Cómo que la cagaste?" el Don miraba a Carlo.

"Se entretuvo leyendo."

"Cállate" le dijo el Don a Gonzalo y, encarando a Carlo, "¿Cómo que te entretuviste leyendo?"

La silla, dos tallas demasiado pequeña para el creciente pánico de Carlo, empezó a asfixiarle con un jugueteo mental.

"Jefe, le ruego que me perdone. Pensé que tenía un chancecito y..."

"Y ese es el problema, Carlo. No te pago para que pienses, te pago para que obedezcas. Perdimos tres millones y uno de los muchachos está ahora en prisión. Estoy decepcionado de ti."

Esa era la sentencia. Carlo se sacó un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta. Sería el último; esta noche daría un paseo por el lago. Con pies de concreto.

"Jefe, si me da otra oportunidad, yo puedo..."

La expresión del Don lo interrumpió. El jefe ya había oído todo lo que había que oir. Extendió una mano a Gonzalo y recibió de este la prueba del delito.

"'Selección De Poemas De Leo Riera'" leyó. "¿Poesía, Carlo? A nadie le gusta la poesía."

"Pero esto es diferente" Carlo luchó por su vida. "Mire, usted sabe que yo no soy lector y si esto hubiese sido cualquier cosa..."

El Don abrió el libro y lo ojeó.

"...no me lo habría llevado al trabajo. Es un tipo joven, pero es un alma vieja. Léalo, la forma en la que retrata..."

Gonzalo chasqueó la lengua.

"Si estás enamorado y te quieres casar por la iglesia, dilo de una vez" dijo.

"Jefe, puedo explicarlo todo con un sueño que tuve."

Don Calozzo levantó los ojos del libro, fijándose en los de Carlo.

"Estaba de vuelta en los barrios de Bari. Yo era un niño pobre, otra vez, y no tenía quién cuidara de mí. La calle estaba llena de agua estancada y basura, pero como yo tenía demasiada hambre, me puse a buscar comida entre la escoria."

El Don volvió su atención al libro.

"Empujé basura a manotazos, buscando algo que me pudiera nutrir. Y lo encontré. Entre más desenterraba, más surgía un tesoro, un maná del cielo. Pude rescatar un festín y gozar de las riquezas que había donde nadie revisó. Así es el estilo de Leo Riera, jefe."

El Don se aclaró la garganta y leyó:

"'Fue una buena relación y bien nos complementamos, pero luego caí en la tentación y aún eso lamentamos."

Su voz retumbó en la recámara. Cerró el libro.

"Gonzalo."

"Dígame, Don Calozzo."

"¿Por qué deseas destruir a mi familia?"

El cambio de energía se sintió como la diferencia entre el crepúsculo y el amanecer.

"¿Cómo dice, jefe?"

"Vienes aquí a atacar a Carlito, con algo que nutre al espíritu. Quieres ser un traidor. En la familia odiamos a las ratas."

"Don Calozzo, yo..."

El pater familia se concentró en un Carlo que sudaba de alivio.

"Llévate a este stronzo, Carlito. La poesía sólo crece en el corazón de los espíritus más puros. Te he enseñado sobre el negocio, pero hoy me has enseñado tú a mí. No lo olvidaré."

Carlo se puso de pie y tomó a Gonzalo del brazo. El pezzonovante luchó con debilidad; sabía que nada podía hacerse ahora.

Iban saliendo del estudio del Don cuando Carlo superó el impacto de su segundo nacimiento. Miró al Don y preguntó:

"¿Y mi libro?"

El Don lo abrió otra vez y, leyéndolo, sonrió.

"Este es mío ahora, Carlito."