lunes, 3 de mayo de 2010

Poesía


Al entrar en la oficina, encontraron al Don en su trono, esperándolos con un cigarro en la mano. Las cortinas de la habitacion estaban echadas y, si no hubiese sido por la luz artificial de la araña en el techo, estaría por completo a oscuras. Un Conde Drácula italiano.

Carlo y Gonzalo tomaron asiento frente al escritorio y el primero juntó toda su fuerza de voluntad en no bajar la mirada y salir corriendo. No era nuevo en la familia Calozzo. Esto iba a ser una lluvia de mierda y lo único que él podía hacer era sacar un paraguas.

Don Calozzo lo estudió, reclinado en su silla, una débil respiración gris emergiendo del tubo entre sus dedos. El corazón de Carlo se acompasó con el reloj de torre y su conteo del tiempo. Empezó como sabía que lo haría y eso no servía sino para anticipar el inequívoco final.

"¿Y bien?" preguntó el Don.

Carlo luchó por no manifestar debilidad y la pelea consigo era encarnizada.

"Carlito la cagó" dijo Gonzalo.

"¿Cómo que la cagaste?" el Don miraba a Carlo.

"Se entretuvo leyendo."

"Cállate" le dijo el Don a Gonzalo y, encarando a Carlo, "¿Cómo que te entretuviste leyendo?"

La silla, dos tallas demasiado pequeña para el creciente pánico de Carlo, empezó a asfixiarle con un jugueteo mental.

"Jefe, le ruego que me perdone. Pensé que tenía un chancecito y..."

"Y ese es el problema, Carlo. No te pago para que pienses, te pago para que obedezcas. Perdimos tres millones y uno de los muchachos está ahora en prisión. Estoy decepcionado de ti."

Esa era la sentencia. Carlo se sacó un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta. Sería el último; esta noche daría un paseo por el lago. Con pies de concreto.

"Jefe, si me da otra oportunidad, yo puedo..."

La expresión del Don lo interrumpió. El jefe ya había oído todo lo que había que oir. Extendió una mano a Gonzalo y recibió de este la prueba del delito.

"'Selección De Poemas De Leo Riera'" leyó. "¿Poesía, Carlo? A nadie le gusta la poesía."

"Pero esto es diferente" Carlo luchó por su vida. "Mire, usted sabe que yo no soy lector y si esto hubiese sido cualquier cosa..."

El Don abrió el libro y lo ojeó.

"...no me lo habría llevado al trabajo. Es un tipo joven, pero es un alma vieja. Léalo, la forma en la que retrata..."

Gonzalo chasqueó la lengua.

"Si estás enamorado y te quieres casar por la iglesia, dilo de una vez" dijo.

"Jefe, puedo explicarlo todo con un sueño que tuve."

Don Calozzo levantó los ojos del libro, fijándose en los de Carlo.

"Estaba de vuelta en los barrios de Bari. Yo era un niño pobre, otra vez, y no tenía quién cuidara de mí. La calle estaba llena de agua estancada y basura, pero como yo tenía demasiada hambre, me puse a buscar comida entre la escoria."

El Don volvió su atención al libro.

"Empujé basura a manotazos, buscando algo que me pudiera nutrir. Y lo encontré. Entre más desenterraba, más surgía un tesoro, un maná del cielo. Pude rescatar un festín y gozar de las riquezas que había donde nadie revisó. Así es el estilo de Leo Riera, jefe."

El Don se aclaró la garganta y leyó:

"'Fue una buena relación y bien nos complementamos, pero luego caí en la tentación y aún eso lamentamos."

Su voz retumbó en la recámara. Cerró el libro.

"Gonzalo."

"Dígame, Don Calozzo."

"¿Por qué deseas destruir a mi familia?"

El cambio de energía se sintió como la diferencia entre el crepúsculo y el amanecer.

"¿Cómo dice, jefe?"

"Vienes aquí a atacar a Carlito, con algo que nutre al espíritu. Quieres ser un traidor. En la familia odiamos a las ratas."

"Don Calozzo, yo..."

El pater familia se concentró en un Carlo que sudaba de alivio.

"Llévate a este stronzo, Carlito. La poesía sólo crece en el corazón de los espíritus más puros. Te he enseñado sobre el negocio, pero hoy me has enseñado tú a mí. No lo olvidaré."

Carlo se puso de pie y tomó a Gonzalo del brazo. El pezzonovante luchó con debilidad; sabía que nada podía hacerse ahora.

Iban saliendo del estudio del Don cuando Carlo superó el impacto de su segundo nacimiento. Miró al Don y preguntó:

"¿Y mi libro?"

El Don lo abrió otra vez y, leyéndolo, sonrió.

"Este es mío ahora, Carlito."

7 comentarios:

José Leonardo Riera Bravo dijo...

Justicia?? Es todo un honor!! Más allá del homenajeado, Victor, la historia está fabulosa! Es precisamente ser parte de esa historia lo que me genera tanto honor! De verdad muchisimas gracias!

Victor C. Drax dijo...

El privilegio es mío, Leo.

G. dijo...

Bonito, bonito :D

Gabriela Valdivieso dijo...

Me gustó mucho lo de "joven, pero de alma vieja"!

Victor C. Drax dijo...

Si hubiése que definir a Leo con algún género, creo que todos estamos de acuerdo en la poesía.

Gabriela Valdivieso dijo...

Sabes, Vic, a lo largo de esta ronda de textos, he visualizado cada vez más atinado tu comentario de JL sobre el contraste de edades, por decir.

Yo me inspiré de tu texto y a Moi al revés (niño-joven), igual Jessi me describió a mí de esta manera.

Así, realmente creo que diste con un rasgo importante de JL, considerando la diferencia con lo demás y con lo normal, digamos. Creo que alude a una cualidad muy esencial y muy especial =)

Victor C. Drax dijo...

Es que, al margen de sonar muy fan o lo que sea, si a mí nadie me dijera la edad de Leo, yo supondría que tiene unos veinticinco, veintiséis. Es un rasgo realmente muy raro, en el sentido de que es difícil encontrarlo.