jueves, 28 de julio de 2011

Aquellos Días de Gloria

Para salir a la calle, se ponía una chaqueta, un pasamontañas, lentes oscuros. Hasta guantes. Por supuesto que todavía lo reconocían, pero por lo menos lo estaba intentando.

Recorría el bosque. La primera parada era en El Caldero de la Bruja, buscando la mentada poción para el dolor. Era la fase más delicada de las compras porque siempre había algún pajarraco curioso, alguna hadita con ganas de chismear. Querían comprobar que el Lobo Feroz era una sombra de aquella bestia famosísima.


Agarró el frasco del anaquel y se miró reflejado. Ay, Lobo, aquellos días de gloria. Todos los cuentos te querían en el elenco, cuando Caperucita dio un paseo por la campiña, cuando los tres cerditos quisieron vivir por separado, cuando el niño gritaba “lobo” hasta que la estrella apareció. Eran días de cuentos y noches de parranda. Se volvió loco con todas las groupies, desde sirenas hasta algunas de las hadas que hoy le echaban tierra. El mundo está plagado de ingratos.


Ahora los malos de los cuentos eran hechiceros malvados, clones sin corazón, espíritus sin imaginación. Lo echaron en el baúl de los recuerdos. Mucho había pasado desde la última vez que estuvo en la portada de un libro –y no veía cerca su retorno al medio que ayudó a construir. Esa era una de las cosas que le hacía aullar por la noche. Los estúpidos aún creían que aullaba de hambre.


Fue al mostrador y montó la poción.


–Lobo –dijo la Malvada Bruja del Oeste–. ¿Cómo estás, mi vida?


Una vez se rapó todo el pelo del cuerpo y se puso lentes de contacto violetas. En una dimensión donde toda clase de criaturas puede existir, a él todavía lo reconocían. Era deprimente.


–Aquí –contestó–. En esta esquina.

–¿Como cuando yo era pobre? –la bruja agarró la poción y le pasó el código de barras por la máquina.
–Como cuando tú eras pobre.

La Bruja cobró. Echó el frasco en una cesta.


–Son veinte diamantes, Lobo.

–Bruja, ¿te puedo hacer una pregunta, y me perdonas la indiscreción?

Ella se inclinó sobre la barra. Sus senos se abultaron bajo el escote. Verdes, como manzanas.


Por supuesto, mi vida. Soy toda tuya.
–¿Cómo lo lograste? Más de sesenta años de que apareciste y todavía eres popular. Sigues saliendo en cuentos, te inventan nuevas versiones. La gente quiere saber quién eres. Tienes hasta un musical.
–Ay, mi rey –sonrió y fingió echarse aire con una mano–. No es un trabajo fácil, eso sí te lo garantizo.

“Wow, sí. Te ves tan cansada” pensó Lobo.

Se sacó los diamantes de la chaqueta. Agarró la cesta.

–¿Cómo están esos dolores? –preguntó La Bruja.

–No me duele. Es para tener, por si acaso me llego a enfermar. Uno nunca sabe.
–Por supuesto, Lobito, prevención.
–Adiós, Bruja.

Dio media vuelta y cruzó el pasillo, con las pezuñas causando pequeños besos sobre las baldosas del suelo. A mitad de camino paró. Volvió la cabeza.


–Bruja… ¿no piensas nunca en…? Tú sabes. El pasado.


Bruja, que miraba algo sobre su caldero (burbujeante, cubierto de vapor, verde y espeso), alzó las cejas. Contestó sin verlo.


–¿Dices… tú y yo?

–Sí.
–Ay, no mucho, Lobi. Eso pasó hace tanto… y sabes cómo es El Fauno, es medio celoso.

Lobo bufó. Se lamió una pata y se la pasó sobre el hocico.


–Claro –dijo–. Yo tampoco pienso en el pasado.


La segunda parada era en el barbero. Jareth era un artista de la estética, pero podías pasar horas perdido en el laberinto. Y bastaba que lo viera un goblin para que se enterara otro y si hay una cosa que corre más rápido que el fuego son los rumores. Azulejos con cámaras se le echarían encima y ya se confeccionaba el titular con la fotografía más humillante, “LOBO FEROZ PERDIDO EN EL LABERINTO: fuentes dicen que huía de Campanita”. Era tan vulgar y artificial; Lobo conocía a un reloj cantarín que tenía más creatividad.


Terminaba de vuelta en la cueva. Se quitaba los lentes, la chaqueta y todo lo demás, se daba un baño en el arrollo y se echaba un trago de la poción. Picaba en la garganta, pero la mejoría se hacía casi al instante. A veces la mezclaba con un poquito de Bebida Espiritual, de los Cementerios de la Historia Sin Fin, como para darle un toquecito extra, para que de paso le quitara la tos. Y se sentaba frente a la calabaza.

Lo primero que salió en la cuenca era una vieja amiga, Caperucita. Bailaba con los Siete Enanos (“eso no tiene sentido, ni siquiera son de la misma historia”, pensó) y se contorneaba como serpiente. Una vergüenza. Lobo cambió el canal. Los Tres Cerditos hablaban de cómo construyeron un imperio, del negocio de bienes raíces y opinaban sobre la inducción de muggles a la magia, que era algo sobre lo que ninguno de los tres tenía idea, pero igualito parecían expertos. Hijos de puta chanchos. Cambió el canal otra vez. Ya no hay respeto. La Sirenita estaba en The E True Fairyland Story, hablando de Úrsula, de lo arpía que era, de cómo convirtió a su papá en menos que un parásito y, de paso, se veía ho-rrí-ble con ese sobrepeso.


–Jajaja, Úrsula, qué maldita –rió Lobo y se echó complacido con el espectáculo.

Entre la Urilex y la Rapacus

Inquieto y sin sueño, le pidió a su padre que le contara un cuento.

-Pero uno especial, papá.
-¿Especial cómo?
-¡Un cuento de terror!
-Pero no vas a poder dormir, no no, ¿qué tal un cuento de vaqueros en el cercano este.
-No, ¡quiero uno de terror, pero ya sé! ¡uno sobre lo que te da terror a ti, no a mí, papá! Así podré dormir.

El hombre pensó, y astuto ingenió:

-¡Bueno!... Verás, muy muy lejos, arriba hacia las estrellas, entre la Urilex y la Rapacus, hay un lugar único: No es propiamente un planeta, es como una nebulosa que, sin forma y sin masa, no se ve, pero se oye y se siente. Este espacio peculiar es el lugar que habitan las hadas.

-¿Hadas, papá? ¡Hablamos de terror!

-¡A ver, debes esperar! Lo que pasa es que estas hadas son extrañas. Cuando hablamos de hadas nos elevamos y pensamos en magia y vida, pero no. Estas hadas son oscuras y solitarias, vagan sin norte y sin fin. Arrastraban sus amarguras entre las colinas galácticas invisibles. A veces, en los malos días no sólo se atravesaban entre sí sin voltear, sino que se peleaban y terminaban arañándose. ¡No querrás nunca que un hada se enfade contigo! Ves una cosa espeluznante: Se cruzan sonrisas falsas, miradas desteñidas, y chispazos negruzcos.

-¿Y por qué están así, por qué no revolotean por ahí torpes y alegres como se supone que son los espíritus del bosque y esas cosas?

-Aunque no lo creas, nadie lo sabía, hasta que uuuuna de las hadas se lo preguntó y buscó respuesta. Naina era su nombre. Naina se tropezaba como las demás, pero no era igual que ellas. Un buen día, cansada de tener tener las uñas sucias y el ánimo apagado, se animó por entender su presente y cambiarlo.

Leyó libros de las antiguas leyendas y no dio con la razón de la transición: ¿por qué antes dichosas y mágicas, estaban ahora ella y sus pares consumidas de desidia y nostalgia? Gracias a las pistas de su investigación, dio con una idea: la mayor hada conocida, la hada madrina, podría ayudarla a entender. Empeñosa, decidió ir al otro lado de la nebulosa infinita para verla y salvar su especie.

Pasó infiernos y mareas y dio con el risco más alto que puedas imaginar. Voló durante años hasta que sus alas casi se apagaron de agotamiento. Por fin llegada a la punta divisó a esta hada retirada, una vieja de carnes sueltas. Era casi imposible pensar que centurias atrás haya sido tan esbelta como contaban los vientos y las más dulces historias.

Aquella no tenía ninguna intención de soltar explicaciones, pero hubo algo en el alma de Naina que la impulsó. Las palabras salieron de su boca primero llenas de tedio, pero pronto se solapaban, se vertían apuradas unas sobre otras. Cuentan que lo que Naina escuchó fue similar a esto:

En el pasado las hadas eran felices, como felices eran los hombres que compartían sus historias. Ellas susurraban a los niños y humanos agradables anécdotas de dulces caballeros y princesas de almas y cabelleras hermosas. Sus alas fluorescentes movían hilos invisibles que daban un brillo especial a la luz solar, y daban una calidez impensable al viento terrestre. Revoloteaban y mejoraban el mundo. En sus narraciones los pastores y las ardillas, como los reyes y las mariposas, eran aliados de los humanos. Juntos construían palacios y vidas dichosos y soñadores.

¿Pero sabes qué pasó? Es complejo. Durante milenios las hadas impregnaron a los niños de flashes de colores, pero los niños fueron cambiando. Los que solían recibir con ilusión a las ninfas y las hadas, fueron perdiendo la esperanza. Dejaban de respetarlas gracias a nuevas prácticas: nuevos medios, juegos violentos, burlas entre compañeros. Los niños perdieron la capacidad de compartir sinceramente, de empatizar con los afligidos.

Así, los susurros de las hadas se hicieron mudos. Y las figuras aladas despertaban de pronto fastidio y hostilidad. Los niños las ignoraban, las alejaban. Aquellas parecían entorpecer sus disposiciones. Atravesadas frente a pantallas incesantes, recibían por miles dolorosos manotazos, cual fueran moscas e intrusas. Las hadas lucharon, pero fue muy difícil. Exhaustas, se replegaron y flotaron inmóviles, hasta alcanzar por azar la nebulosa que ahora las reunía.

Todo esto escuchó Naina con gran pesar. Profesaba, indigna, que no entendía cómo se rindieron sus antecesoras. Cómo no lucharon por el corazón de los niños, cómo escogieron retirarse.

El hada de antiguos tiempos replicó lentamente: ¿Acaso no te has rendido tú?, ¿cuántas lunas debieron pasar para que vinieras a verme? Los niños dejaron de creer en nosotras. Y nosotras también dejamos de creer: en ellos y en nosotras. Para criticar a tus pares, deberás lograr que un niño crea, tan sólo uno. Y con ese uno, luego sólo otro. Esa es la cruzada de quien osa cambiar el mundo. ¿Eres tú?

Esa es la historia de la que se tiene registro. No hay en lugar alguno continuación de esta historia, se desconoce qué sucedió. De modo queeeee... ¡a dormir!

-¿Quéeeeeeee? Espera, ¿qué pasó, lo logró, algún niño creyó en ella?

-A veces las historias se truncan, es tarde, trata de dormir. - y salió con premura de la habitación.

Nuestro niño quedó impactado. Sin respuestas, con una historia tan fantástica como terrible. Más inquieto aún que al inicio de esta historia se dio vueltas hasta que concibió la idea que sin querer pronunciaron sus labios:

-¿Soy yo?... ¿Naina? - y juraría por el resto de su vida, que una cosa rebotó en el techo y salió por la ventana dejando una estela rosada.

miércoles, 27 de julio de 2011

Sólo de Ti


Sólo de Ti

Jessica Márquez Gaspar

Cuentos de hadas
Sueños infantiles,
Imaginación que corre
Sin detenerse,
Lo increíble es posible
En el universo mismo de la palabra.
Y tal vez no sea cierto
Lo que cuentan
Los cuentos.
Tal vez sea mentira,
Yo lo creo,
Porque de finales felices
Se sabe poco.
Son, en realidad,
Nuevos comienzos
Momentos efímeros
Que abren puertas
Que cierran ciclos
Que se alzan imponentes
Mientras no llegue la brisa a tensar sus velas
Y empujarlos hacia el norte.

Porque en aquellos momentos en que creemos tenerlo todo
Realmente no queda nada
Y cuando la lágrima termine de recorrer
Tu mejilla
Sólo quedará la nada,
Pero de ella nace todo
De ella se alza lo imposible
Y justo cuando creas
Que no existen los finales,
Y menos felices,
Y que todo final
Es un comienzo,
Llegarán a ti
Llegará a ti
La magia perdida
La inocencia recobrada
El momento perfecto en que la vida
Como en los cuentos
Y como las hadas
Quieren devolverte la ilusión
Y de las ilusiones se construyen castillos
Y de las ilusiones nacen nuevos inicios felices
Pero ni de los cuentos, ni de las hadas,
Nace la felicidad...

Sólo de ti

Un cuento de hadas diferente

Era una noche fría, oscura y deprimente, como todas desde que Marie había desaparecido. Nadie podía explicarse lo sucedido, nadie excepto Daniel, quien tuvo la mala suerte de presenciar algo que la mayoría cree hermoso. Hadas.

Primero que nada debería explicarles quiénes son Daniel y Marie, ¿cierto? Son hermanos, cristianos, de buena familia y grandes amigos, caritativos, sus vidas limpias y claras como el agua… o al menos eso daban las apariencias. Marie asistía a la secundaria de la vecindad, y Daniel apenas cursaba el quinto grado, ambos con muy buenas calificaciones.

Un día de primavera, Marie huyó de casa, o eso se creyó. Durante horas la buscaron en todos lados, incluso en la iglesia, donde decía que amaba estar. Nada. La policía no tenía pistas que seguir, ni siquiera los mejores detectives lograron dar con ella. Interrogaron a muchos, y de nadie consiguieron alguna confesión realmente valiosa. La niña no estaba, se fue sin dejar rastro. Daniel comenzó a tener problemas a las pocas semanas, estaba inquieto, nervioso, a tal punto que sus padres lo internaron en una clínica para poder controlar su estado mental.

Los doctores no conseguían que dijera una sola palabra, nadie en realidad podía lograr tal cosa. Daniel pasaba día y noche mirando la ventana de la habitación de paredes blancas, como esperando a que alguien viniera. Había dejado de ser el niño risueño y alegre que era para convertirse en un manojo de miedos. Y es justo en esta parte en donde comenzaba la historia que yo quería contarles: él sabía lo que pasaba con Marie.

La mañana del día en que su hermana desapareció, Daniel había descubierto un paquete bajo la cama de sábanas tiernas y rosadas. No pudo con la curiosidad y sacó el contenido del bulto ya abierto, pero cuando iba a echarle una ojeada, escuchó sonidos en el piso de arriba, correspondiente al ático de la casa. Era la voz de su hermana con otras voces nada agradables, parecidas al chillido que hacen las uñas contra una pizarra. Subió despacio mientras los sonidos se hacían más fuertes, escalofriantes. Abrió la puerta y se encontró con muchas motas de luz blanca que salieron disparadas hacia la ventana.

Antes de que todas huyeran, divisó dos cosas: el cuerpo de su hermana tirado en el suelo, y la última de las luces blancas que no había notado su presencia. Era un hada: pequeña y delgada, más bien raquítica, con algo parecido a piel pero más gastada y marchita, de ojos negros como el azabache, expresión fiera y colmillos filosos cual agujas. Daniel no dijo nada, no hizo falta. El hada salió despedida como las demás y todo fue silencio. En unos instantes lo que quedaba de Marie tampoco estaba, y Daniel supo que lo siguiente no sería nada bueno.

En su estado de miedo y aversión combinados, bajó de nuevo al cuarto de su hermana y buscó el paquete. Jamás sabría lo que había en él, porque también había desaparecido, pero en su lugar había una nota que rezaba:

Marie pensó que su historia podría tener un final feliz. Se equivocó, ¿cierto?


Daniel tomó el papel y lo guardó, estaría seguro con él. Salió de la habitación y cerró la puerta, dejando todo intacto. Sus padres no tardarían mucho en darse cuenta de que su querida hija no estaba, y la policía voltearía la casa una y otra vez buscando respuestas. No las encontrarían.

Marie creía en las hadas y ellas vinieron a llevársela. ¿Que por qué? Nadie lo sabe. Pero una cosa sí está clara: si crees en los cuentos de hadas, algún día descubrirás lo que son en realidad. Daniel lo sabrá por siempre, y me parece que Marie, en donde esté, lo sabe también.

jueves, 14 de julio de 2011

Cierra la puerta


Federico: Apúrate en entrar, ¿quieres?

Cecilia: Estoy tratando de no hacer mucho ruido, ¿sabes? para no llamar tanto la atención, pero contigo es imposible, a menos que dejes de gritarme cada vez que me monto.

Federico: Disculpa Ceci, me pone nervioso tener que venir a buscarte en mi carro, ya todos incluso conocen la placa.

Cecilia: Tranquilo mi amor. Antes de salir me aseguré que toda la familia estuviese en sus respectivas camas, en especial Patricia.

Federico: Patricia, mi "amada" Patricia. Estuve con ella todo el día, y creo que está empezando a sospechar algo. Últimamente me ha hecho preguntas muy concretas. ¡Que difícil es todo esto!

Cecilia: Lo sé corazón. Me parece extraño que mi hermana sospeche algo, sinceramente no lo creo, tú bien sabes que siempre ha sido un poco, o mejor dicho, muy despistada. ¡Ay Señor! Pero no te imaginas cuanto la envidio, el solo hecho de que ella pueda estar contigo cuando quiera o como quiera me mata, simplemente me mata. Desgraciadamente nos ha tocado compartir nuestro amor de ésta manera.

Federico: Ay Cecilia Alejandra ¡Cállate y Bésame!

Cecilia: Adoro cuando lo pides así.

-Después de unos minutos de un silencio apasionado -

Cecilia: Fede, ¿que haremos? No podemos seguir en esto.

Federico: Pero linda, yo te amo. Lo juro. Patricia, tu hermana, no es amor, es...estoy con ella por compromisos a tu familia, ¿cuántas veces te lo tengo que repetir? Me estoy cansando.

Cecilia: No es tan sencillo, es mi hermana. Se supone que no debería traicionarla y menos con su novio, ¿entiendes? Yo soy la oveja negra.

Federico: Muchas suposiciones. Y detesto cuando usas los "deberías". Las cosas no son así, no tenemos la culpa de amarnos, ¿entendido? Por cierto me encanta la cara que pones cuando estás preocupada.

Cecilia: No me cambies el tema.

Federico: ¡Coño Cecilia! ¿Vamos a perder nuestro tiempo discutiendo lo que ya nos sabemos de memoria? Dos horas, únicamente dos horas y no las aprovechamos como se debe.

Cecilia: Tienes razón. Hablamos de esto mañana. Baja los seguros y arranca. Ya bajó la vieja y chismosa de mi vecina a pasear a su perro, nos puede reconocer.

Federico: No te preocupes tanto Cecilia, mi carro es silencioso.

Cecilia: Si claro... Apúrate, por favor. Creo que ya nos escuchó.

De cómo un psicólogo vacaciona en Francia

Cualquiera se habría preguntado por qué esa agencia de Audi le pagaba a un psicólogo, si ni siquiera los empleados podían acudir a él. La respuesta, aunque sencilla, no era corriente: este hombre, metido todo el día en su oficina con sofás de cuero y whisky costoso, no se encargaba del experto en motores al que su esposa le había pedido el divorcio, ni tampoco del gerente que no podía dejar atrás su vieja manía de combinar los calcetines con el cinturón. No. Este psicólogo era un tanto más selectivo con sus pacientes.

Una aburrida mañana de octubre tuvo un caso bastante particular: un Audi R8, plateado, de esos que hasta un ciego querría tener, le fue entregado por múltiples defectos.

-Ya no quiere andar, ni siquiera pasa de los 80 por hora, ¿qué hago?- preguntó desesperado el dueño del vehículo.
-Veo, veo. Dos días, solamente, y será suyo de nuevo- el psicólogo era muy serio en su trabajo.

Le dio un par de vueltas al carro, miró debajo del capó, abrió la maleta. Nada realmente preocupante, al menos en el exterior. Llegaba el momento de la plática, así que buscó su libreta de anotaciones (porque sí, tenía una) y se sentó a hacer las típicas preguntas. De alguna forma, aunque el carro no contestara a ninguna, él sabía exactamente lo que estaba sucediendo.

El dueño actual no era el primero, ahí va un problema. El dueño anterior, otro problema, era un mafioso. El auto, tercer problema, estaba cansado de ver y ser parte activa de los delitos que su cuidador anterior llevaba a cabo. Se entendía perfectamente que no quisiera andar, ahora todo tenía sentido para el psicólogo. Éste le recetó cambio de aceite por uno con mejor aroma, para relajarlo; un paseo largo por una carretera con vista a la costa o al campo, y una temporada libre de cualquier emisora de radio que hablara de noticias, especialmente las de criminales. Seguramente con eso mejoraría.

Como acordaron, en dos días el auto estaba como nuevo. El dueño firmó un cheque de gran valor, por una cantidad de euros con la que ni siquiera soñaríamos, y salió del concesionario sin mirar atrás. Todo parece terminar feliz, tanto para el auto y su dueño, como para el psicólogo, que por fin pasaría unas vacaciones de ensueño en la Côte d'Azur francesa. Lo único que no puede negarse en esta historia, es que el auto no dejaría atrás los remordimientos de ser –o haber sido- un automóvil criminal.

miércoles, 13 de julio de 2011

Enemigo Público

Aquel asunto que conmovió a la nación empezó de una forma más bien vulgar.

El Presidente decidió salir sin decirle a nadie. No era ni la primera vez, ni la última. Iba a comprar un frasco del dulce ese que le gusta. Ustedes saben cuál es, no se hagan.

Se montó en el carro, se chequeó en el retrovisor si estaba presentable (en el siempre posible caso de que alguien lo viera a pesar del burdo disfraz) y así, abriéndo bien los ojos (pero para chequearse las arrugas), arrolló a Javier Bustamante, estudiante de puro 20, monaguillo, no fumaba, no tomaba y no bailaba pegao. El pobre Javier pasó por encima del carro, voló cinco metros y al estrellar el rostro contra el asfalto, el roce le arrancó la piel del cráneo. Tembló por un par de segundos.

El Presidente se bajó del carro seguro de que esta vez la había cagado como ningún discurso podía reparar y, antes de poder volverse y arrancar, la gente dejó de señalar al cadáver para apuntarlo a él.
"El Presidente"
"El Presidente mató a este pobre muchacho"
"¿Por qué El Presidente anda disfrazado?"
"El Presidente sí se sabe unos cuentos buenos"
Fue un clásico momento kodak. La política mundial reconocería después la jugada como una de indiscutible genio cuando el mandatario, con las manos en la cabeza y respirando agitado, señaló al carro.
"Este carro está poseído" dijo. "Creí que me iba a morir metido ahí"

Llegó la policía y tomó declaración a todos los presentes. Como nadie podía afirmar que el carro estaba poseído, pero tampoco negarlo, se lo llevaron remolcado. Porque además era más fácil que llevarse a El Presidente.

Una comisión de la Asamblea Nacional se creó para investigar si el espíritu que tomó control del vehículo era de orígen humano o demoníaco y se acordó mandar una delegación a El Vaticano para salir de dudas. Los medios de la oposición decían que ese pobre carro estaba siendo maltratado y que había que llevarlo con los mejores mecánicos franceses, para que lo estudiaran como era debido. Los medios del gobierno decían que no, el carro era satánico, estaba lleno de perros, gatos y bebés muertos y cuando nadie lo veía, sangre salía del motor en una explosión volcánica en la que si superabas el terror, podías escuchar las voces de mil almas perdidas.

El Presidente dijo que no quería saber más nada de ese asunto, que había sido un evento traumático y que necesitaba un par de semanas para sobreponerse a las pesadillas. Un conocido artista comentó en uno de los principales diarios del país que todo esto era ridículo, que el carro no pudo haber hecho nada porque era un puto objeto y aparentemente a la gente de este país se le olvida las cosas más obvias. El gobierno lo mandó a poner preso y el tipo se exilió en Colombia.

Durante el juicio, La Sala Plena del TSJ le preguntó al carro cómo se sentía ser un degenerado absoluto, cómo era vivir sabiendo que un muchacho futuro de esta nación estaba siendo degradado por los gusanos bajo la tierra. Como el carro no dijo nada, le echaron treinta años. Porque el que calla, otorga.

Llevaron al carro remolcado a una de las tristemente célebres prisiones nacionales, donde pronto se puso padrote: todos los malandros del centro penitenciario le echaban la culpa de los asesinatos, el tráfico de drogas y de armas. Era el Hernancito de una nueva generación. En una reciente entrevista, trató de averiguarse qué pasaba por las bugías de tan malévolo artefacto pero el carro guardó su acostumbrado silencio.

Porque, sabes, era un carro.