miércoles, 13 de julio de 2011

Enemigo Público

Aquel asunto que conmovió a la nación empezó de una forma más bien vulgar.

El Presidente decidió salir sin decirle a nadie. No era ni la primera vez, ni la última. Iba a comprar un frasco del dulce ese que le gusta. Ustedes saben cuál es, no se hagan.

Se montó en el carro, se chequeó en el retrovisor si estaba presentable (en el siempre posible caso de que alguien lo viera a pesar del burdo disfraz) y así, abriéndo bien los ojos (pero para chequearse las arrugas), arrolló a Javier Bustamante, estudiante de puro 20, monaguillo, no fumaba, no tomaba y no bailaba pegao. El pobre Javier pasó por encima del carro, voló cinco metros y al estrellar el rostro contra el asfalto, el roce le arrancó la piel del cráneo. Tembló por un par de segundos.

El Presidente se bajó del carro seguro de que esta vez la había cagado como ningún discurso podía reparar y, antes de poder volverse y arrancar, la gente dejó de señalar al cadáver para apuntarlo a él.
"El Presidente"
"El Presidente mató a este pobre muchacho"
"¿Por qué El Presidente anda disfrazado?"
"El Presidente sí se sabe unos cuentos buenos"
Fue un clásico momento kodak. La política mundial reconocería después la jugada como una de indiscutible genio cuando el mandatario, con las manos en la cabeza y respirando agitado, señaló al carro.
"Este carro está poseído" dijo. "Creí que me iba a morir metido ahí"

Llegó la policía y tomó declaración a todos los presentes. Como nadie podía afirmar que el carro estaba poseído, pero tampoco negarlo, se lo llevaron remolcado. Porque además era más fácil que llevarse a El Presidente.

Una comisión de la Asamblea Nacional se creó para investigar si el espíritu que tomó control del vehículo era de orígen humano o demoníaco y se acordó mandar una delegación a El Vaticano para salir de dudas. Los medios de la oposición decían que ese pobre carro estaba siendo maltratado y que había que llevarlo con los mejores mecánicos franceses, para que lo estudiaran como era debido. Los medios del gobierno decían que no, el carro era satánico, estaba lleno de perros, gatos y bebés muertos y cuando nadie lo veía, sangre salía del motor en una explosión volcánica en la que si superabas el terror, podías escuchar las voces de mil almas perdidas.

El Presidente dijo que no quería saber más nada de ese asunto, que había sido un evento traumático y que necesitaba un par de semanas para sobreponerse a las pesadillas. Un conocido artista comentó en uno de los principales diarios del país que todo esto era ridículo, que el carro no pudo haber hecho nada porque era un puto objeto y aparentemente a la gente de este país se le olvida las cosas más obvias. El gobierno lo mandó a poner preso y el tipo se exilió en Colombia.

Durante el juicio, La Sala Plena del TSJ le preguntó al carro cómo se sentía ser un degenerado absoluto, cómo era vivir sabiendo que un muchacho futuro de esta nación estaba siendo degradado por los gusanos bajo la tierra. Como el carro no dijo nada, le echaron treinta años. Porque el que calla, otorga.

Llevaron al carro remolcado a una de las tristemente célebres prisiones nacionales, donde pronto se puso padrote: todos los malandros del centro penitenciario le echaban la culpa de los asesinatos, el tráfico de drogas y de armas. Era el Hernancito de una nueva generación. En una reciente entrevista, trató de averiguarse qué pasaba por las bugías de tan malévolo artefacto pero el carro guardó su acostumbrado silencio.

Porque, sabes, era un carro.


3 comentarios:

G. dijo...

Esto refleja TANTO la realidad actual... ¿cuántos crímenes impunes?, ¿cuántas manos manchadas de corrupción? Y el castigo, si es que surge alguno, nunca es suficiente. Se quiere culpar a otros, cuando se sabe perfectamente quién fue. ¿Abrir los ojos...?

Gabriela Valdivieso dijo...

ME ENCANTÓ. Fue extraordinario, te pasaste!! de pana uno de mis favoritos que si en todo pues.

Sabes? La frase final la quitaría, cierra perfecto con silencio.

Es obvio el guiño político, pero a mí me gustó fue el absurdo! Leí hace poco un cuento de un argentino, Leopoldo Lugones, en el que, en un cuento, una escoba se rebelaba contra el sistema político! jajaja Me encanta esa ficción!! Me encanta que los objetos se redimensionen. ¡¡¡Bravo!!!

Victor C. Drax dijo...

Es posible, sí, que eliminando un poco del final, mejore el efecto general.

Jajaja, Leopoldo Lugones, tengo que buscarlo. Una vez vi -y no es exactamente lo mismo, pero por ahí va- un corto japonés, una muchacha que se va convirtiendo en silla. No tiene explicación, como mucho del cine nipón, pero al final es la silla la que toma su papel en la historia.

Creo que el corto es de... "Tokyo!" me parece el nombre del film.