Por Alberto Montalti,
invitado de Andrea Gómez
Correo: montalti92@hotmail.com
invitado de Andrea Gómez
Correo: montalti92@hotmail.com
La locura es esta espera. Es la vibración del asiento 27 del vagón número 3. Es este cambio abrupto de emociones; desfilando por mi cuerpo como los árboles que pasan por la ventana del tren, tan similares y diferentes a la vez. Sus ramas desnudas me hacen pensar en los malos modales de algunas estaciones, ¿cuándo coño llegará la primavera?
Detesto la relatividad del tiempo. Me cuesta tanto aceptar que te veré en cuatro años. Cuatro años de sesenta minutos nos separan y la impaciencia me consume. He esperado tanto por este momento que una parte de mí (la que ama la rutina) quiere seguir esperando. ¿Qué pasará después con los añorados mil y un besos perfectos? El paisaje sigue cambiando pero podría jurar haber visto el mismo árbol cubierto de nieve varias veces; será que estamos dando vueltas en círculos? ¿Sabrá el conductor cómo llegar? No quiero llegar tarde…
Veo mis manos temblar mientras la dulce voz anónima de costumbre avisa por el altavoz alguna parada; esa voz con cualidades de despertador de mesa de noche que siempre interrumpe mi flujo de pensamiento involuntario, ése que suele ser tan difícil de interrumpir. ¿Quién será la mujer detrás de la voz? ¿Tendrá ese tono delicado cualidades hipnotizantes para algún hombre dichoso? ¿O quizás para alguna mujer? No, no… definitivamente es a un hombre; un hombre que alguna vez, tiempo después de enamorarla y perderla, la esperó en la estación mordiendo sus uñas como loco. Tengo que dejar de comerme las uñas. ¿Habrás llegado ya? Seguro que sí, seguro me esperas con un vestido de flores y el cabello recogido, viendo el gran reloj, sonriendo como tonta.
Una luz cegadora se enciende inesperadamente por la ventana y la imagen de su cara, esperando impaciente, se desvanece poco a poco. Dos azafatas se acercan a mi asiento con bandejas en sus manos repletas de vasos plásticos y sonrisas de cortesía en sus caras, ¿o son sonrisas de lástima? Quién sabe el porqué de las sonrisas hoy en día. Ha pasado mucho desde la última vez que vi una verdadera. Una de ellas se dirige a mí y mueve sus labios. Un tono de voz condescendiente, con ínfulas de superioridad sale y supongo que me ofrece algo, pero la verdad no quiero saber de nada que me distraiga. Como por inercia mi cuerpo responde, acerco mi mano a la bandeja y tomo dos vasos, uno con pastillas y otro con agua. ¡Qué colores tan hermosos! Ahora las pastillas amarillas, rojas, blancas y púrpuras bajan por mi garganta como si supieran en que orden hacerlo, mientras las sonrientes mujeres se dan la vuelta.
Por alguna razón las azafatas siguen ahí, chismeando inmóviles en el pasillo, dándome la espalda. Pero, ¿qué me importa? Ya debe faltar poco para llegar. En cualquier momento la voz enamorada del altavoz dirá las palabras mágicas; esas que por tanto tiempo solo he podido soñar. Qué tonto fui por haberla perdido. Pero esta vez no tengo miedo; no la volveré a dejar ir. No he vuelto a ver el árbol repetido por la ventana. La ciudad ocupa ahora todo el vidrio y veo la estación a lo lejos. Siento que puedo oír los ruidos de la gente emocionada, esperando a sus queridos en el andén. Pero de repente escucho una voz seca; no es la enamorada del altavoz. Es una de las azafatas; "Éste se llama Rodrigo, es mi caso favorito; pasó años esperando a alguien en la estación central de Nueva York hasta que lo trajeron al hospital. A esta hora piensa que su tren esta llegando".
Detesto la relatividad del tiempo. Me cuesta tanto aceptar que te veré en cuatro años. Cuatro años de sesenta minutos nos separan y la impaciencia me consume. He esperado tanto por este momento que una parte de mí (la que ama la rutina) quiere seguir esperando. ¿Qué pasará después con los añorados mil y un besos perfectos? El paisaje sigue cambiando pero podría jurar haber visto el mismo árbol cubierto de nieve varias veces; será que estamos dando vueltas en círculos? ¿Sabrá el conductor cómo llegar? No quiero llegar tarde…
Veo mis manos temblar mientras la dulce voz anónima de costumbre avisa por el altavoz alguna parada; esa voz con cualidades de despertador de mesa de noche que siempre interrumpe mi flujo de pensamiento involuntario, ése que suele ser tan difícil de interrumpir. ¿Quién será la mujer detrás de la voz? ¿Tendrá ese tono delicado cualidades hipnotizantes para algún hombre dichoso? ¿O quizás para alguna mujer? No, no… definitivamente es a un hombre; un hombre que alguna vez, tiempo después de enamorarla y perderla, la esperó en la estación mordiendo sus uñas como loco. Tengo que dejar de comerme las uñas. ¿Habrás llegado ya? Seguro que sí, seguro me esperas con un vestido de flores y el cabello recogido, viendo el gran reloj, sonriendo como tonta.
Una luz cegadora se enciende inesperadamente por la ventana y la imagen de su cara, esperando impaciente, se desvanece poco a poco. Dos azafatas se acercan a mi asiento con bandejas en sus manos repletas de vasos plásticos y sonrisas de cortesía en sus caras, ¿o son sonrisas de lástima? Quién sabe el porqué de las sonrisas hoy en día. Ha pasado mucho desde la última vez que vi una verdadera. Una de ellas se dirige a mí y mueve sus labios. Un tono de voz condescendiente, con ínfulas de superioridad sale y supongo que me ofrece algo, pero la verdad no quiero saber de nada que me distraiga. Como por inercia mi cuerpo responde, acerco mi mano a la bandeja y tomo dos vasos, uno con pastillas y otro con agua. ¡Qué colores tan hermosos! Ahora las pastillas amarillas, rojas, blancas y púrpuras bajan por mi garganta como si supieran en que orden hacerlo, mientras las sonrientes mujeres se dan la vuelta.
Por alguna razón las azafatas siguen ahí, chismeando inmóviles en el pasillo, dándome la espalda. Pero, ¿qué me importa? Ya debe faltar poco para llegar. En cualquier momento la voz enamorada del altavoz dirá las palabras mágicas; esas que por tanto tiempo solo he podido soñar. Qué tonto fui por haberla perdido. Pero esta vez no tengo miedo; no la volveré a dejar ir. No he vuelto a ver el árbol repetido por la ventana. La ciudad ocupa ahora todo el vidrio y veo la estación a lo lejos. Siento que puedo oír los ruidos de la gente emocionada, esperando a sus queridos en el andén. Pero de repente escucho una voz seca; no es la enamorada del altavoz. Es una de las azafatas; "Éste se llama Rodrigo, es mi caso favorito; pasó años esperando a alguien en la estación central de Nueva York hasta que lo trajeron al hospital. A esta hora piensa que su tren esta llegando".
12 comentarios:
Como dijo una compañera en otro comentario, parte del éxito de un cuento es que llegue. Uff y me llegó, tanto que no se va. Comparto un poco algunas vivencias de tu personaje, y sentí que incorporaste mis recuerdos!
Lo sentí demasiado poético, por todos lados, imágenes preciosas, ideas inteligentísimas.
Estaba ya boquiabierta por "¿Que pasará después con los añorados mil y un besos perfectos?" cuando me cacheteó la idea siguiente: "El paisaje sigue cambiando pero podría jurar haber visto el mismo árbol cubierto de nieve varias veces." ¡Qué preciosa manera de decir las cosas!
Me encantó cómo mezclaste ideas. La parte de las uñas quedó de lujo.
En definitiva, disfruté mucho el cuidado de la forma y la sensibilidad de las ideas.
Me llevo encima: "La ciudad ocupa ahora todo el vidrio".
Abraham:
Excelente...
Y que siga esperando...
si la espera desquiciada.... así son todas nuestras esperas, todas nuestras realidades...todos nuestros sueños...??
felicitaciones!!! me gusto mucho :)
es bueno, pero confuso.
lo sentí confuso...sorry.
Me encanta. La locura de la espera es así. Un final excelente e inesperado. Felicitaciones!
:) lo importante es no volverse loco en la espera! te amo!
Me sorprendió el final. Está muy bueno. Quizá haya que arreglarle algunos detalles, pero en líneas generales me agradó mucho.
Siento que hay muchas imágenes que puedes explotar mucho más.
Qué agrado haberte leído.
Para mí, el mejor. Me recordaste a Poe.
-Saludos.
Muchas gracias a todos por sus comentarios y por la oportunidad de escribir en su blog. Me alegra que les haya gustado! y estoy de acuerdo con todas las criticas que hicieron.
Por último, gracias a Andrea por la invitación y por no dejarme esperando en la estación. :)
Lo sentí casi onírico. Me parece que la prosa usada le cae perfecto al tema.
simplemente GENIAL!!
que buen trabajo con el personaje, me gusta mucho este blog!!
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