jueves, 22 de septiembre de 2011

2:37 a.m.





—Aló.


—Mal parío.

—¿Aló?

—Deja de hacerte el pendejo.


Álvaro separó el auricular de su oído. Suspiró.


—Iván. Es tarde, pana. Tenemos una nena pequeña durmiendo aquí, sé considerado.

—Devuélveme mi vida, coño e’ tu madre.


—¿Qué puedo hacer para que entiendas?


—Hoy me levanté y no sabía si era yo mismo o si me había convertido en ti. ¿Burde’ raro, verdad?


—Deja de llamar.

—Cuando tocas a Gabriela, ¿la tocas como lo hacía yo? ¿No te dice nada?


—Estás intenso de pana ya.

—Quiero que me devuelvas todo lo que me quitaste. Creí que eras mi amigo, maldito traidor. Dame a mi esposa.

—Iván…



Una pausa, en la que Álvaro se acomodó, inclinándose en su lado de la cama, lo más alejado posible de los oídos de la mujer.


—…¿No hablamos de esto ya? De pana que lamento el accidente, tú sabes que es así. Lamento lo que le pasó al pequeño y eso lo digo de corazón. Pero así, como están las cosas ahora, es como culminó la historia; nadie conspiró para joderte, nadie estaba haciendo planes a tus espaldas. ¿Puedes conseguir dentro de tu cabeza la cordura para entenderlo?

—…

—Aló.

—…

—Aló.

—Yo confiaba en ti.

—Verga, qué ladilla. Necesitas años de terapia, broder. Muchos, muchos años de terapia.

—Ya lo hicieron, ¿verdad? Ya te la cogiste, ¿verdad?

—Tenemos una hija, ¿tú qué crees, que la trajo la cigüeña?

—Así te quería escuchar, español coño e’ tu madre.

—¿Español? Chamo, yo soy de el tigre. ¿Estás rascao’?

—Búrlate, maldito.

—Te burlas de ti mismo.

—Dime quién soy. Dímelo. ¿Soy Iván o soy Álvaro? ¿Quién me toca ser hoy?

—Un poco dramático, ¿no?

—Pero contesta.

—Eres Gregorio Samsa, Iván. Te levantaste como una plaga hoy.

—¿Qué?

—Olvídalo. Déjanos en paz a Gabriela y a mí. No quiero tener que…

—La amo.

—Repetírtelo. Lo sé. Yo la amo también. Y no tiene nada que ver contigo; cuando ustedes estaban juntos, no la toqué ni con el pensamiento, ¿no te dice nada eso? ¿Crees que puedes extender el mismo respeto hacia mi vida?

—Hacíamos muy buena pareja.

—La trataste medio mal, a decir verdad.

—No te permito que digas eso.

—Entonces no me saques conversación al respecto. Acuérdate de que llamaste a insultar, no te desconcentres.

—El comediante. La estrellita, ay, qué gracioso es Álvaro, vale, un show.


Otro suspiro.


—¿Qué estás esperando de mí?

—Dame a mi mujer y dame a mi trabajo.

—Yo no te quité el trabajo. No te serruché la silla.

—Me quitaste todo. Y te lo digo así, bueno y sano. Te estoy hablando sin haber tomado una gota de alcohol.

—Espero que eso no sea verdad.

—Arruinaste todo lo que yo podía lograr en…

—¿Quieres que te diga quién está arruinando qué? ¿Cómo coño tú crees que se siente Gabriela cada vez que la llamas, ah? ¿Tú crees que a ella le parece muy depinga saber que estás como estás? Yo mismo odio verte así, pero para ella es otra vaina. Y sin embargo tienes que venir, en tu esfuerzo más inútil por ensombrecer las cosas. Tienes una guerra contigo mismo, no nos arrastres a ella.

—Vamos a darnos unos coñazos, pues.

—Por el amor de dios.

—Vente, ¿te da miedo?

—No sé si te habrás dado cuenta, pero tengo un solo brazo. ¿Te haría sentir mejor pelear con un manco? Dime cómo podemos pelear en circunstancias justas.

—Me amarro una mano a la espalda. Qué marica eres, pidiendo trato especial, el trato que nunca me diste.

—¿Trato especial? No escondo el brazo, maldito pajúo, literalmente me falta, es una vaina médica.

—No tienes moral para quejarte.

—Hazme un dibujo de cómo podemos pelear, maldito anormal. El arquitecto, haz un plano de cómo nos damos unos coñazos. ¿Y qué importa quién le rompa la cara a quién? ¿Tú crees que eso va a cambiar algo?

—Tu papá te cogía de chiquito.

—Eso lo dijiste anoche.

—¿Qué? Aló. ¡Aló!

—Estúpido, eso lo dijiste anoche.

—¿Cuándo te la llevaste de viaje, ya ibas con la mente de coronar, verdad, perro?

—No.

—Ibas con la mente de “ahora le clavo toda la noche en el hotel…”

—Iba con la mente de consolar a mi amiga por la muerte de su hijo y su terrible divorcio con un hombre de trece años mentales.

—Pero eras mi amigo, ¿qué dice eso de ti?

—Que soy un carajo burda de paciente.

—Eres una basura. Eso es lo que eres.

—No te guardé nunca sino respeto. Si tienes un momento de lucidez al día, invócalo ahorita: ¿por qué estás haciendo esto?


Una pausa.


—No sé. Porque estoy solo.

—¿Crees que estas llamadas lo remedian?

—No.

—Sabes que yo he pensado burda en ti. Más de lo que creerías. Y te tengo lástima. No lo digo con ánimos de ofender; de verdad que las cosas salieron espectacularmente mal. Lo lamento mucho.

—No necesito tu lástima.

—Quizá “lástima” no es la palabra. Me siento mal por ti. Porque sé que dentro de todo eso, se esconde un buen tipo.

—Eres triste, pana. Eres un ser humano triste. Dame a mi esposa. Dile que yo le compro lo que sea.

—Wow, eso va a funcionar.

—Tú no entiendes.

—De verdad que no.

—Eres, Álvaro, y sin que me quede nada por dentro, eres y siempre has sido un inválido emocional.

—Lo que tú digas, chamo. No llames más. Entiende lo que te estoy diciendo, usa la cabeza.

—Dime quién soy hoy.

—Estás despertando a Gaby. Adiós.

—¡Dímelo!




4 comentarios:

Gabriela Valdivieso dijo...

Jaja, tremendo rollo! Vic, tiene buen ritmo, me gusta como se interrumpen y la parte de la pelea injusta jeje, pero me perdí un poco, ¿cosa mía?
Rico leerooosss!

Victor C. Drax dijo...

Es posible que sea cosa mía; la historia está narrada en conversación sin atribuciones de diálogo... es más o menos fácil perderse en quién dice qué, yeap.

José Leonardo Riera Bravo dijo...

Me parecio finisimo, lo estudie incluso. Pero no veo el conflicto como tal. Me parece medio lineal...

Victor C. Drax dijo...

¿Cómo así, lineal?

El texto ha como confundido un poco, me parece.