viernes, 14 de septiembre de 2012

Dulce destino


Continuación de "Salada esperanza"
Por Gabriela Valdivieso 

Regino Alfonso Duarte empezó a jugar el loto porque le gustaban los números, la misma razón por la que se hizo contador. Pero es otra la razón por la que tiene 24 años llevando las finanzas del primer banco en el que tuvo cuenta, tiene 24 años allí porque perdió la cuenta de sus posibilidades y redujo su espectro a esa única cosa que sabe hacer.

Pero Regino ahora juega el loto porque le gustaba saber que alguien era afortunado y que, quizás quizás él podía ser alguna vez. Jugaba porque el "tal vez" es más fuerte que el "nunca". Jugaba porque era una puerta minúscula e incierta a un gran escenario, el sueño de la vida en el norte del norte, en Ouagadougou, capital de Burkina Faso.

Regino no necesitaba ser calcular sus posibilidades de ganar. Como no lo necesitaba, no lo hacía. Le bastaba el sentido de aferrarse a algo. De alguna manera, jugar era  algo suyo, lo particularizaba. Le daba un algo, dentro de una vida que transitaba entre cálculos y pasos, entre señores ocupados y latas llenas de atún. 

Tampoco necesitaba ver mapas de Burkina Faso y estudiar su destino soñado. Por eso tampoco lo hacía. Le bastaba soñar en lograr irse a un lugar donde exista un clima inexplicable y donde poblan personas de otros colores y existencias. Quizás en ese dónde conseguiría otro qué, ojalá algunos quiénes con que compartir esa cosa, la vida. 

Ese martes tras su almuerzo apurado dio su paseo regular. Lo vio aterrizado y debió tomarlo. Estaría estacionado hasta la noche el avioncito de papel que tenía marcas frescas de dulces rojos de un niño que lo habrá olvidado. En sus minutos restantes, antes de volver a a marcar su tarjeta de asistencia y continuar los trámites de otra persona, pasó por la escala de rigor: el kiosko de Lucila. 

-Un loto.
-¿Y cuándo no? - dijo la vieja, como verdaderamente todos los días. 

Escogió como siempre, el ticket que estaba detrás del que sobresalía. Hoy era el tercero del montón, era algo especial, porque el 3 era su número. Le gustaba pensar que lo era porque nació un 3 de marzo, pero la verdad es que era porque nunca ha conquistado el primero o segundo lugar. Ha sido campeón tres veces del mismísimo tercer lugar.

Eso era más que necesario sentir emoción de que el que estaba detrás del que sobresalía, era el tercero. Pagado, lo recibió en sus manos y caminó mirando, hurgando sus números. Como si escudriñara sentido a lo impreso, pero sin buscarlo y por tanto sin encontrarlo. 

Pasaron los días entre señores ocupados y compañeros que parecen tener la misma infortuna, pero que no lo comparten, que en las pausas en baños o tomadas de agua comentan el clima y dicen que qué bárbaro, que ya viene pascua. 

Así y no de otra forma llegó el sábado de resultados. Otra vez frente al televisor. La chica de la boca rojísima recitó los números ganadores. 4, 7, 24, 2. Ya había pasado lo mismo otras muchas veces. Cumplir la primera línea es algo que más que esperanzar, le ha frustrado en estos años. 47, 36, 9, 11. Tampoco es raro estar en sintonía con el mundo una segunda línea. 12, 1, 83, 55. Vaya, su línea, la tercera línea de su boleto estaba allí en el televisor, grandote. 

Entonces pasó algo. Siempre se preguntará si la chica se equivocó y paró la máquina antes del instante correcto o quizás si el estornudo de un niño en China tuvo algo que ver, pero la promotora de rojo parecía estar detrás de su hombro susurrando a la otra ella, la del televisor, que él tenía precisamente en su cuarta línea los números 6. 62. 27. 33. 

Había ganado. 

Él era el ganador de una inverosimil cantidad de ceros seguidos de un uno. Era como si la suma de todos registros contables de su día, multiplicados por los días de un año fueran suyos, tenían tatuados los números de su ticket. La boca roja lo decía una y otra vez, hablaba del "feliz ganador" y por primera vez Regino sabía de quién se trataba.

La boca lo invitó a llamar inmediatamente y lo hizo. Un operador lo invitó a ir y fue. Le pidieron firmar y firmó. Cerró el sábado con una cuenta corriente distinta. Sacó 10.000 del cajero y su monto disponible no parecía haberse actualizado. 

Aparecían ahora a sus anchas la posibilidad de hacer una albombra de billetes. A su disposición la vida en otro lado del mundo. Colores, sensaciones, rarezas, todo posible. Todo libre, sin censura, sin impedimentos, disponible. Free, open bar, all you can eat.

Solo había un problema. Cómo es que se hace eso de cumplir los sueños. La verdad es que todas las películas enseñan a desear. Pero nadie dice qué hacer después. Te hacen barra para que escales durante toda tu vida, sin decirte qué haces cuando llegas al primer escalón. 

Regino había pasado su vida soñando ganar. Ahora había ganado, pero había perdido. Ganó el Loto y perdió su esperanza. Llegó al primer escalón y se sentó a vegetar. Hasta que razonó que había un chispazo. Aún podía descender.

Así fue que Regino Alfonso hizo lo que sabe hacer. El lunes trabajó, comió atún, paseó, recolectó otro objeto. El viernes volvió a jugar al loto, por qué no. Pero ahora escogía el ticket sobresaliente para que alguien escogiera el de abajo y ojalá se impregnara de su racha. Todo parecía igual, pero algo había cambiado, su destino era ya dulce. Sabía que todo cuando hacía era ahora, por primera vez, solo una posibilidad. A fin de cuentas, una escogencia. Su diario vivir fue su diaria escogencia. 




1 comentario:

Victor C. Drax dijo...

Puede que sean cosas mías, pero noté repeticiones de frases.

Me gustó el mensaje que extraje de la historia, no sé si era el mismo que querías transmitir. Una frase que me recuerda, "cuando todos tus deseos sean cumplidos, muchos de tus sueños serán destruidos".

Burkina Faso; buena elección, me hizo sonreir con las memorias.