martes, 10 de noviembre de 2009

¿Sabes dónde queda?

Yo jamás he salido de Sudamérica. Y sólo salí de Venezuela una semana que fui a Rio de Janeiro porque mi papá se ganó un viaje para dos personas por cinco días, y como el viejo ya estaba viejito no podía llevarse ninguna novia por pagar, ni conseguirse a una chica que lo acompañara sólo por ir a conocer el Cristo Redentor, así que me llevó a mí, su hijo. En ese viaje olí Centroamérica, porque –como el pasaje era regalado– hizo escala en Ciudad de Panamá. Oler Centroamérica fue sabroso. Parece que por esas fechas mi papá tenía cierto boom comercial, y hacía que la compañía donde trabajaba ganara mucho dinero, así que en menos de seis meses se ganó otro par de boletos para Cartagena de Indias y Bogotá, así que lo volví a acompañar.

Por eso, yo nunca he salido de Sudamérica, ni siquiera de los países que hacen frontera con Venezuela, porque la olida de Panamá no valió –ni siquiera salí del aeropuerto–. Siempre soñé, cuando niño, que iba a conocer muchos países del mundo y que –por lo menos– pisaría todos los continentes, por eso siempre pensé que quería estudiar geografía. De los continentes quería ir a los lugares menos concurridos para poder decir que yo había ido a esos sitios, a los que nadie va. A la gente sólo le gusta ir a Paris, Disney World, Roma y Cancún: por eso nunca he querido ir a esos sitios. Yo siempre he pensado que lo bueno se hace esperar, que lo bueno hay que descubrirlo y reconocerlo, que lo bueno es como la literatura: muy poca gente la entiende. Por eso París o Cancún eran muy poco atractivos para mí. Yo quería ir a un sitio inexplorado, algo importante, pero del que la gente hablara poco, que no se conociera salvo en libritos de preguntas y respuestas, un sitio donde al actualizar mi estado en Facebook la gente se quedara pasmada porque no sabe dónde es o porque se pregunta qué puede haber ahí, un sitio que se volviera mío, sólo por el hecho de ser el único en ir allí y de conocer aquello entre mi gente; por eso yo quería ir a Canberra.

Cuando chico no era tan loco como para pensar en ir a una Ciudad de África, quizá ahora si me preguntan diría que quiero ir a Burkina Faso, pero ese no era mi caso cuando niño. Yo quería ir a Canberra por varias razones. La primera, y es la que más me ha llevado a leer el nombre de esta ciudad, es porque a mí siempre me dijeron que antes de “p” y “b” se escribe “m” y Canberra se escribe con “n” y eso me ha causado eternamente un corto circuito en mis terminales nerviosas. Cada vez que leo Canberra, siento que debo acomodarlo y escribir Camberra, por eso cuando niño sentía la gran necesidad de ir a esta ciudad y decirles a los australianos, “¡Señores, fíjense! Están escribiendo un error ortográfico”. Ahora, ya mayor, no pienso lo mismo, pero siempre que leo Canberra siento ese chispazo y esas ganas de acomodar aquel nombre. Mi segunda razón era para hacer a Canberra mía. Cuando un venezolano, común y corriente como yo, escucha “Australia”, piensa inmediatamente en Canguros, en la Fórmula 1, en la ópera de Sídney, en las playas de Noosa, en el papá Nemo y en Nicole Kidman ­–las mujeres podrían pensar en Mel Gibson también–. Creo que si se hiciera una encuesta en cualquier ciudad del continente americano preguntando que si Canberra queda en Australia o en Surinam, la mayoría de la gente diría que Canberra es de Surinam porque las únicas ciudades de Australia son Melbourne, Sídney, Noosa, Brisbane, Perth y Adelaide y como nadie en América sabe que hay en Surinam, salvo los que viven ahí y quizá los brasileños que casi limitan con toda Latinoamérica. Por eso cuando me preguntaran ¿qué has hecho, Moisés? Yo diría, fui a Canberra hace poco. Y ellos me preguntarían que dónde es eso. Y yo diría que en Australia y ellos se quedarían con la boca medio abierta o medio cerrada. Hasta si supieran que Canberra queda en Australia me preguntarían que qué carrizo hacía ahí. Y bueno, gracias a eso entonces yo hubiera podido relatar mi maravillosa experiencia en esa ciudad, que si ahorita me preguntara que qué hay ahí y porque quiero ir tendría que contar todo lo que he dicho arriba, porque de verdad no sé nada más allá de que es la capital de Australia.

Yo me imagino a Canberra más bonita que Caracas. Primero por una razón básica, aunque Canberra sea la capital de Australia es una ciudad muy nula, es como si la capital de Venezuela fuera Valle de La Pascua. Obviamente Valle de La Pascua sería una ciudad hermosa, porque sería poco poblada y muy cuidada por el gobierno porque ellos son los que manejan toda la plata del país y ahí, en Valle de La Pascua, es donde vivirían. Pero como Caracas es muy poblada y muy chiquita, encerrada en montañas a los alrededores, es un desastre. Por eso, imagino que Canberra es una belleza –según sé, todo lo que está alrededor de Australia es desértico–. Canberra debería tener una biblioteca hermosa y gigante, debe ser la biblioteca nacional de Australia; unos ríos que no estén contaminados como el Sena o el Güaire. Yo imagino que en los ríos de Canberra la gente puede bañarse y pescar en botecitos. La gente en esa ciudad debe ser muy amable, porque son parte de una ciudad sin ajetreos y que es la sede de los poderes del país, es una ciudad que tiene lo mejor de una ciudad: no debe haber turistas molestos, ni exceso de densidad de población que colapse la ciudad, el alcalde deber ser más atento de lo normal porque es ahí donde viven los ministros australianos.

Yo aún no he ido a Canberra y quizá nunca salga de Sudamérica, pero si voy algún día seguro encontraré más de un atractivo interesante en esa ciudad. Estoy seguro de que en todas las ciudades del mundo se pueden encontrar maravillas como La muralla china o El Santo Ángel, Canberra debe tenerlo.

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