No leía mucho. Revistas y recetas eran los contenidos que digería. Y, sin embargo, fue una lectura (y una infortunada intrepidez) la que acabó con su vida. Su bitácora de lecturas no fue un camino al crecimiento sino un puntillismo, una costelación de letras desconectadas, que terminaron en las tatuadas en los registros: "Tiempo de muerte: 16:32 pm".
Todo sucedió en una coincidencia catastrófica. Fue en el momento equivocado en que una persona cerró su ventana y provocó la proyección de un intenso rayo de sol que embistió contra sus ojos y la obligó a tornar la mirada hacia el lugar equivocado: el edificio Centro 63. No leyó "farmatodo" o "italca", fijó sus pupilas precisamente en el nombre del restaurante chino de la cuadra: "La nueva mansión", y atendió uno a uno los signos inferiores "符 号 中 的". Entonces gestó el pensamiento equivocado: "¡Qué manía de los chinos poner los nombres acompañados de signos, es obvio que uno no los entiende!, ¿será que necesariamente significan lo que dicen?"
Allí comenzó su marcha hacia la muerte. Realizó investigaciones y sólo encontró definiciones aproximadas de los signos que variaban según las combinaciones. Contrató a un asiático que le reveló que las coordenadas significaban algo semejante a: "No es una costumbre ni un placer asear o remojar a las dueñas de las uñas nuestras". En otras palabras, sentenció, los signos del restaurante gritaban: "No nos lavamos las manos".
Desesperada e inquieta, tomó la vía rápida al ocaso vital. Se obsesionó con el asunto y contrató a un sujeto para que trabajara en el restaurante y le informara si lo que referían los signos era una realidad. El hombre consiguió una plaza de trabajo y, desde adentro, comunicó la negativa: se aseaban, de hecho, regularmente.
Frustrada decidió lanzarse al agua. Fue a la Avenida Urdaneta y entró en el establecimiento que mediaba entre Farmatodo e Italca. Se sentó en la mesa de la esquina de La nueva mansión y ordenó, suspicaz, tallarines con ternera. Esperaba con ansias que la comida le dijera algo, pero solo hablaba de la mezcla de tallarines y terneras. Con curiosidad y malicia tomó el tenedor e ingullió, sin imaginar, su pasaje a la otra di-mansión.
Nadie sabe si su muerte fue causada por conjuras del traductor o del sujeto contratado para trabajar allí. Tampoco si tenía de hecho relación con la comida potencialmente carente de procedimientos higiénicos. Y menos si la atropellaron o no a la salida del restaurante y el narrador no se enteró.
Sólo se sabe lo relatado y que quien escribió las letras "Tiempo de muerte: 16:32" fue el doctor Lin Yo Wei.
2 comentarios:
¡Me encanta la protagonista! Me encanta la dosis de cotidianidad que se mezcla con se mezcla con ese extrañamiento del mundo.
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