Por Gabriela Camacho
Había llovido unas horas atrás, pero el cielo aún estaba nublado y conservaba un tono gris. Perfecto, pensaba Edward. Él siempre fue diferente: mientras los otros niños huían de las gotas de agua, él se preparaba para jugar con ellas. Ahora, siendo un adulto, escogía los días lluviosos para dar largos paseos.
Un dispositivo que solía usar le indicó que había corrido cinco kilómetros. Suficiente para aquel día. Redujo la velocidad y paró, dirigiendo la vista al cielo. Las nubes se habían tornado más oscuras, y la lluvia regresó para seguir con lo que había dejado a medias.
Edward miró de nuevo al frente y empezó el recorrido de vuelta. Conocía el placer escondido detrás de cosas sencillas como una carrera, estaba feliz. Ya en casa, una taza de té caliente y un libro harían el resto.
Detrás de un tupido grupo de árboles una sombra se separaba del resto, cobrando vida propia. Nunca estamos tan solos como creemos...
2 comentarios:
Dos preguntas, Gabi:
¿De qué cuento es este continuación? y ¿Cuándo nos hablas de la sombra?
Hago link con el cuento fantástico "Continuidad de parques" de Cortázar, sobre el hombre que cree que está tranquilo leyendo una historia cualquiera.
Te puedo decir que me provocó salir a dar una vuelta durante la lluvia y volver a descansar con un libro entre las manos.
Somos melancólicos por aquí.
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