viernes, 3 de febrero de 2012

Sayona Pop

La chica estaba muerta pero caminante y se había traído a otro ingenuo al redil.

Lo conoció cerca de donde se materializó, en una cola para un local de las mercedes, una arquetípica noche de viernes caraqueña. Estaba vestida como solía hacerlo, con jeans, zapatos skater, franelita, maquillaje simple pero que realzaba sus ojos castaños, del mismo tono que su cabello. Con ligera concentración podía cambiar rasgos de su apariencia, pero no lo había hecho ni una vez para mejorarse, desde que se descubrió sentada en la acera frente al edificio en el que vivió, tres meses atrás. Era innecesario. Ana Karina era una fantasma bonita.

Le había dado una lección a nueve chamos ya. Era impresionante como todos seguían la misma rutina: le compraban tragos, la sacaban a bailar, le preguntaban vainas sin consecuencia y, mientras ella hablaba, notaba cómo especulaban sobre las dimensiones de su busto debajo de esa franela que ocultaba demasiado para este ambiente. Todos se separaban del grupo en el que andaban (uno se le escapó a la novia) para irse con ella en sus carros patéticamente predecibles. Podía ser un corsa dos puertas o una range rover Toyota con mataburro, pero todas hacían “vrooooommmm” cuando arrancaban, cuando paraban en los semáforos y cuando tenían que parar en el tráfico. Eran tan fuertes los ronquidos de los motores que se superponían al reggaetón que estaba en el mp3. Ana Karina detestaba a los carros, a la música, a los temitas de conversación, a los vasitos fluorescentes con vodka, las pintas de perro de agua, pero el fin justificaba los medios. Ponía su mejor cara, seducía con su sonrisa. Siempre se le dio bien.

La llevaban a casa o a un hotel. La trataban de “mami”, de “mi reina”. Sólo por joder, ella tomaba esta oportunidad para preguntarles si se acordaban de su nombre y algunos lo tomaban con sentido del humor. La mayoría no sabía esconder el aturdimiento social. Otra cosa que la chica muerta amaba era cambiarle el nombre a los chamos. Si el pana se llamaba “Julio”, ella le decía “Felipe”. Le decía a todos “Felipe”, en realidad. No se había cruzado todavía con un Felipe de verdad, pero no era una eventualidad que demandara demasiada imaginación.

Pagaban siempre en débito. A hoteles que nunca conoció en vida –bueno, de hoteles, Ana Karina conoció a los turísticos. Recámaras con espejos, con televisión empotrada. Se acercaban entonces, a besarla, a agarrarle el trasero, a agarrarle las manos y pasárselas por encima. Ahí, ella hacía la transformación. No la veían a la cara, estaban siempre pendientes de quitarle la franela, desabrocharle el jean, besarla. Conseguían un rostro sin dientes, con ojos que lloraban sangre espesa. Lo último que contemplaban con gritos sin voz antes de que ella los abriera en canal, dejándolos tan deshuesados y olvidados como las sábanas después de una larga sesión apasionada. Víctimas improbables de un delito sexual.

La Sayona 2000. Revenge of The Sayona. Sayona Pandemónium. Todavía no se había puesto un apodo. Le gustaba Sayona-Pop porque sonaba como a chupeta, como a “chupa-pops”, que le gustaba. Y le acordaba la canción, “¡oh-oh-oh, peligrosooo pop!”.



El afortunado de esta noche era un tipo diferente. No por lo insistente (la perseguía, le invitaba tragos, le suplicaba con sus gestos que lo mirara y que validara lo que llevaba entre las piernas; en ese sentido era igualito a todos los demás), sino por lo que la decidió a por él: la pinta. Iba de negro, como a un funeral que bien podría ser el suyo mismo. Ana Karina se preguntó si podía destriparlo sin echarle a perder el traje. Asumió el reto.

El cuarto y quinto muchacho cayeron juntos. Venían de Cagua, contaron, y allá eran unos verdugos; si se les creía los cuentos, este par había fornicado con todos los mamíferos femeninos del estado y las adyacencias, era cuestión de tiempo para que se graduaran al sexo masculino y de ahí, quién sabe; el cielo era el límite.

Ella actuó borracha y se reía y les preguntaba cómo lo habían hecho.

—¡Qué tontas esas chamas! —decía, llevándose una mano a la sonrisa.

Sabía, por repetida observación, que si se mostraba como una amante agresiva, ellos estarían intimidados porque sólo les interesaba la cacería mientras ellos no fueran la presa. Observó, se tocó los labios, se besó con ambos cuando ellos quisieron. No fueron a ninguna habitación sino al hombrillo de la carretera. La decepcionó, pero si era aquí donde querían morir, pues allá ellos. La idea era que estuviera con uno mientras el otro los grababa con el celular, al pana burda con la carajita pendeja de prados del este borracha (porque después de tres botellas sola, tenía que estar rayando en la inconsciencia; los estúpidos no sabían que el alcohol no tiene efecto si no tienes flujo sanguíneo). Una mini-porno que pararía en solovenezolanas.com. Acto uno, el chamo la empieza a desnudar, el otro graba con el cel.

—Dale así, agárrala por aquí —dice el camarógrafo.

—Suave, suave, suave, bien suave donde tú sabes —cantó ella, transformación hecha, con una lenta danza.

Acto dos, el protagonista es segmentado por los largos, filosos dedos de la súcubo. El cámara tira el celular y corre. Acto tres, están los dos muertos y ella, con un toque, quema la memoria del teléfono.

Nunca vio un espíritu salir de los cuerpos. Encogía los hombros y se decía la verdad: no entendía bien el funcionar del mundo espiritual. Ni estaba segura de cómo consiguió la grieta que le permitió el paso a esta realidad.

El candidato de esta noche no era bebedor. Otra cosa que lo separaba de la mayoría. Su charla de fútbol italiano era un enigma para ella y parecía entretenido siempre que ella preguntara por “Pirlo”, un nombre que no sabía a qué jugador pertenecía y que creyó escuchar durante un mundial. No se acordaba de cuál, tampoco. Casi lamentaba tener que cepillarse a este. No lo suficiente como para dejarlo vivir, obvio, pero salía de la media lo suficiente como para decidirla a una ejecución rápida. Era un tipo casi interesante.

—De pana, mañana juega el Inter —dijo él—, suspendo mi vida un día por ese juego.

No, qué va. Tiene que morir.

Lo abrazó.

—¿Por qué no nos vamos a un lugar más privado? —le susurró.

Fue como pararte frente a un perro con un filete entre los dedos. Cayó redondo.

Otra cosa que no cumplía las expectativas era la reacción generada por los asesinatos. Se corrían las voces de que eran atracados y destripados por una banda que se los llevaba secuestrados. Ella nunca se había robado nada de ninguno, primero; segundo, ¿cómo no podían notar que morían después de salir con una chama? La última persona que los vio en vida y nadie conectaba las muertes con ella. Así, nunca podría construir su leyenda. Se imaginaba que quien de verdad los robaba era la policía, pero ese temor que se imaginó que nacería después de la tercera muerte, no había llegado a florecer. Seguían saliendo, bebiendo, jugando a levantarse culitos. C’est les paviperros: los matan uno por uno, se consiguen excusas para seguir en la calle; el gobierno prohíbe que carguen televisores y mariqueritas en los carros, ellos convocan marchas por sus blackberrys. Ana Karina consideró correr el rumor de que el gobierno iba a prohibir ponerse lentes oscuros de noche. Visualizó disturbios incendiarios.

A lo mejor, si empezaba a matarlos a ritmo de tres por noche, podría envolver a Caracas bajo un manto de pánico. Después de eso podía extender el negocio: irse a Valencia, a Maracaibo. Siempre quiso conocer a todo el país. Se preguntó si existirían paviperros en Acarigua, pero si no había, de seguro que había buitres sexuales con mechitas y bigotes pintados.

Ahora caminaba con este tipo, que iba con las manos en los bolsillos y un discurso sobre el cine expresionista alemán. No tenía carro, otro detalle particular. Ana Karina asumió que iban camino a la calle Los Hoteles del rosal. Había explorado la mayoría de esos hoteles, pero nunca El Aladdino —que, escuchó hace años, tiene habitaciones con columpios. He aquí el dilema: el tipo no tenía carro, lo que quizá quería decir que no tenía real para pagarse un cuarto del Love Hotel Magnifique. Por otro lado, parecía un tipo culto. Quién sabe qué clase de trabajo ejercía.

—Ok —dijo ella, parando frente a una tienda de mascotas—, ¿has hecho el amor en El Aladdino?

Asumió que, puesto que estas eran las últimas horas de vida del pana, no le hacía demasiado daño convencerlo para un gasto excesivo.

—Nop —dijo él, llevándose un cigarrillo a la boca y prendiéndolo con un encendedor Zippo. Zippo es de tipos con billete, no esos yesqueros de plástico.
—¿Por qué no… —cruzó los brazos alrededor de su cuello— nos metemos en una habitación ahí y que pase lo que tenga que pasar?
—Porque, Ana Karina, reina —inhaló y echó el humo a un lado—, tú estás muerta.

La Sayona-Pop se sintió asustada por dos segundos. La habían descubierto, iban a denunciarla, la meterían en la cárcel, su papá la regañaría, las otras presas la convertirían en esclava, nunca podría enderezar su vida.

Al segundo número tres se acordó de que no tenía ninguna vida y de que podía descarnar a este tipo ahí, en medio de la calle. Se separó. Fue creciendo las uñas.

—¿Y cómo lo descubriste, mi amor? —preguntó ella.
—Es mi trabajo. Olvídate de las uñas y los dientes y los efectos especiales. ¿Ves esto?

El tipo se sacó una fotografía de ella, cuando tenía cuatro años, envuelta en un lazo de tela.

—Lo único que tengo que hacer es romperla para que desaparezcas de este plano.
—Te mataré antes de que lo pienses.
—Ana Karina García, congelo vestri scelestus animus —otra calada al cigarrillo—. Ya. Paralizada. ¿Sabes lo curioso del estado en el que te he puesto? Es un viejo encanto egipcio, no todo el mundo puede hacerlo. Y a menos que yo no lo permita, te quedarás congelada ahí para siempre. Ni siquiera podrás hacerte invisible, no podrás cruzar paredes, ni traspasar a la umbra ni ninguna de las cosas que darías por sentado. Ahí: una estatua de ectoplasma que se irá deteriorando hasta que parezcas la proyección de una película sobre papel toilette. Pero consciente. Tengo ganas de irme y dejarte así (tú querías matarme, ¿sabes?), pero voy a darte una oportunidad. Pórtate bien, Ana. Este no es el único truco que tengo bajo la manga. ¿Lista? Ago, anhelo.

Ana Karina cayó de rodillas como si la hubiesen empujado manos invisibles. Lo miró con ojos que ya se había coloreado de negro.

—¿Quién te mandó? ¿La iglesia?

El hombre se arrodilló.

—Me mandó tu papá. Quiere que dejes de embrujarle el apartamento. Tu mamá dice…
—¡Mi mamá está muerta!
—¡Tu madrastra! Tu madrastra dice que se va a volver loca. Rompió a llorar la vez que hiciste que sangre saliera del espejo. Como en cascada. Buen truco.

La Sayona sonrió.

—¿En serio?
—Sí; no muy original, pero un buen truco. Siempre causa impresión.
—Preguntaba si era en serio que se puso a llorar.
—Ah. Sí. Claro.

Él se irguió. Le tendió una mano. Ana Karina la agarró y se puso de pie. Se sacudió el sucio de los jeans instintivamente; a veces se le olvidaba que no necesitaba esas cosas.

Sí, tenía ganas de eviscerar a este zoquete, pero tenía aún más curiosidad por saber de dónde salió.

—So? ¿Cuál es tu historia? —preguntó.
—Luca Aleggio.

Tendió la mano otra vez. Ella no la agarró.

—¿Se supone que te conozco?
—Ana, estos son negocios. Espero que entiendas que no es nada personal.
—Vienes a exorcizarme, ¿cómo quieres que me lo tome?

Luca volvió a respirar la nicotina y, al exhalar, tiró el cigarrillo. Lo pisó.

—Yo no dije nada de exorcizarte. ¿Te gustaría eso?

Por un instante, Ana tuvo el deseo de echarse a correr. Podía irse dando gritos y pidiendo ayuda, diría que este tipo era un sádico y, aunque eso generaría quién sabe cuántas complicaciones, por lo menos podría escapar de él ahora. Pero este era un hombre que podía paralizarla con una oración. No correría demasiado lejos.

—¡No entiendo qué quieres! —gritó.

Dos polibaruta los vieron, sentados en la patrulla. Parecía una pareja discutiendo. A esta distancia, no podían ver que ella estaba demasiado pálida y que tenía grietas negras impresas en la piel.

—Vine a pedírtelo por las buenas —dijo Luca—. Tu papá no puede vivir en paz mientras rondes por la casa. Tu madrastra está al borde de un ataque de nervios. Y, desearía que no te enteraras así, pero vas a tener a un hermanito. Tu papá está preocupado por lo que puedas intentar.
—¡No!

El espíritu dio un pisotón.

—¡Esa maldita! ¡Se le metió por los ojos! ¡Nunca la voy a dejar en paz, nunca!
—Lo que no entiendo es, ¿por qué espantar a tu madrastra? ¿No fue tu ex el que te puso los cuernos?

Ana Karina cruzó los brazos. Los ojos le brillaron al humedecérseles. Habló mirando a la calle.

—Él me engañó. Chocamos, yo tuve que morirme en el accidente y él se salvó, para irse con la fulana Patricia. Debería llamarse “Putricia”.

El nigromante esperó un corolario que, al no llegar, lo impulsó a abrir las manos hacia ella.

—¿Entonces? Sigues sin decirme por qué no lo jodes a él.
—Porque no puedo —suspiró y se corrió una mano por el pelo—. Soy débil. Y no puedo hacerle daño.

Luca sopesó brevemente esas palabras. Se rascó la cara y se metió las manos en los bolsillos.

—Okey —encogió los hombros—. Márchate, Ana. Puedes encontrar el camino a la umbra si sigues tus instintos. Va a ser difícil al principio, te sentirás sola y es posible que tardes en adaptarte a la otra realidad. Pero vas a estar bien. Tarde o temprano, todos los que quieres se reunirán contigo.
—¿Y si no me da la gana de irme?
—Tendré que forzarte a que te vayas.

Otra amenaza esperó por ser vomitada, otro escupitajo de sangre corrosiva se acumuló dentro de su vengativo ser. No tenía objeto manifestar estas cosas. No contra él.

—Yo no me merecía morir —dijo—. Es injusto.
—Oh, I know. Pero velo de esta manera: investigándote, conocí a Miguel y a la famosa Patricia. La caraja es burde’ fea.

Ana Karina se sorprendió con una corta risa.

—Él no es la flor de la inteligencia, tampoco, así que es posible que sigan su promiscuo romance, se casen, tengan niños en menos de dos años, ella engordará mucho y él perderá el pelo y depositará sus frustraciones en un hijo, que seguramente crecerá para ser otro perro de agua. En otras palabras: un destino peor que la muerte.

Mientras hablaba, Luca supo que la charla estaba haciendo efecto porque la apariencia que ella tuvo en vida fue dando paso a la que tuvo cuando murió, señal inequívoca de aceptación de la mano que el destino le había repartido. Estaba ensangrentada, un brazo fracturado e irreconocible del codo para abajo, la mitad de la cabeza desaparecida en una hamburguesa de pelos, carne y huesos. El otro ojo estaba lleno de sangre, en el centro de una costra negra. En los choques, el copiloto se lleva la peor parte.

—Es chimbo —dijo ella.

Luca le dio un par de palmadas en el hombro.

—Lo lamento.
—¿Y ya? ¿No vas a reclamarme nada por… tú sabes?
—¿Los chamos muertos? ¿Eras tú?
—¡Claro que era---- eh, no.

Las manos del nigromante volvieron a sus cuevas enbolsilladas. Encogió los hombros.

Los polibarutas observaban boquiabiertos. Ni se les ocurrió grabarlos con el celular.

—Tu papá me pagó para que te fueras. Cuando alguien me pague por lo de las muertes, te jalaré las orejas.

Tenía que ser una trampa.

—En serio —dijo Luca. Se dio media vuelta y echó un vistazo a la avenida—. Voy a tener que ir al Tolón por un taxi. Los pajúos de Paseo Las Mercedes no se merecen mi plata.
—Lo lamento.
—¿Qué?

El hombre se giró.

—Todo lo que he hecho desde que morí. Lo lamento.
—Claro. Adiós, Ana Karina.
—Estoy sola. Lo hice todo porque estoy sola.

Luca echó a caminar.

—¡Mira! —ella lo llamó— ¿Puedo por lo menos darte un beso?

Él ni consideró validar la pregunta con una respuesta. Siguió por la principal de las mercedes, en Caracas nocturna, con esporádicos carros pasándole al lado, bajo un cielo negro sin estrellas. Una ciudad embrujada que siempre conseguiría la forma de embrujarlo a él.

El hombre caminó y dejó al espíritu atrás.



10 comentarios:

Ros dijo...

Excelente relato, me encanto el final. :D

Victor C. Drax dijo...

Que haya sido del aprecio de tus elevados gustos me complace, Rawss, thank you.

Un viejo mito con a modern taste, I tried.

Karim Taisham dijo...

Vic.

Al principio no me lo iba a creer, osea, algo así, debes hacermelo creer.
Pero al final, ahh . Lo compré.

ES full apasionante, Victor.

=D

Victor C. Drax dijo...

Sabes que, cuando estaba redactando a Ana Karina, pensé "esta caraja probablemente le caerá bien a Noe".

Que te haya gustado es misión cumplida para mí :D

Jessisrules dijo...

Me gustó, sabes que no es mi estilo pero está bien hecho. No vi venir el final

Victor C. Drax dijo...

Sí, tiene sus partes que sé que no son muy para ti, pero no creo que caigan mucho en el terreno escatológico -espero, pues, que no sean de mal gusto.

Gracias, Jess. Que me digas que está bien hecho es un buen cumplido :D

Unknown dijo...

Excelente! Horror sobrenatural en caracas! Kickin' ass, Brother Drax!

Victor C. Drax dijo...

Thanks!

Hay otras dos historias! Hope you like it!

G. dijo...

No sé cómo explicar cuánto me gustó esto. En serio. Tus historias siempre son buenas, pero hay unas a las que les pones "el toque". Win.

Victor C. Drax dijo...

No tengo la menor idea de dónde reside ese toque. Y esta es una historia que se escribió prácticamente a sí misma; planeé muy poco de ella (puntos claves, el resto pasó mientras lo escribía).

Amo que les guste. I love it long time, es prácticamente el único motivo de por qué lo escribí. And there will be more. Promise.