lunes, 20 de febrero de 2012

La sonrisa de la venganza

-Alguien pagará por esto- dijo ella, con amargura.

Abrió otro frasco de colado de frutas mixtas y vació el contenido en una taza pequeña. Luego de esto, probablemente no volvería a comer esa porquería dulce, al menos en mucho tiempo. Era irónico que odiara algo que había amado por años. Tomó una cuchara pequeña y se sentó en el sofá.

Recordó de nuevo el episodio de hace dos días, cuando aquel tipo de cara conocida y bata blanca le preguntó si estaba lista, respondió a su propia pregunta diciendo “no, claro que no” y esbozó una sonrisa. Tras cruzar una puerta llegó a una oficina-consultorio, sabiendo que no saldría de ahí con la misma integridad con que entró.

-Mientras más rápido comience, más rápido saldré- pensó ella, con pesar.

Trató de ignorar el hecho de que su serio dentista (nótese la ironía) veía HTV online en la pantalla de su ordenador y que, además, la canción del video que pasaban era de esas que te acosan en el transporte público. Pasó directo a la camilla, de un verde tan claro que producía náuseas, y se sentó en ella. Si iría al infierno de todas maneras, el color de la camilla no iba a ayudar demasiado.

-¿Quieres escuchar música?- preguntó él, notando el cable blanco que ella sostenía en sus manos.
-¿Se puede?
-Claro que se puede- sonrió, en un intento por infundir tranquilidad. Como si una mesa llena de bisturís y otros objetos metálicos y brillantes pudiera darle paz a alguien.

Ella buscó una canción que pudiera mantener su mente en otro lugar y cuando la encontró, comenzó la tragedia.

-Tienes problemas con la anestesia, ¿no?
-Uno: no funciona como debería.
-Entiendo. Ya veremos.

En ese momento, llegó una chica con uniforme. Se colocó guantes y miró al dentista sin expresión alguna.

-¡Creí que no vendrías!- dijo él.
-Sabía que vendría, no tengo vacaciones- respondió ella, tratando de que la sonrisa fuera lo más sincera posible. Vale, lo intentó.

Luego de una charla sin sentido acerca de gente, playas y días feriados de carnaval, el medidor de miedo que había estado en pausa comenzó a andar otra vez.

-¿Empezamos?- preguntó él, a lo que la pasante respondió con un movimiento de cabeza.

Tomó un primer tubito de anestesia y lo colocó en la jeringa: ya las puertas del infierno eran visibles, se sentía el calor. Green Day sonaba a un volumen medio, hasta que el doctor dijo:

-Yo que tú, le subiría al aparato ese.

Obviamente ella no iba a hacer caso omiso de la sugerencia, así que ajustó de nuevo el volumen y trató de no pensar en el dolor que produce un pinchazo en la boca. Repetía para sí misma “pronto no dolerá” como un mantra, una y otra vez. Sí que dolía. Más tarde quedaría probado que los siete tubitos de anestesia habían sido lo peor.

Él tomó un pequeño bisturí que la asistente le tendía, y luego de hacer una prueba para comprobar si la zona estaba correctamente anestesiada, cortó con él para obtener su primer objetivo. Un pase de gasas, pinzas y otro instrumento no identificado, dejó fuera de combate a la primera cordal. Así sucedió con sus otras tres hermanas, que no ofrecieron tanta resistencia como la primera. Una batalla no muy limpia. Después de coser las heridas abiertas, todo había terminado.

-Bueno, aquí están tus cuatro cordales- dijo el doctor, como si creyera que ella quería despedirse.

Ella se levantó de la silla con rapidez (y toda la boca dormida), a recibir las últimas indicaciones del dentista.

-Ya sabes, nada de sólidos los primeros días, nada caliente. Aquí tienes todo lo que necesitas saber y mi teléfono. Suerte.

Suerte, seguro.

Camino a casa, sabía que lo único que tendría la nevera para ella sería helado, cremas frías, gelatina y jugos. La gente suele creer que comer dulce por días es un paraíso, pero cuando no tienes más opción que eso, raya en la asquerosidad. Si te operaran dormido y luego despertaras sin el efecto de la anestesia, probablemente te preguntarías quién podría darle patadas en la boca a un ser tan indefenso como tú. Así se explica cómo fue la primera noche. Si sirve de consuelo, un coctel de pastillas ayuda mucho.

Un par de días después la inflamación había pasado. A la hora del desayuno, ella se resignó a tomar un colado de frutas, tal y como la cena de la noche anterior, y la anterior a esa.

-Alguien pagará por esto- dijo ella, decidida, mientras pensaba en cómo sorprender a su amigo, el dentista.

2 comentarios:

Victor Drax dijo...

Hubo un par de imágenes que me dieron grima -es el dentista, pues. Quedé con ganas de saber cómo sería la venganza...

Una cosa, Gaby: trata de estar pilas con las palabras de las que te puedes deshacer. Aquella norma de "elimina lo que sobre". Y yap! :P

G. dijo...

Thanks, Mr. Drax! ;D