Por Samar Hokche
Fui el otro día de paseo al bosque, me senté sobre un tronco y descanse mis ojos, al cabo de un rato el silencio reinaba y la tranquilidad me envolvía en su suave manto. Fue en ese preciso instante cuando llegaron a mis oídos esta historia, unos árboles me la contaron y, como era tan poco inusual escucharlos hablar, puse atención a lo que tenían que decir:
“Hace muchos años atrás vivió un pintor, un hombre de muy noble corazón. Conoció en una tarde de verano, en la plaza de su pueblo a la persona que le robaría el aliento y la cual se convertirá en la fuente de sus deseos, la razón de sus desvelos; la señorita Melinda, de labios rojos y cabellera oscura, de piel clara y ojos profundos. Para poderla conquistar la retrató en miles de cuadros, en diferentes poses y perfiles. Entre tonos y sombras él le demostraba su inmenso cariño, cada semana le mandaba una pieza de arte diferente, pero para ella eso no era suficiente.
El pintor no sabía que más hacer, sus esperanzas desvanecían. Hasta que en una noche oscura y estrellada subió a lo más alto de la montaña y decidido a enamorar a Melinda, le pedió un favor a lo único con que se podía comparar la belleza de su amada, a la hermosa y brillante Luna. Le rogó y suplicó que bajara a la noche siguiente y posara junto a su futura esposa, que fuera su regalo. La Luna lo pensó por unos segundos, pero envidiosa de la pasión del pintor le pedió a cambio que cada noche antes de acostarse, él la dormiría con algún verso dirigido sólo para ella. Los dos cumplieron su palabra, el pintor pasó el resto de sus días recitándole a la bella Luna”.
Así que cuando el cielo esté cubierto de estrellas, quédate muy callado y cierra los ojos, tal vez sea tu noche de suerte y el viento te susurre algún poema de nuestro pintor enamorado.
“Hace muchos años atrás vivió un pintor, un hombre de muy noble corazón. Conoció en una tarde de verano, en la plaza de su pueblo a la persona que le robaría el aliento y la cual se convertirá en la fuente de sus deseos, la razón de sus desvelos; la señorita Melinda, de labios rojos y cabellera oscura, de piel clara y ojos profundos. Para poderla conquistar la retrató en miles de cuadros, en diferentes poses y perfiles. Entre tonos y sombras él le demostraba su inmenso cariño, cada semana le mandaba una pieza de arte diferente, pero para ella eso no era suficiente.
El pintor no sabía que más hacer, sus esperanzas desvanecían. Hasta que en una noche oscura y estrellada subió a lo más alto de la montaña y decidido a enamorar a Melinda, le pedió un favor a lo único con que se podía comparar la belleza de su amada, a la hermosa y brillante Luna. Le rogó y suplicó que bajara a la noche siguiente y posara junto a su futura esposa, que fuera su regalo. La Luna lo pensó por unos segundos, pero envidiosa de la pasión del pintor le pedió a cambio que cada noche antes de acostarse, él la dormiría con algún verso dirigido sólo para ella. Los dos cumplieron su palabra, el pintor pasó el resto de sus días recitándole a la bella Luna”.
Así que cuando el cielo esté cubierto de estrellas, quédate muy callado y cierra los ojos, tal vez sea tu noche de suerte y el viento te susurre algún poema de nuestro pintor enamorado.
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