Por Samar Hokche
Era un día lluvioso y gris, tenía quince minutos de retraso cuando hizo su entrada, con el pantalón rasgado y camisa mojada que ligeramente se le adhería a su piel bronceada. Una sonrisa encantadora iluminaba sus bellas facciones, su aspecto era rebelde e indiferente. Me miraba desafiante, y yo era débil, no pude evitar caer rendida a su voluntad. Yo sabía que en esa gloriosa tarde nacería entre nosotros un lazo inseparable, y en una sutil armonía nos uniríamos hasta el fin de nuestros días.
De mi mente nunca podré olvidar la primera vez que me acarició, fue una sensación inconcebible, más bien ¡mágica! Sus manos estaban temblorosas y dudosas cuando me desvistió, cerró los ojos y suspiró, y en el instante en que sus finos y delicados dedos se deslizaron sobre mí con tanta naturalidad, gracia y soltura, toda inquietud desapareció. Interpretó nuestras melodías preferidas, ellas embellecían cada minuto de nuestro encuentro.
No sé como lograba conseguir siempre la nota correcta, creando aquella música perturbadora. Sus manos, su contacto, su pasión, hacían resonar en mis adentros los más íntimos deseos, exaltaban mis sentidos, haciéndolo mío. Me sentí dueña de sus angustias y desesperaciones. Al finalizar, la luna nos sonreía. ÉL abrió sus oscuros ojos, se levantó y, dejando oír su voz, me dijo tan dulcemente ese “Gracias” que tanto anhelaba. Soy feliz desde aquel entonces, sólo canto cuando me toca. Algo me dice que soy su instrumento preferido y él mi músico adorado.
3 comentarios:
Me gustó mucho el juegueteo con la perspectiva del narrador. De nuevo, originalidad.
Veo potencial aquí :)
está impecablemente escrito y el final es inesperado. Genial Samar, Genial.
Gracias! que lindos ^.^
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