lunes, 1 de febrero de 2010

El extraño beso en la fría y extraordinaria noche

Cómo llegué aquí no importa, qué hacía antes tampoco. Iba caminando en la noche por una calle sola. Él apareció de repente frente a mí. Yo sentí terror, sabía que no se podía confiar en las calles de Caracas, así estuviera subiendo por la Calle Caurimare de las Lomas de Colinas de Bello Monte. Ese día estaba abrigada porque el frío decembrino no se había ido y siempre me había considerado friolenta. Él tenía puesto un blue jean y una franelilla blanca que podía haber sido ovejita. Era alto y corpulento. Parecía que sus músculos podían romper la camisa en cualquier momento. Sí, estaba bueno. Pero aún así me aterraba. Al tenerlo frente a mí me detuve un segundo, y haciéndome la loca bajé de la acera y traté de esquivarlo como si fuera un extraño cualquiera en la calle. Pero no pude, cuando di un paso cerca de él me tomó por el brazo y no me dejó avanzar. Entonces solté un grito involuntario y le supliqué que no me hiciera daño. Él me miró a los ojos directamente y pude ver su cara. Era terriblemente pálido. No tenía vellos en toda la cara, salvo por unas escasas cejas. No parecía tener ninguna expresión. Excepto porque se notaba que sabía qué estaba haciendo. Cuando me tomó por el brazo sentí una fuerza brutal y me impresionó cómo una persona podía ser tan fuerte. Seguramente mañana tendría un terrible morado. Le dije que no me hiciera nada a la fuerza, que entendía que era inevitable que tendría que rendirme a sus pies, pero que me dejara hacerlo a mi voluntad. A esta altura no sabía si él quería mi dinero o mi dignidad. Así que con mi mano libre saqué mi billetera de la cartera y se la puse frente a la cara. Él no la tomó y negó con un movimiento de cabeza. Entonces esperé lo peor, quería que fuera suya. Le dije que aceptaba, que prefería eso que perder la vida, que lo hiciera sin maltratarme, que así se gozaba más. Él parecía que no entendía de lo que le estaba hablando. Pero me mantenía sujeta con su mano izquierda. Entonces con mi mano libre empecé a desabotonarme la camisa. Cuando estuve a punto de mostrarle los senos interpuso su mano para que no pudiera verlos y me dijo con una voz brusca “no”. No sabía qué pensar. No sabía qué significaba ese “no”. ¿Será que me llevará a otro sitio, querrá otra cosa de mí?

–¿Qué quieres, entonces? –Le dije.

–¿Puedo besarte el cuello? –Entre ser violada o robada, un beso en el cuello que te diera un extraño era algo sin importancia. Pensé que había sido afortunada.

–Sí, claro. ­–Entonces, estiré el cuello y esperé sus labios. Me pregunté cuando duraría el beso. Y me sentí incómoda.

Sentí cómo sus labios tocaron suavemente mi piel, estaban friísimos. Me dio un calosfrío sentirlo y toda la piel se me hizo de gallina. Vi qué apuesto era el hombre que me estaba besando y por un momento me sentí afortunada, pensé que hubiera sido agradable que alguna de mis compañeras del trabajo hubiera visto cómo me besaba el cuello este hombre. Sentí cómo me soltó del brazo y como me tomó delicadamente por la espalda. Después empecé a sentir pequeños mordisquitos con sus dientes. Recordé las pocas veces en las que un hombre me complacía cuando le pedía que me besara con pasión el cuello porque prendía una pasión dentro de mí. Me gustaba que me mordieran como él lo estaba haciendo y volví a sentirme afortunada. Necesitaba que me estuvieran viendo. Le pasé la mano por la espalda. Jamás había tocado unos músculos como esos. Después las mordidas empezaron a ser más fuertes hasta que empezó a molestarme, le iba a decir que parara cuando me clavó sus dientes y sentí cómo me chupaba la sangre. Sí, al principio fue doloroso. Como la primera vez. Pero después sentía que estaba conectada con él, sentía que me hacía suya con cada succión que me hacía en el cuello.

El placer siguió aumentando hasta que no aguanté y solté un gemido de emoción y le aruñé la espalda con todas mis fuerzas. No había sentido nada así con un hombre jamás. “Es increíble cómo todas las terminales nerviosas están conectadas”, pensé.

–No te detengas, no te detengas.

Y el vampiro me cargó y siguió chupándome la sangre un rato. Veía cómo su palidez iba desapareciendo y cómo se hacía más bello por cada segundo que estaba como una orquídea en mi cuello. Me tenía entre sus brazos. Por fin se despegó de mí, yo hice un ademán para que siguiera, pero ya no tenía fuerzas, había perdido mucha sangre.

–No te preocupes, Carla. –Dijo con una voz de caballero andante– te llevaré a tu cuarto y ahí dormirás.

“Quédate conmigo”, pensé cuando me dejó en mi habitación y se fue volando por la ventana. No pude dejar de pensar en él toda la noche, el día siguiente y todos los demás días. Todas las mañanas cuando llegaba al trabajo tenía ganas de contarles la aventura con el vampiro a mis amigas solteronas del trabajo. Pero, pensaba, ¿existirá algo más majestuoso y pretencioso que contar aquello? Más nunca volví a ver al vampiro, pero me quedó una cicatriz en el cuello que me hace recordarlo y que con el roce hace vibrar todas mis terminaciones nerviosas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta es la escena que le faltó a la saga de Crepúsculo! jaja
Pau

Unknown dijo...

jajaja XD . Me gusto mucho Moises .. En algunas parte me hizo reir xDDDD .. Pero oye cómo se entero el vampiro que la chama se llamaba Carla?? porque yo me entere al final de tu escrito oÔ..

Bastante original y es tu tema q ahorita esta muy de moda :P

Moises Larez dijo...

es que el vampiro tenía otros poderes que no están mencionados ahí, por ende sabe que ella se llama Carla jejeje