martes, 9 de febrero de 2010

Los amé y tanto. Nada.

Por Jessica Márquez Gaspar

La hoja de un puñal surcó certera el aire. Nunca supe su procedencia, nunca supe la razón. Solo sentí el frío intenso del arma y del dolor, en inmenso contraste con mi sangre caliente que brotaba de la herida a borbotones. Antes de entender siquiera lo que sucedía, caí al suelo. De pronto yacía en aquella acera, cualquier acera, y era incapaz de moverme, de gritar, de gemir. Era incapaz de proferir ni un solo sonido. Entendí entonces que me estaba muriendo y el más básico instinto de supervivencia me quiso obligar a pedir ayuda. En el bolsillo, sobre mi pierna, ya no estaba mi celular, y en aquella calle cualquiera yo era una figura anónima. Pasarían horas antes de que alguien que me conociera, alguien que supiera mi nombre, más no mi número de cédula, notara mi ausencia y llamara infructuosamente a mi teléfono, luego al de mi casa, me escribiera mensajes o me enviara mails, y sin embargo, no habrían entendido todavía lo que sucedía: estaba muriendo.

En aquel espacio de la inconsciencia, fui perdiendo la sensación de mi cuerpo. Llegó un punto en que sólo mis manos parecían estar vivas, pero no podía asegurarlo, la verdad. Aterrorizada como estaba no pensé en que no había visto el Big Beng y que no había estado en Roma, en que no hablaba francés y que no había probado comida tailandesa. Al contrario. Como si de un cumpleaños se tratara, mi menté se fue llenando de rostros, de los rostros de aquellos que amé tanto en esta vida. Los ojos verdes de mi mamá, y su sonrisa dulce y cálida, los ojos marrones de mi papá y su bigote de cepillo, moviéndose en un gesto de manifiesta contrariedad, la sonrisa pícara de mi hermano en su metro ochenta de estatura, y la risa perenne de mi hermano mayor, que sostenía en brazos a mi primer sobrino, que no conocería. Mi tía y su fe en Dios a pesar de todo, mis padrinos y su apoyo y lucha constante, mis abuelos, sabiduría y ejemplo a seguir, ella, refugio, consejera, un cariño profundo. Mis amigos. Letras a litros. Gaby con sus ganas de vivir, Guille con su entusiasmo evidente, Mo con sus sueños literarios, JL con su talento joven, Noelia con su sinuosidad felina, Paula y Guille, con su complementaridad asombrosa, Gaby Junior y Samar, con su prometedor futuro, Victor y su risa contagiosa. Y el soplo de la brisa, y las birras compartidas, y tantos litros, tantas letras. Debí haberles dicho cuánto los quiero, cuánto me importan, cómo cambiaron mi vida...

Debí valorar más a mi amiga Stella y su cariño gratuito, sin condiciones, adornado por su voz dulce, casi infantil. Fue mi mejor amiga. Mis cuatro mejores amigos, compañeros de borracheras, consejeros y confidentes, sinceros, complicados, inteligentes, ¡los extrañaría tanto! Mis amigos comunicadores, mis almas gemelas, compañeros de peripecias de la carrera, rostros amables que hacían la Escuela que me dio tanto.

Y tú, un rayo de luz en el camino. Tú tocándome suavemente, el roce de tus labios y tú mirada tímida clavada en mis ojos. Jamás pude agradecerte tantos momentos, no horas, de felicidad, (porque con nosotros el tiempo no funcionaba apropiadamente). La nuestra era una historia inconclusa, y quise tanto haber estado para continuar escribiéndola. Te quise como nunca, y como siempre. Quise creer que sabías cuánto me hiciste feliz, y que yo también había sido para ti, motivo de felicidad.

Pensé con terror que no volvería a conversar con ellos, que tal vez no les dije lo que significaron. Que debí haber gritado tantas cosas. Que me llenaron la memoria de recuerdos de todos los colores. Imbécil fui al no decirlo cuando tuve la oportunidad, de no decirlo una y mil veces. Imbécil.

Sentí poco a poco cómo se hacía más quedo el sonido de mi corazón, cómo parecían rendirse los latidos. Recé un padrenuestro, más por la necesidad de sentir a Dios en aquel instante, que porque creyera que eso podría salvarme. Quise creer que no le había fallado a todos ellos. Un torbellino de imágenes me invadió, Caracas y el Ávila, pequeños recuerdos de risas y alegrías, de lágrimas, lloradas y contenidas. Lloré entonces mi suerte, y supe que había sido mucho más feliz de lo que creía. Pensé en una historia que dejaba a medio escribir e, increíblemente, por un segundo sentí hambre. Pude decirme a mi misma que no tenía arrepentimientos, que había cometido errores pero que ninguno me pesaba, porque había pedido perdón y había reparado el daño, y jamás había herido a nadie intencionalmente. Todos aquellos logros, académicos y laborales, aquellos de los que tanto me enorgullecí, ahora se sentían vacíos. Ellos que amé eran lo importante.

-No sentí dolor físico porque el dolor de no poder estar ahí para mis seres queridos era sobrecogedor-

Antes de saberlo estaba recorriendo por última vez la Ciudad Universitaria que tanto amé. Observé los detalles dorados del pastor de nubes, las obras de Narváez, y miré hacia arriba para contemplar por última vez las Nubes de Calder. En Tierra de Nadie me tendí sobre la yerba, y sentí contra mi piel el tacto frío de las olas en una playa de mi infancia. Había perdido conciencia de la acera y del puñal. En aquellos últimos instantes mis sentidos ardieron con imágenes, olores, sensaciones y sabores, -con sentimientos- y supe ya que se acercaba inexorablemente la muerte. Quise abrazarme a la vida, pero ya no había tiempo. Creo que apreté con fuerza el rosario de madera que colgaba de mi cuello, y me consolé pensando que tal vez de aquel lado (¿en el cielo?) sí estuviera Dios, como tanto había creído. Y pedí con fuerzas que todos los que amé supieran que los había amado, y que me iba, no por decisión mía, sino por la de aquella mano, y aquella cuchillada. Porque yo jamás los hubiera dejado.

Respiré por última vez y temblé, creo que del miedo de que mi nombre se hiciera un susurro en el mundo, y morí bajo los árboles, o tal vez entre las olas, o quizás en el abrazo infinito que no pude darles, o quizás en tus labios. Morí y no quedó entonces más nada. Era una ausencia en la vida de ellos, tanto como la habían sido el fallecimiento de mis seres queridos.

Y entonces... nada. Ya no estaba, y ellos tampoco. Nada.

No tuve tiempo de ver aquellas caras desconocidas que observaban mi cuerpo inmóvil sobre la acera, y como se asombraban ante las lágrimas que corrían por mis mejillas. No estuve ahí para consolar el llanto de aquellos a los que herí con mi muerte. Ya no estaría para ellos. Y no supe que me habían enterrado, a pesar del inmenso pavor que le tengo a los cementerios y a los funerales. No supe quiénes habían asistido a despedirse de mí, aunque yo no hubiera podido decirles adiós, tal vez a algunos les dije hasta luego. Estaba con Dios y con aquellos que se habían ido antes que yo –o eso creo-. Y antes de convertirme en energía, en viento o tal vez en una ola perdida en el océano, los amé una vez más, con intensidad, y me entregué, para siempre, al sueño eterno...

7 comentarios:

José Leonardo Riera Bravo dijo...

Jessi, publicaste la pauta de Gaby ("últimas reflexiones", la anterior) delante de la mía. La gente pensará que escribes respecto a la pauta de "Gaby se queda en Caracas".

Victor C. Drax dijo...

Realmente la publiqué yo (la pc de Jess está mala). ¿Cómo arreglo lo del orden de publicación? :/

G. dijo...

Me dejó pensando muchas cosas Jess, de verdad... Y a veces uno no se da cuenta hasta que es muy tarde.

Jessisrules dijo...

eso es bueno Gaby. Yo de verdad no había pensado en esto hasta que escribí la pauta, aunque, realmente el proceso fue que me quedé dormida pensando en qué escribir, y a las 6 am la soñé y me paré ahí mismo a escribirla.

Jessisrules dijo...

Fue como vivirla. Una experiencia terrible pero esclarecedora. Me alegro que te gustara

Karim Taisham dijo...

casi me haces llorar. te odio =(

Jessisrules dijo...

jajajaja Noe. Lo importante es que sepan lo mucho que me importan. Y es la verdad, en el fondo, lo verdaderamente valioso son aquellos que te permitieron acompañarlos en su viaje por la vida. Lo demás de desvanece en el tiempo, se olvida, se lo comen las polillas