martes, 25 de agosto de 2009

LA JAULA

“Pronto te derribarán como a un árbol podrido”, la voz de Alfredo giraba en mi cabeza una y otra vez mareándome con la incipiente náusea. Oscuridad, sólo oscuridad y una atmosfera espesa y malévola. Es un largo y negro pasillo el que nos separa del resto de la humanidad y los humanos, si lo hubiera, están muy lejos, huyendo de nosotros.
–Amanecerá y veremos. Dijo Jorge, mientras miraba el piso mugriento de la jaula.
–Sí –contesté mirando la pared sucia– y veremos.
–Amanecerá y veremos, amanecerá… amanece… –repitió, hasta agotarse. Como uno de esos aparatos cuya batería se agota para luego apagarse. Así quedo Jorge, dormido y tieso en su esquina podrida de la celda.
No tardé en darme cuenta de que ya estaba solo, finalmente. Él y toda la correspondiente tristeza y su herrumbre se lo habían llevado a través de las paredes. Tenía más de un mes que le repetían el ritual de la cabeza en el tacho y Alfredo y yo sabíamos que la locura le estaba consumiendo la cabeza como un cigarrillo.
Alguien pasa, los pasos y las botas resuenan en el pasillo sucio y juegan con el sonido grave de los barrotes. ¿Cuánto tiempo más? ¿Quién vendría ahora por nosotros? Una cucaracha caminaba sobre los labios de Jorge y se metía en su boca. Sus manos todavía estaban empuñadas con rastros de su cabello en ellas: “se está arrancado el cabello de raíz para luego comérselo”, me había dicho Alfredo. El pobre e infeliz de Jorge se había sumergido en su letanía desde que ellos le mataron a la mujer… “¡¿Por qué no matas a la tuya?! ¡¡Hijo de puta!!”, les había gritado Alfredo al verlos pasar.
El sonido de la cucaracha entre los dientes de Jorge muerto me comprimía el estómago y la espalda como una serpiente que se enrosca sobre la presa. El asco me comía la cabeza, y una vez más la náusea.
Luego llego él.

La número I
Oscuridad. Gritos. Silencio. Oscuridad. Gritos. Silencio y de nuevo oscuridad. Así de intermitentes son las amarguras. Ya ellos me habían arrancado dos dientes con una pinza de hierro. Sólo adiviné un par de voces, y en mi cabeza estaba la voz de Alfredo: “Te quebrarán como un árbol cuando lo parte un rayo”. ¿Pronto comenzara lo bueno, verdad? Hasta ahora sólo han sido complacientes. Me han dado el permiso de vivir menos dolorosamente que el resto. Ahora sólo es cuestión de tiempo para que me consuman la carne con los picos y las llamas.
Estaba en posición fetal. Una cadena pasaba alrededor de mi cuello para luego ser unida con un grillete que me esposaba las manos. Un barrote estaba en centro de mi cuerpo enroscado en el suelo, lo que impedía que mi cuerpo se enroscara más. Pronto se me comprimirán las costillas contra el pecho y respirar se convertirá en una tortura por sí sola. Pero ellos no me mostraran la salida tan fácil, a todo contesto que no, que no, que no, y repito mi respuesta con enfermiza ecolalia. Perderán el control, lo perderán y me patearan hasta destrozarme la espalda, hasta que mi frente se desflore contra el anillo de hierro que me ata las manos. Ellos lo pueden, lo pueden todo.

La número II
Me sentaron luego de arrastrarme por todo el suelo sucio, entonces empezaron las alucinaciones: Margarita frente a mí con nuestro hijito en los brazos, despidiéndose porque se iba muy lejos y tenía que atravesar un puente azul, y al otro lado Martínez la esperaba con un fusil. Alfredo con la cabeza destrozada por el black jack me sonreía con los dientes pegados en la lengua. Y más allá, en el rincón, Jorge devorándose el cabello. Luego luz y más luz, un bombillo amarillo me quemaba la cara.
–Pronto te fumaremos como a un cigarrillo. Me dijo uno de ellos.
No sé qué va a pasar conmigo. ¿Dónde está Alfredo? Golpe. ¿Dónde esta el numero 582? Golpe en el pecho. Sangre. ¿Dónde dejaron al de la celda 52? Otro golpe y silencio.

La número III
Miraba el techo con los ojos casi salidos de las orbitas. Me ataron a la cama de metal, tenía muy buenas referencias de la misma. Sabía lo que me venia y apreté la boca.
El primero de ellos tomo un cable y lo conectó a una batería de auto. Me miraba de soslayo. Era su primera vez, seguramente. La mano la temblaba mientras que con el cuchillo cortaba la cubierta de plástico del cable para luego refulgir los hilos de cobre que brillaban como cuchillos. Se acercó, me pregunto un par de cosas, sólo dije que no. Y un corrientazo sobre las orejas. Una nueva pregunta, una nueva negativa y otro corrientazo. Luego vino otro, le empujó y ordenó que ataran los hilos de cobre al enchufe. Una nueva pregunta, una nueva negativa… No recuerdo más.

El número IV
Mi carne asada hiede y repulsa. Estaba encerrado en la celda y nada más. Habían quitado el cadáver de Jorge y seguramente habrían pisado a la cucaracha. ¿Dónde estaría Alfredo ahora? Se había fugado hace varios días, espero que lo haya logrado, que haya llegado a Caracas en buen estado. Él me esperaría con Estrellita y los otros, cruzaríamos la frontera para llegar a Minas Gerais y encontrarnos con Margarita y el niño.

La número VI
Hoy ellos traen pastillas, pastillas para dormir, según ellos mismos. He escuchado historias en donde algunas drogas hacen que el prisionero cante como un pájaro. Yo no quiero decir nada, no diré nada, me morderé la lengua para cortármela y luego escupirla. No le daré el gusto a los malditos, no lo haré. Debo vivir por Margarita, por Minas Gerais y Alfredo. Ahora Minas se me dibuja como un país completo, como la orilla al otro lado del puente azul. Donde me espera Margarita en vez de ese hijo de puta de Martínez.
Ahí vienen ellos, con el frasco y las pastillas. ¡Maldita sea!

El número VII
De nuevo las alucinaciones. Estoy en mi celda donde hay otro nuevo, me mira con lastima y también teme de que le destrocen el cuerpo con los cables. Todo está bien, le digo que nunca diga nada. Mejor que quede como un espanto a que quede como un traidor.
Ellos vendrán en una hora. Me inyectarán y me destrozarán la espalda de nuevo. Ellos vendrán y a Alfredo no le dará tiempo de esperarme, porque las fronteras con Brasil están cerradas después de las doce. Yo debería llegar antes, adelantarme.

El número VIII
Hice un hoyo debajo de la pared. Tienen varios días sin traerme los frijoles infectos y el agua sucia que ellos mal llaman café. He comido los ciempiés que atraviesan el suelo inocentemente. Ahora es conmigo con quienes las cucarachas tienen sus pasiones. El nuevo ya no está. A lo lejos alguien grita, seguramente otro al que le destrozan la cabeza. Espero que no diga nada, que no diga nada sobre mi fuga. Mis uñas se desprenden de los dedos pero yo debo irme de aquí.

El número IX
Hablaré. Hablaré porque debo llegar a Margarita y el niño. Ayer vi como “Harry el sucio” quería desnudarla sobre un caballo blanco que miraba el llano y mi hijito miraba extraviado cómo ese cerdo se montaba a su mamá. Hablaré, y estoy gritando en mi celda que lo haré. Ahí viene alguien, escucho las botas. Me mira y se pone frente a mí porque estaba arrodillado:
–¿Ahora es que vas a hablar? Ya agarramos a tu amiguito. Le estamos rompiendo el alma a patadas. Pero tranquilo que ya viene tu turno, pajarito.

Me quedé espantado. Agarraron a Alfredo, seguramente en la frontera. ¿Y ahora? ¿Y Margarita y el bebe? ¡Dios! Mi rostro se deformó en una gran mueca de dolor y espanto. Las lágrimas me caían solas por la cara y en la cabeza sólo tenía la imagen de Margarita y “Harry el sucio” sobre ella, la imagen de los dientes de Alfredo sobre su lengua. El dolor me consumía con su fuego las entrañas y empecé devorarme el cabello que caía mientras buscaba desvanecerme golpeando mi frente contra el muro sucio de la celda.
Al otro lado de los barrotes, los otros se cagaban de risa mientras con ladrillos y cementos me tapiaban en la jaula.

2 comentarios:

Guillermo Geraldo dijo...

Excelente Noe, pensar que eso pasaba, pasa y pasará, las torturas son bien arrechas.

Karim Taisham dijo...

gracias Guille!!!!! y sigue pasando, tu lo haz dicho. :) gracias! aprecio full tu opinion porque yo no manejo mucho del terror tampoco. jajaja