Por Samar Hokche
El postre que no crece
Él sólo quería llegar a la hora de la merienda. Los pasos hacia la cocina resonaban más fuertes en su oído, los latidos de su corazón aumentaban a cada segundo que pasaba, inmóvil frente a la televisión dejaba correr su imaginación, soñaba con la fiesta de sensaciones que su paladar experimentaría porque sabía que pronto escucharía ese satisfactorio “clap”. Esperaba con tantas ansias ese momento del día, en el cual le traerían en un práctico frasco de vidrio su sabor favorito: frutas tropicales. Que dulce era la vida mientras saboreaba ese suave y cremoso puré, para el un postre, para la mamá una forma rápida y sana de alimentar a su hijo. Seguro que de vez en cuando te provoca una compota y sin poder evitarlo, te sigue encantando, probablemente porque nos hace revivir nuestra infancia a cada cucharada que nuestra lengua tiene la dicha de deleitar, ¿y a quién podemos culpar?, ¿a nuestros padres, por introducirnos en ese mundo al cual no podemos escapar? En fin, no importa a que edad la comamos, sabemos que no está en nuestra metas dejarla y es que la compota es el dulce que nunca crece, ¿o somos nosotros los que nos negamos a hacerlo?
Dulce destino
Era una noche de invierno y las frutas se encontraban reunidas en la cocina. Algo les decía que su fin pronto llegaría, todas las señales se encontraban frente a sus narices: la tabla para rebanar, todavía con restos de sus antiguas amigas, los filosos cuchillos listos para sacrificar, las ollas y bandejas enmantequilladas para depositar los restos sin vida. ¡Oh pobre destino les esperaba a aquellas jugosas frutas! ¿Qué harían de ellas? Muchas aseguraban que las usarían para un pie, ó una torta, y “¿por qué no una mermelada?” decían las más dulces, sin embargo tan sólo en una cosa coincidían, en esa helada noche una fruta caería, ¿pero cuál sería? Ante la duda y el terrible miedo de morir en el penetrante calor del infierno -llamado horno para los humanos-, hubo algunas que se escondía tras las más grandes, otras que abandonaron la cocina en busca de una mejor ventura. De repente se levanta la roja y dulce manzana, y abriendo camino entre todas las demás se apoya sobre la patilla, anunciado que se ofrecería para ser sacrificada, ella sabía en lo más profundo de su semilla que no importaba si iba a ser rebanada, cocinada ó aplastada, de todas formas tenía la esperanza que harían de ella el mejor postre. Todas las demás sorprendidas por su valentía, se despidieron con un fuerte aplauso de su querida amiga, agradecidas por haberles salvado el día. La hora de la verdad había llegado, y con mucha razón nuestra pequeña heroína había acertado, convirtiéndose en un suave y delicioso puré llamado compota.
2 comentarios:
El postre que no crece me gustó!! ^_^!
*Sniff* *Sniff*
Huelo... ¡talento!
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