jueves, 30 de julio de 2009

Reciclaje

Por Moisés Lárez

Ese momento –en el que siendo chupado por la máquina para permanecer dentro del aparato– esperaba ser reciclado para vivir otra vez como ticket de metro.

Nació por primera vez como un Guayacán hace diez años, cuando una niña que estudiaba segundo grado sembró una semilla en una compota. Ella lo llevaba para todos lados orgullosa de su experimento. Un día en un viaje del colegio al Estado Amazonas perdió su compota y con ello su arbolito. Sin embargo, él siguió creciendo y se convirtió en un árbol frondoso. Un día lo tallaron y no vivió más como árbol. Pensó que iba a morir, que no iba a volver a ser útil, pero se convirtió en papel y vivió como resma un par de meses en la oficina de un administrador. El administrador lo llenaba de números y cuentas por todas partes con un lapicero. A él le gustaba y se sentía feliz por eso. Aunque muchas de sus partes eran arrugadas y botadas, de él seguía quedando un buen trozo, pero cuando el administrador no necesitó más esas viejas cuentas las botó. Pensó que sería incinerado –como había visto en la televisión que hacían con la basura–, pero el administrador era alguien muy consciente así que lo mandó a una planta de reciclaje de papel. Ahí se transformó en un cuaderno. De esta manera vivió en el morral de una niña, muy parecida a la que lo había sembrado en la compota. Dentro de su morral vivía con un lápiz, unos colores, una cartuchera y un cepillo de dientes. El cuaderno siempre le preguntaba al cepillo por qué vivía ahí y él tampoco sabía responderle con exactitud. Al parecer la mamá era muy preocupada y quisquillosa, por eso la niña tenía que cepillarse hasta en el colegio. Un día la niña se molestó mucho con su mamá porque no la dejó jugar con el Nintendo y para herir a su mamá porque sabía el precio de las cosas destrozó el cuaderno en trocitos que quedaron esparcidos por la casa. La señora de servicio recogió los trozos y los botó, pero al día siguiente la mamá encontró algunos trocitos que la mucama no había recogido y los mandó a la planta de reciclaje.

De nuevo en la planta, se transformó en un ticket de metro de color amarillo. Le gustaba ser de ese color porque era muy doloroso pasar por el torniquete. Así que siendo amarillo atravesaba el torniquete máximo dos veces y era enviado, de nuevo, a la planta de reciclaje y volvía a convertirse en ticket de metro. Un día le tocó ser multiabono y sufrió mucho. Sus días felices se habían ido y cayó en una profunda depresión. La persona que lo había comprado era un viejo; un viejo estúpido, además. Primero, los ellos no tienen que comprar tickets de metro porque con sólo mostrar la cédula les dan un ticket amarillo gratis, pero este viejo, imbécil, había comprado un multiabono porque era gafo, para arruinar la vida del ticket y ocupar un espacio de la cola de los que estaban detrás de él. Tan imbécil era él, que a veces –la mayoría– olvidaba que tenía un multiabono en la cartera y pedía un ticket gratis de la tercera edad y el multiabono sufría dentro de la cartera porque él quería irse a la planta de reciclaje.

Su depresión se había agudizado, había pensado en el suicidio: había pensado en lanzarse al lavamanos cuando el viejo estuviera cepillándose, o en caer en la basura y esperar la incineración dentro del camión y no vivir más. Pero lo detenía el recuerdo que le quedaba de ser una semillita de Guayacán. La sonrisa de la niña lo hacía recapacitar y frenaba su suicidio, pero sabía que por dentro había muerto y que sólo era un pedazo de papel que un viejo había olvidado usar.

Un día pensó que todo había vuelto a la normalidad y tuvo una esperanza momentánea. El viejo lo recordó un día que fue con su sobrino al metro y como siempre pidió un ticket de la tercera edad, pero esta vez le dio el multiabono a su sobrino. Cuando estuvo entre los dedos del muchacho se sintió lleno de vida de nuevo, sintió nuevas energías: cargado, revitalizado. Se aferró a la vida y le dieron muchas ganas de seguir en este mundo. Sin embargo, el sobrino del viejo era tan imbécil como su tío, así que botó el multiabono en una de las papeleras de la estación. De nuevo el ticket se sintió triste porque pensaba que iba a tener una vida nueva y vio todas sus esperanzas rotas en un segundo. Cayó en desesperación y, ya resignado, sintió que la incineradora era inminente.

Un muchacho escuchó cuando el viejo imbécil regañó a su sobrino imbécil por haber botado al multiabono que le quedaba un viaje. El muchacho, de por sí un muerto de hambre, recogió todos los multiabonos botados en papeleras de la estación para poder tener un viaje extra gratis. El multiabono fue recogido por él cuando ya soñaba con el ángel de la muerte y se imaginaba en el cielo de los árboles. Sin embargo despertó feliz entre los dedos de su nuevo amo y fue usado y succionado por los torniquetes, así que volvió a la planta de reciclaje. De esta manera vivió feliz por muchos años, hasta que murió de viejo, incinerado en la basura. Ahí, mientras era quemado, vio todo los desechos de la ciudad: vio el morral roto de la niña, pedacitos de los colores y su cepillo de dientes carcomido, como él, por la vejez.

3 comentarios:

Victor C. Drax dijo...

No deja de sorprenderme lo diferente que todos pensamos. Creo que esta es la perspectiva más original que he visto sobre el ticket (o cualquier papel, si al caso vamos). Kudos, Moisés. Sinceramente.

Anónimo dijo...

Simplemente excelente Moi, me gusto mucho. Hacia tiempo que no me pasaba por aca...

Anónimo dijo...

Es Mariana, sorry, olvide colocarlo antes :P