miércoles, 7 de octubre de 2009

Por Jessica Jessica Márquez Gaspar


A quien pueda interesar.

Esta es la historia de un amor profundo. Aún recuerdo la primera vez que lo vi. Estaba tres personas atrás de mí en la cola, sentado en un banquito de alquiler rojo y ligeramente inclinado hacia la izquierda. Leía el periódico con el casco bajo el brazo cuando tuvimos que movernos y nuestras miradas se cruzaron por un instante. Fue mágico.

Le seguí la pista hasta el escritorio del funcionario obeso que escuchaba cumbia. Se veía tan masculino apoyado en el escritorio sin fórmica. No podía dejar de mirarlo mientras me pedían la cédula y la fotocopia del acta de nacimiento de mi tatarabuela.

Nos encontramos a la hora de la comida en la sala de espera B, en las sillas anaranjadas de plástico. Se veía simpático porque hacía reír a toda la fila mientras comía caraotas, arroz y tajadas. Creo que sabía que lo estaba mirando porque a veces, como quien no quiere la cosa, volteaba hacia la zona de la sala donde me encontraba.

Aquel primer día vimos el atardecer a través del ventanal de la mezanina 3. Se veía cansado mientras caminaba hacia los ascensores oeste para ir a la sala de trinatación para pasar la noche. Le deseé buenas noches mentalmente y me dirigí a la sala de orgatotinación.

Después de varios días llegamos al piso 4. Como ahí no había ventanas no sabíamos ya qué hora era hasta que llegaba la comida. Una empleada en la oficina Z dijo que la planilla 1.2.3.2 no había sido llenada correctamente, y me dio instrucciones precisas para pedir una nueva: camina hasta el final del pasillo azul, después del cuarto cubículo cruza a la izquierda, baja por las escaleras hasta el entrepiso de gerenación, y busca a la secretaria de Hernández, puerta 3x y después del baño, agarra como si fueras al entrepiso Ita. La reconocerás porque se la pasa con un catálogo de Avón. Ella te entreguerá la planilla cuando termine de ojearla.

Cuál no sería mi sorpresa cuando el ascensor se abrió en el piso 5, y al final de la uña roja de una secretaria, estaba él con su bigote negro haciendo cola. Me saludo cariñosamente: ¡mami!, y me observó con detenimiento mientras iba a entregar los papeles en la taquilla de la señora que hablaba por teléfono todo el tiempo.

El guardia del piso 12 me entregó un papelito dos días después. Lo leí temblando de la emoción: "mami soy tu amor el del casco, sé que también estás pendiente, así que hablé con la asistente de la licenciada Álvares para que me consiga un roncito. Te espero para tomárnoslo en la oficina del funcionario sifrino que canta ópera, en el ala C a golpe de ocho. No faltes mamita."

En aquella oficina nos besamos por primera vez, y ahí nos encontramos durante muchas noches. En el escritorio de aquel funcionario ladilla lo hicimos varias veces. Poco a poco me fueron aprobando la declaración jurada de mi mamá en la que afirmaba que soy su hija, la hoja llena de timbres fiscales hasta el último pedacito y la planilla morada A23-w. Sabía que él también avanzaba rápidamente con sus trámites.

Hubo un punto en que vernos por la noche no era suficiente. Nos encontrábamos en la sala de fotocopias de la subdirectora de participación, en los closets de limpieza y hasta en la sala del archivo, donde nos queríamos sobre las carpetas de planillas almacenadas desde el 79.

Un buen día lo veía hablar con el flaco en la taquilla de primatización cuando entendí lo que había sucedido: lo amaba. A él, a su casco, a su sonrisa escondida tras el bigote, a su forma de mirarme de arriba abajo, y a la manera tan orgullosa que tenía de hablar de mí con Manuel y con Armando.

Resolví decírselo aquella noche. De pura romántica que soy hasta escogí una canción de Oscar y Franquito para ponerla en el momento justo. Lo esperé en el botellón de agua, como siempre, pero él nunca llegó. Quise creer que se había demorado con la huella del pie y la foto de la nuca, pero me equivoqué.

Pasé mucho tiempo esperando su regreso. Ya no estaba en las salas de espera, ni en las rumbas clandestinas en la zona en remodelación. Mis amigas me consolaban diciendo que seguro estaba ahí mismo, en la otra torre, pero en el fondo de mi corazón temía lo peor: que le hubieran dado el pasaporte.

Durante muchas horas de espera pensé en él, en todas las empanadas que compartimos, en cómo nos turnábamos en la sillita de plástico donde el casi no cabía, en todos los momentos maravillosos. Así que tú, ¡sí, tu!, que encontraste esta nota pegada con chicle al espejo del baño, si alguna vez te encuentras a Orlando el de la moto, dile que lo espero junto al botellón, como siempre. Porque sólo él es mi papi y lo amaré por siempre.

Firma
María de los dolores.

4 comentarios:

José Leonardo Riera Bravo dijo...

Mira, muchachita!! Ahí sale Manuel, Armando y Orlando! Pero por ninguna parte se dice CÓMO MURIÓ LEO RIERA!

Qué pasó ahí?

(Por otra parte, el cuento está fino).

Gabriela Valdivieso dijo...

Yo me equivoqué al montarla, Leo. Es la pauta de Moisés.

JESS; TEPA!!! Te pasaste!! Demasiado ingeniosa, cómica y recordable. EXITO ROTUNDO!!!!!

Moises Larez dijo...

¡W-A-O! (Nada más).
Y eso que Jessi ya me lo había contando.

Jessisrules dijo...

jajajajajajajaXD gracias gabyXD goce un mundo escribiendo esta pauta XD, gracias Mo!, si te lo comenté en el comedor no??XD