lunes, 19 de octubre de 2009

Soledades

Por Moisés Lárez


– La vida es ridícula –dije cuando ya estaba cansado de fregar.

Siempre al finalizar todas mis obligaciones, me iba al chinchorro y, mientras me espantaba los zancudos con la tapa de una olla, escuchaba el mar que quedaba muy cerca de la casa. Cada instante en el que la ola reventaba era como si pudiera detener el tiempo para percibir e imaginar todo a la vez.

Y ese era el único momento feliz de mis días.

El resto se me iba consiguiendo dinero. Siempre ayudaba a mamá a hacer las arepas pelás en la cocina. Mamá las contaba todas. Treinta por día, siempre. Luego las rellenábamos con el pescado que trajera papá de la pesca mañanera y salía a venderla a la plaza del pueblo y pasaba horas en la plaza, horas que para mí eran infinitas y que no podía imaginar como gotas del mar, sino como del río: eran como uno caudaloso que no terminaba nunca de derramarse en una catarata y cuya caída se hacía infinita. Me preguntaba de qué servía vender las arepas, ¿para qué quería el dinero?, ¿para sobrevivir? Y es que mi vida era una supervivencia. Sólo un momento de mi día era dedicado a la felicidad, un instante, un suspiro. Sólo el momento del chinchorro era mío y de nadie más.

Entonces papá salió una madrugada y no volvió más.

Todas las mañanas desde aquel día, mamá cogió la costumbre de salir a esperarlo al mar, pero él no llegaba. A veces le decía a mamá que era inútil, que papá jamás pasó más de un día en el mar, pero mamá estaba como suspendida en otro mundo, con la mirada fija en el horizonte, sintiendo la brisa y oyendo al mar como una composición de sonidos melancólicos, fuertes y arrítmicos. Supe que ese era el momento de mamá.

Como papá había muerto tuve que empezar a salir de madrugada. Fueron unas semanas difíciles. El botecito de la casa se había ido con papá y con ello todo nuestro suministro de pescado mañanero. Con un vecino conseguimos un bote prestado mientras se lo podíamos pagar, así mamá tuvo que duplicar la cantidad de arepas a vender y yo tenía que conseguir más pescado del normal para rellenarlas. En las mañanas cuando llegaba de pescar, me encontraba a mamá en la orilla. No intercambiábamos palabras, ni una; algunas veces, en ese instante, nos veíamos a los ojos y eso significaba mucho más que un “hola” o un “sé cuánto sufres”. Después me iba a la casa con mi saquito de pescados y mamá me seguía y hablábamos de las arepas, de los vecinos y de papá.

Mis momentos del día se habían acabado. No tenía ni un segundo para pensar en mí, en la vida, en el futuro. Hasta el chinchorro, sin saber cómo ni cuándo, había desaparecido; sin embargo, este momento con mamá, en la cocina, me daba un nuevo impulso diario, supe cómo se conocieron papá y mamá, cómo fue mi nacimiento, la muerte de los abuelos, cómo se llamaban mis tíos que habían muerto.

Al pasar de los meses ya me había acostumbrado a mi nueva rutina. A los vicios de mamá, a mi nueva esclavitud y a todos sus agotados temas. Me había acostumbrado a vivir así, no me sentía llevado por la corriente, sino flotando en un estanque en el que podía ver el cielo y disfrutar solamente del movimiento de rotación de la tierra. No obstante, hubo un día que cambió todo. Una madrugada antes de salir a pescar me metí en el patio de la casa a buscar aceite para el motor del peñero y entre peroles y corotos me topé con el chinchorro. Estaba amuñuñado junto a otro que supuse el chinchorro de papá. Tomé el mío con nostalgia mientras mi garganta se apretaba en una lucha por liberar sentimientos que no quise exponer ni a mi propia soledad. Sentía que había vuelto un instante de mi anterior vida; no sabía qué hacía ahí, ni cómo había llegado junto al de papá y mi mente no dejó de echarle la culpa a mi madre. Era la única que podía haberlo hecho.

Entonces, salí corriendo de casa en plena madrugada, me monté en el bote y me adentré en el mar, pero me adentré más de lo normal, seguí rumbo recto, con rabia, tristeza, infelicidad y en un momento me detuve. Estaba solo, rodeado de aire, cielo, inmensidades de agua y silencio; la costa se veía muy, muy lejos. Pensé unos minutos y supe que ese era mi momento. Al rato, ya estaba por devolverme, había recapacitado y decidido ponerme a trabajar más cerca de la costa cuando, de repente, vi lo que parecía un pequeño islote a lo lejos. El sol estaba saliendo justo detrás de él. Me adentré más y más e iba creciendo cada vez más. Llegué a lo que me pareció una isla en una hora o dos. Bajé y había una población. La gente salía por las calles y conversaba en la plaza del pueblo, se les notaba una sonrisa y un atractivo diferente. Se sentía un ambiente de fiesta y de triunfo.

Caminé a la plaza del pueblo al que había llegado. Me senté y por más que la situación fuera idónea no podía pensar en nada más que sentir que este fuera mi momento. Un momento del que no quería despegarme, un momento que se quebraría como una débil lámina si sólo me levantara del banco.

Pero el hambre pudo más. En la plaza nadie vendía arepas, así que me le acerqué a un señor y sorprendentemente me dijo que estaba bienvenido en su casa. Al principio sólo acepté quedarme esa noche, luego sólo una semana. Ayudé con mi bote pescando y luego ocupé un espacio en la plaza vendiendo arepas. Más tarde conocí a la hija del señor y nos enamoramos. El tiempo pasó sin que me diera cuenta y los momentos de mi vida habían sido muchos desde entonces. Rápidamente cambié de vida. Mi vida pasada ya no tenía rastros en mi memoria salvo en algunos momentos de soledad en los que la nostalgia era mi única compañera, pero esos momentos eran pocos. Después me casé y mi vida con mi mujer fue placentera y agradable, pocas veces volví a estar solo. Tiempo después, quizá algunos meses o quizá años, caminando con ella por la plaza del pueblo me encontré con un hombre viejo que me pareció conocido, él también estaba con una mujer y se veía contento. Cuando me saludó no pude dejar de esbozar una sonrisa de felicidad y de sentir una calma intensa en mi interior.

4 comentarios:

Gabriela Valdivieso dijo...

Ay, moi!!, qué tristeza tan grande! Sólo pienso en la mamá que ahora, ilusa, los espera a ambos!

Qué dolorcito de corazón pensar en sus dificultades!!

Uy, pero Moi, está requete bien escrito y claro, qué gusto!

José Leonardo Riera Bravo dijo...

Waooooooooooooooooooooooo!!!!

Mil veces wao!!!!!!!!!!

No lo amé! Lo amo!!!!

Está genial!!! Me hubiese encantado escribirlo yo!!

Siento que leí a Marquez!!!

Es tremenda historia, me fascina totalmente!! (Deberíamos poner una cosa de esas de internet para poder votar por cada cuento... En este caso te daría 20).

Sigue así!!

Samar Yasmin dijo...

Esta super! triste pero genial :)

Jessisrules dijo...

versia moo, está profundo de pana, digo lo mismo que Gaby, pobre mamá!!!, pero me gustó burda, está muy bien escrito de pana!!