Por Andrea Gómez
Qué bella era aquella mujer, era diferente de todas.
Era la bondad personificada… si en ese momento creyeran en dios dirían que era la mismísima virgen.
Tan pura y delicada, con una piel blanca de porcelana y una gran sonrisa... Así era ella.
Lástima que era tan fea como la cosa más fea del mundo.
Por el contrario estaba él, un hombre hermoso de piel oscura.
Un dios en la tierra.
Las mujeres caían a sus pies como moscas. Su cuerpo era tan duro como una roca y su mirada causaba escalofríos.
Lástima que era tan malo como la cosa más mala del mundo.
Lo curioso de estos personajes es que se amaban con locura.
Ella lograba ver el lado bueno de él.
El lograba ver la belleza de ella.
Juntos mantenían un perfecto equilibrio.
La gente los llamaban la Mujer y su Sombra.
Ella era la luz, lo puro.
Él era lo oscuro, lo temido.
Dicen que en cada objeto o persona existe su opuesto y que de esta manera encontramos un perfecto equilibrio.
Ella se llamaba Yang... Creo que ya conocen el final de esta historia.
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