sábado, 5 de febrero de 2011

Peligro

Peligro

Jessica Márquez Gaspar
Tercer match del tercer contraletras
Jessica vs Víctor vs Samar: Invasión alienígena

Sacó el arma de su estuche. La observó. Le colocó el peine. Quitó el seguro. La amartilló. Apuntó con ella al vacío, a un peligro que estaba ahí pero aún era invisible. Guardó el arma.

Salió poco después del precinto y recorrió la distancia que lo separaba de su moto. Azul. Subió en ella y comenzó su recorrido diario. Entre el tráfico, los inverosímiles sonidos de la ciudad, sus rincones oscuros, sus zonas, algunas mejores y otras peores, apenas le alcanzó el turno hasta las 8:00 pm para hacer varias detenciones y aún más advertencias. En la vieja Caracas de siempre, la delincuencia seguía igual. El caos era el Rey, y la violencia su Reina de brillante corona.

Como policía de la capital tienes pocas certezas. Una de esas pocas es que los cuerpos siempre aparecen, y se amontonan, en el asfalto o en la morgue.

Otra de ellas es que, por mucho que ames a los caraqueños, inevitablemente estos romperán las leyes, tirarán basura, serán descorteces y desconsiderados, incorrectos por decir lo menos.

Eso sucede cuando tu trabajo es controlar lo peor de una sociedad: pierdes la fe en ella.

Por eso le sorprendió enormemente cuando todo aquello empezó a suceder. Cuando una mañana despertó, repitió el ritual de siempre, y encontró un grupo de personas que cruzaban la calle por el rayado, cuando les correspondía. ¡Al fin un poco de civilidad! –exclamó. Aquella tarde fueron menos a los que esposó. No porque hubiera hecho su trabajo con menos tenacidad y ahínco, sino porque había encontrado menos delitos en su camino.

Y tal vez todo ello hubiera perdido importancia si no se hubiera repetido durante un mes, aumentando el número de personas y el número de acciones día tras día. Al cabo de exactamente 30 jornadas, 30 turnos en su moto, azul, la ciudad había cambiado. Como si de Suiza se tratara, los caraqueños eran ahora, con pocas excepciones, “modelos de buenas costumbres”, o como dijeran las abuelitas. Eran correctos hasta la médula.

Ahora sus recorridos eran casi paseos por el campo, tranquilos paseos donde siempre era saludado, respetado y obedecido por ciudadanos modelos. Al parecer, los reyes habían abdicado al trono a favor del orden y la paz.

Aunque se sentía aún tan incrédulo como ante un político modesto y poco deseoso de atención, se dejaba llevar por la tranquilidad recién adquirida como por una nueva droga potente y embargadora, casi heroína. Una tranquilidad particular.

Sin embargo, hubo algo que disminuyó pero no desapareció, como lo demás. Todos los jueves sin falta, tres cuerpos aparecían, en el asfalto o en la morgue, con dos disparos, sólo dos, justo en la frente y en ángulos raros y forzados.

De la misma forma, los ruidos característicos de la capital se habían trasformado. Habían perdido candidez, ritmo y sazón, y se habían hecho monótonos y casi metálicos.

Pero aquello él no lo notó. No al principio. No hasta que un jueves, justo el día 29 después de aquel primero en que todo empezara, descubrió que uno de los que yacía sobre una camilla en Bello Monte era su amigo, su pana del alma, Edison. Conocido en las escaleras de Petare como “El Comedor”, era un perrocalentero de toda la vida que hacía unas hamburguesas primas hermanas del tumbarrancho mientras mezclaba el “chévere” con el “vergación”.

El maracucho converso se hallaba ahí, con los ojos cerrados, oliendo a aceite de parrilla como si temiera aún la llegada intempestiva de los malandros que no lo atracaban a cambio de un “perro”.

De golpe, vio la extraña herida en la frente que asomaba por debajo de la gorra. Se la quitó para guardarla como recuerdo de aquel tipo que no volvería a servir comida. Inmediatamente, un cubo verde, brillante y caliente asomó por los pliegues del orificio de entrada de la bala, zumbando ligeramente sobre la piel carente de vida.

Aunque no era correcto, tomó aquello como un dado entre sus dedos. Fue entonces que sintió un intenso dolor que empezó a expandirse en ondas desde sus cejas hasta el resto de su cabeza, como olas malditas, aumentando de intensidad con cada segundo que pasaba.

Sólo tuvo un instante de máxima claridad, uno en que comprendió todo, y sus pupilas se dilataron de la impresión, antes de que sus manos sacaran el arma de su estuche. La observara. Revisara el peine. Quitara el seguro. La amartillara. Y la apuntara al peligro que ya estaba ahí, a su frente, y llegara una eterna e inmensa in…con…cien…

8 comentarios:

Gabriela Valdivieso dijo...

MUY interesante tu enfoque del tema, amé lo tenue!
Me gustó mucho esto: "... de su moto. Azul." Me encantó este punto, esa pausa obligada, esa interrupción!
Muy interesante el descubrimiento. Sentí poco power, sorpresa, pero está claro que no dio tiempo jajaja.
Estoy contrariada, pero creo que así debo estar!

Nota: no entendí los plazos :$
Nota2: El policía era muy virtuoso, eso siempre es sospechoso

Jessisrules dijo...

Gracias Gaby!

La idea es que no hay verdadera sorpresa. Los plazos, bueno, fueron porque me provocó XD. El policía, si un poco virtuoso, o por lo menos él nos quiere hacer creer que lo es.

Victor C. Drax dijo...

Fuck me, Jess, nice!

No, vale, ¿y te estabas quejando de que este no es tu género? ¡Te quedó muy bien! Me recordó un poco a Los Invasores de Cuerpos, de Jack Finney, un trabajo seminal en la ciencia ficción. Tiene todo lo que hace falta, un misterio que al final deja más preguntas que respuestas.

Lo saboreé con muchísimo gusto. Demasiado yeah ese final. I'm so proud :'D

Jessisrules dijo...

Jajajajaja gracias flaco, me alegro que te gustara :) :) :)!!!!!!

Esto es tu maligna influencia!!

Unknown dijo...

Muy bien Jessica!

Jessisrules dijo...

Gracias Pedro! :)

José Leonardo Riera Bravo dijo...

Demasiado bueno! Ayer te había escrito un comentario súper extenso (pero tenía 23 horas sin dormir y no sé qué sucedió con ese comentario!). Lo cierto es que me gusto mucho!

Me sentí ese policía! xD

Jessisrules dijo...

Gracias Jl! me alegra que te gustara :)